Por: José Bustos
Artículo publicado en Amauta con permiso del autor
Sobre los protagonistas políticos y el desarrollo económico
El conflicto cajamarquino, a propósito del proyecto Conga
(explotación aurífera à cielo abierto), parece simple, pero no lo es. La
oposición a ese proyecto tiene múltiples rostros, y variados intereses.
El esquema de desarrollo del conflicto Conga, en el Perú, a pesar que
fue heredado por el gobierno actual, es muy similar a los otros
conflictos medioambientales que se estan dando en varios países de
América Latina.
En primer lugar, la firma del contrato de explotación y la aprobación
del EIA (Estudio de impacto ambiental) se hizo bajo el gobierno
precedente, de Alan García, sin la mínima consulta previa a las
poblaciones potencialmente concernidas por sus consecuencias sociales,
económicas, medioambientales, etc.
Luego, cuando la empresa se disponía a iniciar los trabajos, y se
tuvo un conocimiento exacto de las profundas transformaciones que
implicaba ese proyecto (entre otros, la desaparición de varias lagunas)
los ecologistas -los nuevos guardianes del templo-, seguidos por algunas
tendencias de la izquierda, pusieron el grito en el cielo y
consiguieron sin mucho esfuerzo movilizar a algunos sectores de las
poblaciones para organizar la resistencia.
Inmediatamente después, el gobierno, contrariado por lo que
interpreta como un cuestionamiento de su autoridad, criminaliza la
protesta y la reprime salvajemente provocando varias victimas fatales y
un tropel de heridos y detenidos. Esta respuesta desaprensiva,
completamente irracional, provoca una legítima indignación tanto en el
país como en el extranjero y, para algunos, viene a confirmar su
patrimonio genético neoliberal y, consecuentemente, su enfeudamiento a
las compañías multinacionales.
Hasta aquí, un resumen de ese conflicto. Un resumen que exige otros desarrollos.
La naturaleza de esos proyectos
Los proyectos llamados “extractivistas” han sido siempre, y en muchos
casos lo siguen siendo, extremadamente problemáticos. A veces por su
propia naturaleza, como la explotación minera a cielo abierto que
demuele montañas enteras, utiliza ingentes cantidades de agua y la
contamina con productos tóxicos, lo que suele traducirse por una grave
degradación medioambiental que afecta a todos los seres vivientes en la
zona de impacto.
En otros casos, los efectos negativos medioambientales (que son a
veces inevitables e irreversibles) se amplifican por el simple hecho que
el cuidado de la naturaleza no esta nunca entre las preocupaciones
principales de las empresas. A éstas lo único que les interesa es
optimizar la rentabilidad de la inversión (generalmente importante) y,
suelen contar para ello con la complicidad de los gobiernos siempre
dispuestos a hacer la vista gorda, y evitarles a esas empresas todo tipo
de inconvenientes.
Otra de las características de estas inversiones, que producen
beneficios colosales, es que no toman en cuenta los impactos sociales y
económicos que provocan en sus áreas de influencia. En todos lados donde
existe ese tipo de explotaciones, las poblaciones aledañas figuran
entre las más pobres del país, con enormes problemas de desnutrición, de
analfabetismo y de carencias de servicios básicos. No sólo no han
tenido nunca ningún beneficio tangible (trabajo, desarrollo económico de
la región, mejoras en sus condiciones de vida), sino que se han hundido
cada día más en la miseria y la exclusión.
La emergencia del ecologismo
Particularmente con la crisis climática, que trae aparejadas graves
perturbaciones en el mundo, las preocupaciones por la protección del
medioambiente han adquirido una actualidad, una pertinencia y una
importancia incontestables. Esto ha facilitado una rápida emergencia de
movimientos políticos (en algunos países llamados “Verdes”) que han
asumido la defensa de la naturaleza como un verdadero apostolado.
Imbuidos de su nueva misión estos grupos han elaborado y popularizado un
discurso tremebundo destinado, por supuesto, a promover y capitalizar
los temores de la gente sobre la evolución de esa problemática. Para
ellos, entonces, se trata de impedir, a cualquier precio, que se siga
explotando las riquezas naturales so pena de precipitar el irremediable
colapso del planeta y, por consecuencia, la extinción de la vida.
