sábado, 17 de diciembre de 2011

Mèxico-Sociedad : Cerebro de lagartija...por Verónica Murguía....hace unos días, asustadísima y dolida ante las noticias, concluí que en México, desde 2006, hay un montón de gente que ha desechado la parte externa de sus cerebros y anda por el mundo haciendo gala de su mollera reptiliana.

¿En qué parte del cuerpo se aloja el alma? ¿En qué órgano anidan los impulsos más primitivos? ¿De dónde surge el conjunto de rasgos y atributos que llamamos carácter? Estas preguntas fueron, durante siglos, parte primordial de las reflexiones filosóficas y religiosas.
El domicilio del alma y su existencia son, todavía, un misterio, pero lo otro tiene ya una respuesta. La ciencia nos ha mostrado que los arrebatos de violencia, los impulsos creadores, el lenguaje, el aprendizaje, el análisis, brotan del cerebro. Tal vez allí está, según algunos, Dios. No en un hipotético Paraíso, Nirvana o Valhalla, rodeado de justos o valientes, dependiendo de la cultura. Dios es, según la ciencia moderna, un relámpago minúsculo en el lóbulo temporal, agrandado al infinito por la necesidad humana de creer en algo.
La respuesta no fue siempre tan obvia: los hindúes creían que Purusha, el primer hombre, quien para la doctrina sankhya es también lo divino que cada quien trae adentro, vive en el ojo. Ese reflejo que vemos en las pupilas de los demás cuando nos acercamos, esa diminuta figura humana es Purusha. No, no es nuestra imagen, dice la doctrina: es una chispa de Brahma, el dios, que tarde o temprano consumirá el cuerpo que lo alberga.
Para los medievales europeos, muchas emociones tenían asiento en el hígado. La melancolía –literalmente, la bilis negra– salía, por supuesto, de esa víscera. El cobarde tenía el hígado amarillo, el triste lo tenía negro. Y qué decir del corazón, donde tantos hemos sentido físicamente los pesares y las alegrías; los unos en forma de una opresión dolorosa en el pecho, la otra como una luminosa distensión, un aligeramiento que nos hace sonreír.
Pero el culpable de todo es el cerebro.
Hace unos años, conversando con un médico, le pregunté qué parte del cerebro era la que gobernaba –o no– los impulsos violentos.
–El cerebro reptiliano –me contestó.
–Pues habría que extirparlo, ¿no?
El doctor se me quedó viendo con una mezcla de simpatía e impaciencia:
–Cómo cree. Esa parte del cerebro no solamente gobierna los impulsos de agresión o defensa. También regula el impulso sexual y las funciones no voluntarias del organismo. Sin él, se muere.
Me quedé un poco cortada. El doctor me explicó que el cerebro tiene tres capas, la más interna, “una lenteja en el centro” es la más primitiva y es esencial: organiza el cuerpo, la homeostasis, la digestión, todo. Es el reptiliano y tiene más de 500 millones de años. Los tiranosaurios, grandes, feroces y poco inteligentes, tenían cerebro reptiliano, pero sin capas: un pastel sin betún. La capa que le sigue es el cerebro límbico, una región intermedia, la que, simplificando hasta el borde de la caricatura, siente. La capa externa, la más sofisticada, se llama neocorteza y es la que piensa, interpreta, verbaliza. En esta capa se busca entender el mundo, el tiempo, se analiza.
El lector se preguntará por qué estoy escribiendo esta suerte de repaso de biología para neófitos. Pues bien: hace unos días, asustadísima y dolida ante las noticias, concluí que en México, desde 2006, hay un montón de gente que ha desechado la parte externa de sus cerebros y anda por el mundo haciendo gala de su mollera reptiliana.
Al ver los periódicos, sobre todo El Gráfico de mis pesadillas, parecería que muchísimos mexicanos se mueven con el puro cerebro reptiliano, y a las pruebas me remito: en el popular, ay, diario mencionado, hoy el encabezado rezaba “Matan a activista en su auto. Buscaba a su hijo desaparecido”. Para que no anden buscando justicia. Que tengan miedo.
Abajo, una foto (sin relación con el encabezado) de un accidente en el que una pobre mujer se dio de frente con un camión debido al pavimento húmedo. A la derecha, en calzones, una muchacha inglesa llamada Peta Todd declara que ya no se encuerará más y desde ahora se dedicará a la familia. Muerte, miedo, sexo. El registro salaz de la muerte accidental; la amenaza de la muerte que destruye a inocentes como si fueran culpables –el activista muerto mientras buscaba a su hijo– en esta guerra en la que también se mata sin cuartel a los civiles. Junto, la encuerada arrepentida se despide de sus fans, medio tapada con un bikini diminuto. Los estímulos más brutales, sin filtro ni utilidad.
Un lenguaje paupérrimo, ninguna reflexión, sin pasado ni futuro: el ámbito del cerebro reptiliano. Parecen el plan y la propaganda de esta guerra, tal cual. 

Fuente, vìa :
http://www.jornada.unam.mx/2011/12/11/sem-veronica.html

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