Represión a las manifestaciones en El Cairo contra el gobierno del
presidente Hosni Mubarak, quien se ha mantenido durante 30 años como
jefe de Estado. Foto Reuters
El Cairo. ¿Día de oración o de furia? Todo Egipto esperaba el sabbath
musulmán –para no mencionar a los temibles aliados de El Cairo–
mientras el anciano presidente del país se aferra al poder después de
noches de violencia que han sacudido la fe estadunidense en la
estabilidad del régimen.
Hasta ahora han perecido cinco hombres durante los disturbios y casi
mil más han sido encarcelados; la policía ha golpeado mujeres y por
primera vez una oficina del gobernante Partido Nacional Democrático ha
sido incendiada. Los rumores son aquí tan peligrosos como el gas
lacrimógeno. Un periódico cairota ha afirmado que uno de los principales
consejeros de Hosni Mubarak ha volado a Londres con 97 maletas repletas
de dinero, pero otros reportes hablan de un presidente furioso que
grita a los altos mandos de la policía porque no han tratado con más
severidad a los manifestantes.Mohamed el Baradei, premio Nobel y ex funcionario de la Organización de Naciones Unidas (ONU), volvió este viernes a Egipto, pero nadie cree –salvo tal vez los estadunidenses– que pueda concentrar en torno suyo los movimientos de protesta que han surgido por todo el país.
Ya se han dado signos de que quienes están hartos del régimen corrupto y antidemocrático de Mubarak han tratado de convencer a los mal pagados policías que patrullan El Cairo de que se unan a ellos.
¡Hermanos! ¿Cuánto les pagan?, comenzó a gritar una muchedumbre a los gendarmes capitalinos. Pero nadie negocia: no hay nada que negociar, excepto la partida de Mubarak al exilio, y el gobierno egipcio no dice ni hace nada, que es más o menos lo que ha venido haciendo durante las tres décadas pasadas.
La gente habla de revolución, pero no hay quien remplace a los hombres de Mubarak –jamás designó un vicepresidente–, y un periodista egipcio me dijo este viernes que había encontrado algunos amigos que sentían lástima por el presidente aislado y solitario. Mubarak tiene 82 años de edad y aun así insinuó que se postulará de nuevo a la presidencia, para indignación de millones de egipcios.
La verdad desnuda y horrible, sin embargo, es que salvo por su brutal policía y su ejército ominosamente dócil –el cual, por cierto, no ve con agrado a Gamal, el hijo de Mubarak–, el gobierno carece de poder. Ésta es una revolución por Twitter y por Facebook, y hace mucho que la tecnología derribó las desfallecientes normas de la censura.
Los hombres de Mubarak parecen haber perdido toda iniciativa. Los periódicos de su partido están llenos de autoengaño: empujan las notas de las manifestaciones de masas al pie de las primeras planas, como si con eso alejaran a las multitudes de las calles: como si, de hecho, por empequeñecer las notas las protestas jamás hubieran ocurrido.
Pero no se necesita leer los periódicos para saber qué ha fallado. La suciedad y las ciudades perdidas, las cloacas abiertas y la corrupción de todo funcionario gubernamental, las sobrepobladas prisiones, las risibles elecciones, todo el vasto y esclerótico edificio del poder ha llevado por fin a los egipcios a las calles.
Amr Moussa, jefe de la Liga Árabe, apuntó algo importante en la reciente reunión cumbre de líderes árabes, en el centro turístico egipcio de Sharm el Sheikh:
Túnez no está lejos de nosotros: los hombres árabes están destrozados.
Pero, ¿será así en verdad? Un viejo amigo me contó una horrible historia de un egipcio pobre que afirmó no tener interés en echar a los jefes corruptos de sus comunidades del desierto.
Al menos ahora sabemos dónde viven, dijo. Hay más de 80 millones de personas en Egipto, 30 por ciento de ellas menores de 20 años. Y ya no tienen miedo.
