I: Bertrand Russell
Puede que la mejor introducción a la filosofía por la que quiero abogar sean unas pocas palabras autobiográficas. Yo no nací feliz. De niño, mi himno favorito era «Harto del mundo y agobiado por el peso de mis pecados». A los quince años se me ocurrió pensar que, si vivía hasta los setenta, hasta entonces solo había soportado una catorceava parte de mi vida, y los largos años de aburrimiento que aún tenía por delante me parecieron casi insoportables. En la adolescencia, odiaba la vida y estaba continuamente al borde del suicidio, aunque me salvó el deseo de aprender más matemáticas.Russell escribe este libro desde un punto de vista muy humano y cercano. En el prefacio deja claro que no es un libro dedicado a eruditos, y que tampoco pretende ser un libro para repartir la felicidad por el mundo. Su única intención es explicar la naturaleza de la felicidad. Con explicaciones autobiográficas como las que aquí os muestro nos introduce en un mundo que nos es común a todos los seres humanos, en el que todos tenemos momentos de felicidad y momentos de infelicidad. La sociedad es en cierto modo la que nos hace ver nuestros errores y defectos, y nos ataca directamente para que los mejoremos.
Ahora, por el contrario, disfruto de la vida; casi podría decir que cada año que pasa la disfruto más. En parte, esto se debe a que he descubierto cuáles eran las cosas que más deseaba y, poco a poco, he ido adquiriendo muchas de esas cosas. En parte se debe a que he logrado prescindir de ciertos objetos de deseo — como la adquisición de conocimientos indudables sobre esto o lo otro— que son absolutamente inalcanzables. Pero principalmente se debe a que me preocupo menos por mí mismo. Como otros que han tenido una educación puritana, yo tenía la costumbre de meditar sobre mis pecados, mis fallos y mis defectos. Me consideraba a mí mismo —y seguro que con razón— un ser miserable. Poco a poco aprendí a ser indiferente a mí mismo y a mis deficiencias; aprendí a centrar la atención, cada vez más, en objetos externos: el estado del mundo, diversas ramas del conocimiento, individuos por los que sentía afecto.
Es cierto que los intereses externos acarrean siempre sus propias posibilidades de dolor: el mundo puede entrar en guerra, ciertos conocimientos pueden ser difíciles de adquirir, los amigos pueden morir. Pero los dolores de este tipo no destruyen la cualidad esencial de la vida, como hacen los que nacen del disgusto por uno mismo. Y todo interés externo inspira alguna actividad que, mientras el interés se mantenga vivo, es un preventivo completo delennui. En cambio, el interés por uno mismo no conduce a ninguna actividad de tipo progresivo. Puede impulsar a escribir un diario, a acudir a un psicoanalista, o tal vez a hacerse monje. Pero el monje no será feliz hasta que la rutina del monasterio le haga olvidar su propia alma. La felicidad que él atribuye a la religión podría haberla conseguido haciéndose barrendero, siempre que se viera obligado a serlo para toda la vida. La disciplina externa es el único camino a la felicidad para aquellos desdichados cuya absorción en sí mismos es tan profunda que no se puede curar de ningún otro modo.
Bertrand Russell expone dos tipos de felicidad. Una la compartimos con los animales, que es la felicidad por tener salud y alimentos para sobrevivir. Este tipo de felicidad los habitantes de los países más desarrollados la suelen dar por hecho, por lo que no se aprecia como tal, recayendo toda nuestra felicidad en el segundo tipo, la que depende del sistema social y de la psicología de cada persona. Dicho de otra forma, cuando nuestras necesidades básicas peligran, nuestra felicidad depende únicamente de conseguir esas necesidades básicas. Cuando esto está cubierto, aparecen las necesidades creadas, y nuestra felicidad dependerá de satisfacer estas nuevas necesidades.
Algunas de estas necesidades son creadas por nosotros mismos. La necesidad de sentirnos queridos, la necesidad sentirnos guapos o la necesidad de sentirnos poderosos. Otras muchas pueden venir impuestas por la sociedad, o la educación. Como el propio Russell muestra en el fragmento autobiográfico que puse al principio, el haber sido creado en un entorno familiar dominado por el miedo al pecado, puede provocar al individuo una necesidad de cumplir con las pautas inventadas para evitar caer en el pecado.
Llegados a este punto, tenemos un gran abanico de posibilidades para ser infelices, por ello Russell escribió la segunda parte del libro, “Causas de la felicidad”. A lo largo de otros nueve capítulos enumera muchas de las causas de felicidad para algunas personas: el cariño, la familia, el trabajo, los intereses no personales o el entusiasmo son algunos de los que menciona. Pero al igual que en la primera parte del libro, un capítulo se puede considerar como clave, en este caso el último, “El hombre feliz”.
Se puede considerar que la sociedad a día de hoy se asemeja mucho a la que Bertrand Russell conoció cuando publicó “La conquista de la felicidad” en 1930. En el libro relata que para un individuo de nuestra sociedad, las necesidades básicas se pueden extender más allá de las animales, añadiendo a la salud y la comida, el amor, el éxito en el trabajo y el respeto de los suyos. Pero más allá de esto, las supuestas necesidades internas empiezan a ser prescindibles.
Entonces esto es… ¿un libro de autoayuda? Para nada.
Bertrand Russell no ayuda, ni soluciona ningún problema. Simplemente expone los hechos, lo que a su parecer son las causas de la infelicidad y de la felicidad. Luego nosotros podemos identificarnos, en un intento de dar sentido lógico a nuestros pensamientos tal y como pretende la filosofía analítica, desarrollada por el propio Russell junto a Gottlob Frege a principios del siglo XX.
Nota: En la misma línea de esto publiqué un pequeño relato hace meses, por si queréis echarlo un vistazo: El coste de mi tiempo y el precio de la felicidad, así como otro acercamiento al concepto de la guerra en La naturaleza de la guerra.
Fuentes y más información:
- La conquista de la felicidad – Bertrand Russel
- Post Original de :
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