Hace más de tres años el hombre que dirige desde Los Pinos los
destinos de esta nación declaró una guerra contra los cárteles mexicanos de la droga. Al paso del tiempo los mexicanos
habíamos aportado a esta guerra más de 31 mil muertos, según cifras oficiales,
un número incontable de heridos, varias de las grandes ciudades del país
(Ciudad Juárez, Chihuahua, Monterrey, Tampico, Morelia, Culiacán, Mazatlán)
viviendo bajo el miedo y en virtual estado de sitio, regiones abandonadas por
sus habitantes, zonas rurales que son tierra de nadie, carreteras federales
intransitables, 17 estados de la República en crisis profunda de inseguridad,
más de un millar de quejas ante las comisiones de derechos humanos (y esas son
las que se hacen públicas, porque el miedo impide que se conozca más allá de la
punta del iceberg) por violaciones, secuestros, chantajes, cateos ilegales,
robos y todo tipo de abusos producidos por las fuerzas policíacas, el Ejército
y en menor medida por la Marina, barrios urbanos y zonas industriales en los
que no entran inspectores de Hacienda o de salubridad, porque el narco es el Estado.
¿Cómo se ha llegado hasta aquí? ¿Cómo puede detenerse esta inercia
antes de que México se desvanezca en medio del miedo y el terror en un
holocausto repleto de cabezas cortadas, tiroteos donde los ciudadanos inocentes
son bajas colaterales, policías que entran a la casa rompiendo la puerta y se
roban el queso que hay sobre la mesa, cárceles donde impera la mafia y se
tortura sistemáticamente, declaraciones oficiales de avances y éxitos que ya ni
los niños de la gran burguesía urbana se creen, fábricas y talleres que
cierran, madres asesinadas por protestar por el asesinato de sus hijas?
Primera.
Calderón pactó el inicio de esta guerra con el presidente Bush, ni siquiera con
el entonces recién llegado Obama. Y la pactó en términos de ofrecerla en
bandeja. Y la pactó en condiciones absurdas. La guerra contra el narco no era, no debería ser, una guerra
mexicana, porque era, es en esencia, una guerra estadounidense, generada por el
mayor consumo de droga a escala planetaria, el que se producía dentro del
territorio de Estados Unidos. Así, la propuesta mexicana no debió haber pasado
de una oferta de apoyo a una guerra que debería librarse en territorio gringo,
combatiendo las redes de distribución, las estructuras financieras, controlando
la frontera. En su territorio, no en el nuestro. Pero no fue así. En tres años
no ha habido más de media docena de operaciones importantes de aquel lado de la
frontera, mientras que de éste se ha desatado la más sangrienta de las
confrontaciones que hemos tenido los mexicanos desde la guerra cristera.
Imágenes. Logro
descubrir leyendo todos los periódicos locales de Acapulco los supuestos, los
previos oficios, de los 15 hombres aparecidos sin cabeza: son dos adolescentes,
un lavacoches, un chofer de recogida de basura, un mecánico, dos desempleados,
un policía municipal, tres albañiles; las infanterías del cártel de Acapulco masacradas por el grupo del Chapo Guzmán (según dicen cartulinas encontradas a su vera) por el
control de la plaza.
Segunda. Al
gobierno de Calderón le tomó un año pedir a los estadounidenses el control del
tráfico de armas, y desde que lo pidió no ha obtenido resultados. Según cifras
oficiales, cerca de 50 mil armas largas (ojo con esto de las cifras oficiales:
¿quién las contó?), municiones, lanzacohetes, ametralladoras pesadas, han
entrado a México para proporcionar a las mafias un poder de fuego muy superior
al de las fuerzas armadas. Hoy cualquier achichincle de un narco puede seguir comprando municiones para un cuerno de chivo en una tlapalería en
Houston. Las balas que matan a mexicanos se venden alegremente en Estados
Unidos.
Tercera. Antes
de iniciar una guerra, y no hay que leer a Sun Tzu o a Federico Engels para
saberlo, el Estado debería contar con una labor de inteligencia sólida.