Una especie de nacionalismo egipcio –más que islamismo– se
hace sentir en las manifestaciones. El 25 de enero es el Día Nacional de
la Policía –para honrar a la fuerza que dio la vida combatiendo a las
tropas británicas en Ismailia–, y el gobierno regañó a los
manifestantes, diciéndoles que deshonraban a los mártires. No, gritaron
las multitudes: esos policías que murieron en Ismailia eran hombres
valientes; sus actuales descendientes en uniforme no los representan.
El gobierno, sin embargo, no es tonto. Hay cierta astucia en la
liberación gradual de la prensa y la televisión en esta destartalada
seudodemocracia. Ha dado a los egipcios apenas suficiente aire para
respirar, para mantenerlos callados, para disfrutar su docilidad en esta
vasta tierra labrantía. Agricultores y no revolucionarios, pero cuando
varios millones invadieron las ciudades, los barrios bajos y las casas
en ruinas y las universidades, las cuales les dieron títulos pero no
empleos, algo tenía que ocurrir.
“Estamos orgullosos de los tunecinos: han mostrado a los egipcios lo
que es tener orgullo –dijo este viernes otro colega egipcio–. Fueron una
inspiración, pero aquí el régimen fue más listo que el de Ben Ali en
Túnez. Puso un barniz de oposición al no arrestar a toda la Hermandad
Musulmana, y al decir luego a los estadunidenses que el gran peligro es
el islamismo, que Mubarak es lo único que se interpone entre ellos y el
‘terror’… mensaje que Washington ha estado dispuesto a escuchar durante
los 10 años pasados.”
Existen varias pistas de que las autoridades en El Cairo se
percataron de que algo se avecinaba. Varios egipcios me han dicho que el
24 de febrero agentes de seguridad descolgaban imágenes de Gamal
Mubarak en los barrios bajos, por temor de que provocaran a las
multitudes. Pero el gran número de detenciones, las golpizas de la
policía –a hombres y mujeres por igual– y el casi colapso del mercado
egipcio de valores llevan la marca del pánico, más que de la astucia.
Y uno de los problemas ha sido creado por el propio régimen: se ha
deshecho por sistema de toda persona dotada de carisma; las ha echado
del país, y castrado políticamente cualquier oposición real al
aprisionar a muchos disidentes. Los estadunidenses y la Unión Europea
llaman al régimen a escuchar al pueblo, pero, ¿cuál es el pueblo,
quiénes son sus líderes? No es un levantamiento islámico –aunque podría
llegar a serlo–, pero, salvo la cantilena de la participación de la
Hermandad Musulmana en las manifestaciones, es apenas una masa de
egipcios asfixiada por décadas de fracaso y humillación.
Pero todo lo que los estadunidenses parecen capaces de ofrecer a
Mubarak es una sugerencia de reformas, cosa que los egipcios han oído
muchas veces. No es la primera vez que la violencia ha llegado a las
calles del país: en 1977 hubo tumultos por la comida –yo estaba entonces
en El Cairo y había muchas personas hambrientas y enardecidas–; el
gobierno de Anuar Sadat logró controlar a la gente bajando los precios
de los alimentos y aplicando cárcel y tortura. Ha habido motines
policiacos, uno de ellos suprimido sin piedad por el propio Mubarak.
Pero esto es algo nuevo.
Resulta interesante que no parece haber animosidad hacia los
extranjeros. Muchos periodistas han sido protegidos por las multitudes y
–pese al deplorable apoyo de Washington a los dictadores de Medio
Oriente– ni una sola bandera estadunidense ha sido quemada. Eso muestra
lo que es nuevo. Tal vez un pueblo ha crecido… sólo para descubrir que
sus envejecidos gobernantes son todos niños.
© The Independent
Traducción: Jorge Anaya
Vìa :
http://www.jornada.unam.mx/2011/01/29/index.php?section=opinion&article=022a1mun
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