Sería azaroso preguntarse si el fin del
mundo ya aconteció, transcurre día a día, o si el que viene en camino
tomará forma de bola de fuego destructora de todo lo existente,
conllevando ciertas propuestas de última hora para arrepentirnos de
nuestros desmanes terrenales.
En los primeros meses del año, los medios de comunicación más
importantes de Estados Unidos divulgaron la profecía del ingeniero y
pastor Harold Camping (89), quien profetizó el día del juicio final para
el 21 de mayo de 2011, cuando un violento terremoto marcaría el inicio
de la cuenta regresiva a las 6 pm, hora del Este.
Camping afirmó que los no creyentes pagarían caras sus burlas, viviendo un calvario de terror:
cinco meses de fuego, azufre y plagas forzarían a los ateos, agnósticos y creyentes de otras confesiones a temblar de miedo.
Grupos de ateos profesionales rechazaron el vaticinio y diseminaron
ropas de desprovista de cuerpos ascendidos. Otros soltaron muñecas
sexuales infladas con helio, y en 26 de los 50 estados de la Unión la
empresa Bart Centre abrió el sitio web Eternal Earth Bound Pets, ofreciendo el rescate y adopción de las mascotas de los cristianos seleccionados para ir al cielo.
El anuncio del sitio no se prestaba a dudas existenciales:
“Prometiste tu vida a Jesús. Ahora estás a salvo. Pero cuando llegue el
Éxtasis… ¿qué sucederá con las amadas mascotas que dejes atrás?” En
pocas horas, 259 creyentes no tuvieron reparos en celebrar con los ateos
pragmáticos un contrato válido por diez años: 135 dólares por la
primera mascota, y 20 más por mascota adicional.
La empresa garantizaba que el animal tendría compañeros, cuidados y
amor aunque sus amos cristianos se hubieran ido al cielo. Aunque también
advirtió que si el fin del mundo no llegaba en el día y a la hora
señalados, no habría devolución de dinero. Pero eso sí: de llegar “…
todos los rescatistas serían notificados para que se pongan en acción”.
Luego de que el fatídico acontecimiento no tuvo lugar, los escuchas
de Radio Family, emisora fundada por el pastor en San Francisco (1958), y
con sede en Oakland (66 repetidoras nacionales), fueron enterados de
que en lugar de la profecía se había producido un
terremoto espiritual.
Casting añadió: “He probado, matemáticamente, que todos y cada uno de
los creyentes en mi profecía son los verdaderos, y están seguros
eternamente con Dios en el cielo… y el resto serán aniquilados por
completo junto al mundo físico en su totalidad, el 21 de octubre de
2011”.
Muchos de los seguidores del religioso renunciaron a sus empleos y
vendieron todas sus pertenencias. Sin contar casos más graves, como la
madre que estuvo por matar a sus dos hijos, o la niña rusa que se quitó
la vida. Acerca del dinero de los donantes, Casting manifestó que no
sería devuelto, pues “… nunca le decimos a nadie lo que debe hacer con
sus posesiones. Esto es totalmente entre ellos y Dios”.
Casting ya había pronosticado el fin del mundo para el 21 de
mayo de 1988. Y cuando el vaticinio falló, publicó el libro titulado ¿1994?, donde afirmaba que el evento se postergaba para el 6 de septiembre de 1994.
La profecía del 21 de octubre pasado tampoco se hizo realidad, y los
ateos organizados decidieron otorgar al pastor el Premio Ig Nobel 2011
(a la ignominia), junto con Dorothy Karting, quien predijo el fin del
mundo en 1954, así como Pat Robertson lo anunció en 1982, Elizabeth
Clare Prophet en 1990, Lee Jang Rin en 1992 y Credonia Mwerinde en 1999.
Parecería que en asuntos apocalípticos, el día del juicio final cuenta menos que la opción creer/no creer. Soplando el polvo de When profecy falls (libro
publicado en 1956 por los sicólogos estadunidenses Leon Fesinger, Henry
Riecken y Stanley Schachter), el bloguero Alejandro Agostinellei
concluyó que conviene no tomar el asunto a la ligera.
Periodista y editor del sitio Factor 302, Agostinelli subrayó algunos
párrafos de la referida investigación, donde se dice que la actitud de
compromiso hacia el sistema de creencias es tan fuerte que casi ninguna
otra acción es preferible. En el fondo, puede ser menos doloroso tolerar
la
disonancia cognitivaque desechar la creencia y admitir que uno ha estado equivocado.
Por consiguiente, no importa cuán profunda sea la diferencia entre la
expectativa y la realidad. En ambos casos, los fieles cerrarán los ojos
ante las evidencias de que sus creencias están erradas.
Agostinelli ofrece también la percepción del antropólogo de la religión Alejandro Frigerio, quien sostiene que la llamada
disonancia cognitivamenospreciaría la
plasticidad de los sistemas de creencias. O lo que es igual: siempre se podrá elaborar algún contrargumento o justificación, minimizando la inventiva de la gente a jugar con estos sistemas que nunca están sistematizados.
Si yo creo en el principio más general de una voluntad divina
–sostiene Frigerio–, puedo aceptar sin disonancia tanto la idea de que
ésta quiera acabar con la humanidad, como que después nos quiera dar
otra oportunidad.
Ahora sólo cabe esperar y tener fe para el 2012. Las profecías de los mayas no han dicho (aún) la última palabra.
Vìa, fuente :
http://www.jornada.unam.mx/2011/12/28/opinion/016a2pol
http://www.jornada.unam.mx/2011/12/28/opinion/016a2pol
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