Estudios,
encuestas, datos económicos, revelan que la economía chilena no
beneficia a la mayoría de los ciudadanos y afecta, con especial énfasis,
a los estudiantes que cargan una pesada mochila financiera. Metas de
supuesto avance con el neoliberalismo, planteadas por la dupla
Concertación-Coalición por el Cambio, incumplidas.
Las
movilizaciones estudiantiles han comenzado a liberar un cúmulo de
contradicciones por décadas levantadas cual virtuosas estadísticas
económicas. A la primera y más evidente, que está relacionada de forma
directa con la educación, su calidad y su condición de servicio privado,
hay otras variables económicas y sociales que desde la perspectiva de
un estudiante aparecen, más que como futuro o proyección de vida, como
abismo y negación. Porque tras el duro y oneroso trance del estudio
superior, lo que se levanta en el horizonte es un territorio más lleno
de contradicciones que de certezas.
Por
donde se mire, el modelo de economía y sociedad levantado y publicitado
durante más de dos décadas tanto por la derecha, hoy en el Gobierno,
como por la actual oposición, emite todo tipo de señales de error, ya
asumidas como una evidencia de su deterioro no sólo por el movimiento
estudiantil, sino por gran parte de la ciudadanía. Lo que estamos
observando y oyendo en estos días es el estruendo que hace al caer una
gran escenografía que aparentaba progreso y desarrollo, derrumbe que ha
quedado constatado en el poco aprecio que gran parte de la población le
tiene al sistema y sus protagonistas. No sólo hay un rechazo al modelo
neoliberal, también a sus instituciones y principales actores.
Hace
unas semanas, el sondeo Latinobarómetro 2011 graficó, cuadró y ordenó
lo que puede observarse en las calles chilenas, fenómeno que no ha
sorprendido a estos expertos: Desde los orígenes de los sondeos, hace ya
más de 15 años, la población chilena expresaba una molestia por aquel
modelo económico y social tan elogiado por empresarios, políticos de
todos los colores y funcionarios de organismos económicos
internacionales.
LATIFUNDIO ESTILO BANANERO
No
es modelo para aplaudir ni para seguir. Aquello fue un gran eslogan
publicitario pagado por el sector privado para mantener al país en uno
más de los latifundios de estas tierras australes. Bastó escarbar un
poco bajo las elogiadas estadísticas macroeconómicas y los resultados
empresariales para hallar indicadores peores que en las tradicionales
repúblicas bananeras. “Los datos de Latinobarómetro 2011 muestran
fehacientemente de qué manera el movimiento estudiantil ha reubicado a
Chile muy por debajo del promedio de la región en una serie de
indicadores significativos”, escribe Marta Lagos, directora del centro
de investigaciones sociales. Un cúmulo de variables que hoy sostiene y
justifica al movimiento de los estudiantes y se proyecta hacia otros
grupos sociales. Porque -dice el estudio- “en la medida que pasan los
días, empieza lentamente a crecer la percepción de que estamos ante algo
más grande de lo que muchos quieren reducir”.
Esta
encuesta resume nuestra percepción hacia el escenario actual y futuro. Y
no puede ser más alarmante. El modelo insuflado desde la dictadura por
todos los gobiernos como el único camino al progreso y al desarrollo, se
cae a pedazos. Por un lado vemos las pancartas en las calles y oímos
las consignas enrabiadas contra el sistema, por otra parte tenemos las
estadísticas que ratifican la creciente ira.
Entre
el 2010 y el 2011 la idea de progreso ha caído 26 puntos porcentuales,
en tanto la satisfacción con la democracia y el gobierno unos 24 puntos,
concluye el sondeo. También caen 18 por ciento las expectativas en un
futuro mejor, y una mayoría estima que el 2012 será peor que este año en
curso.
Los grandes mitos
neoliberales se van al suelo. Baja un 14 por ciento la creencia que las
privatizaciones han sido beneficiosas para el país y baja también la
idea de que la economía de mercado es el único sistema para alcanzar el
desarrollo. En fin, estos y otros indicadores están muy debajo de la
media latinoamericana. La percepción de los chilenos es que aquí las
cosas están peor.