¿Quiénes son? ¿Dónde están? ¿Cuáles son sus nexos? ¿Cómo es su estructura
financiera? Mil y un preguntas que necesitaban respuestas. Hoy sabemos que al
momento de iniciarse la guerra de Calderón contra el narco toda, o buena parte de la estructura de inteligencia del
Estado mexicano estaba en manos de facciones del propio narco, que utilizando a jefes policíacos del más alto nivel dirigieron
las operaciones contra bandas rivales, agitando un avispero de venganzas que
parece no tener fin. ¿Qué tanto de su aparato policíaco trabajaba para el
enemigo? Directores de la policía, de las agencias contra el crimen organizado,
la SIEDO, comandantes de la AFI, subprocuradores… A la fecha, el Estado
mexicano aún no lo sabe o no quiere saberlo. A la fecha, la inteligencia
estatal está filtrada, distorsionada, fragmentada; resulta (sobre todo de la
lectura de sus comunicados) absolutamente incoherente.
Cuarta. El
sistema judicial está podrido. Lleva muchos, muchos años estándolo. Agentes del
Ministerio Público descalificados, jueces corruptos, ineficiencia absoluta
cuando no complicidad declarada con el crimen. Con una estructura como esa no
se podía ir a la guerra. ¿Cuántos delincuentes han sido dejados libres en estos
pasados tres años? ¿Cuántos han recibido condenas intrascendentes respecto de
la magnitud de sus crímenes? Pepe Reveles
narraba el otro día en una mesa redonda que los que le entregaban los cadáveres
al Pozolero (y hablamos de más de un
centenar de muertos) pronto saldrán en libertad, porque el Ministerio Público
sólo pudo acusarlos de tenencia de armas y posesión de drogas a causa de una
investigación mal integrada. Reina un caos maligno, como habitualmente reinaba
en la justicia mexicana, paraíso del accidente y la casualidad. Vivimos en un
territorio de rezago de indagaciones, expedientes confusos, sin investigación
científica, ausencia de un banco nacional de huellas digitales, inexistencia de
un concentrado de la información de todas las agencias policíacas del país
¿Cuántas veces hemos leído en la prensa que el detenido había estado en la
cárcel recientemente? ¿Quién lo soltó?
Quinta. En la
cárcel de Torreón la directora torturaba a los presos. En otra cárcel las
bandas tenían permiso para salir de noche para ejecutar rivales, en otras 10 prisiones se han producido fugas
masivas. Hay denuncias sobre el control y los privilegios que las mafias tienen
sobre todas las prisiones, incluso las de alta seguridad. Han sido despedidos
más de una docena de directores de cárceles en los meses recientes. ¿Ha
cambiado la situación interna? Sin la previa depuración del sistema carcelario,
no se podía ir a la guerra.
Imágenes. La
más aterradora de las anécdotas: en Torreón un hombre se detiene en el
semáforo. Cuando se pone la luz verde ante él, el coche que lo precede está
detenido. Va a tocar el claxon y duda. No son tiempos para andar tocando el
claxon. La circulación está parada. Transcurre un nuevo espacio de tiempo con
el semáforo nuevamente en rojo. Se decide y baja del coche, amablemente les
pregunta a los del auto parado si puede ayudarlos en algo. El chofer le enseña
una pistola y le ofrece 200 pesos. “Se ve que usted es gente decente, acabo de
perder una apuesta con este güey [y
señala a su copiloto, que muestra una Uzi muy sonriente] que usted nos tocaba
el claxon y yo le pegaba un tiro. Es su día de suerte, amigo.” El coche
arranca. El hombre amable se queda ahí, sudando frío.
Paquetes de dólares
Sexta. Conan
Doyle en la boca de Sherlock Holmes solía decir que cuando una historia no
estaba clara “follow the money”, hay
que seguir el dinero, el rastro económico. El narcotráfico, como lo fue el
contrabando de alcohol en Estados Unidos durante la era de la prohibición, o el
robo de coches en México, es un negocio criminal, sigue reglas de un mercado
semivisible, tiene inversiones, está sujeto a la producción y la distribución.
