Punto Final
Impulsado por la codicia, el capitalismo ha convertido la alimentación en una industria millonaria. Para maximizar sus ganancias, utiliza de manera creciente productos químicos y transgénicos que dañan la salud del ser humano. Literalmente, a diario estamos comiendo veneno, por la alta toxicidad de algunos componentes de los productos que se consumen. En el mundo cuatro empresas controlan el 80 por ciento de la biotecnología, el 23 por ciento del mercado de los plaguicidas y el 10 por ciento de la producción transgénica. Sus utilidades anuales llegan a la cifra sideral de más de 24 mil millones de dólares. La reciente denuncia de que Nestlé y Watt’s producen en Chile alimentos contaminados con pesticidas ha puesto en evidencia la falta de regulación y controles sobre la calidad de estos productos, con consecuencias nocivas para la salud de la población y efectos todavía no bien dimensionados para nuestra condición de país exportador de alimentos primarios o industrializados.
Un análisis de la organización de consumidores Liga Ciudadana midió
residuos de pesticidas en alimentos procesados que contienen entre sus
ingredientes frutas, verduras, hortalizas y/o cereales, a través de un
estudio de laboratorio realizado a colados para bebés contaminados con
Iprodione, un fungicida tóxico de uso agrícola. El análisis mostró
además componentes de la misma naturaleza en una sopa en polvo para
adultos mayores del programa “Años Dorados”, del Ministerio de Salud y
en un jugo de naranjas Watt’s, que tenía trazas de Carbaryl. La
veracidad de los antecedentes detectados fue ratificada por el análisis
realizado por el Instituto de Salud Pública (ISP) a las mismas muestras
sobre las que se realizó el estudio de la Liga, y por una contramuestra
practicada a otros lotes del mismo producto.
La doctora Cecilia
Castillo, encargada técnica del estudio en la Liga Ciudadana, afirma
que los plaguicidas son usados ampliamente en la agricultura,
principalmente en el periodo de cosecha y que sus consecuencias dependen
en gran medida de las prácticas productivas y del control de estos
procesos. “Si encontramos altos niveles de contaminación en el producto
final, podemos presumir que la cantidad de pesticida que entró al
proceso inicial de producción era mayor” señala.
Respecto a los
efectos, la doctora -pediatra y nutrióloga- precisa que no se trata de
que comamos algo y nos afecte al día siguiente. El riesgo es crónico y
se manifiesta posteriormente, por acumulación, en trastornos
neuro-cognitivos, cánceres y alteraciones de tipo endocrino e
histológico. Y las etapas más cruciales en ese sentido son la infancia y
el embarazo; porque en los primeros años de vida, el sistema nervioso
está en pleno proceso de formación y los niños tienen márgenes mucho más
bajos de tolerancia a estas sustancias.
Luego de recibir a los
directivos de la Liga Ciudadana, el ministro de Salud, Jaime Mañalich,
se comprometió a encargar análisis periódicos a los productos que
contienen como ingredientes frutas, verduras u hortalizas, y a
establecer a partir de junio de este año normas que regulen la presencia
de pesticidas en los alimentos procesados. Para que estos controles y
regulaciones surtan efecto se necesita también monitoreo de estos
agentes químicos realizados por el Ministerio de Agricultura a través
del Servicio Agrícola y Ganadero (SAG).
La denuncia tiene precedentes
La contaminación de productos alimenticios con agroquímicos tóxicos no
es nueva. En junio de 2010 otro análisis de residuos encargado por Canal
13 de televisión al laboratorio Andes, ya había revelado que los
chilenos estamos consumiendo hortalizas contaminadas con plaguicidas
capaces de generar cáncer y otras enfermedades crónicas. En este caso se
constató la utilización de plaguicidas que han sido prohibidos en la
Unión Europea o clasificados como tóxicos o peligrosos por la
Organización Mundial de la Salud (OMS).
Un conjunto de 36
muestras de espinacas, lechugas, tomates y pimentones adquiridas en la
Vega Central y en los supermercados Jumbo y Líder fueron analizadas por
el laboratorio Andes Control y el resultado no fue nada alentador. En
espinacas, pimentones, lechugas y tomates, el 20 por ciento de la
muestra no cumplió la norma chilena sobre Límite Máximo de Residuos de
Plaguicidas Permitidos (LMR); aunque la regla nacional es menos exigente
que la de países desarrollados. De acuerdo al análisis, un 44 por
ciento de los productos examinados no podrían ser consumidas en la Unión
Europea y un 61 por ciento no cumplía con las normas vigentes en
Estados Unidos.
