El amor como construcción social
y dispositivo económico y de control.
La autora analiza y desmonta el
amor romántico de película, fábrica de sueños y de hacer dinero,
dispositivo de control y utopía individual ante el desgaste de las
utopías políticas y colectivas.
A pesar de que siempre se ha considerado
el amor pasional un fenómeno individual, que acontece en el interior de
cada ser humano como un proceso ‘mágico’ e ‘inevitable’ que transforma
la vida entera de las personas cuando caemos enamorados (del inglés
falling in love), lo cierto es que se trata de una construcción
social y simbólica que varía según las culturas y las épocas históricas.
En la posmodernidad el amor romántico se ha erigido en una nueva utopía
de carácter emocional, una vez derrumbadas las utopías colectivas de
carácter ideológico y político.
El individualismo y la infantilización
de la población han llevado a una despolitización y un vaciamiento del
espacio social, con notables consecuencias para las democracias
occidentales y para la vida de las personas. Una de ellas es la
enfermedad del siglo XXI: la soledad, característica del modo de vida en
las grandes urbes, donde las redes de cooperación y ayuda entre los
grupos se han debilitado o han desaparecido.
Ha aumentado el número de hogares
monoparentales; la gente dispone de poco tiempo de ocio para crear redes
sociales en la calle, y el anonimato es el modus vivendi de la
ciudad. Un caldo de cultivo para las uniones de dos en dos (a ser
posible monogámicas y heterosexuales, s’il vous plaît).
LA INDUSTRIA DEL AMOR
El amor no sólo constituye un
dispositivo de control social, sino que también posee una dimensión
económica de gran envergadura cuyo correlato es el auge de las
industrias nupciales: inmobiliarias, agencias de viajes, agencias de
contactos, Iglesia católica, hoteles, salones de boda, bufetes de
abogados para tratar acuerdos pre y postmatrimoniales, gabinetes de
psicólogos y en los que se trata ‘el mal de amores’, etc. El amor es,
así, un mecanismo que encauza el estilo de vida consumista imperante en
nuestras sociedades actuales.
Del mismo modo que ya muy poca gente
acude al zapatero a arreglar su calzado porque resulta más cómodo y
barato tirarlo a la basura y comprar otro nuevo, el amor tiene su propia
oferta y demanda, y sus productos de usar y tirar; todos buscan a la
persona ‘ideal’ con la que establecer la relación perfecta. Este mercado
sentimental constituye una especie de búsqueda compulsiva del paraíso,
edén emocional en el que las ansias de autorrealización y de felicidad
se ven colmadas y satisfechas.
El amor es, en este sentido, un nexo que
se establece con otra persona y gracias al cual podemos sentir que hay
alguien que nos escucha, nos apoya incondicionalmente y lucha con
nosotros contra los obstáculos de la vida: el amor como una fuente de
felicidad absoluta y de emociones compartidas que amortiguan la soledad a
la que está condenado el ser humano; en pareja las personas se sienten
‘al menos’ acompañadas.
FÁBRICA DE SUEÑOS
El problema fundamental de esta cultura
del amor mitificado es que no casa con la realidad, ya que las personas
no somos perfectas, y las relaciones entre nosotros tampoco. La rutina,
el egoísmo, la incomunicación, la convivencia y otros muchos factores
interrelacionados acaban con la ‘magia’ del amor. Las grandes
expectativas que ponemos en que alguien nos ‘salve’ y nos ‘colme’ la
existencia por completo hacen que la gente se sienta frustrada o
agobiada por la tremenda responsabilidad que depositamos en la otra
persona.
El amor es una potente fábrica de sueños
imposibles y además es una forma moderna de trascendencia espiritual.
Al enamorarnos, las hormonas placenteras que se disparan hacen que la
vida cobre una intensidad inusitada. La gente al enamorarse siente las
puertas del destino abiertas a multitud de posibilidades, y se sienten
creativos, ilusionados ante un nuevo proyecto vital y amoroso. Bajo la
máxima de que el amor todo lo puede, somos capaces de realizar grandes
gestas: buscar un trabajo mejor, enfrentarnos con valentía al jefe,
cambiarnos de ciudad o país, enfrentarnos a nosotros mismos (nuestros
miedos, defectos, debilidades…).
En definitiva, el amor es una especie de
religión posmoderna individualizada que nos convierte en protagonistas
de nuestra propia novela, que nos hace sentir especiales y que logra
transportarnos a una dimensión sagrada, alejada de la gris cotidianidad
de nuestra vida. Nos sirve, de algún modo, como un dispositivo para
escapar de la realidad, una forma de evadirnos análoga a los deportes de
riesgo, las drogas y la fiesta. Enamorarnos es sentir que estamos
vivos, es una forma de segregar adrenalina que, sin embargo, suele
hacernos sufrir mucho cuando se acaba o nos abandonan. El amor es
utópico porque su idealización es irrealizable, su intensidad no es para
siempre, y además, como dijo Neruda, el amor es breve:
dura más el olvido.
Por Coral Herrera Gómez
Investigadora en Humanidades
Julio 24 de 2008
Fuente: Periódico
Diagonal
Texto -de origen externo-
incorporado a este sitio web por (no es el autor):
Cristián Andrés Sotomayor Demuth
Vìa :
http://www.elciudadano.cl/2011/01/21/el-amor-romantico-ultima-utopia-de-la-posmodernidad/
http://www.elciudadano.cl/2011/01/21/el-amor-romantico-ultima-utopia-de-la-posmodernidad/
No hay comentarios:
Publicar un comentario