Esta advertencia apocalíptica encuentra oídos receptivos en todos
lados, pero tal vez mucho más en nuestros países, subdesarrollados, o
dicho de otra manera, enfrentados al dilema del desarrollo. Por lo
demás, su espectro de intervención es muy amplio, habida cuenta que no
hay prácticamente alguna actividad humana que no tenga efectos negativos
en el medio ambiente. El trazado de una carretera, el proyecto de una
central hidroeléctrica, de una explotación petrolera o la construcción
de un aeropuerto, entre muchos otros, encuentra siempre un público
dispuesto a sumarse a la “defensa de la vida”. La protección del medio
ambiente ha devenido así la “mina de oro” política del ecologismo.
Algunos sectores de izquierda y los autonomistas
Ciertos sectores de la izquierda, en efecto, han decidido no quedarse
atrás. A la defensa del medio ambiente, ellos agregan “el saqueo”, es
decir, el hecho que una buena parte de las riquezas obtenidas se vaya al
extranjero. Para ellos, entonces, toda inversión extranjera es
contraria al interés del país, y debe ser rechazada de plano.
Algunos de estos sectores se involucran en estos conflictos para
hacerse audibles, para hacer notar que existen, y ver si en las próximas
elecciones locales, regionales o nacionales pueden alcanzar un
porcentaje de votos que no sea el de siempre, es decir, irrisorio. No
representan para nadie, la mínima preocupación.
Otros sectores, en cambio, han hecho de su indigencia ideológica, una
virtud, y están cobrando al calor de los conflictos medioambientales,
una cierta importancia. Se trata de los autonomistas, los que rechazan
la necesidad del partido político, y las estrategias de esos partidos
para tomar del poder, remitiéndose a la dinámica de los movimientos
sociales, como expresión del “poder popular”.
La multiplicación de estos movimientos populares, “contra la contaminación y el saqueo”, que muestran
a menudo una entrega total, les dan la ilusión de un desarrollo
vertiginoso de ese soñado “poder popular”. Un poder popular que no tiene
sólo la capacidad de enfrentarse al poder del Estado (como ocurre hoy
en Cajamarca), sino que, difundiéndolo en todos los ámbitos del país,
ellos esperan provocar la verdadera revolución.
Los datos de la realidad
Las críticas que se le pueden hacer a esos posicionamientos son
numerosas. Sin embargo, tal vez la principal, la que resume y explica
muchas de ellas, es que esas tendencias viven fuera de la realidad.
Todos estamos de acuerdo que algunas actividades extractivas infligen
daños a la naturaleza, a veces irreparables. Y que, a veces también, la
importancia de esos daños esta en relación directa con las tecnologías
obsoletas que se utilizan deliberadamente para mantener una alta tasa de
beneficios.
Sin embargo, otro elemento a tener presente es que, en algunos casos,
la magnitud de esos impactos pueden ser mitigados eficazmente, e
incluso revertidos, a condición de hacer los trabajos y aplicar los
procedimientos necesarios. No se puede entonces rechazar de plano, sin
reflexión, todo proyecto de explotación extractiva. Lo que hay que
exigir siempre es un sólido Estudio de impacto ambiental, formulado por
técnicos y científicos de reconocida competencia, independientes de las
empresas y del gobierno, y encontrar la manera, por la via del diálogo,
de armonizar las expectativas de las poblaciones, y de las empresas.
Contrariamente a lo que algunos afirman, particularmente en lo que
concierne a la minería, la explotación social y ecológicamente
responsable, existe. Depende únicamente de que los gobiernos tengan la
voluntad, después de obtener el visto bueno de la gente, de imponerla a
las compañías multinacionales, creando al mismo tiempo mecanismos
eficaces y participativos para vigilar la correcta aplicación de cada
proyecto.
