Foto: Richard Corman
Mandela:
libertad y humanismo
libertad y humanismo
Leandro Arellano
En el largo pasillo que bordea la sala del
plenario eran muchos los que hacíamos cola para estrechar la mano de
aquel hombre que, confinado en la cárcel, se había convertido en una
leyenda. Ya en libertad la prensa mundial lo seguía de cerca, como a
las lumbreras del jet set internacional. Mi área de trabajo en
la Misión de México ante Naciones Unidas comprendía otros temas, pero
me arrastró mi interés por aquel hombre que, virtuoso como Catón y
sabio como Marco Aurelio, continuaba su biografía épica, haciendo
tambalear al férreo sistema sudafricano mientras recorría el mundo
reclamando el fin del régimen racista.
Se dirigió a una sala a
reventar en el plenario de la Asamblea General, aquella tarde de otoño
del ’93. Alto, magro, bien vestido y con la sonrisa agraciada que ha
sido su mayor salvoconducto, saludaba después de su intervención a
embajadores y delegados que se alineaban para manifestarle admiración,
reconocimiento, apoyo. Desde mi niñez había seguido su trayectoria,
escuchando los choques en los distintos frentes de la Guerra fría, o
leyendo en la adolescencia sobre la Guerra de Vietnam, de las luchas de
liberación en Asia y África, de la batalla del pueblo sudafricano
contra el apartheid y del hombre que la encabezaba.
Mandela nació en 1918 en
las llanuras del Transkei y creció en el seno de una familia extendida,
que comprendía a toda la descendencia de su padre y sus cuatro
esposas. Su padre fue un jefe tribal que murió de tuberculosis cuando
Mandela tenía nueve años. Mandela fue también el primero de la familia
en asistir a la escuela y allí se convirtió a la Iglesia metodista. En
las escuelas que atendió, dirigidas por misioneros rigurosos, añadió a
sus dotes naturales hondos valores cristianos, autodisciplina y cierto
desapego. En el transcurso de su vida ha recordado con añoranza el
paisaje bucólico de su niñez.
De un tutor heredó la
propensión a vestir con esmero y en su juventud, además de vestir con
elegancia, gustaba de la música, del baile y de los buenos
restaurantes. Cuidaba su físico y poseía modales refinados. Pasaba por
apuesto y elegante y –hasta su vejez– las mujeres lo han admirado y él
ha sido obsecuente. En los estudios no destacaba especialmente y sus
paradigmas eran deportistas y atletas; practicaba el boxeo y el jogging
y no se interesaba por la política. A lo más que aspiraba al contar
veintidós años era a hacer carrera en el servicio civil.
Fue al mudarse a
Johannesburgo para ingresar a la universidad cuando conoció la sevicia y
el oprobio del racismo. Durante su prolongada lucha por la liberación
de Sudáfrica, Mandela hizo numerosos amigos, pero fue en esa etapa en
Johannesburgo donde conoció a quienes serían los más afines a su
travesía redentora: Oliver Tambo, Walter Sisulu, Ahmed Kathrada y Anton
Lembede. En su vasto recorrido, tampoco ha olvidado que fue un judío
el primer blanco que lo trató como un ser humano, confió en él y le dio
un empleo.
Se graduó en la
Universidad de Sudáfrica y con Oliver Tambo estableció un próspero
bufete jurídico, con abundante clientela; fue el primer despacho de
abogados negros en su país. Más tarde, con Sisulu, Tambo y Lembede
fundó, en 1944, la liga juvenil de Congreso Nacional Africano (cna).
Durante la “Campaña de desafío”, antes de la clandestinidad |
Con el triunfo del
Partido Nacional –que sustentaba la política de segregación racial–
Mandela comenzó su verdadera militancia política en 1948. Destacó su
liderazgo en la “Campaña de desafío” de 1952 y en el “Congreso popular”
de 1955, que adoptó la popular “Carta de la libertad”, la plataforma
política para una Sudáfrica sin racismo. En esa etapa el cna se hallaba
comprometido con la política de no violencia, a protestar
pacíficamente en seguimiento de las enseñanzas de Gandhi, quien a
principios del siglo había establecido esa práctica como arma de lucha
entre los descendientes de los hindúes que habían arribado a Sudáfrica
en 1860.
Persecución y clandestinidad
Mandela fue arrestado por
primera vez en 1956, acusado de traición. En 1961 se convirtió en el
líder de la mk, el brazo armado del cna, donde se organizaban campañas
de sabotaje contra objetivos militares y gubernamentales, se allegaban
fondos del exterior en apoyo de la lucha de liberación y se fraguaba
una guerrilla en caso de que otras presiones contra el régimen racista
no fructificaran.