Una parte del dinero, millones de millones de dólares, se moverá prosaicamente
en paquetes de billetes verdes envueltos en papel periódico y en maletas
Samsonite, pero otra parte, quizá la más importante, se convierte en
inversiones, casas, automóviles de lujo, oficinas, hoteles, tiendas,
restaurantes… En la era de Caro Quintero una colonia en Ciudad Juárez llamada
burlonamente Disneylandia estaba repleta de mansiones extravagantes: castillos
de La Cenicienta, mansiones californianas, material chafa de Las mil y una noches, pagodas budistas.
Todo el mundo en la ciudad sabía que era territorio del narco. El dinero es visible. ¿Y la ruta, las rutas que descienden
desde Estados Unidos no lo son? El SAT está muy preocupado por cobrar los
impuestos a cualquier gringo que se descuide y ¿no es capaz de detectar los
millones que bajan desde el otro lado de la frontera? El gobierno mexicano ha
puesto miles de trabas bancarias a los ciudadanos para mover su dinero, pero no
ha abierto una macroinvestigación sobre las operaciones bancarias que acompañan
este gran dinero de las mafias. En los cientos de decomisos, cateos,
detenciones, ¿no han aparecido chequeras, cuentas bancarias, huellas y rastros?
¿Por qué no se habla de esto nunca? ¿Por qué el gobierno mexicano no ha pedido
a Estados Unidos operaciones financieras que bloqueen el flujo de dinero al
narcotráfico? Sin una investigación financiera sólida y un pacto bilateral con
los estadounidenses para el bloqueo del dinero del narco, no se podía ir a la guerra.
Imágenes. Un
gerente del Santander informaba hace dos años a su jefe regional que estaba
recibiendo dinero no muy claro; como respuesta recibió un money is money.
Séptima. Un
convoy del Ejército en La Laguna se dirige a una cárcel de alta seguridad:
están transportando a un preso importante. Como no conocen la zona les han
puesto una patrulla de la policía local al frente y otra en la cola. Al llegar
a un semáforo la patrulla se detiene. Enciende y apaga las luces tres veces y
luego se fuga a 150 kilómetros por hora. La patrulla de la cola hace lo mismo
en reversa. De los callejones salen hombres armados que disparan contra los
militares. Las patrullas no han vuelto a aparecer en la escena pública, tampoco
los patrulleros, que se han desvanecido en esta gran nada informativa que es la
guerra de Calderón. Entre Monterrey y Tampico una caravana de camionetas de
renta que regresaban de un servicio son desviadas por la policía hacia una
brecha, un camino rural. Al final del tramo un grupo de zetas armados con ametralladoras los están esperando. Los choferes
serán torturados y robados. Hoy sabemos, gracias a las declaraciones de los
testigos protegidos, que durante años altos mandos de la policía escoltaron los
transportes de droga y protegieron como escoltas a los capos. Pero no sólo la
policía, las policías, muchos policías, actúan en colaboración, apoyan,
informan, protegen al narco, el
Estado lo ha abastecido de cuadros. Uno de cada tres detenidos, se puede leer
día a día en los periódicos, es un policía o un ex policía, un militar. Hace
años en Tijuana pregunté al director de un diario por qué en días recientes se
habían matado a tiros entre ellos una docena de policías en un choque entre
bandas rivales. Me respondió que resulta más barato contratar a un poli que entrenar a un sicario. ¿Cómo es
posible que el Ejército Mexicano (y el estadounidense) haya entrenado a un
cuerpo entero de elite militar que luego se pasa en bloque para constituir la
esencia de Los Zetas. Si los
mexicanos lo sabíamos, si sabíamos que la delincuencia era policiaca en
millares de casos, ¿no lo sabía el Estado mexicano? ¿Es posible ocultar cuando
tu salario pasa de 15 mil pesos al mes a 250 mil? ¿Cuántas horas de
investigación económica resistiría un agente de la policía antes de descubrir
que tiene seis casas en fraccionamientos del estado de México? ¿Hay alguien en
México que sepa interpretar la lectura de un polígrafo, el vulgarmente llamado
detector de mentiras? ¿O el Estado mexicano no se atreve a usarlo ante el
riesgo de que se muestre que la mayoría de sus agentes mienten? ¿La mayoría?
