Acabo de llegar de un viaje por Estados Unidos y Canadá, ambos países
del Norte que, como se sabe, están ingresando a su temporada de
invierno 2011. Durante mi estada pude comprobar la rudeza de su clima:
en Nueva York cayó la nevazón más grande de su historia, con alrededor
de medio metro de nieve precipitada que paralizó las calles y el antiguo
pero bien tenido Metro de la ciudad por casi 48 horas, con temperaturas
que, merced a las ráfagas de viento llegaban hasta 15 grados bajo cero.
Sin embargo, durante los días que estuve allí y en Canadá, sentí más
calor que frío: tanto los lugares cerrados como los trenes
metropolitanos que recorren gran parte de ambas ciudades están
cálidamente calefaccionados.
Acostumbrado a pagar por lo que se consume, consulté por los costos
de ese dispendio de energía. Llamó mi atención que apenas fuera una
parte menor de los ingresos familiares. Se me aclaró que la energía y el
Metro está muy subsidiados, pero se me explicó que, o se hace de esa
forma o, dado el clima, la gente se muere. Mis consultados me aclararon
que era una forma que gobiernos de distinto sello habían mantenido
tradicionalmente como un modo de redistribuir el ingreso. Ambos
servicios no solo son de buena calidad, sino además, accesibles para
todos.
Pensé que Estados Unidos, con su actual estado financiero y una deuda
externa de casi 14 mil millones de millones de dólares, no podría
mantener por mucho tiempo esos subsidios. Y así fue. Justamente en los
primeros días de 2011, el Metro subió sus tarifas desde unos 850 pesos
por pasaje unitario, a 1.150 pesos. Pero de todas maneras, tanto la
calefacción hogareña como el transporte siguen subsidiados. Por lo
demás, el Metro tiene otras fórmulas, como pasajes bisemanales de uso
ilimitado por 50 dólares, los que, sin embargo, también subieron a 110
dólares. No vi reacción de la gente. Supongo que entendieron la decisión
y que un ajuste similar ocurrirá con la energía, la que amenaza con
subir nuevamente a unos 100 dólares el barril de petróleo. Así son las
cosas. Hay que pagar por lo que se consume. Ante noche volvió a nevar en
Nueva York.
De regreso a Chile, en la calidez del avión, recordé que en nuestro
país hay una sola área en la que no hay extrema pobreza: Punta Arenas,
Magallanes y, en general, en el extremo sur del país. ¿Por qué? Porque
nadie puede sobrevivir en esas condiciones climáticas sin mínimos de
ingresos que permitan acceder a calor, energía y movilización. Eso lo
entendieron las elites chilenas hace más de un siglo –no sin antes un
par de guerras civiles protagonizadas por regionalistas que alegaban
contra el asfixiante centralismo de Santiago-y desde entonces se ha
subsidiado esa presencia nacional, en el entendido que la racionalidad
económica se subordina aquí a la geopolítica y la soberanía. Por eso
entendí de inmediato las fotografías que mostraban las fogatas en las
calles de Punta Arenas. Subir los costos del gas, la energía, la
calefacción, transporte y, en fin, la vida en esas zonas, es dar una
clara señal para su despoblamiento. Ráfagas de viento como las que se
viven en Magallanes –donde los perros vuelan- incrementar la sensación
térmica del frío hasta muchos grados bajo cero y yo, que vengo de sufrir
esa sensación en el Norte del mundo, sé lo que los magallánicos alegan.
Si los chilenos más cerca del calor queremos presencia nacional en el
extremo sur, habrá que apoyarla hasta los límites de la racionalidad
económica. El frío no admite pobreza ni menos egoísmos.
Fuente, vìa :
http://radio.uchile.cl/columnas/98757/
http://radio.uchile.cl/columnas/98757/
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