El activista se iba
transformando frente a la injusticia; en la resistencia y en la lucha
se forjaba el auténtico líder. Este hombre que consideraba que los más
terribles muros son los que se desarrollan en la mente, abrevaba en
lecturas sobre las luchas de liberación de otros pueblos, hallando en
la Revolución cubana una fuente de inspiración.
En 1962 visitó a Julyus
Nyerere, el libertador de la actual Tanzania, quedando prendado de la
modestia y sencillez de aquel maestro rural que, al retirarse del
gobierno, veintitrés años más tarde de su asunción, continuaba tan
pobre como al comenzarlo. El y Nyerere discreparon en su visión de los
problemas africanos. No era para menos: Nyerere mantuvo siempre un pie
en el cielo y otro en la tierra, mientras que Mandela era un todo
terreno.
A un diario de
Johannesburgo declaró años más tarde que su etapa en la clandestinidad
había sido la época más inspiradora. Su liderazgo en esa organización,
sin embargo, dependía más de su ejemplo personal que de su capacidad de
organización, al decir de sus críticos.
Los diplomáticos ingleses
y estadunidenses, usualmente tan eficientes, desconocían a Mandela
antes de su encarcelamiento. Fue arrestado en agosto de 1962, luego de
casi año y medio en la clandestinidad, y gracias a un aviso de la cia.
Acusado de sabotaje, fue condenado a cadena perpetua cuando contaba con
cuarenta y seis años, una edad en la que los políticos tienden a
olvidar su idealismo. Pero Mandela se concentró en meditar sobre sus
principios e ideales.
11 de febrero de 1990, Nelson Mandela sale de prisión, lo acompaña su esposa Winnie Foto: Alexander Joe |
Su celda de Robben
Island es, quizás, la habitación en que ha permanecido mayor tiempo a lo
largo de su extensa vida. Durante los primeros años las condiciones
fueron inhumanas, la alimentación pobre y nulo el contacto con el mundo
exterior. Mandela podía recibir nada más una carta y una visita cada
seis meses.
Prisión, presión y liberación
Los años de cautiverio
fueron, también, años de transformación. Robben Island fue escuela de
formación moral, cultural, académica y física para los presos políticos
alrededor del cna, con Mandela como líder. Él y sus amigos crearon en
la prisión un ambiente intelectual que alcanzó a los custodios. El
mismo Mandela obtuvo una licenciatura a través del programa a distancia
de la Universidad de Londres. Oliver Tambo desde el exilio y Walter
Sisulu y Ahmed Kathrada en la cárcel, se mantuvieron como su compañía
inseparable.
La fortaleza de su
carácter lo preservó de toda desviación y a mantener su dignidad.
Vivían en una atmósfera puritana, exenta de sexo y alcohol. Mandela
despertaba cada madrugada a ejercitar el cuerpo y, aun siendo
presidente de su país, conservaba el hábito de hacer su propia cama al
levantarse. Civilidad, dignidad y disciplina voluntaria constituyeron
el código de conducta y cooperación de los presos. Con determinación,
imponiendo y otorgando respeto y haciendo valer sus conocimientos
jurídicos, Mandela obtuvo no sólo consideración por parte de los
custodios, sino su amistad.
Más allá de los muros de
su prisión, la población sudafricana se agitaba y el mundo cobraba
conciencia sobre la crueldad del sistema. La reputación de Mandela como
el mayor líder negro de Sudáfrica crecía día con día, mientras que él
sobrellevaba con paciencia su cautiverio. Las contrariedades consumen a
algunos hombres, pero fortalecen a otros. En carta a su esposa Winnie,
detenida en prisión en cierto momento, le recomienda conocerse a sí
misma. El sufrimiento no aprovecha a todos ni es vía automática de
crecimiento, pero a Mandela lo agigantó.
Un impulso decisivo a su
lucha provino del exterior, durante la presidencia de James Carter
–otro estadista notable– y de la labor de Andrew Young, el
Representante de Estados Unidos en las Naciones Unidas, cuando se
impuso el embargo de armas al régimen de Pretoria, un suceso que
fracturó al sistema racista y alentó a Mandela y a la dirigencia del
cna, que ya giraba en torno suyo. Otro hecho que mitigó la carga de la
prisión aconteció en 1979, con el otorgamiento del Premio Nehru, honor
concedido antes que a él a Tito, a Martin Luther King y a la Madre
Teresa.
De joven, practicando boxeo |
El arribo de Reagan al
gobierno de Estados Unidos y de la señora Thatcher al de Inglaterra
produjo un recrudecimiento de la situación mundial. En Sudáfrica se
disputaba la Guerra fría en toda su fuerza. La señora Thatcher nunca
mudó su convencimiento –o determinación– de que el cna era una
organización terrorista y Mandela un agitador. Pero a quienes lo
visitaban en la cárcel la impresión que les despertaba era la de un
consumado jefe de Estado. La Guerra fría distorsionaba su lucha:
alejado del doctrinario radical o del líder guerrillero, su lucha era
más elemental y anterior a las ideologías: la dignidad del ser humano.
