La decadencia del Partido
Revolucionario Institucional (PRI) fue un proceso muy largo. Inició
desde su fundación, tiempo después de terminar la Revolución Mexicana,
en 1929, cuando nació formalmente con el nombre de Partido Nacional
Revolucionario. El presente trabajo sólo se referirá al devenir
histórico del PRI desde 1970, cuando asumió la Presidencia de la
República Luis Echeverría Álvarez. Entonces la economía de México se
encontraba en pleno crecimiento. Venía de un largo periodo de
estabilidad, baja inflación y desarrollo económico dinámico. Desarrollo
Estabilizador es el nombre usado por historiadores económicos para
caracterizar a la época de 1940 a 1976. Algunos historiadores sugieren
que dicho periodo culminó en 1982. En esta etapa, México y buena parte
de los países de América Latina crecieron a un ritmo acelerado,
alrededor del 6 por ciento anual, y registraron bajas tasas de
inflación, lo que permitió construir infraestructura y el florecimiento
de las llamadas clases medias.
Horacio Esquivel*
En
este periodo, que coincide con el de la segunda postguerra, el mundo
desarrollado estaba envuelto en la reconstrucción de Europa a través del
llamado Plan Marshall, de modo que los países de América Latina tenían
una participación importante en el proceso de exportación de mercancías,
materias primas principalmente.
Una de las principales características del periodo del Desarrollo
Estabilizador fue la intensa participación del Estado en la economía. En
teoría se le llama periodo keynesiano, que debe su nombre al gran
economista John Maynard Keynes, diseñador de las políticas económicas
que permitieron al mundo entero salir de la gran crisis de 1929,
conocida como el Crack del 29.
La adopción de políticas keynesianas permitió a los países en
general, y a México de manera específica, crecer rápidamente y generar
empleos. Construyó un Estado benefactor. Es importante señalar que esto
ocurrió en prácticamente todo el mundo capitalista (el bloque socialista
siguió políticas económicas muy distintas, pues ahí no existía la
propiedad privada).
Todo lo anterior es importante para entender la decadencia del PRI
y, sobre todo, entender por qué no perdió antes de 2000. La respuesta es
precisamente que el Estado permitió satisfacer las demandas de
bienestar que la población tenía. Había empleo bien remunerado, bajas
tasas de desempleo y, en general, la población sentía que cada vez vivía
mejor. El costo de no tener una verdadera democracia era poco,
comparado con el nivel de satisfacción material que la población
disfrutaba; y, salvo algunos eventos coyunturales como el movimiento
estudiantil de 1968, las cosas marchaban razonablemente bien.
Sin embargo, en 1970, todo empezó a cambiar y se profundizó un proceso de decadencia que duró 30 años.
Luis Echevarría decidió que ya no iba a manejarse la economía desde
la Secretaría de Hacienda y Crédito Público. Hizo una declaración muy
torpe: “Desde ahora, la economía se maneja desde Los Pinos”. Esto dio al
traste con un largo periodo de estabilidad marcado, entre otras cosas,
por la permanencia de sólo un secretario de Hacienda que había durado en
el cargo 12 años: Antonio Ortiz Mena.
México inicia entonces una etapa oscura que se conoce en la
historia económica como la Economía Presidencial, caracterizada por un
fuerte endeudamiento público; una devaluación del peso que pasó del
famoso 12.50 pesos por dólar a más de 23, y el nombramiento en la
Secretaría de Hacienda de personas no aptas para dirigir la Economía, la
última de las cuales fue precisamente José López Portillo, abogado y
amigo de infancia de Luis Echeverría, y quien sería el siguiente
presidente de México.
El sexenio de Echeverría acabó mal, pero el de López Portillo hizo
palidecer a cualquier otro anterior o posterior por el cúmulo de errores
que cometió. Lo que debió de ser una palanca de crecimiento, se
convirtió para México en su viacrucis: el descubrimiento de grandes yacimientos de petróleo.
En una declaración absurda, López Portillo dijo que “México se
prepara para administrar la abundancia”. Al tener petróleo como
garantía, el país se introdujo en un nuevo y mayor proceso de
endeudamiento. Pensando que el petróleo nos permitiría pagar los
créditos con los dólares producidos por su exportación, México apostó
todo a una sola carta. No obstante, a la larga, los precios del petróleo
bajaron y las tasas de interés internacionales subieron, con lo cual,
teníamos menos recursos para pagar deudas más grandes. Sucedió lo que
dice un proverbio turco: “Quien bebe a cuenta, se emborracha el doble”.
