Ebenezer
Scrooge estaba más solo que una ostra en el fondo del mar, eso para
empezar. Nadie tenía misericordia de él, porque él, a su vez, era
cruelmente inmisericorde con cualquiera que se cruzara en su camino. Su
amargura era proverbial entre quienes lo conocían, y su tacañería había
desilusionado a innumerables personas que se le acercaron con la
intención de obtener algún donativo para darle un poco de alegría a
huérfanos, ancianos, enfermos, viudas y pobres.
De los personajes de la literatura mundial, el creado por Charles
Dickens, el ya mencionado Ebenezer Scrooge, es uno de los más memorables
y arquetípicos de lo que puede sucederle a una persona cuando las
circunstancias de la vida lo ponen ante una encrucijada definitoria. De
nuevo me topé con él gracias a la magia de la lectura. En estos días
previos a Navidad he releído A Christmas Carol, y al hacerlo me
concentré en el periplo de Scrooge, en su milagrosa transformación que
afectó para bien a la comunidad que lo rodeaba. Esas pocas horas que van
de la Nochebuena al amanecer del día de Navidad, horas intensas en la
vida del inversionista y especulador Scrooge, me las imaginé en sus
paisajes, climas, olores, sabores, sonidos y texturas. También traté de
ponerme en el lugar de quienes sufrieron por la dureza del corazón de
Scrooge, en los zapatos de todos los despojados mediante sus abusos,
ambición y engaños.
El entrañable libro de Dickens, conocido en castellano como Canción de Navidad,
es una narración conmovedora y que por su extraordinaria calidad sigue
cautivando a sus antiguos y nuevos lectores. Apareció por primera vez el
17 de diciembre de 1843. Desde entonces se perfiló como una obra
clásica y motivo de influencia para otros escritore(a)s que se han
ocupado de la Navidad en cuentos y novelas.
El libro de Dickens va in crescendo, hasta alcanzar la
cúspide cuando Scrooge se despierta aferrado al poste de su cama tras
haber experimentado lo revelado a él por el espíritu de la Navidad
futura. Antes, los espíritus del pasado y del presente lo habían llevado
a recorrer distintos momentos de su infancia, adolescencia, juventud y
albores de la vejez. El despiadado hombre, el mismo que se negaba a
contribuir para aliviar los estragos del hambre y la pobreza en la niñez
con el argumento de que la muerte de tantos infantes era una forma de
controlar el exceso de población, experimenta una conversión radical. Su conversión le representó pasar de una vida solitaria y centrada en sí mismo, a una dada en servicio hacia los demás. Esto fue posible por haber descubierto que el espíritu de la Navidad descansa en el hecho de la encarnación del Verbo
que aunque era rico se hizo pobre(2 Corintios 8:9, NVI) por causa de nosotros.
La conversión para un buen número de personas es, entre muchas otras
cosas, un agudo contraste con la vida pasada. Y en el caso de Ebenezer
Scrooge esto fue evidente en cuanto se despertó de su martirizante
pesadilla. En unas cuantas páginas del capítulo final, Dickens nos
presenta a un transformado Scrooge, quien ve con nuevos ojos su
aposento, los muebles que lo rodean y hasta las cacerolas de sus magros
alimentos.
Scrooge, ante la comprobación de que está vivo y tiene la
oportunidad de enmendar su anterior deleznable conducta, llora y ríe a
la vez, brincotea por toda la habitación. El semblante duro y amargo es
sustituido por una nueva expresión en su rostro. Físicamente era el
mismo y, a la vez, era otro. Su cara denotaba una apariencia semejante a
la que nos habla Proverbios 15:13,
el corazón alegre hermosea el rostro.
En su prolífica obra Dickens dejó constancia de su conocimiento
bíblico. A veces sus citas de Las Escrituras son textuales, en otras
ocasiones lo que hace es referirse metafóricamente a pasajes bíblicos.
La narración de Canción de Navidad está impregnada del
espíritu bíblico, en particular del Nuevo Testamento. Dickens construye
una parábola magistral, que nos lleva a identificarnos con los
personajes, a ser interpelados por ellos y a considerar cambios en
nuestras conductas.
El mensaje de Dickens es nítido: si un ser humano tan perverso como
Scrooge pudo convertirse en una nueva persona, entonces hay esperanza de
que otros y otras también puedan transformarse en nuevas criaturas.
Las obras literarias, como la que estamos refiriendo de Dickens,
difícilmente van a cambiar al mundo y sus terribles injusticias. Pero sí
tienen el potencial para refrescar el alma, conmover los corazones de
sus lectores. Bien lo ha dicho el gran escritor mexicano José Emilio
Pacheco: “La literatura sirve para cambiarte de manera individual, no
tiene los poderes para cambiar a la sociedad […] sólo puede funcionar en
términos de la conciencia individual y sensibilizar contra la
violencia, la crueldad y darte una conciencia muy grande de la presencia
del otro y de lo otro. Eso no lo tendríamos sin la literatura”.
La insensible vida de Ebenezer Scrooge pasó del egoísmo a ultranza a
tener una conciencia de la presencia del otro, de sus necesidades,
sufrimientos, laceraciones personales y sociales. Lo que antes veía como
natural, la explotación de los trabajadores y sus familias, cambió de
óptica y lo llevó a la solidaridad con enfermos, viudas, huérfanos y
demás afectados por la sociedad industrial que devoraba y desechaba la
abundante mano de obra barata.
Scrooge experimentó una conversión integral. No faltaron los escépticos y criticones de su conversión, ya que
algunos se rieron al verle cambiado, pero él los dejó reír y no se preocupó. Después de su cambio de vida cada Navidad fue, para Scrooge, una oportunidad para recordar y celebrar la ética del pesebre, la de nacer y renacer para plantar cada día la semilla de Jesús, quien vino a predicar la paz (Efesios 2:17). Rememoraba su conversión y celebraba al autor de la Navidad.
Termino con las últimas líneas con las cuales Dickens concluye Canción de Navidad:
Vìa :¡Ojalá se diga con verdad lo mismo de nosotros, de todos nosotros!... ¡Dios nos bendiga a todos!
http://www.jornada.unam.mx/2011/12/24/opinion/015a1pol
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