La agitación interna y la
presión internacional produjeron un relativo aflojamiento. En un acto
insólito de la banca internacional, el Chase Manhattan detuvo sus
préstamos a Pretoria, ante la indignación de los inversionistas con el apartheid.
Bajo esas circunstancias, en 1985 el gobierno racista promovió la
primera reunión con Mandela.
Sudáfrica bordeaba los
límites de la guerra civil y la presión internacional se extremaba
cuando, en 1989, p. w. Botha, el presidente sudafricano, sufrió un
infarto, siendo sustituido por Frederik w. de Klerk. Otra sacudida mayor
cimbraba al mundo en esos meses convulsos con la caída del Muro de
Berlín. Aún no se ha reivindicado a Gorvachev, el ex presidente ruso,
como héroe de la Guerra fría. Fue él quien, con absoluta
responsabilidad, desmanteló pacíficamente a un régimen agotado, pero
que en su rivalidad con Estados Unidos mantenía en riesgo la
sobrevivencia de la humanidad entera.
El primer día de febrero
de 1990, De Klerk anunció la legalización del cna y la liberación de
Mandela, que diez días más tarde la televisión mundial transmitía en
vivo.
Madiba: libertad y humanismo
Nadie es más peligroso
que quien se humilla, creía Mandela con convicción. Con todo, el
Mandela que emergió de la cárcel sorprendía por su humanismo y su
sencillez, y no tanto por sus manifestaciones políticas. Al abandonar
la prisión dirigió un mensaje a la nación en el que se comprometía con
la minoría blanca a la paz y la reconciliación, advirtiendo, eso sí,
que la resistencia y la lucha armada continuarían hasta que fuese
abolido el régimen segregacionista.
Como presidente del cna,
se rodeó de mujeres de carácter, persuadido de que no es útil para un
líder rodearse de yes men, e inició negociaciones con el
gobierno de De Klerk –que a ratos fueron tortuosas y exacerbaban la
violencia alimentada por provocadores. Los momentos más desalentadores
son precisamente el tiempo de lanzar una iniciativa, creía Mandela.
En la Convención por una
Sudáfrica democrática, en diciembre de 1991 –en la que participaron
diecinueve partidos políticos–, Mandela inició una revolución no armada
frente a afrikaners y negros radicales. Él y De Klerk negociaron en
tiempos de violencia, tanto al interior del país como en otras partes
del mundo: Bosnia, Irlanda del Norte, Somalia... Su disposición les fue
reconocida y ambos compartieron el Premio Nobel de la Paz en 1993.
En su época de abogado en Johannesburgo |
A la par de las
actividades que desarrollaba en su país, se daba tiempo para hacer
campaña alrededor del mundo. En Nueva York fue recibido por tal
multitud que dejó sorprendido al gobernador Mario Cuomo. Se retrataba
con personalidades del jet set mundial, como Lady Diana, o
populares como las Spice Girls y los boxeadores Joe Frazer, Mike Tysson
y Sugar Ray Leonard, ignorando que él era tanto o más famoso. En
algunas partes planteaba los motivos de su lucha, en otras iba a
agradecer el apoyo recibido. Había quien lamentaba su apoyo a Cuba y
Libia, pero otros entendían que se trataba de amistades de tiempos
difíciles para él.
Las primeras elecciones
multirraciales en Sudáfrica tuvieron lugar en abril de 1994. De Klerk
reconoció que pudo haber continuado en el gobierno sólo a costa de
muchas vidas... Con el sesenta y dos por ciento de los votos se impuso
el candidato del cna. Prevaleció así el convencimiento de Mandela de que
no se es líder por el puesto, sino por la fortaleza de la ideas.
Culminaba también una epopeya, un episodio honroso de la humanidad, y
Mandela se convertía, de algún modo, en precursor Obama.
El 10 de mayo de 1994
acabó la colonización de África, que había empezado en Ciudad del Cabo
en 1652. Ese día tomaba posesión de su cargo Mandela, en una ceremonia a
la que asistieron cuatro mil invitados, entre ellos Hillary Clinton,
Fidel Castro, Yasser Arafat, Chaim Herzog, Julyus Nyerere y muchas
otras personalidades, además de tres custodios de Robben Island.
Ya libre –y sobre todo
como presidente– visitó y perdonó a todos sus ex carceleros, empezando
por Botha. Los valientes no temen perdonar en aras de la paz, creía
Mandela. Formó un gobierno de unidad nacional con un gabinete
multicolor que incluía a De Klerk como primer vicepresidente, y a Thabo
Mbeki como segundo, y gobernó con sabiduría, siendo el signo mayor de
su gestión la reconciliación. Así unió a la Sudáfrica parcelada.
