Hoy estamos discutiendo cómo resolver el problema de Gas de Magallanes. Ayer, el de Hidroaysén. Antes de ayer, el de la Central Barrancones y la Central Castilla y el mes pasado la construcción de Campiche encima del poblado de Puchuncaví, Ventanas y Quintero en la V Región.
¿Cómo puede ser que cada proyecto
energético sea tan complejo, tan difícil y dé curso a tantos problemas?
¿Qué es lo que está fallando para que las cosas terminen de este modo
siempre?
No faltará quien sea facilista y diga -campaña millonaria mediante- que la culpa es de los hippies retrógrados
que se niegan al progreso, encubriendo en ese mensaje su propia
incapacidad para asumir que el progreso implica no sólo “más”, también
“mejores” proyectos. La nueva versión de ese argumento -aún más agresivo
que el anterior- es que un grupo de extranjeros quiere guardarse para
sí los maravillosos paisajes que los proyectos van a destruir
básicamente no para protegerlos si no por egoísmo, para que nadie los
toque. Frescura igual no he visto.
Lo cierto es que Chile presenta
un escenario energético que merece revisión, de cara a la ciudadanía.
En una esquina, la inversión en proyecto energéticos proyectada para el
ciclo 2010-2014 es de U$28.589 millones, según la corporación de bienes
de capital. Incluso el diario Estrategia señala
que la cifra crece hasta U$31.000 millones, fundamentalmente como
resultado de megaproyectos como Hidroaysén y centrales termoeléctricas.
Mientras en EEUU ninguna
central de carbón fue levantada el año 2010, en Chile la lista de
proyectos en fase de evaluación para definir su factibilidad es enorme.
Invertir en energía es negocio, y el precio lo pagamos todos. En
Magallanes la falta de prolijidad en la estrategia del Gobierno tuvo a la ciudad paralizada en protesta para detener la amenaza de un incremento gigantesco del costo de la vida. En Coronel la
población ya está hastiada por la cantidad de centrales que se
construyen en la misma ciudad; tener un puerto habilitado los ha
condenado a soportar los efectos a diario. En Punta Choros
la falta de prolijidad determinó de exabrupto la intervención
presidencial y en el caso de la central Castilla los nombramientos
apresurados de autoridades sanitarias han impedido un proceso regular de
evaluación sobre el proyecto.
Este año es crítico y resulta muy
disonante reconocer en las autoridades un escaso compromiso de hecho con
la inversión en Energías Renovables No Convencionales frente a tanto
gesto de amabilidad con la inversión privada; la misma que llega a
límites vergonzosos al señalar que de la construcción de sus proyectos
depende el desarrollo del país en los próximos diez años.
El escenario es simple y se hace urgente
una respuesta de las autoridades sobre el tema: La energía es un
negocio gigantesco y de asegurada rentabilidad que se ha salido de
manos. Nuestro desarrollo está en juego justamente porque necesitamos
asegurar energía suficiente, limpia y renovable. Quien debe asumir el
liderazgo en la materia es el Gobierno con líneas claras que fomenten la
inversión, regulen el actual mercado y garanticen que nunca más se
pondrá en riego el hábitat ni el medio ambiente para favorecer los
intereses de privados. La visión de Greenpeace sobre el escenario actual que detalla estos puntos se encuentra en el documento “Chile sin carbón” disponible en su web.
Los cambios se necesitan ahora. Cada
minuto de silencio y complicidad agrava la situación y se traduce en
costos directos para familias vulnerables. Un gobierno que se ha puesto
como meta terminar con la pobreza no puede obviar que decisiones
improvisadas y falta de visión impactan de frente a quienes más
necesitan de su apoyo: los ciudadanos.
Por Matías Asún
Texto -de origen externo- incorporado a este sitio web por (no es el autor):
Cristián Andrés Sotomayor DemuthVìa :
http://www.elciudadano.cl/2011/01/27/conflictos-sociales-y-energia-en-chile-la-politica-de-la-no-politica/
No hay comentarios:
Publicar un comentario