Según una encuesta elaborada por el inegi y dada
a conocer en los primeros días de enero, más de la mitad de los
mexicanos tiene miedo de andar por las calles después de las cuatro de
la tarde. Esa misma encuesta señala que la gente se siente 5.9% más
insegura que en 2009.
El inegi nos informa
que cada día estamos más asustados. Les creo. Pero no estamos 5.9% más
asustados. Estamos triplemente aterrados, mil por ciento más
despavoridos.
El año pasado, según
la Secretaría de Gobernación, el número de ejecutados en esta guerra
infame fue de 15 mil 279. Esta es la cifra oficial. Si esta es la
oficial, la cifra negra ha de ser mucho mayor. No quiero ni imaginar
aquello que aún no ha sido descubierto, que los asesinos han decidido
esconder: las narcofosas, los pozoleados, los entambados
desaparecidos, secuestrados, lo que no vemos, lo que ignoramos.
Además, en las
encuestas nadie dice la verdad. Los mexicanos somos gente educada en la
desconfianza y el recelo. Todo el mundo calla lo que piensa, y más
cuando quien pregunta tiene algo que ver con el gobierno o cualquier
instancia de aspecto oficial. Imagino, como si lo estuviera oyendo, el
siguiente diálogo en una encuesta hipotética:
–¿Usted cree que el
gobierno está haciendo bien las cosas en cuestión de seguridad?–
pregunta el bienintencionado encuestador.
Me lo imagino joven y
entusiasta. Es, quizás, un estudiante de Geografía de la unam y está
en el inegi haciendo el servicio social.
–Eeeh… pues no,
¿verdad? (Pero aquí el entrevistado se acuerda de que no ha pagado ni
el agua ni el predial. Y si alguien en el gobierno se entera de que
anda diciendo por ahí que la guerra es un error, ¿quién le dice que no
le van a mandar a un funcionario de Conagua acompañado de tres
judiciales para cobrarle, no sólo su recibo de agua, sino el de toda la
cuadra? ¿O mandarle una boleta de predial con dos ceros de más? Todo
es posible en este país.)
–Es decir, ¿usted
opina que el presidente Calderón está equivocado?
El entrevistado
siente que un escalofrío le recorre la espalda. ¿Y si Calderón se
entera de lo que dijo? ¿Y si lo acusa de estar de parte del narco?
¿O de ser un narco?
–No, pues… está
bien. Ni modo, así se ha puesto la cosa –balbucea el entrevistado.
–Y dígame –persiste
el encuestador, y esta pregunta sí forma parte del informe del inegi–,
¿cómo cree que van a estar las cosas en los doce meses siguientes?
El entrevistado
siente ganas de llorar, de tomarse un tequila o un Valium. Aunque fuera
la persona más distraída de México, sabe que las cosas han ido de mal
en peor; que las ejecuciones son cada vez más numerosas y crueles; que
los daños colaterales aumentan; que la impunidad va de la mano
con los discursos triunfalistas del gobierno. Pero no puede confiarse
al encuestador. No lo conoce, no es su amigo y además, es casi un
chamaco.
No puede decirle que
está deprimidísimo porque, además de la violencia, ya no le alcanza el
sueldo. Y ni soñar con buscar otro empleo. No hay trabajo. El
autoproclamado “presidente del empleo” está empeñado en una guerra
confusa y sangrienta. ¿Por qué sigue? ¿Cómo le hace para dormir? ¿Qué
no le pesan los muertos?
El entrevistado se
imagina la recámara de Calderón en Los Pinos: alfombras espesas,
blancas; sábanas de algodón egipcio, almohadas de pluma. Un edredón
grueso y ligero. En la pared un Tamayo, un Rivera, algo así. El baño de
mármol. Grifos simples, mates, de acero, y una regadera con muchísima
presión.
Pero el encuestado
está seguro de que él no podría dormir, ni arropado con los lujos
presidenciales, por los muertos. De veras, no sabe cómo duerme
Calderón.
Al entrevistado le
dan tristeza los muertos “aunque sean narcos”. Lo de las
decapitaciones lo espeluzna. También le pesan los soldados, los
policías municipales, los migrantes. “Pobres –piensa el entrevistado–.
Hijos, y las mujeres… en Juárez, en el estado de México. Las activistas…
Antes Monterrey era tranquilo. Y Torreón. Y Morelia. También en
Morelos se cuecen habas. Huy, qué depresión, qué coraje.”
El otro día dijeron
en la radio que hay escasez de calmantes, ansiolíticos y antidepresivos
en Ciudad Juárez. Además de lo obviamente doloroso de la noticia, hay
en ella algo bufo, grotesco. Que aumente la necesidad de drogas
legales debido a la lucha contra las drogas.
El entrevistado,
apachurradísimo, sale de su ensimismamiento y responde:
–Creo que el año que
entra la cosa va a estar más o menos igual.
Fuente, vìa :
http://www.jornada.unam.mx/2011/01/23/sem-veronica.html
http://www.jornada.unam.mx/2011/01/23/sem-veronica.html
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