viernes, 28 de enero de 2011

Mèxico : Respuestas vagas. Verónica Murguía. El entrevistado siente ganas de llorar, de tomarse un tequila o un Valium. Aunque fuera la persona más distraída de México, sabe que las cosas han ido de mal en peor; que las ejecuciones son cada vez más numerosas y crueles; que los daños colaterales aumentan; que la impunidad va de la mano con los discursos triunfalistas del gobierno.

Según una encuesta elaborada por el inegi y dada a conocer en los primeros días de enero, más de la mitad de los mexicanos tiene miedo de andar por las calles después de las cuatro de la tarde. Esa misma encuesta señala que la gente se siente 5.9% más insegura que en 2009.
El inegi nos informa que cada día estamos más asustados. Les creo. Pero no estamos 5.9% más asustados. Estamos triplemente aterrados, mil por ciento más despavoridos.
El año pasado, según la Secretaría de Gobernación, el número de ejecutados en esta guerra infame fue de 15 mil 279. Esta es la cifra oficial. Si esta es la oficial, la cifra negra ha de ser mucho mayor. No quiero ni imaginar aquello que aún no ha sido descubierto, que los asesinos han decidido esconder: las narcofosas, los pozoleados, los entambados desaparecidos, secuestrados, lo que no vemos, lo que ignoramos.
Además, en las encuestas nadie dice la verdad. Los mexicanos somos gente educada en la desconfianza y el recelo. Todo el mundo calla lo que piensa, y más cuando quien pregunta tiene algo que ver con el gobierno o cualquier instancia de aspecto oficial. Imagino, como si lo estuviera oyendo, el siguiente diálogo en una encuesta hipotética:
–¿Usted cree que el gobierno está haciendo bien las cosas en cuestión de seguridad?– pregunta el bienintencionado encuestador.
Me lo imagino joven y entusiasta. Es, quizás, un estudiante de Geografía de la unam y está en el inegi haciendo el servicio social.
–Eeeh… pues no, ¿verdad? (Pero aquí el entrevistado se acuerda de que no ha pagado ni el agua ni el predial. Y si alguien en el gobierno se entera de que anda diciendo por ahí que la guerra es un error, ¿quién le dice que no le van a mandar a un funcionario de Conagua acompañado de tres judiciales para cobrarle, no sólo su recibo de agua, sino el de toda la cuadra? ¿O mandarle una boleta de predial con dos ceros de más? Todo es posible en este país.)
–Es decir, ¿usted opina que el presidente Calderón está equivocado?
El entrevistado siente que un escalofrío le recorre la espalda. ¿Y si Calderón se entera de lo que dijo? ¿Y si lo acusa de estar de parte del narco? ¿O de ser un narco?
–No, pues… está bien. Ni modo, así se ha puesto la cosa –balbucea el entrevistado.
–Y dígame –persiste el encuestador, y esta pregunta sí forma parte del informe del inegi–, ¿cómo cree que van a estar las cosas en los doce meses siguientes?
El entrevistado siente ganas de llorar, de tomarse un tequila o un Valium. Aunque fuera la persona más distraída de México, sabe que las cosas han ido de mal en peor; que las ejecuciones son cada vez más numerosas y crueles; que los daños colaterales aumentan; que la impunidad va de la mano con los discursos triunfalistas del gobierno. Pero no puede confiarse al encuestador. No lo conoce, no es su amigo y además, es casi un chamaco.
No puede decirle que está deprimidísimo porque, además de la violencia, ya no le alcanza el sueldo. Y ni soñar con buscar otro empleo. No hay trabajo. El autoproclamado “presidente del empleo” está empeñado en una guerra confusa y sangrienta. ¿Por qué sigue? ¿Cómo le hace para dormir? ¿Qué no le pesan los muertos?
El entrevistado se imagina la recámara de Calderón en Los Pinos: alfombras espesas, blancas; sábanas de algodón egipcio, almohadas de pluma. Un edredón grueso y ligero. En la pared un Tamayo, un Rivera, algo así. El baño de mármol. Grifos simples, mates, de acero, y una regadera con muchísima presión.
Pero el encuestado está seguro de que él no podría dormir, ni arropado con los lujos presidenciales, por los muertos. De veras, no sabe cómo duerme Calderón.
Al entrevistado le dan tristeza los muertos “aunque sean narcos”. Lo de las decapitaciones lo espeluzna. También le pesan los soldados, los policías municipales, los migrantes. “Pobres –piensa el entrevistado–. Hijos, y las mujeres… en Juárez, en el estado de México. Las activistas… Antes Monterrey era tranquilo. Y Torreón. Y Morelia. También en Morelos se cuecen habas. Huy, qué depresión, qué coraje.”
El otro día dijeron en la radio que hay escasez de calmantes, ansiolíticos y antidepresivos en Ciudad Juárez. Además de lo obviamente doloroso de la noticia, hay en ella algo bufo, grotesco. Que aumente la necesidad de drogas legales debido a la lucha contra las drogas.
El entrevistado, apachurradísimo, sale de su ensimismamiento y responde:
–Creo que el año que entra la cosa va a estar más o menos igual. 

Fuente, vìa :

http://www.jornada.unam.mx/2011/01/23/sem-veronica.html

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