Anthony Sampson, el
espléndido escritor y periodista inglés de cuya obra (Mandela: la
biografía autorizada, Londres, 2000) hemos extraído buena parte de
la información que usamos en este texto, señala que el Madiba ha sido
un maestro de la foto oportuna. Para ilustrarlo relata el episodio del
rugby, deporte íntimamente vinculado al apartheid: en el
mundial de 1995, cuando disputaron la final Sudáfrica y Nueva Zelanda,
Mandela bajó a la cancha vistiendo la camiseta de los Sprinboks –el
equipo por antonomasia– a entregar el trofeo al asombrado capitán del
equipo. El estadio, casi lleno de afrikaners, lo vitoreó. La película Invictos,
de Clint Eastwood, revive románticamente ese episodio.
En cierta ocasión, uno de
sus amigos cercanos expresó que no sabía si Mandela era un santo o
Maquiavelo. El caso es que durante las entrevistas para documentar su
biografía, le repetía a Sampson que no se equivocara, que no era un
santo, y entendía que un santo es un pecador que se pasa la vida
intentando serlo.
Con todos los honores
visitó en 1996 Westminster Hall, pronunciando un discurso que no agradó
a la señora Thatcher. Se había referido al apartheid y al
nazismo. A la reina Isabel, en cambio, se le ha visto feliz conversando
con él cuantas veces se encuentran. Ha sido uno de los contadísimos
líderes que han criticado a Estados Unidos sin que se le demonice. En
su despedida ante el Parlamento sudafricano los líderes de los partidos
opositores al cna compitieron en el reconocimiento de sus cualidades.
Su más acerbo crítico lo comparó con Ghandi y con el Dalai Lama. En
meses previos, el presidente Clinton había expresado que todos
desearíamos ser como Mandela en un día de fiesta.
Durante nuestra estancia
en aquel continente llegaban a Nairobi, de boca en boca, noticias de
toda el África subsahariana. Mandela encarnaba el símbolo de la
liberación, era el hombre más respetado, el hombre de quien más se
hablaba. También corrían rumores del romance que vivían el presidente
sudafricano y Graca Machel, la viuda del ex premier mozambiqueño. Y más
adelante un semanario keniano reportaba detalles del arreglo y
galanteo de la boda –su tercer matrimonio–, que tuvo lugar en su
cumpleaños número ochenta. Por ese tiempo ya había mudado el impecable
traje y la corbata por esas camisolas largas y brillantes –los Batiks– a
que lo aficionó Suharto, el ex presidente indonesio, y era, además, un
presidente a quien no sonrojaba hablar del amor.
Visitando su antigua celda en la prisión de Robben Island, donde permaneció dieciocho de sus veintisiete años de presidio |
Sampson –quien en la
década de 1950 había editado en Johannesburgo la revista Drum y
trabado amistad con Mandela–, publicó la Biografía sólo cinco
años después de que el propio Madiba diera a conocer su autobiografía,
a la que tituló: El largo camino a la libertad. Sampson anota
que Mandela es un maestro en saberse proyectar, pero al mismo tiempo
reconoce que es un hombre a quien no tocaron las deformidades del
poder: la egolatría, la solemnidad o la paranoia.
Como presidente buscó
borrar las fronteras de la segregación, entendiendo la política en su
sentido más profundo: persuadir a los demás a modificar sus actitudes.
Entregó el poder a su sucesor con un país libre y unido. Madiba, título
honorario para los ancianos de su clan, fue el nombre con el que lo
coreó el estadio durante la inauguración del más reciente mundial de
futbol donde, rodeado de sus hijos y nietos, compartió aplausos con
Shakira.
Casi al concluir el
presente texto se ha informado de la publicación, en varias lenguas y
en diferentes países, del libro que contiene las meditaciones del
Madiba –en otro gesto que recuerda al emperador Marco Aurelio–,
prologado por el presidente Obama.
Cada época crea su tipo,
su ideal humano. Al Madiba le tocó vivir en una época inquietante. El
siglo xx fue prolijo en aberraciones, dictadores y sátrapas, uno de los
siglos más terribles de la historia. Mandela fue una excepción. No es
común, es cierto, que el barro se junte para fraguar hombres de su
tamaño. Su sencillez y su incapacidad para el odio y el rencor son
acaso sus mayores virtudes. No es improbable que en los días que corren
nadie en el mundo posea tanta autoridad moral como él, un hombre para
todas las horas, como quería Baltasar Gracián.
Fuente, vìa:
http://www.jornada.unam.mx/2011/01/23/sem-leandro.html
http://www.jornada.unam.mx/2011/01/23/sem-leandro.html
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