sábado, 15 de enero de 2011

Cultura : En el clóset. Guadalupe Loaeza. Cineasta, poeta, narrador, dramaturgo, actor, activista político, Pier Paolo Pasolini es una de las figuras fundamentales de la cinematografía mundial.



Guadalupe Loaeza

Cineasta, poeta, narrador, dramaturgo, actor, activista político, Pier Paolo Pasolini es una de las figuras fundamentales de la cinematografía mundial. Guadalupe Loaeza recorre en este texto algunas de sus obras más destacadas, al mismo tiempo que se pregunta acerca de las circunstancias todavía inexplicadas de su muerte trágica y violenta..
Pier Paolo Pasolini (1922-1975) fue poeta, novelista y cineasta. Fue un militante, un crítico y un provocador que no se sentía cómodo en ninguna parte. Se destacó como una de las voces más respetadas y temidas del periodismo italiano; criticó a la Iglesia lo mismo que al Partido Comunista y mantuvo posiciones políticas de lo más controvertidas. Aunque era un militante de izquierda, atacó el divorcio y el aborto porque consideraba que eran fenómenos de la decadencia capitalista. Y cuando se desató el movimiento estudiantil de 1968, escribió un agresivo poema: “Tenéis cara de hijos de papá / ¡Yo simpatizaba con los policías!”. Para muchos, Pasolini era un artista al que le gustaba perderse en el pasado y evadir el terrible presente que le tocó vivir durante su juventud, en la Segunda Guerra Mundial. No obstante, fue el artista italiano que mejor supo combinar los lenguajes artísticos más variados, como el cine, la literatura, el teatro, la música y la poesía. Pero más que ser un nostálgico del pasado, puede decirse que se interesó por los clásicos y los volvió temas de moda. Gracias a él obras fundamentales como El decamerón, Los cuentos de Canterbury, Las mil y una noches, Saló o Los ciento veinte días de Sodoma volvieron a ser inquietantes porque los hizo hablar en un lenguaje moderno. Y descubrió que la naturalidad era un arma para luchar contra la enajenación de la vida moderna, de ahí que los personajes de sus primeras películas vivan el erotismo y la sensualidad con absoluto desenfado. Esta libertad que mostraban sus cintas enojaron tanto a los italianos que, en veinte años, Pasolini recibió treinta y tres acusaciones por inmoralidad.
Basta con recordar la película Teorema (1968), tan misteriosa como discutida, en la que un joven enigmático llega a una casa burguesa y comienza a enamorar y seducir a cada uno de los miembros de la familia. Este personaje sin nombre, interpretado por el guapo actor Terence Stamp, que representa la naturalidad y el deseo, termina por desaparecer tan inexplicablemente como llegó. Pero al irse deja a toda la familia aterrada por la parte oculta que descubrieron de sí mismos. Es evidente que este tipo de historias suscitaban la inquietud de la sociedad que retrataba. Si bien no todos los italianos lo entendieron, hay que decir que Pasolini es un genio al que sólo se le puede comparar con directores de cine como Federico Fellini o Vittorio de Sica. Y tampoco debemos olvidar que figuras como María Callas se entusiasmaron por trabajar con él. La maravillosa cantante de ópera se mostró feliz de trabajar con Pasolini en la película Medea, y lo mismo le ocurrió a Orson Welles, quien actuó en La ricotta, de 1963.
Pero su trabajo más polémico fue, sin duda, la película Saló (1975), una adaptación de la novela Los ciento veinte días de Sodoma, del Marqués de Sade, que relata una serie de rituales sádicos llevados a cabo por cuatro aristócratas que secuestran a dieciocho jóvenes y los encierran en un palacio. Era evidente que esta película iba a causar un escándalo en Italia, porque en la cinta aparecían menores de edad, porque se trataba temas tabú y porque en ella Pasolini parecía retar a los conservadores de su país. En una escena, uno de los protagonistas decía: “Las monarquías no deberían reprimir el libertinaje, porque las cabezas ocupadas en libertinaje no maquinan revoluciones”.
Pier Paolo Pasolini
Pasolini nació en Bolonia, al norte de Italia. Su padre era un soldado, famoso por haber salvado la vida de Mussolini. Dice uno de sus mejores amigos, el novelista Alberto Moravia, que la primera gran compañera de su vida fue la pobreza, pues su familia se ocultó durante la Segunda Guerra Mundial en la provincia de Friuli, en donde pasaron hambre y persecuciones. Pasolini estaba a punto de cumplir los veinte años y el mundo de la pobreza lo atrajo de manera irresistible por lo que se convirtió en uno de los temas fundamentales de su vida.
Desde entonces tenía conciencia de que no podía amar según se lo pedía la sociedad, y por eso, le escribió a su amiga Silvana Mauri, en 1950:
Los que no podemos amar según las normas terminamos por sobreestimar la cuestión del amor… En mí, la dificultad para amar ha transformado la necesidad de amar en algo obsesivo… cuando, adolescente, el amor me parecía una quimera inalcanzable.
Cuánta tristeza vertió en su obra este poeta que buscó el amor y vivió en una eterna desilusión, como él mismo escribió: “Y no quiero estar solo. Tengo un hambre infinita / de amor, del amor de los cuerpos sin alma”.
Cuando tenía veintitrés años, entró a trabajar como profesor de escuela en Roma. Dice Moravia que vagando por las calles de la ciudad se encontró a sí mismo y encontró también su verdadera voz como escritor y su personalidad como activista político. Fue entonces que entró al Partido Comunista. Sus novelas y sus poemas causaban la reprobación de los conservadores, por lo que fue acusado de “corrupción de menores” y de “realizar actos obscenos en público”. Ciertamente, no eran más que calumnias y Pasolini fue absuelto de ambos delitos pero su prestigio quedó arruinado. Primero fue despedido de la escuela en donde daba clases y, poco después, expulsado del Partido Comunista “por indignidad moral”.
Pero este genio italiano, admirado en todo el mundo, murió asesinado brutalmente. Una noche de noviembre de 1975, un carpintero encontró su cadáver en un terreno baldío, completamente desfigurado. Estaba boca abajo, con el pelo lleno de sangre. La cara se encontraba deformada a causa de los golpes y los moretones. Por todo su cuerpo había huellas de neumáticos, pues el asesino lo había atropellado con su propio coche. Esa madrugada, los policías detuvieron a un joven de diecisiete años que manejaba a exceso de velocidad un Giulietta 2000 que resultó ser el de Pasolini. Cuando lo interrogaron, este joven llamado Giuseppe Pelosi confesó que lo había matado porque el director de cine había querido tener relaciones sexuales contra su voluntad. Desde entonces se ha dudado que un solo asesino haya podido causar tantas lesiones, por lo que muchos piensan que tal vez se trató de una emboscada tramada para silenciar una de las voces más lúcidas de Italia. Tal vez, antes de morir, en medio de la violencia, Pasolini recordó los versos con los que se refería a la muerte: “Vuelvo a ti, como vuelve / un emigrado a su país y lo redescubre: / he hecho fortuna (en el intelecto) / y soy feliz, tanto / como hace tiempo lo era, destituido por norma”.

Vìa :
http://www.revistadelauniversidad.unam.mx/7810/loaeza/78loaeza.html

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