“Mientras haya muro habrá Intifada”, sentencia el habitante de un
campamento de refugiados. Se refiere a la muralla que Israel construye
alrededor de la patria de los palestinos, a quienes no cesa de atacar:
los detiene y tortura, los encarcela en condiciones infrahumanas, hace
escarnio de ellos. “No podemos permanecer en silencio mientras nos
matan”, afirma un veterano de la resistencia pacífica.
NABI SALEH, CISJORDANIA, 12 de enero (Proceso).- Basem Tamimi ha
estado 12 veces en la cárcel y sigue siendo perseguido por el gobierno
israelí. La primera vez que lo arrestaron fue después de que Isaac
Rabin, Bill Clinton y Yasser Arafat firmaran los Acuerdos de Oslo, en
septiembre de 1993.
“Me acusaban de haber asesinado a un colono judío. Me sacaron de mi
casa a golpes y estuve en coma ocho días. Cuando desperté estaba rodeado
de militares que me preguntaban quién había asesinado al colono. Me
tuvieron en la cárcel 40 días. Algunas veces me torturaban. Cuando salí,
en diciembre de 1993, el cuerpo de mi hermana me esperaba en casa.
Ellos la asesinaron.”
Basem Tamimi tiene 43 años pero se ve mayor. Nació en Nabi Saleh, al
norte de Ramallah. Un pueblo de 400 habitantes con un alto porcentaje
de mártires y presos. A lo lejos la carretera se ve como una lombriz
entre un montón de casuchas en medio del desierto.
“La resistencia popular es parte de la vida cotidiana de Nabi Saleh.
Es el mejor modo de oponerse a la ocupación. Es una forma de que
escuchen nuestra voz palestina. Los israelíes quieren matar nuestra
esperanza con los asentamientos, el muro y su violencia”, dice.
La casa de Basem es un homenaje a la resistencia: banderas palestinas
de todos los tamaños, granadas de gas lacrimógeno vacías, casquillos
aplastados de M-16. Una pequeña biblioteca de insurrección, democracia y
libertad. Fotos familiares y carteles que exigen la liberación de
Abdallah Abu Rahmah, uno de los líderes del pueblo de Bil’in, en el sur
de Palestina.
Basem se esfuerza por explicar cómo sobrevivió al suplicio de la
Intifada, esa insurrección que en los últimos 10 años se ha llevado
–según la organización B’Tselem, el Centro de Información por los
Derechos Humanos– a 6 mil 371 palestinos (de los que mil 317 eran
menores) y a mil 83 israelíes.
“La resistencia popular es el mejor modo de detener la ocupación de
Israel. Pero los periódicos de ellos sólo arrojan ponzoña sobre los
palestinos: dicen que somos terroristas y que las víctimas son los
judíos. No buscamos una resistencia armada pero no podemos permanecer en
silencio mientras nos matan y le quitan el futuro a nuestros hijos. La
libertad es la vida y la vida sin libertad no es nada.”
Desde diciembre de 2009 todos los viernes los israelíes cierran los
accesos a Nabi Saleh y libran una batalla campal contra sus habitantes.
En las dos primeras semanas de noviembre hirieron a 22 personas, entre
ellos a una niña de 10 años, un médico y dos periodistas palestinos.
A lo lejos se ve el asentamiento de Halamish. De acuerdo con la ONG
Peace Now, en ese lugar viven 956 colonos judíos… y muchos de ellos
están armados.
Para Basem los asentamientos son la cara más evidente de la
ocupación. “Ellos se robaron la tierra. Son un claro mensaje de guerra,
hacen trizas a la humanidad. Tienen un sentido distorsionado de la
religión. Vienen aquí y nos quitan el agua y matan a las personas. No
tienen humanidad”.
Una eventual interrupción en la construcción de asentamientos judíos
no afectaría los barrios orientales de Jerusalén –que desde el plan de
partición de 1947 se considera territorio ocupado– y retrasaría los
planes de la Autoridad Nacional Palestina para exigir ante la ONU el
reconocimiento como Estado.
“Israel se sobrepone al derecho internacional. En su cabeza no
existen las leyes”, dice Basem con un halo de resignación. “Nosotros ya
no queremos la tierra, queremos nuestra libertad. Ellos (los militares)
controlan nuestra vida. Ellos –dice señalando hacía el asentamiento–
no se irán nunca”.
En Nabi Saleh los niños usan máscaras antigás hasta en sus casas. Por
eso Basem tiene los ojos irritados. “Ésta es la última oportunidad
para que Mahmoud Abbas negocie con Israel. Para destruir necesitas la
guerra. Para la paz necesitas la resistencia y la protesta”.
Abusos
El pasado 10 de noviembre, el ministro palestino de Asuntos de
Prisioneros, Issa Qaraqe, dio a conocer el caso de dos niños de 13 años
torturados en el centro de detención de Petah Tikva, en Israel.