Por otra parte, la idea de que hay que cambiar de civilización,
haciendo evolucionar los modos de producción y de consumo, es respetable
y atractiva. Sin embargo, esa transformación, en el contexto de la
mundialización capitalista, no esta al alcance de un solo país, a menos
que nos impongamos un régimen ultra-autoritario que nos excluya del
concierto de naciones y que nos decidamos a aceptar la degradación
constante e irremisible de nuestras condiciones de vida.
La mejor prueba de este desconocimiento de la realidad tiene que ver
con la incapacidad de estas izquierdas ecologistas de hacer la
diferencia entre gobiernos de extrema derecha, y gobiernos progresistas
como, por ejemplo, el de Juan Manuel Santos y el de Evo Morales. Ambos
desarrollan -según sus puntos de vista- políticas “extractivistas” y
“neoliberales”, diseñadas por las compañías multinacionales, y merecen
por lógica consecuencia el mismo tratamiento.
Ninguno de esos grupos se ha tomado el trabajo de hacer un profundo
análisis de esos nuevos procesos, y no ha asimilado todavía la firme y
prometedora voluntad de construir las bases de la integración
latinoamericana. No parecen darse cuenta que la crisis capitalista y la
decadencia de la hegemonía norteamericana, están generando un mundo que
será regido, más temprano que tarde, por una reñida competición entre
varios bloques regionales.
La explicación de este desfase
Lo que ocurre con estas tendencias, es su falta de perspectiva
histórica. Desprovistas de proyecto alternativo, ninguna de ellas,
cualquiera sea su importancia, no puede imaginarse ejerciendo el poder
político. Por eso se reconcentran en los movimientos sociales
comunitarios y viven la ilusión de tener una gran influencia, al extremo
-a veces- de torcerles la mano a los gobiernos. Lo que representan, en
realidad, pequeñas victorias a lo Pirro.
En suma, no están en capacidad de comprender que el deber de un
gobierno, al menos progresista, es de contribuir a resolver los
problemas socio-económicos graves de todo país sub-desarrollado. Dicho
de otra manera, de ocuparse de las grandes masas empobrecidas y
excluidas de todas las regiones del país, de crear fuentes de trabajo
para absorber la desocupación, de resolver los déficits de vivienda, de
servicios básicos, educación, salud, agua y desagüe, electricidad,
transportes, etc., de promover la diversificación de la producción y el
desarrollo científico y tecnológico que ayude justamente a esa
producción nacional a incorporar cada vez más valor agregado, y la
ampliación constante del mercado interno. Son todos esos objetivos, por
naturaleza de dimensión nacional, lo que configuran un verdadero modelo
de desarrollo, compatibilizado en lo posible con los avances de la
integración regional.
Para concretizar ese tipo de proyectos, la explotación racional de
los recursos naturales resulta indispensable, sobre todo hoy cuando los
precios de esos productos han alcanzado niveles muy atractivos en el
mercado mundial. Es decir que la coyuntura ofrece las mejores
condiciones para aumentar considerablemente la renta minera, y
repartirla con equidad entre los diferentes sectores de la población, y
para promover el desarrollo industrial que nos libere precisamente de la
dependencia de las exportaciones de materias primas. Eso lo he dicho ya
varias veces.
Siendo eso, grosso modo, lo que ha propuesto Ollanta Humala en la
campaña electoral, estaba dispuesto a otorgarle toda mi confianza. Sin
embargo, después de la represión violenta de las manifestaciones, con
numerosas victimas fatales, no puedo menos que unirme al concierto
mundial de protestas y comprometerme, si no hay una clara ratificación
de esa anunciada política progresista, a combatir con toda energía lo
que aparece hoy como un acto de sumisión, o de rendición -tratándose de
un ex-militar-, con armas y bagajes, a los intereses de la oligarquía
peruana y de las multinacionales.
Sin embargo, quiero que se sepa que tomando esa posición, no adhiero a
ese nuevo integrismo ecologista que ha hecho su aparición en América
Latina. Para mí, lo principal, sigue siendo la lucha por el socialismo,
convencido que es el único sistema que puede poner fin a la explotación
irracional de la naturaleza, y preservar las condiciones de la vida
humana.
Vìa,fuente:
http://revista-amauta.org/2012/07/peru-el-conflicto-conga/
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