¿10 por ciento? ¿90 por ciento? ¿Hay algún polígrafo funcionando en alguna
dependencia policiaca del país? ¿O se ha vendido para comprar refrescos y
gansitos marinela en el Oxxo más cercano? Todo nace de unas fuerzas del orden
cuya moral está pervertida. Y esta es una vieja historia mexicana, que adquiere
su mayor nivel durante el alemanismo. Su clave es la impunidad. Los mexicanos
sabemos que históricamente la policía y el Ejército no son una fuerza de orden
sino una fuerza criminal semilegalizada, represiva. Sabiéndolo el gobierno
Calderón como debería saberlo (no podemos presumir ese grado de estupidez que
llegaría a lo inverosímil), ¿cómo se atrevió a lanzar una guerra contra el narco con ese material humano? Una
guerra que no sólo no se podía ganar, sino que ni siquiera podía empezarse sin
haber limpiado antes las fuerzas del orden. ¿Pero cómo limpiarlas sin debilitar
al mismo tiempo la esencia represiva del propio Estado mexicano? Un general
retirado me contaba que no tenía duda de que en el Ejército había un centenar
de capitanes y mayores honestos, pero que no estaban cerca de la toma de
decisiones. No se podía lanzar una guerra contra el narco con este material humano. No hay posibilidad alguna de variar
la situación mientras la moral dominante en las fuerzas del orden sea la que
hoy es.
Imágenes.
Cualquier ciudadano con un celular puede grabarlas, en la carretera de Tampico
a Matamoros circulan convoyes de cuatro o cinco camionetas negras, traen
pintado en el costado con spray las siglas CG, cártel de Golfo.
Empresas que cobran protección
Octava. Hoy
el narco no sólo es una docena de
grupos armados que controla una de las más importantes fuentes económicas del
país. Son empresas que cobran protección, por ejemplo, a todos los comerciantes
de Cancún. Son el control de todos los vendedores ambulantes de Monterrey. Son
la justicia en zonas enteras de Michoacán donde La Familia reprime a maridos abusadores y deudores perniciosos
(léanse las notas de Arturo Cano en La
Jornada). Son los controles en carreteras federales que cobran peajes. Son
los que le ofrecieron (y le cumplieron) a un restaurantero en Ciudad Juárez que
si pagaba protección, no más inspectores de salubridad ni requerimientos de
Hacienda. Son los controladores de la red de tráfico humano y secuestros más
grande del planeta. Son los que ofrecen empleo bien pagado a millares de
jóvenes de las pandillas de las zonas fronterizas. Son en una parte muy grande
nuestro país, el nuevo Estado. Y un Estado que sustituye a otro Estado basado
en el abuso, la corrupción. Un mecánico de banqueta en Chihuahua paga al narco 200 pesos a la semana por el uso
de la acera, antes le pagaba de mordida 300
a la policía. Tal para cual. ¿Por qué habría de estar en la cárcel un capo si
no lo está el que cometió un fraude electoral que robó a la nación su destino,
ni lo está el que con su modesto salario de funcionario compró tres castillos
en Francia? Mientras el Estado mexicano no pueda garantizar a sus ciudadanos
una relación honesta no se puede librar una guerra contra el narco.
Imágenes. Unos
niños en una foto en la primera página de La
Jornada muestran un cartel que dice: Queridos Reyes Magos, no queremos la
guerra de Calderón. Pero no basta con no quererla, hay que detenerla. Y eso
significa, antes de otra cosa, resolver, entre otros, los ocho problemas que
aquí se enuncian.
Paco Ignacio Taibo II es un
celebrado escritor, historiador y analista político mexicano.
Vía:
http://www.sinpermiso.info/textos/index.php?id=3854 | La Jornada |
viernes, 21 de enero de 2011
México: Narcoviolencia. Ocho tesis y muchas preguntas Paco Ignacio Taibo II · · · · ·
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