“Me he llevado de todo, dinero y caja y comisiones. Era un yonqui del dinero,
casi todo el mundo está en movidas”. La frase, pronunciada en mayo del
año pasado por Marcos Benavent, exgerente de la empresa de la Diputación
de Valencia Imelsa, dio la vuelta a España tanto como su renovado look y su supuesta conversión a la religión de la placidez, el yoga y la comida ecológica. Desde la operación Malaya hasta el más reciente caso Nóos o la trama Gürtel, la corrupción ha sentado en el banquillo a personalidades
como el yerno del rey, el tesorero de un partido de gobierno, poderosos
empresarios, políticos, reconocidos abogados, afamados artistas,
futbolistas, banqueros… Todos son acusados de robar y algunos ya han
sido condenados. ¿Pero qué pasa por la cabeza de una persona rica para
querer defraudar? ¿Qué pasa por su mente?
“Lo mismo que por la mente de cualquier
delincuente antes de cometer un delito. Es decir, los delincuentes toman
la decisión de delinquir (agredir a un desconocido para robarle o
defraudar a Hacienda) porque deciden hacerlo y esto es lo que sucede en
su mente”, resume el profesor de Psicología en la Universidad de
Barcelona Antonio Andrés Pueyo. El experto basa esa decisión en cinco
razones. Primero, la oportunidad: muchos delincuentes de cuello blanco
están en lugares de poder donde pueden realizar esos delitos. Segundo,
la necesidad: muchas veces estas personas, ricas en algún momento,
tienen necesidades de dinero o poder o control para
continuar con su estatus o para cubrir sus necesidades, que pueden ser
totalmente superfluas o no. Tercero, las predisposiciones personales:
actitudes y creencias narcisistas, egoístas, de impunidad… Cuarto, los estados emocionales alterados, como el consumo de drogas,
alcohol, estados afectivos alterados. Y por último, la ecuación coste /
beneficio: valoran lo que pueden ganar y perder… “Muchas veces, con su
sentimiento de invulnerabilidad, sólo ven beneficios y ningún coste a su
conducta”, concluye el profesor. Durante mucho tiempo, por ejemplo, la
Corona y la política fueron ámbitos intocables. Todo ello -añade el
especialista-, contribuye a mantener la reiteración delictiva si los
primeros delitos pasan desapercibidos y aumentan su sensación de
impunidad.
En ocasiones, incluso, los defraudadores no sólo no reciben reproche social,
sino que salen reforzados. “La corrupción no es exclusiva de la especie
humana (se han evidenciado conductas corruptas en chimpancés, abejas y
hormigas). Entre los seres humanos, tampoco es exclusiva del poder
político (aunque la hay) ni de los empresarios prebendarios (aunque los
hay) sino también de la sociedad que a su medida, la ejerce o, al menos,
tolera”, escribe el neurólogo y neurocientífico Fernando Manes en un
artículo en El País. “No hay seres humanos corruptos sino una
sociedad corrupta […] Todos los países tienen corrupción y seres humanos
corruptos. La diferencia, en parte, radica en cuán tolerada es la
corrupción en esa sociedad”, prosigue. Dos ejemplos: el expresidente del
Sevilla José María del Nido, condenado a siete años de
prisión por malversación y prevaricación, no dejó el club hasta que la
sentencia fue confirmada por el Supremo. “Mientras el Sevilla meta
goles… a mí me da igual”, llegaron a decir seguidores del equipo de
fútbol en aquel tiempo. E Isabel Pantoja,
condenada a dos años por blanqueo de capitales, ha sido vitoreada por
sus fans en conciertos e incluso a las puertas del juzgado. El
catedrático de Derecho Penal y director del Instituto de Criminología de
Sevilla, Borja Mapelli incide en que el problema está enraizado en la
propia sociedad, “que enseña que el triunfo, el éxito, está asociado al
dinero”.
Según el psiquiatra José Carlos Fuertes,
el hecho de defraudar conlleva en algunas personas una sensación de
placer y de cierto “morbo”, al creerse el “defraudador superior al
‘omnipotente Estado’ siendo capaz de engañarle”. Por eso, afirma, son
muy necesarios siempre la existencia de mecanismos sociales de freno y
de control. El psiquiatra descarta que la corrupción o la avaricia
tengan, por el momento, una correlación conocida con las estructuras neuronales:
“Pero es muy probable que en un futuro no lejano se pueda objetivar la
existencia de un mal funcionamiento de sistemas neuronales que expliquen
algunos de estos comportamientos”. Lo que sí
falla en las personas corruptas, según Fuertes, son los mecanismos de
autocontrol: “Unos sujetos tienen una moral mucho mas estricta y basta
con el hecho de que una cosa esté mal para no hacerla. Por el contrario,
hay individuos que tienen una moral mucho más laxa y dan al fraude o al
engaño una lectura positiva, llegando a justificar lo que hacen e
incluso a verlo como algo que demuestra su inteligencia y astucia”.
Una investigación publicada en Frontiers in Behavioural Neuroscience recoge
un experimento en el que se simuló una subasta. A los participantes se
les daba la posibilidad de sobornar al subastador para obtener
beneficios. Las primeras veces, podían sobornar libremente. Pero cuando
el perdedor podía exigir inspeccionar la operación, la situación
cambiaba: tanto subastadores como sobornadores eran menos corruptos
cuando sabían que podían ser observados.
