Antonio Mazzitelli, representante de la
Oficina de la ONU contra el Delito y las Drogas, afirmó ayer que, como
en el resto de América Latina, la violencia delictiva en México
está destinada a seguir por algún tiempo, no se sabe cuánto, pero va a permanecer. Opinó que, para contrarrestarla, el gobierno federal debe avanzar en la transformación de las estrategias
reactivasa las
preventivasen materia de seguridad. Adicionalmente, el funcionario atribuyó el problema al
control de territorio.
Lo dicho por Mazzitelli se agrega a las advertencias formuladas por
altos funcionarios de la administración federal, de que el país debe
resignarse a padecer un largo ciclo de muertes y destrucción, y coincide
con la estrechez de miras de las apreciaciones gubernamentales que
circunscriben la actual catástrofe de la seguridad pública a un asunto
judicial, policial y militar.
Abonan, en ambos sentidos, a la desesperanza social y al gravísimo
equívoco de ignorar que los lineamientos económicos neoliberales
seguidos por los distintos gobiernos desde hace un cuarto de siglo son
la causa profunda del auge delictivo, de la descomposición
institucional, de la inseguridad y de la pérdida de control territorial
por el Estado en amplias regiones del territorio nacional.
Ese mismo equívoco es el punto de partida de las declaraciones
formuladas ayer por el titular del Ejecutivo, Felipe Calderón, quien
llamó a priorizar el combate a las adicciones, como si éstas fueran la
raíz de los fenómenos delictivos que padece el país, y no expresión, a
su vez, de los verdaderos factores de esclavitud en la época presente:
la miseria, la desigualdad extrema y la desintegración del tejido social
propiciada por las lógicas económicas del libertinaje de mercado, la
apertura comercial indiscriminada, la aniquilación de la presencia
económica del Estado, el abandono de políticas sociales, el total
desamparo de los grupos más vulnerables y la depredación sistemática de
regiones y de recursos naturales por parte de los grandes consorcios
trasnacionales.
La lucha contra la delincuencia podrá seguir acumulando
victorias espectaculares –reales o supuestas–, las autoridades
policiales y militares podrán seguir anunciando, con bombo y platillo,
la captura o la muerte de presuntos capos del narcotráfico y el
desmantelamiento de bandas de secuestradores, pero, en tanto no se
cambie el modelo de política económica, de fomento a los intereses
privados –y extranjeros, en su mayor parte– por uno de la dignificación
de las condiciones de vida de la población, seguirá existiendo el caldo
de cultivo del que se nutre la mayor parte de los fenómenos criminales.
En esa lógica resulta inevitable la perspectiva de conflictos armados
de larga duración y de la consiguiente destrucción en los ámbitos
demográfico, político, social e institucional: en tanto los gobiernos
carezcan de la voluntad política para incidir en las causas profundas
del auge delictivo, seguirán siendo incapaces de retomar el pleno
control territorial, o bien lo harán a costa de mucha sangre y de muchas
vidas, y ni siquiera en ese caso podrán erradicar la posibilidad de un
resurgimiento o una recomposición de los grupos criminales.
Resulta urgente, pues, que tanto los gobiernos como los organismos
internacionales acepten la necesidad de enfrentar a la delincuencia no
sólo en sus expresiones últimas y más atroces, sino, sobre todo, en sus
raíces sociales, institucionales y económicas. De otra manera, las
naciones afectadas por el auge de la criminalidad estarán, ciertamente,
condenadas a padecer la violencia por tiempo indefinido.
Fuente, vìa :
http://www.jornada.unam.mx/2011/01/12/index.php?section=edito
http://www.jornada.unam.mx/2011/01/12/index.php?section=edito
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