Si bien lo más grave de ese sexenio fue la estrategia de
crecimiento instrumentada, la gran corrupción fue lo que gestó en la
gente la idea de que todo en el PRI estaba podrido. En efecto, López
Portillo nombró a su amigo de la infancia, Arturo Durazo, símbolo de
corrupción, jefe de la policía de la Ciudad de México, iniciando con
ello, un periodo aciago para México y los pobladores de la capital,
principalmente. Hizo jefe del Departamento del Distrito Federal a uno de
los políticos más corruptos de la historia de México, el “profesor”
Carlos Hank González, líder de la mafia de Atlacomulco, que amenaza con
gobernar México a partir de 2012.
Conocido por ser un frívolo conquistador, López Portillo hizo a su
amante, Rosa Luz Alegría, subsecretaria y, más tarde, secretaria de
Turismo. A su hijo José Ramón lo nombró subsecretario de la hoy
desaparecida Secretaría de Programación y Presupuesto (SPP), bajo el
mando del que sería el siguiente presidente de México, Miguel de la
Madrid Hurtado. Hombre culto al fin y fiel a su propensión a usar frases
grandilocuentes, señaló que su hijo era “el orgullo de mi nepotismo”.
Después lo hizo diplomático y más tarde fue nombrado por Miguel de la
Madrid representante de México ante la Organización de las Naciones
Unidas para la Alimentación y la Agrecultura, como una especie de exilio
dorado en Italia.
El circo grotesco de López Portillo continuó. Lloró ante el
Congreso durante su último Informe de Gobierno. Se divorció y luego se
casó con la conocida actriz de cine de ficheras, Sasha
Montenegro, no sin antes conducir a México a la peor crisis que hayamos
vivido durante el siglo XX, iniciando un proceso que se extendió a toda
América Latina, conocido como la “crisis de la deuda” y que lo llevó a
tomar tres medidas trágicas: una nueva devaluación del peso que llegó a
82 pesos por dólar (ello a pesar de otra de sus grandilocuentes
declaraciones cuando dijo: “Defenderé al peso como un perro”), la
nacionalización de la banca y el control de cambios. México entraba en
una crisis de la que le costaría más de ocho años salir.
Así, en 1982 inicia Miguel de la Madrid un nuevo período
presidencial con un país endeudado, en franca recesión económica, con un
pueblo empobrecido por el costo de la crisis, más impuestos y menos
gasto. La mala suerte se ensañó con México, pues en septiembre de 1985
sucedió el famoso terremoto que devastó gran parte de la capital de la
república.
El pesimismo era generalizado, la crisis económica se extendió a
prácticamente toda la población. México sufrió un fenómeno económico
conocido como estanflación, llamado así por combinar estancamiento
económico e inflación. La economía del país decreció en un contexto en
que la población aumentaba. Los precios subían en una escalada
inflacionaria que llegaría a más del 150 por ciento en 1987. Estas tres
variables combinadas repercutieron en una disminución de la calidad y el
nivel de vida de la población. El descontento social aumentó en la
medida que la situación económica de México se agravaba.
En este contexto, las fracturas al interior del PRI, producto de
luchas por el poder, se manifestaron y estallaron. Dos grupos se
enfrentaron: uno autollamado nacionalista, liderado por Cuauhtémoc
Cárdenas (hijo del expresidente de México Lázaro Cárdenas, icono de la
historia nacional) y otro “reformador”, cuya cabeza visible era Carlos
Salinas de Gortari (hijo de un político intrascendente de las décadas de
1950 y 1960).
El grupo de los nacionalistas fue expulsado del PRI, por oponerse a
la imposición de un nuevo candidato y por exigir reformas y cambios al
modelo económico que, paradójicamente, no era el que había llevado a la
crisis al país, pero era incapaz, a la luz de los hechos, de sacarlo de
ella.
Este nuevo modelo económico que se implantó en México y América
Latina es conocido en la literatura política y económica como
neoliberal. Se caracteriza por promover la reducción del gasto público,
la privatización de empresas estatales, la desregulación y apertura
comercial. Nada en sí mismo malo, incluso puede ser benéfico; el
problema está en los excesos. México y Argentina, sobre todo, siguieron
este modelo de manera puntual.
