La situación de Haití es un recordatorio constante de las fallas y
limitaciones de la cooperación internacional. A pesar de las
declaraciones entusiastas de solidaridad que siguieron al terremoto y
las promesas de ayuda hasta por 10 mil millones de dólares, éstas no se
han materializado. Un año después, las labores de reconstrucción se
encuentran casi en punto cero; no ha terminado, siquiera, la tarea de
levantar escombros. Más de un millón de damnificados viven todavía en
tiendas de campaña, donde las condicione de salud son muy precarias. La
epidemia de cólera que se desató a finales del año pasado ha encontrado
campo fértil para propagarse; hasta ahora, ha costado la vida de 3 mil
400 personas; muchas más se encuentran hospitalizadas. La violencia es
constante en las calles llenas de escombros y sin alumbrado.
Especialmente dolorosa es la que se ejerce sobre las mujeres; decenas de
violaciones ocurren cotidianamente, y el número de embarazos producto
de las mismas ha crecido significativamente.
No es difícil identificar los motivos por los que se encuentra
paralizada la ayuda para la reconstrucción de Haití. Las opiniones
coinciden en la necesidad de contar, previamente, con instituciones de
gobierno. Los países donantes tienen enorme desconfianza sobre la
corrupción y el mal manejo de los recursos. Temen que sean utilizados
de manera errática y esperan, por lo tanto, la presencia de funcionarios
que puedan administrarlos de manera eficiente. Respondiendo a esa
preocupación, la tarea principal de instituciones internacionales, como
la OEA, ha sido organizar elecciones que, en principio, debían dotar al
país del gobierno legítimo y eficiente que los donadores esperan.
Desgraciadamente, las elecciones presidenciales, celebradas a finales
de noviembre del año pasado, fueron un rotundo fracaso. Los resultados,
dados a conocer por la Comisión Nacional Electoral, fueron puestos en
duda de inmediato a través de manifestaciones callejeras, desordenadas y
violentas. Tal ha sido la forma de expresión política en Haití desde
hace muchos años. Los intentos de modificar ese comportamiento,
emprendidos por la Misión de la ONU para la estabilización de Haití, no
han tenido el menor éxito. Lo cierto es que dadas las condiciones en que
se prepararon y celebraron las elecciones –en un país devastado en el
que era imposible elaborar un padrón electoral confiable, donde no había
posibilidades de tener un control efectivo sobre los centros de
votación–, difícilmente podían ofrecerse resultados legítimos.
Ante el descontento popular, las instituciones internacionales
titubearon. A pesar de que, en un primer momento, la OEA había opinado
que hubo “irregularidades” durante la votación, pero no lo
suficientemente severas para rechazar los resultados, finalmente detuvo
sus declaraciones y procedió a la elaboración de un informe que acaba
de ser presentado al presidente René Préval.
El informe de la OEA considera que los resultados preliminares
anunciados por la Comisión Electoral no son válidos. No discute el
primer lugar obtenido por Mirlande Manigat, quien tiene el mayor número
de votos, pero no los suficientes para evitar una segunda vuelta. Las
diferencias se encuentran al decidir quién ocupa el segundo lugar. A
diferencia de la Comisión, el informe señala que, por un pequeño margen,
éste corresponde al carismático cantante Michel Martelly; deja por lo
tanto fuera del juego al candidato oficial Jude Celestin.
El problema mayor suscitado por el informe es que no establece la
fecha para celebrar la segunda vuelta. Dado que el gobierno actual
termina formalmente sus labores el 12 de febrero, Haití queda en un
limbo político a partir de entonces. El peor escenario para quienes
esperaban instituciones gubernamentales consolidadas.
Para aumentar la confusión, el dictador conocido como Baby Doc, uno
de los peores representantes de la arbitrariedad y la crueldad de un
dirigente, ha llegado inesperadamente al país después de 25 años de
ausencia. Los rumores sobre las fuerzas que han apoyado ese regreso son
múltiples. Las voces disímbolas de quienes han salido a vitorearlo y
quienes recuerdan los miles de crímenes cometidos durante su régimen
dan una idea de la polarización que puede producirse.
Ante semejante confusión, la pregunta vuelve con insistencia: ¿Cuál
es el camino para reconstruir Haití? Es evidente que poner por delante
la celebración de elecciones que permitan dotarlo de instituciones
democráticas y confiables no es la solución. Se necesitan muchos años
para cambiar una cultura política, lo cual no se logra mediante
observadores internacionales o misiones de paz. Vendrá después de una
mejora de la educación, el trabajo productivo y el involucramiento de
las comunidades. Pero entonces, ¿cuál es la alternativa a corto plazo?
En los días que siguieron al terremoto hubo voces a favor de un
involucramiento rápido de las Naciones Unidas para establecer un
gobierno de transición integrado principalmente por haitianos, pero de
la mano de expertos internacionales. La idea fue rechazada para dar
cabida a una defensa formal de la soberanía haitiana, encarnada por un
gobierno que se sabía carecía de las condiciones para actuar como
representante de un verdadero Estado, pero al que se colocó en el centro
de las decisiones. Las consecuencias están a la vista.
La solución corresponde ahora a los países más poderosos. A Estados
Unidos, a la Unión Europea, a los países emergentes como China o Brasil,
les toca convertirse en el aval para que ya no se detenga la ayuda para
la reconstrucción de Haití. Cómo se ejerce tal responsabilidad de la
manera más eficiente, es el desafío que deben enfrentar. No desbloquear
de inmediato la ayuda, esperando la improbable creación de instituciones
democráticas, sólo aumentará el peligro de una desestabilización aún
mayor y profundizará el dramatismo de una tragedia sin fin.
Fuente, vìa :
http://proceso.com.mx/rv/modHome/detalleExclusiva/87828
http://proceso.com.mx/rv/modHome/detalleExclusiva/87828
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