Según María Elena Rozas, coordinadora de la Red
de Acción de Plaguicidas (RAP-Chile), “estamos muy lejos de las normas
de Estados Unidos y de los países europeos en materia de control de
plaguicidas en alimentos y su denuncia. Existe entre muchos agricultores
la práctica habitual de aplicar sobredosis de pesticidas para asegurar
su producción”. Recuerda que en un solo ejemplar de tomate se detectaron
siete: clortalonil, fenhexamid, tebuconazole, acetamiprid, boscalid,
pyraclostrobin, thiametoxam; y en una lechuga ocho: acetamiprid,
carbendazim, imidacloprid, metomilo, tiametoxam, tiofanato metil,
cihalotrin lambda e iprodione.
Según María Elena Rozas, la
situación afecta también a los trabajadores y trabajadoras agrícolas.
Las autoridades han decidido ignorar el impacto en los consumidores, ya
que en la última década sólo se ha realizado un estudio público de
residuos en frutas y hortalizas en 2006, cuyos resultados fueron
retenidos por largo tiempo. Los únicos estudios anteriores conocidos los
realizaron el Servicio Nacional del Consumidor (Sernac) en 1994 y el
Instituto de Salud Pública en 1999/2000. Ambos evidenciaron malas
prácticas agrícolas y el uso de plaguicidas dañinos para la salud y con
efecto cancerígeno.
El doctor Ricardo Uauy, presidente del
Comité Científico de la Organización Mundial de la Salud (OMS) y
especialista en temas de alimentación, propone instaurar un sistema de
vigilancia de inocuidad alimentaria. Enfatiza la necesidad de monitorear
de manera regular la contaminación con sustancias tóxicas. Uauy alertó
sobre el estudio de Liga Ciudadana e invitó a la autoridad sanitaria a
ejercer controles periódicos. Señaló que los efectos de los plaguicidas
se dejan sentir tras largo tiempo y que es muy difícil relacionar causa
con sus eventuales efectos; lo que se come hoy puede incidir en un
futuro cáncer años después. El doctor Uauy enfatiza que Chile está a
ciegas en materia de inocuidad y que se deben definir normas que
permitan conocer los efectos sobre la salud.
Alimentos de origen animal en lista roja
En la industria productora de alimentos de origen animal es habitual el
uso de antibióticos de manera indiscriminada para prevenir epidemias de
origen bacteriano que pudieran afectar a cerdos o aves, hacinados en
planteles en los que el contagio suele ser vertiginoso. También es
frecuente el abuso de antivirales para moderar el efecto de enfermedades
como la gripe porcina o aviar. Ambos virus han dado origen a nuevas
variantes que han terminado por afectar al ser humano.
Los
mismos peligros se ciernen sobre la industria salmonera, en la que
también es frecuente el uso de antibióticos y existe la posibilidad de
epidemias virales que pueden terminar por afectar a las personas. De
manera periódica se sabe de brotes de la anemia infecciosa del salmón
(virus ISA) en el sur de Chile. ISA es un virus parecido a la influenza
que hasta ahora no afecta a otros peces, especies marinas o a seres
humanos; aunque nada asegura que no suceda en el futuro. El virus se
presentó por primera vez en Noruega en 1984 y en Chile en 2007, en un
centro de cultivo ubicado en la isla Lemuy, Chiloé. El más reciente
brote ocurrió en noviembre de 2010 en Puerto Natales, Región de
Magallanes.
El director del Centro Ecoceanos, Juan Carlos
Cárdenas, considera inaceptable que cada vez que mueren salmones por
efecto del ISA, las empresas comercialicen subrepticiamente en forma
masiva salmones provenientes de brotes virales. Cárdenas responsabiliza a
las autoridades del Servicio Nacional de Pesca de minimizar las
violaciones a la normativa que estas empresas realizan en perjuicio de
la población.
