Desde París
La llamada Revolución de los Jazmines que estalló en Túnez hace unas
semanas prendió como un reguero de pólvora en varios países árabes, y
no de los más pequeños. Yemen y sobre todo Egipto viven hoy revueltas
que tienen acentos revolucionarios. Se trata de un fenómeno tanto más
único cuanto que el discurso occidental siempre trató a los países
árabes como incapaces de asumir colectivamente un destino democrático.
Túnez, Argelia, Mauritania, Yemen y Egipto no sólo desmienten esos
argumentos sino que hacen temblar desde la raíz a las dictaduras que
gobiernan desde hace décadas con mano de hierro y privilegios
exorbitantes. Algunos analistas aseguran hoy que ya no se trata de saber
qué régimen caerá primero sino cuál se salvará de esta ola de
aspiraciones democráticas cuyos protagonistas son las clases medias, los
sectores menos favorecidos y los jóvenes, que se nuclean a través de
Internet y las redes sociales. Lo más moderno del mundo irrumpe como
instrumento de comunicación y protesta contra poderes dinosáuricos. Las
protestas revelan también la ruptura sin remedio entre autocracias
longevas, respaldadas históricamente por Occidente, y la legitimidad
popular. El sociólogo y filósofo Sami Naïr, profesor en ciencias
políticas en la Universidad de París VIII, presidente del Instituto
Magreb-Europa de la misma Universidad, analiza en esta entrevista con
Página/12 la originalidad y los resortes de esta revolución árabe. Autor
de ensayos y análisis brillantes sobre política internacional, Naïr
señala como primer resorte de la revuelta el hecho central de que el
miedo cambió de campo. Es el poder quien enfrenta hoy a un pueblo que ha
perdido el miedo.
–La Revolución de los Jazmines se plasmó en Túnez con la
inmolación de un joven y luego se extendió a otros países. Ahora, la
revuelta llega a Egipto y Yemen. Usted decía en un análisis que, tal
como ocurrió en América latina primero y luego en los países de Europa
del Este, cierta parte del mundo árabe se despierta a la historia.
–Siempre he pensado que, por lo menos en el siglo XX, el laboratorio
de los pueblos ha sido América latina. La Revolución Rusa no se puede
entender sin la Revolución Mexicana. Los latinoamericanos han inventado
todas las formas de lucha posibles e imaginables. En América latina se
han experimentado las guerrillas, las luchas políticas, los despotismos,
las dictaduras. A partir de los años ’80 y ’90, en casi todos los
países de América latina se cayeron las dictaduras. Ese movimiento
antidictatorial se desarrolló en otros lugares del mundo, por ejemplo en
los países de Europa del Este con la caída del Muro de Berlín. Ahora,
ese movimiento de fondo que se inició en América latina está tocando a
todos los países de la orilla árabe del Mediterráneo, e incluso más
allá, en la península arábiga, por ejemplo en Yemen. El problema radica
en que, contrariamente a lo que ocurrió en América latina, el movimiento
que estalló en estos países árabes no tiene dirección, ni organización,
ni programa. Es un movimiento totalmente espontáneo que consta de dos
características fundamentales: en primer lugar, se trata de un
movimiento que destruye definitivamente la idea de que estas sociedades
están condenadas a vivir con el peligro extremista, el peligro
fundamentalista por un lado y, por el otro, con la dictadura como
supuesta garantía necesaria contra ese peligro fundamentalista. Ahora se
está demostrando que el problema es mucho más complejo y que estos
países no quieren experimentar ni el islamismo ni el integrismo sino
que, fundamentalmente, desean la democracia. El segundo elemento
importante, y que puede recordar lo que ocurrió en América latina,
radica en que se trata de una alianza circunstancial entre las capas más
pobres, humildes, sin verdadera inserción social, y las capas medias
empobrecidas en estos últimos años. En la última década todos estos
países padecieron un empobrecimiento muy importante de las clases medias
y ahora hay una fusión entre estas capas medias y el fondo popular, las
clases pobres totalmente excluidas del proceso de integración dentro de
la sociedad.
–Si estas revueltas llegan hasta el final en estas
autocracias árabes estaríamos viviendo una auténtica revolución mundial,
un giro decisivo en la historia de nuestra concepción de los sistemas
políticos mundiales. Siempre se creyó que los países árabes eran
incapaces de asumir una forma de democracia popular y participativa.