Con la expulsión del grupo de Cuauhtémoc Cárdenas y Porfirio Muñoz
Ledo del PRI, inició un proceso que desencadenó una serie de cambios en
el sistema político mexicano y que son el catalizador de la llamada
democratización de México. Si bien Cárdenas no ganó formalmente las
elecciones de 1988, sí sentó las bases para la posterior derrota del
PRI.
Las elecciones de 1988 fueron las más polémicas de la historia
reciente de México, hasta que en 2006, cuando según expertos de todo
tipo, un nuevo fraude electoral convalidó el triunfo de Felipe Calderón.
El año 1988 marca un hito y es un parteaguas en la historia que
contamos de manera breve. Prácticamente toda la oposición se unió en
torno a la figura de Cárdenas. Este proceso dio pie a un evento funesto
conocido en México como “la caída del sistema”: ante los apabullantes
resultados contrarios al PRI, el secretario de Gobernación, Manuel
Barlett Díaz, por acuerdo con el presidente De la Madrid, mandó
desconectar las computadoras que registraban los resultados del proceso
electoral y dijo ante un público incrédulo que el sistema informático se
había caído.
Al poco tiempo de tomar posesión como presidente de México, Carlos
Salinas de Gortari, emprendió una labor de “limpieza” de la elección. Un
evento extraño fue que se incendió el Congreso, donde se guardaban las
boletas de la elección presidencial. Al quemarse éstas, se perdió la
evidencia de lo que algún día la historia podría haber revelado: quién
ganó la elección de 1988. Salinas ganó formalmente, pero a un costo que
contribuiría a la transición al cabo de 12 años.
Durante su gobierno hizo una serie de reformas económicas,
privatizó empresas, bancos, Teléfonos de México; reformó el artículo 27
de la Constitución para permitir la inversión privada en los ejidos;
vendió líneas aéreas y llevó a México a la firma de varios tratados
comerciales, el más importante fue el Tratado de Libre Comercio con
América del Norte (TLCAN) ente firmado con Estados Unidos y Canadá, una
decisión que no es en sí misma mala; de hecho, es considerada la mejor
acción de gobierno que haya tomado.
Quizá el mayor problema haya sido la ingente corrupción que hubo en
el proceso de privatización, sobre todo de la banca, lo que a la sazón
llevó a México a una nueva crisis.
Otra torpeza cometida por Salinas fue el hecho de mantener fija la
paridad cambiaria, lo que presionó fuertemente las cuentas externas de
México. Esto nos llevó a un déficit de la cuenta corriente de la balanza
de pagos que, para compensarse y atraer capital de corto plazo,
recurrió al alza de las tasas de interés con su consecuente efecto
recesivo.
Aunado a este déficit externo y al aumento de las tasas de interés, el ambiente político fungió como la chispa que encendió el fuego.
Estos eventos fueron el asesinato de Luis Donaldo Colosio, candidato
del PRI a la Presidencia de la República, el 23 de marzo de 1993; el
asesinato, en septiembre de 1994, de José Francisco Ruiz Massieu,
secretario general del PRI; y, aún más importante, el surgimiento el 1
de enero de 1994, fecha en que entraba en vigor el TLCAN, de una
guerrilla en el Sureste de México conocida como Ejército Zapatista de
Liberación Nacional (EZLN), liderada por el Subcomandante Marcos.
Asustados, los mercados financieros internacionales iniciaron una
fuga de capitales que llevó a la devaluación del peso el 15 de diciembre
de 1994, una devaluación del ciento por ciento que se conoce como el
“error de diciembre”, por el torpe manejo que hizo de esta situación el
que entonces era secretario de Hacienda de Ernesto Zedillo, Jaime Serra
Puche. El gobierno de Zedillo apenas llevaba en el poder 15 días y ya
tenía en puerta una nueva crisis económica de la que tardaríamos dos
años en salir. México iniciaba otro sexenio con crisis devaluatoria y
recesión económica.