Esta sensación tal
vez se relacione con la siguiente afirmación de Marta Lagos: “La clase
media emergente, que acaba de salir de la pobreza, no logra consolidarse
en un mundo hecho para una clase media alta acomodada. Las condiciones
no están dadas para que la clase media baja pueda competir y ganarse un
lugar en la sociedad chilena. No hay meritocracia, importa el color de
la piel, el mercado del trabajo no existe”.
Este
es el mundo que los estudiantes han desenmascarado a través de sus
protestas. Porque éste es un mundo al que no tienen interés de acceder,
sino cambiar.
LA OCDE RATIFICA LA DESIGUALDAD
Si
la percepción que tiene la ciudadanía ante sus instituciones puede ser
dramática, lo son también los indicadores que periódicamente pergeña la
Organización para la Cooperación y el Desarrollo Económicos (OCDE) para
sus países miembros. Las diferencias entre Chile y los parámetros de
esta organización son enormes.
La
primera gran diferencia que podemos hallar entre los países de la OCDE y
Chile es el producto per cápita, aun cuando ésta, según anuncia éste y
anteriores gobiernos, se reduciría con más crecimiento. Chile registró
un ingreso per cápita el año pasado de 14.460 dólares (7.663.800 pesos),
lo que equivale a un ingreso per cápita mensual de 638.650 pesos. Esto
significa que una familia de cuatro personas, según esta variable, tiene
en Chile una renta mensual media de 2.554.600 pesos. Obviamente, algo
aquí no refleja la realidad. Pero el problema no es la suma, sino su
distribución.
Al comparar la
distribución del ingreso de Chile con los países de la OCDE, la
observación nos entrega un poco de claridad sobre la distorsión en el
ingreso. Un informe de este organismo publicado el año pasado, aun
cuando admite que las políticas públicas chilenas han logrado reducir
los niveles de pobreza, mantiene diferencias insalvables respecto a la
riqueza, ya que “el diez por ciento más rico de la población tiene
ingresos 29 veces sobre los ingresos del diez por ciento más pobre”. En
la OCDE, en tanto, el promedio es de solo nueve veces.
Todos
los ministros de Hacienda de los últimos veinte años han especulado con
el mito del desarrollo como el efecto directo del crecimiento
económico. Desde Alejandro Foxley a Felipe Larraín, pasando, por cierto,
por Andrés Velasco, han repetido el coro neoliberal del crecimiento y
desarrollo vía rebalse. Tras veinte años de crecimiento, el producto
chileno se acerca a los 250 mil millones de dólares, un diez por ciento
de la población vive mejor que en las zonas ricas de los países más
ricos, en tanto el resto se desvive para alcanzar el fin de mes.
Veinte
años con el mismo discurso, que demostró sus reales objetivos. Tal como
se leía en una pancarta manuscrita en una de las numerosas jornadas de
protestas: “Chilenos, no era chorreo, era saqueo”. Desde la instalación
del modelo, la transferencia de riqueza ha sido desde el trabajador al
dueño del capital, y no a la inversa.
¿DESARROLLADOS? NO, ERA BROMA
Hacia
la mitad de agosto apareció publicada en La Tercera una columna del
economista Joseph Ramos, profesor y ex decano de la facultad de Economía
de la Universidad de Chile, titulada con la pregunta “¿Chilenos
desarrollados?”. El atractivo de este breve texto es que ponía en duda
el mito neoliberal del desarrollo, el que para el ministro Larraín, el
actual centinela del modelo, se cumpliría un poco más allá del 2016.
Para aquel año, el producto chileno per cápita llegaría a 20 mil dólares
anuales (9.800.000 pesos anuales, o más de 800 mil mensuales). Pero el
Producto Interno Bruto (PIB) no es igual a bienestar. Aún así,
concedamos el lugar común de políticos y oficiantes neoliberales que
bienestar es similar al nivel de vida que tienen los ciudadanos de Miami
y los europeos. Pero si volcamos ese nivel de vida a números, dice
Ramos, tendríamos que elevar la renta media de los chilenos a unos 32
mil dólares, que es el producto per capita de un país de desarrollo
medio-alto como España.
