En tiempos en
que la democracia ha sido arrinconada al ritual del voto y la política
reducida a un acto suntuario, escuchar la voz de las organizaciones
populares y la sociedad civil se considera un gesto de mal gusto.
Hacerlo puede considerarse una debilidad de carácter. Entonces, el
problema queda planteado en términos de suma cero. Lo que unos ganan
otros necesariamente lo pierden. De esta forma, los consejeros
políticos, casi siempre se decantan por no dar el brazo a torcer. Aunque
las consecuencias sean peores y se abra un periodo de inestabilidad,
conflicto y represión. Ningún gobernante, si se estima, puede decir que
se ha equivocado o entonar un mea culpa. Por ende, siempre es
aconsejable no variar el sentido de las decisiones. Para justificarse,
siempre hay tiempo. Además existe una palabra mágica que todo lo
arregla. Sirve igual para un roto que para un descocido. Es llamar el
error, una decisión impopular. Bajo este paraguas todo cabe. Lo justo o
lo injusto, lo bueno o lo malo ya no están en el campo de condiciones.
Han sido borrados del escenario. Lo impopular es el comodín. Por ello
ningún gobierno dirá que ha errado en sus políticas. Simplemente
argumentará que hay decisiones impopulares.
Los ejemplos, en tiempos de crisis del capitalismo los tenemos a
montones. En Europa, son Francia, España, Grecia, Gran Bretaña, Irlanda,
Portugal, Bélgica, Alemania o Italia. En ellos, los recortes en las
prestaciones sociales, la reforma del sistema de pensiones, el despido
libre, las subidas del IVA, los precios y las congelaciones salariales
han movilizado a la izquierda, los sindicatos y las organizaciones
populares, copando las calles, paralizando los transportes, la
enseñanza, la banca, el comercio, la industria automotriz, la
metalmecánica, el campo y la gran industria. Huelgas generales, de
hambre, plantones, paros parciales y cuantas formas de protesta se
conocen han sido utilizadas para dar a entender lo erróneo de las
medidas y sus nefastos efectos en el medio y largo plazo. Desempleo,
trabajos basura, sobrexplotación, etcétera. Sin embargo, ningún
gobierno, responda al calificativo de socialdemócrata, conservador o
liberal, se ha dignado a escuchar la voz del pueblo. Son millones de
jóvenes, mujeres y hombres de la clase trabajadora los ninguneados. Sus
gobiernos han optado por no dialogar. Hoy lo vemos en Túnez y en
Argelia. La violencia es la respuesta. Y en América Latina, México,
Colombia, Honduras, Panamá son un paradigma. Sus élites políticas
prefieren escuchar el canto de sirenas de los banqueros. Al fin y al
cabo son ellos quienes les subvencionan sus campañas. No van a modificar
ninguna decisión, aunque una mayoría social se lo pida, les dé razones y
proponga alternativas. Para ellos sólo existe el mercado. Un dios que
exige sacrificios humanos y ofrendas en forma de dinero, mucho, mucho
dinero. Su lógica es simple, como apuntamos, el estribillo de la canción
está listo para ser utilizado: lo impopular de una medida, no anula su
eficacia.
Hoy, un ente abstracto ha sido trastocado en un actor social.
En un sustituto de personas de carne y hueso: el mercado. Ya no basta
con naturalizarlo, ahora se le dota de vida. El lenguaje utilizado para
dar cuenta de su realidad es sintomático. El mercado está deprimido. Sus
pulsaciones están débiles, hay que reactivarlo. Presenta síntomas de
agotamiento. Es necesario insuflarle capital. Darle pastillas
energéticas. Sólo así mostrará su potencial y recobrará su tono. En
otros términos, según los expertos, sacerdotes del ritual de la
acumulación, aconsejan un sicoanalista para sacarlo de su crisis. Cuando
asistimos a este fetichismo, son pocos los gobiernos que se atreven a
nadar contracorriente. Saben a ciencia cierta que serán considerados
enemigos del progreso. La presión es mucha y siempre es posible caer en
la tentación.
Ahora bien, no siempre un alza de precios en las mercancías responde a
una visión maniquea del mercado. Elevar la capacidad adquisitiva de los
trabajadores, subir sueldos y salarios mínimos es una buena medida.
Sobre todo si la inflación en otros insumos lo aconseja. En este
sentido, el gobierno del Movimiento al Socialismo (MAS) y su presidente
Evo Morales, han dado una lección política democrática. Tras las
protestas por el alza en el precio de la gasolina y el diesel se levanta
un gran malestar social que lleva a un enfrentamiento violento entre
partidarios y detractores. Se impone el diálogo. Las reuniones con
actores destacados del proceso democrático, muestran una mayoría en
contra. Razón suficiente para dejar sin efecto la medida. En boca de su
presidente Evo Morales:
Hemos decidido, en esa conducta de mandar obedeciendo al pueblo, abrogar el decreto supremo 748 y los decretos que acompañan a esta medida.
En otras palabras, siempre hay tiempo para rectificar y mostrar el
compromiso ético con el proyecto democrático para una vida plena y con
dignidad. No cabe otra interpretación de los acontecimientos. Por ello,
en este caso, no se puede hablar de crisis, de pérdida de apoyo social o
debilidad. Al contrario, ha prevalecido el sentido común y no la
obstinación. Un ejemplo que dirigentes de todo el mundo deberían seguir.
Pero, a modo de ser pesimista, será difícil. Una mayoría de ellos han
renunciado conscientemente a ejercer la democracia política en pro de la
dictadura de los mercados.
Fuente, vìa :
http://www.jornada.unam.mx/2011/01/12/index.php?section=opinion&article=020a2pol
http://www.jornada.unam.mx/2011/01/12/index.php?section=opinion&article=020a2pol
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