Transgénicos en la mira
Existe
creciente preocupación por la producción y comercialización de alimentos
que contienen entre sus ingredientes productos genéticamente
modificados, porque no se conocen cabalmente sus efectos para la salud
humana y el ecosistema, aunque ya comienzan a vislumbrase algunas
consecuencias para la salud.
Los transgénicos son seres vivos
del mundo animal o vegetal producidos de manera no natural, que tienen
en su composición al menos un gen de otra especie que ha sido
introducido mediante un proceso de manipulación genética, para implantar
en ese nuevo ser creado por el hombre ciertas características que se
desea potenciar, como la resistencia a ciertas enfermedades o su
velocidad de crecimiento.
Actualmente el Estado chileno está
empeñado en subsidiar proyectos orientados a agregar valor a la
producción agropecuaria y para ello está desarrollando, con el apoyo del
BID, un Programa Nacional de Biotecnología, que incluye el desarrollo
de organismos transgénicos.
Aunque todavía no se comercializan
en el mercado interno, el país permite la multiplicación de semillas
transgénicas, producidas mayoritariamente por la transnacional Monsanto.
Chile es el 5º productor mundial de semillas y el 70 por ciento de esa
producción es transgénica. El SAG determina los lugares donde se pueden
cultivar para su exportación al Hemisferio Norte, como semillas de
contra-temporada. Autorizó en 2010 el cultivo de semillas transgénicas
en unas 30 mil hectáreas, e hizo pública una lista con la superficie
autorizada en cada región, pero no informó su ubicación exacta.
Organizaciones campesinas solicitaron esta información a través del
Consejo para la Transparencia, que en julio del año pasado conminó al
SAG a entregar la ubicación precisa de los cultivos. Las organizaciones
también recurrieron a la justicia y el caso se ventila en tribunales.
La falta de información sobre los lugares en que se producen semillas
transgénicas en Chile atenta contra la incipiente agricultura orgánica
(sin pesticidas ni transgénicos), ya que estas semillas genéticamente
modificadas pueden contaminar esos productos a través de la
polinización. También dañan el medioambiente natural, ya que inciden en
la reproducción natural de otros vegetales, insectos o microorganismos.
Los vegetales transgénicos se pueden cruzar con sus similares en estado
natural y empobrecen de manera irreversible la variabilidad genética.
Se dijo que por obra de los transgénicos aumentaría la productividad y
disminuiría el uso de pesticidas, pero estos supuestos no se han
cumplido. En Uruguay, Brasil o Argentina hubo inicialmente aumento de la
productividad y bajó el consumo de pesticidas, pero con el tiempo
disminuyó el rendimiento y volvió a incrementarse el uso de pesticidas.
Las empresas dicen que los transgénicos son inocuos, que mejoran el
rendimiento y que aportan calidad nutritiva; pero se niegan a rotular su
presencia en los alimentos. Flavia Liberona, directora ejecutiva de la
Fundación Terram, defiende el derecho de los consumidores a saber y
elegir. Por esta razón, exige rotular en los alimentos que se venden el
uso de transgénicos. “Sospechamos que cualquier producto que contenga
maíz o soya tiene altas posibilidades de ser transgénico. Además, se
rumorea que un porcentaje alto del trigo que ingresa a Chile es
transgénico y eso nos lleva a la sospecha de que el pan que estaríamos
comiendo puede tener componentes de esta naturaleza”.
¿Chile potencia alimentaria?
Terram junto a Cenda y el Canelo de Nos desarrollan el programa
Potenciando Ciudadanía, financiado con recursos de la Unión Europea, que
busca abrir debate sobre el slogan gubernamental “Chile potencia
agroalimentaria y forestal”. Flavia Liberona precisa que en materia de
alimentos, el país tiene que producir más calidad y no mayor cantidad,
porque nuestra superficie cultivable es muy limitada. Agrega que no se
puede hablar de “Chile potencia alimentaria”, cuando se constatan los
efectos ambientales asociados a un tipo de producción agrícola, forestal
o acuícola que estimula el monocultivo, usa de manera masiva pesticidas
y transgénicos y establece condiciones laborales abusivas para sus
trabajadore.
(Publicado en “Punto
Final”, edición Nº 727, del 21 de enero al 3 de marzo, 2011)
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