Muhammad Tare Abdul Latif Mukhaimar y Muhammad Nasser Ali Radwan
fueron capturados en julio en la provincia de Beit Ur Al-Tahta. Los
atraparon en la autopista 443, un camino exclusivo para judíos. Los
militares que los aprehendieron los tiraron al suelo y los golpearon con
las culatas de los M-16. Les vendaron los ojos y los llevaron al
centro de detención en Israel.
En Petah Kitva los encerraron desnudos en un baño donde el aire
acondicionado estaba encendido. “Lo más terrible fue cuando uno de los
soldados meó sobre nosotros y grabó todo en video”, dijo Mukhaimar.
Después fueron trasladados al centro de detención del asentamiento de
Binyamin, donde fueron interrogados de las 10 de la noche a las tres
de la mañana. Más tarde los pusieron bajo “custodia preventiva” en la
cárcel de Remonim durante tres meses.
Un estudio –basado en testimonios de 121 palestinos– dado a conocer
en noviembre pasado por las ONG B’Tselem y HaMoked revela que “las
violaciones a los derechos humanos comienzan desde el momento de la
detención y continúan durante toda la estancia en las prisiones”.
Apunta: “Las violaciones incluyen crueles condiciones de aislamiento
en las celdas, donde la higiene es vergonzosa (…) El uso de cualquiera
de estos medios constituye un trato cruel, inhumano y degradante. Todos
están prohibidos en virtud del derecho internacional y el derecho de
Israel”.
Desde 2001 los palestinos interrogados por agentes de Israel han
presentado 645 denuncias ante el Ministerio de Justicia. Hasta ahora
ninguna demanda ha resultado en acciones penales.
Israel reconoció que pese a que el uso de la violencia en las
detenciones está prohibido, “la práctica sigue siendo frecuente y parece
que los soldados reciben mensajes contradictorios de sus comandantes”.
Y justifican las detenciones como “una acción necesaria para acabar
con los actos de terrorismo”.
La tesis de Israel es que los tiradores de piedras (o tirapiedras,
como llaman a los adolescentes de la Intifada) son un ícono de la
insurgencia y la resistencia popular. Para ellos lanzar piedras es un
acto patriótico. Para los judíos es un acto de vandalismo, cobardía y,
además, una incitación al terror.
Intifada interminable
Para Ali es muy aburrido escuchar de las negociaciones de paz entre
Israel y Palestina. Para él lo único que vale la pena es preparar café
en una olla oxidada y fumar Gauloises. Desde hace cinco años vive en un
campamento improvisado junto al muro que divide Jerusalén de Ramallah.
Ali tiene 24 años y estudia agricultura en la universidad de Birzeit.
Se asume como un desempleado y vende madera para sobrevivir. Por una
tonelada gana el equivalente a 2 mil pesos. No tiene agua ni
electricidad. Su sala está hecha con desvencijados asientos de
automóvil.
Entre Israel y Cisjordania se alza un muro de hormigón de ocho metros
con torres de vigilancia, puertas especiales y cercas electrificadas.
Cuando lo terminen de construir tendrá 700 kilómetros de largo, cinco
veces más que el Muro de Berlín. No está diseñado para ser desmontado.
Un informe del Comité Israelí Contra la Demolición de Casas (ICAHD,
por sus siglas en inglés) encierra la vida de Ali en el concepto de
warehousing (almacenamiento), término que se aplica a los millones de
“reclusos” que han quedado “encerrados” detrás de los muros de
concreto.
Según el ICAHD, Israel no sólo separa a la población sino que
construye un muro alrededor de la pobreza palestina. Pero los israelíes
disfrazan sus acciones en nombre de la “guerra contra el terrorismo” en
la que los palestinos “no son más que un frente en una batalla moral
contra las ‘fuerzas del mal’”.
Y puntualiza: “El warehousing es peor que un apartheid. El muro
también tiene una advertencia fundamental: a los trabajadores palestinos
no se les permitirá entrar a Israel”.
Ali habla caóticamente, como si varias ideas se le enredaran en la
lengua: “Hace 10 años, en la segunda Intifada, los militares me
disparaban sin razón. Los militares palestinos sólo defendían a los
ricos. Mira, yo no estoy con Hamas ni con Al-Fatah (las dos
organizaciones que se disputan el liderazgo palestino). Yo trabajo aquí,
sólo quiero vivir y completar mis estudios”.
Aunque los judíos maquillen su lado del muro con la leyenda “estamos
en paz”, por el otro hay una compulsiva tendencia a contradecirlos:
“Israel, ¿así quieres ser recordado?”, “detengan la limpieza étnica”,
“Palestina libre”, “nosotros podemos volar con las alas que ustedes no
pueden tocar”, “dejen de matar a mis hijos, mis hermanos, mi marido, mis
padres”.
Ali se palmea los muslos con hartazgo. “Mientras el muro siga ahí, la Intifada no va a terminar”.
Fuente, vìa :
http://proceso.com.mx/rv/modHome/detalleExclusiva/87229
http://proceso.com.mx/rv/modHome/detalleExclusiva/87229
No hay comentarios:
Publicar un comentario