Una economía inequitativa que no contenta con eso, remata su egoísmo
segregando residencialmente a sus habitantes, separándolos entre ricos y
pobres de manera brutal.
El panorama es dramático. Al echar un vistazo por las comunas de la
Región Metropolitana, se observa con facilidad cómo las más ricas no
dudan en ostentar altos edificios espejados, prueba inequívoca de
modernidad y desarrollo, y al mismo tiempo destinar extensas áreas
verdes para el disfrute de sus habitantes. Las comunas más deprivadas en
cambio, concentran de manera grosera a su habitantes hasta el
hacinamiento, sin entregarles siquiera a manera de compensación, parques
y lugares donde poder posar la vista sin que sea un terreno baldío, la
pared del edificio de enfrente o la pandereta del vecino.
Una herencia fatal
Esta fisonomía urbana no es tan nueva. Ciertos barrios, como La
Chimba, el conventillo y la población callampa han sido parte nuestra
historia desde su formación. Con tolerancia, incluso con el vergonzoso
entusiasmo de algunas importantes figuras, como el Intendente Benjamín
Vicuña Mackenna, quien propugnaba un discurso abiertamente
segregacionista, de modo de proteger a “la ciudad propia”, “occidental y
cristiana” expulsando a los indeseables a los extramuros, a los
“verdaderos potreros de la muerte”, a esos “lupanares africanos”…¡quién
lo creería!
Menos mal que este discurso cambió y luego vinieron estadistas como
el presidente Pedro Aguirre Cerda quien tenía una visión progresista e
integradora de lo que debía ser una ciudad. En el año 1939, decía que
“la política de habitación obrera no seguirá la tradición de
construirlas en barrios especiales, en los alrededores de las ciudades,
acentuando así las diferencias sociales. En mi concepto- continuaba el
mandatario-, el empleado y el obrero deben vivir en el interior de las
ciudades, en forma que tengan todos los beneficios civilizadores de las
escuelas y bibliotecas, de la luz, agua potable, alcantarillado,
transporte, etc., de manera que la clase trabajadora se sienta como un
componente social tan digno y respetable como lo es todo ciudadano
forjador de la riqueza pública”.
Sus palabras pronunciadas hace más de 70 años atrás dan cuenta de una
mirada sobre un tipo de ciudad que se mantuvo a partir de entonces en
los discursos públicos de otros mandatarios pero muy lejana, sin
embargo, de las políticas públicas que consolidaron nuestra actual
concepción urbanística.
El hacinamiento y la segregación son una constante que se repite
dolorosamente a través del tiempo y lo peor, que se ha ido repitiendo en
todas los nuevos polos urbanos que se van creando a lo largo de Chile.
¿Por qué se produce este hacinamiento? “Las ciudades modernas
europeas tienden a ser densas porque tienen muchos servicios que agrupan
a la gente”, explica Camilo Arriagada, académico del Departamento de
Sociología de la Facultad de Ciencias Sociales de la U. de Chile y
Director del Diplomado de Extensión Técnicas de Diagnóstico y Gestión
Social de Proyectos de Regeneración de Barrios GESBA.
El tema de las ciudades está muy asociado al tema de la ciudad y esto
se asocia al tema de la densidad. Pero hay que distinguir entre
densidad y hacinamiento.
“En Chile, tenemos una densidad promedio baja, pero mentirosa porque
se distribuye de manera desigualdad y se agrupa en su mayor parte en
sectores populares. El hacinamiento se produce en sectores donde existe
un alto valor inmobiliario y aumenta la demanda por construcción de
departamentos, pero sobre todo, en los barrios de vivienda social, cuyo
coeficiente de viviendas por manzana es demasiado alto, quedando
convertidas en zonas de viviendas dormitorios, sin comercio ni
servicios”, apunta el experto.
La ciudad latinoamericana y la chilena no escapan entonces a la
tendencia de ciudades donde concentran a ricos y pobres de manera
desigual y hacinada.
“La segregación residencial es hoy reconocida a nivel internacional como un fenómeno vinculado con la formación de guetos urbanos o de barrios en crisis, esto es, con el avance de la violencia, el crimen urbano y la desintegración social”, explican
los expertos Sabatini, Cáceres, Sierralta y Robles. Una conclusión que
es corroborada por otros estudios, como el realizado por el Instituto de
Estudios Urbanos de la Universidad Católica que analizó a la
población más precaria de nuestra capital, esa cuyos ingresos familiares
mensuales no superan los 400 mil pesos y que aunque cueste creerlo,
asciende a un 40 por ciento de quienes habitamos la Región
Metropolitana. La conclusión más importante es que a pesar de compartir
una característica tan determinante como es prácticamente el mismo
ingreso, se distinguen distintos tipos de pobreza la que depende del
lugar dónde residan.