Seamos menos
ambiciosos y pongamos como ejemplo a Portugal, con un PIB per cápita un
poco superior a los 20 mil dólares. Hacienda ha repetido y jurado que
creciendo al seis por ciento anual Chile llega muy luego a este nivel de
desarrollo. No crecerá a ese ritmo por diversos motivos, pero aun
creciendo a ese ritmo, tampoco llegará al desarrollo, al menos para la
generación que hoy sale de la educación media y superior. Por qué. Por
lo que todos ya hemos sufrido. Como dice el profesor Ramos, aunque
alcancemos el nivel de España, la “mayoría de los chilenos quedaría con
un nivel de vida lejos del que tiene un país desarrollado”. Quienes
superarán con creces el nivel de España será el diez por ciento más rico
de la población. Bajo este modelo neoliberal, que concentra y excluye,
que el país crezca o se estanque poco le vale al 90 por ciento restante.
Chile
puede alcanzar un producto per cápita de país desarrollado con la
mayoría de sus ciudadanos en la pobreza. Para vencer esta contradicción,
que es la que tiene a la gente en las calles, no basta con crecer. Es
necesario, dice el profesor Ramos, “reducir a la mitad las
desigualdades”.
Por este camino no
llegamos a ninguna meta de las levantadas como zanahorias desde hace ya
más de veinte años por la dupla Coalición-Concertación. Así es como
estamos, nos constata otra vez la OCDE en un ranking sobre calidad de
vida publicado este año, variable en la que Chile sólo supera a México y
Turquía. Aun cuando en la mayoría de los aspectos medidos Chile aparece
entre los últimos de la fila, en la variable que está en una posición
que no puede ser peor es la relacionada con ingresos.
Bajos
ingresos, trabajos precarios y alto desempleo, en especial entre los
jóvenes. Si la tasa de desempleo juvenil ya era alta hace unos cinco
años, hoy ya se acerca al 20 por ciento, guarismo que sin embargo no
esconde la precariedad e informalidad de los trabajos ofrecidos a los
más jóvenes. La macdonalización del empleo es extensiva y apunta a un
círculo vicioso que va desde los call centers, la comida rápida al
reparto de pizzas.
A este mercado
laboral llega el endeudado estudiante. Un estudio realizado por Cenda
para la Confech afirma que el endeudamiento total de un alumno que cursa
una carrera de cinco años será de 7,3 millones de pesos y más de diez
millones si estudia siete años en una carrera de costo promedio. Esta
última cifra sube considerablemente y puede duplicarse fácilmente en el
caso de alumnos de carreras largas y caras, como medicina, por ejemplo.
Teniendo
en cuenta la oferta laboral, su informalidad, inestabilidad y el
deprimido nivel de remuneraciones promedio, los futuros profesionales no
ganarán lo suficiente para solventar estos dividendos. Es decir, dice
Cenda, “aquí hay un castigo que se acarreará por gran parte de la vida
laboral sobre aquellos que contrataron créditos, quienes en su mayoría
provienen de sectores medios y populares”.
Si
se piensa que durante la vida laboral se pagará con facilidad esa
deuda, una encuesta aparecida a comienzos de noviembre realizada por el
sitio Laborum.com nos ratifica el malestar de las calles. Un tercio de
los egresados trabaja en actividades que no tienen relación con sus
estudios, en tanto la gran mayoría, un 75 por ciento no está satisfecho
con su sueldo y casi el 80 por ciento se cambiaría de empleo.
Reportaje realizado para la edición Nº 114 de la segunda quincena de noviembre de 2011, de El Ciudadano
http://www.elciudadano.cl/2011/12/19/45710/mitos-neoliberales-se-fueron-al-suelo-cifras-y-argumentos-sobre-falacias-del-modelo-chileno/
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