Hace mucho que se operó la «gran transformación» (Polanyi),
colocando la economía como el eje articulador de toda la vida social,
subordinando la política y anulando la ética. Cuando la economía entra
en crisis, como sucede actualmente, se sacrifica todo para salvarla. Se
penaliza a toda la sociedad, como en Grecia, Irlanda, Portugal, España e incluso en Estados Unidos, en nombre del saneamiento de la economía. Lo que debería ser medio, se transforma en un fin en sí mismo.
Colocado en situación de crisis, el
sistema neoliberal tiende a radicalizar su lógica y a explotar más aún
la fuerza de trabajo. En vez de cambiar de rumbo, se hace más de lo
mismo, cargando una pesada cruz sobre las espaldas de los trabajadores.
No se trata de aquello relativamente
estudiado del «asedio moral», es decir, de las humillaciones
persistentes y prolongadas de los trabajadores y trabajadoras para
subordinarlos, atemorizarlos, y llevarlos a dejar el trabajo. El
sufrimiento ahora es más generalizado y difuso, unas veces más y otras
veces menos, afectando al conjunto de los países centrales. Se trata de
una especie de «malestar de la globalización» en proceso de erosión
humanística.
Se expresa por una especie de depresión
colectiva, destrucción del horizonte de esperanza, pérdida de la alegría
de vivir, deseo de desaparecer del mapa y, en muchos, por el deseo de
quitarse la vida. Por causa de la crisis, las empresas y sus gestores
llevan la competitividad hasta límites extremos, estipulan metas casi
inalcanzables, infundiendo en los trabajadores angustias, miedo, y a
veces síndrome de pánico. Se les exige todo: entrega incondicional y
plena disponibilidad, dañando su subjetividad y destruyendo las
relaciones familiares. Se estima que en Brasil cerca de 15 millones de personas sufren este tipo de depresión, ligada a las sobrecargas laborales.
La investigadora Margarida Barreto,
médica especialista en salud del trabajo, observó en una encuesta hecha
el pasado año a 400 personas, que cerca de un cuarto de ellas tuvieron
ideas suicidas por causa de la excesiva exigencia del trabajo. Y decía:
«es necesario ver el intento de quitarse la vida como una gran denuncia
de las condiciones de trabajo impuestas por el neoliberalismo en las
ultimas décadas». Están especialmente afectados los empleados de banca
del sector financiero, altamente especulativo y orientado hacia la
maximización de los lucros. Una investigación de 2009 hecha por el
profesor de la Universidad de Brasilia, Marcelo Augusto Finazzi Santos,
descubrió que entre 1996 y 2005 se había suicidado un empleado bancario
cada 20 días, a causa de las presiones por metas, exceso de tareas y
pavor al desempleo. Los gestores actuales se muestran insensibles al
sufrimiento de sus funcionarios.
La Organización Mundial de la Salud estima que cerca de tres mil personas se suicidan diariamente, muchas de ellas por causa de la abusiva presión del trabajo. Le Monde Diplomatique de noviembre del presente año denunció que entre los motivos de las huelgas de octubre en Francia se
hallaba también la protesta contra el acelerado ritmo de trabajo
impuesto por las fábricas, que era causa de nerviosismo, irritabilidad y
ansiedad. Se volvió a oír de nuevo la frase de 1968 que rezaba: «metro,
trabajo, cama», actualizándola ahora como «metro, trabajo, tumba». Es
decir, enfermedades mortales o suicidio como efecto de la
superexplotación capitalista.
En los análisis que se hacen de la
crisis actual es importante incorporar este dato perverso: el océano de
sufrimiento que está siendo impuesto a la población, sobre todo a los
pobres, con el propósito de salvar el sistema económico, controlado por
pocas fuerzas, extremadamente fuertes, pero deshumanizadas y sin piedad.
Una razón más para superarlo históricamente, además de condenarlo
moralmente. En esta dirección camina la conciencia ética de la
humanidad, bien representada en las distintas realizaciones del Foro Social Mundial entre otras.
Vìa :
http://www.elciudadano.cl/2011/01/01/crisis-neoliberal-y-sufrimiento-humano/
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