Uno de esos tipos de pobreza son los guetos, cuya población no sólo
es golpeada por la pobreza sino que además por la droga y la violencia,
una combinación infernal. “Hay que distinguir entre hacinamiento y gueto,
pero tiende a coincidir que en lo barrios segregados donde existen
guetos tienen a su vez, zonas de sobre densidad, que se agrava por la
ausencia de bienes y servicios públicos y privados. Me tocó dirigir el
Observatorio de Vivienda Social y ellos reclaman mucho por la
convivencia que se vive allí. Pero hay que entender que el barrio gueto
no sólo es esto, si no que además anidan dinámicas de descomposición
social en las cuales se instalan una subcultura de criminalidad y de
tráfico de drogas. La idea de gueto es antigua y llega a Chile de manera
oportuna porque la situación es alarmante”, explica Arriagada.
Si bien hay ciertos sectores que ven el surgimiento de estos barrios
guetos como una consecuencia inevitable del desarrollo está captando la
atención de cada vez más expertos, debido a sus graves consecuencias.
La Consultora Atisba publicaba a fines de 2010, Estudio Guetos en
Chile, que muestra una fotografía de ese Chile que duele cuando se
descorre el velo que esconde la miseria.
Como recuerda este estudio, “la política de vivienda social basada en
el subsidio a la demanda ha cubierto un histórico déficit habitacional,
sin embargo, ha traído consigo problemas debido a las malas soluciones
entregadas”…recuerde usted las casas “Chubi” o las casas Copeva…
Los expertos ya lo vienen advirtiendo dese hace tiempo. “El sueño de
la casa propia se desvanece cuando las familias despiertan en barrios
alejados, mal diseñados, sin servicios ni áreas verdes. Esta es la razón
por la cual un 65 por ciento de ellos, abandonaría sus viviendas
sociales si pudiera y casi un 90 por ciento de ellos, se siente
avergonzado del lugar dónde vive”, describe dramáticamente el estudio de
Atisba.
Las conclusiones que arrojaron una mirada en profundidad en 25
ciudades de Chile acusan que cerca de un millón 700 mil chilenos viven
en lugares que pueden ser definidos como guetos, y que un 44 por ciento
de ellos, vive en el Gran Santiago y el restante 56 por ciento, en
regiones.
¿Qué ciudades concentran más a los denominados guetos? De mayor a
menos concentración son Copiapó, Arica, Talca, La Serena-Coquimbo y
Coihaique.
¿Qué tipo de política pública es la que subyace para que hasta en
ciudades como Arica o Coihaique, donde no hay problemas de suelo, decida
que sus habitantes deben vivir concentrados en guetos? “La concepción
de los bienes públicos ha variado a lo largo de la historia, sobre todo,
en los últimos años. En los años 80 se agudizó el metropolitanismo y se
produjo un sistema de vivienda social inédito en el mundo, ya que tiene
una capacidad de producción muy alta, pero con un modelo de crecimiento
urbano que se hizo a costa de la desintegración”, responde el sociólogo
y académico de nuestra Universidad de Chile, Camilo Arriagada.
Cuando aún se sienten los quejidos de los cimientos gubernamentales
que fueron removidos por el denominado “puntarenazo”, resulta grotesco
pensar que el gueto más grande Chile viva a pocos kilómetros de La
Moneda, se ubique en Puente Alto, se llame Bajos de Mena y congregue a
una población equivalente a la de Punta Arenas…¿se imagina usted a toda
esa gente marchando sobre nuestra capital reclamando un lugar digno
donde vivir?
La marcha podría ser enorme si a ella se suman quienes habitan los
guetos de Lo Marcoleta-el Mañío, en Quilicura, los de Cerro Negro en San
Bernardo hasta abarcar niveles nacionales si se cuentan los de La
Chimba Alto en Antofagasta, Las Compañías y Tierras Blancas en La
Serena-Coquimbo y Hualpén en el Gran Concepción.
El estudio es alarmante cuando estamos hablando de un millón 700 mil
chilenos que viven en condiciones en las que no se les respetan sus
derechos más elementales y cuando se trata de una condena que no resiste
ni tamaños urbanos, ni fronteras geográficas ni económicas.
Y de nuevo la paraoja inicial, cuando sus autores anotan que estos
guetos se localizan “en ciudades que mueven la economía del país , como
el caso del núcleo minero de antfagasta-Calama y Copiapó, o el mismo
Santiago, (…) lo que logra explicar problemas sociales complejos como la
violencia urbana, la deserción escolar o la existencia de bandas de
narcotráfico que controlan sectores de la ciudad al margen de la acción
del Estado”.
El diagnóstico está absolutamente claro.
Sólo falta la voluntad política para traducir en políticas públicas
eficientes que terminen con un legado que a estas alturas de nuestra
historia y en la situación económica que se encuentra Chile no
debiéramos tolerar.
Fuente, vìa :
http://radio.uchile.cl/afondo/98148/
http://radio.uchile.cl/afondo/98148/
No hay comentarios:
Publicar un comentario