De todos los colores en las black
Como el resto de delincuentes, explica el
profesor Pueyo, son esencialmente personas heterogéneas: “Los hay con
la autoestima baja y con la autoestima alta, los hay más sociables y
menos, mas hábiles socialmente o menos. Es decir, no tienen un arquetipo
único. Sólo hay que pensar en los que utilizaban las tarjetas black”. Como sostiene el colectivo 15MpaRato,
que logró abrir el caso Bankia, “todos los partidos políticos -todos-,
todos los sindicatos mayoritarios -todos-, la mayoría de la entidades
institucionales desde la patronal a la casa real pasando por
instituciones deportivas o medios de comunicación, todos han sido
partícipes”. La Fiscalía pide penas de hasta seis años por gastar de
forma irregular 12 millones de euros de Caja Madrid.
Sí pueden diferenciar a unos delincuentes
de otros los llamados factores de riesgo que se usan en Criminología y
que hacen que una persona que los posee o a la que influyen pueda
delinquir o reincidir. Pueyo los agrupa en cuatro grandes tipos: actitudes antisociales
(creencias de que lo que hago es correcto y la ley está equivocada,
consideraciones egoístas e interesadas sin medir las consecuencias para
los otros); historia de vulneración de normas (personas con antecedentes de conductas ilegales, amorales, etc…); patrones de personalidad antisocial
(narcisistas, psicopatías, trastornos límite de personalidad, bajo
autocontrol, impulsividad, etc…); y colegas o amigos (asociados)
antisociales (bandas criminales, otros delincuentes, etc…).
“Todo ello hace que sea difícil encontrar
una razón médica, como alguna enfermedad mental, que justifique este
complejo y perseverante en el tiempo repertorio conductual en que
consiste la corrupción, el fraude, el engaño, la manipulación de otros,
etc…”, insiste el profesor de la Universidad de Barcelona.
Ni siquiera en el caso de los reincidentes, como Mario Conde, se trata de una enfermedad: “Podríamos hablar de un estilo de vida,
de un patrón de personalidad antisocial y también, por qué no, de un
trastorno de personalidad. En la psicopatología criminal y en referencia
a sujetos como el mencionado se les denomina ‘psicópatas integrados’ o ‘serpientes con traje’,
como llama Robert Hare, el mejor experto mundial en psicopatía, a los
delincuentes de cuello blanco y análogos que no cometen delitos de
sangre o que pertenecen al mundo de la exclusión social…”, explica
Pueyo.
El psiquiatra José Carlos Fuertes lo
corrobora: “Lo que hay son personalidades anómalas, tóxicas o
desequilibradas, pero no son enfermos en el sentido que la psiquiatría
entiende hoy. La avaricia no es una enfermedad ni un trastorno mental.
Como mucho, es una conducta inadecuada cuya base puede estar en un
trastorno de la personalidad. La ambición es una conducta consustancial
con la condición humana. Y tampoco tiene por qué ser de entrada un
comportamiento negativo. Puede ser motivadora de la acción. Lo que sí es
enfermizo es la ambición sin límites, cuando se convierte en una obsesión y conduce a saltarse las normas y a defraudar”.
En el caso de personas de origen humilde
y, tras amasar una fortuna, deciden defraudar, como artistas o
futbolistas, el psiquiatra sostiene que puede haber un cierto “revanchismo”
al haber tenido privaciones y dificultades en la infancia, lo que
aumenta su ambición en la vida adulta: “Su autoestima está en función de
lo que tienen, no de lo que son”. Para el psicólogo, sin embargo, el
origen no está reñido con compartir actitudes, motivaciones, deseos… y
no considera que haya sensación de revancha: “Se produce por las mismas
razones que los demás casos”, concluye.
¿Incide más la corrupción entre los
hombres? Desde el punto de vista de Pueyo, los delitos, en general y
especialmente los violentos, son más propios de hombres que de mujeres…
“Es todavía un interrogante por resolver la razón última de esta
diferencia que también se mantiene en los delitos de cuello blanco”.
Fuertes apunta a la discriminación: “No es que sea más propia la
corrupción en el hombre que en la mujer, es que la mayoría de puestos de
poder están ocupados por el hombre. No se puede afirmar que exista ‘el
gen masculino’ de la corrupción”.
Lo que sí ponen en evidencia la mayoría de los implicados es la relación estrecha entre poder y corrupción.
“Sólo tienen una barrera que los separa: la ley, la moral y la ética.
El cumplimiento por parte de los poderosos de las normas y las leyes.
Pero el individuo humano puede elegir entre hacerlo y no hacerlo. Los
delincuentes, cuando son penalmente responsables, eligen no respetar la
ley”, afirma el profesor de Psicología. Para el psiquiatra Fuertes, lo
que asocia la mente con el poder es la consecución de cualquier objetivo
que se desee: “Y de ahí a las prácticas inadecuadas, inmorales o
ilegales el paso no es muy grande. Pero debe quedar claro que no siempre
el poder tiene indefectiblemente que ir asociado a la corrupción”.
vía:http://www.lamarea.com/2016/10/01/pasa-la-mente-corrupto/
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