–Eso corresponde a un discurso muy despreciativo construido por los
países occidentales, por el capitalismo internacional cuya sede es la
OCDE (Organización de Cooperación y de Desarrollo Económico), Estados
Unidos y la Comisión Europea. Estos actores quieren que en los países
árabes haya estabilidad y para ello necesitan regímenes fuertes,
dictatoriales, porque lo que les importa son dos cosas: en primer lugar
que esa gente no emigre y, en segundo, que las fuentes de recursos
petrolíferos estén garantizadas. Por eso han desarrollado ese discurso
en sintonía total con los dictadores, quienes siempre repitieron
“nuestros pueblos carecen de madurez política y cultural y, por
consiguiente, no pueden acceder a la democracia”. Sabemos que todo eso
es falso, que las aspiraciones democráticas son muy fuertes en esta
región del mundo. Creo que lo que está ocurriendo lo demuestra de manera
muy clara. Cada situación es específica. No se puede mezclar lo que
ocurrió en Túnez, un país que tiene una tradición laica y de elites
ilustradas y formadas, muy fuertes, con capas sociales muy cohesionadas,
con la situación en Yemen, donde impera un sistema tribal basado en la
dominación despótica de un clan. Lo único similar es el grado de
dominación y la forma de control, apoyadas en la policía o el ejército.
–La explosión social en Egipto tiene matices inéditos. En
Egipto el ejército desempeña un papel central, donde el presidente,
Hosni Mubarak, pertenece a él y donde quien está llamado a reemplazarlo,
o sea su hijo, Gamal Mubarak, es un liberal que no está bien visto por
las fuerzas armadas.
–El caso egipcio es muy particular, en primer lugar porque Egipto es
un viejo Estado de derecho, probablemente sea el Estado de derecho más
antiguo del mundo. El Estado de derecho moderno fue constituido por
Mohamed Ali entre finales del siglo XVIII y principios del XIX, o sea,
antes que nosotros en Europa supiésemos lo que era. Pero ese Estado fue
destrozado por los ingleses en el siglo XIX. En todo caso, el hijo de
Mubarak, Gamal, no representa la democracia. Gamal Mubarak es el
elemento clave de la nomenclatura que domina el país en su vertiente más
liberal. La cuestión del liberalismo no puede ser concebida únicamente
como liberalismo económico, salvo si se trata de comparar a Egipto con
China. En China tenemos un despotismo político neo comunista y un
liberalismo salvaje que encarna en realidad la dominación de una elite
burocrática. En Egipto es diferente. Es imposible que se pueda organizar
un sistema liberal sin democratización de la sociedad. Es indispensable
evitar que Egipto se transforme en una república hereditaria donde el
padre dictador nombra a su hijo futuro dictador liberal. La gente está
buscando otra cosa. La gente quiere la democratización de la sociedad
para que la sociedad civil pueda elegir con un debate democrático
transparente. El hijo de Mubarak es como su padre. La gente no lo quiere
porque ya tiene el ejemplo de Siria, donde el hijo reemplazó al padre y
terminó instaurando un sistema más o menos liberal pero con la misma
dictadura.
–Usted señala que lo que empezó a ocurrir en Túnez y luego
se extendió a otros países es que la costumbre del miedo cambió de
campo. Se acabó el miedo.
–Eso ha sido muy importante en este proceso. Yo estaba en Túnez
cuando todo esto empezó y vi cómo el miedo cambiaba de campo. La
revuelta tunecina estalló en la localidad de Sidi Bouzid con la
inmolación del joven Mohamed Bouazizi. A partir de allí todo se
trastornó. Hasta ese momento, el régimen tunecino estaba basado en el
temor. Pero la inmolación de Mohamed Bouazizi dio vuelta la situación,
sobre todo por la actitud del presidente de entonces, Ben Alí, quien
acudió a ver a la familia de la víctima. La gente se dio cuenta ahí de
que quien tenía miedo era el poder. Lo mismo está ocurriendo en Egipto.
Lo más importante en estas revueltas es la victoria de lo imaginario que
significa que han transformado la relación con el poder: ahora son los
dictadores quienes deben temer a sus pueblos. Eso no significa que
mañana vamos a tener una revolución en todas partes, no. El movimiento
puede avanzar, se va a retrasar, no sabemos lo que va a ocurrir. Pero lo
que sabemos, y ello ha sido integrado por la población, es que los
poderes se pueden cambiar cuando los pueblos anhelan cambiar sus
condiciones de vida y osan enfrentar al poder para elegir su propio
destino. Por eso pienso que estamos ante una ola que se va a
desarrollar. Estamos en la misma historia que los pueblos de América
latina abrieron en los años ‘80. Luego le siguieron los pueblos de
Europa del Este en los ‘90 y ahora vienen estos pueblos. No podemos
ocultar que lo que está ocurriendo es también una consecuencia de la
globalización. La globalización es mala socialmente pero tiene algo
bueno, que es la globalización de los valores democráticos en las
sociedades civiles.
efebbro@pagina12.com.ar
Fuente, vìa :
Imagen EFE
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