Hay que recordar que la campaña del miedo y la división de la
fuerzas de oposición a la que contribuyó Diego Fernández de Cevallos,
como candidato del Partido Acción Nacional (PAN) a la Presidencia en
1994, una campaña mediática comandada por Televisa, en la que se
describía como riesgo para México a Cuauhtémoc Cárdenas abrieron la
puerta para un nuevo triunfo del PRI en la persona de Ernesto Zedillo,
quién habría de pagar el favor reconociendo el triunfo de Vicente Fox en
2000.
Paradójicamente aquello de lo que se prevenía a la población en
caso de que votara por Cárdenas, fue lo que pasó con Zedillo. Su lema de
campaña fue: “Yo sí voto por la paz” y se prevenía a la población de
que, de votar por Cuauhtémoc Cárdenas, el país entraría en un proceso de
devaluación del peso, inflación y recesión. Fue lo que sucedió
exactamente, pero con Zedillo.
Después del asesinato de Colosio, el candidato sustituto y eventual
ganador de la contienda de 1994, Ernesto Zedillo Ponce de León, siguió
por la misma senda que su antecesor en la Presidencia, ambos
economistas, formados en universidades de prestigio en Estados Unidos,
como casi todos los miembros principales del gabinete salinista y
zedillista. Quizá el más conspicuo fue Pedro Aspe Armella, egresado del
Instituto Tecnológico Autónomo de México (ITAM), doctorado en economía
por el Massachusetts Institute of Technology y artífice de la crisis
económica de 1995. Extrañamente, la historia no lo registra como
corresponsable de esa debacle financiera.
Estos datos son importantes para dar una idea de la formación
ideológica del grupo gobernante a partir del sexenio de Miguel de la
Madrid, época en la cual los llamados tecnócratas toman el poder. Se
trata de una generación desarraigada de los valores tradicionales que
habían prevalecido en la vieja cultura priísta del nacionalismo
Revolucionario, que llevó a algún analista a calificarlos como “la
primera generación de estadunidenses nacida en México”.
Este grupo se caracterizó por contar con doctorados en
universidades extranjeras, principalmente de Estados Unidos, ser
egresados de universidades privadas como el ITAM o el Instituto
Tecnológico y de Estudios Superiores de Monterrey, tener una orientación
hacia la empresa privada y promover las bondades del mercado como ente
autorregulador, reflejo de lo que pregonaba el economista estadunidense
más neoliberal e influyente de todos: Milton Friedman.
En este contexto surgió el llamado Consenso de Washington (1990),
que consiste en una serie de recetas económicas sobre “el buen
gobierno”. El Consenso promueve la idea del Estado pequeño que cede sus
principales funciones a la iniciativa privada, como son incluso energía y
seguridad, pasando por privatización de empresas públicas,
desregulación y apertura comercial. Estas medidas llevaron entre otras
cosas a la gran crisis argentina de 2000.
Durante el sexenio de Zedillo, los años de la primera mitad fueron
dedicados a resolver la situación económica, legado de Salinas de
Gortari, sin que Zedillo pueda ser exculpado, toda vez que durante el
sexenio de su predecesor fungió como secretario de Programación y
Presupuesto, y de Educación.
Durante esos tres años de devaluación, decrecimiento, inflación y
crisis del sector financiero previamente privatizado por Salinas, el
gobierno, con el aval del PAN, cuyo presidente era nada menos que Felipe
Calderón, realizó el famoso rescate de la banca, que consistió
en nacionalizar de facto algunos bancos y convertir en deuda pública la
deuda privada de dichas instituciones.
En otras palabras, se volvieron de todos los mexicanos las deudas
que contrajeron unos cuantos empresarios, a los que Salinas había
vendido la banca nacional. Gran negocio para ellos. La deuda que asumió
el gobierno y, en consecuencia, todo México fue de más de 100 mil
millones de dólares, equivalente a por lo menos el 20 por ciento del
producto interno bruto.
No hubieron grandes medidas durante el sexenio zedillista, pero sí
algunos escándalos políticos y familiares, como el encarcelamiento del
“hermano incómodo” de Salinas, Raúl, chivo expiatorio de la
crisis; algunos excesos de algún hermano de Zedillo y devaneos de su
hijo mayor. Pero las noticias importantes fueron cierta recuperación del
producto interno bruto, reprivatización y venta a la banca extranjera
de la banca rescatada y formación del Fondo Bancario de Protección al
Ahorro, ahora Institución para la Protección al Ahorro Bancario,
mediante lo que se reconocía como deuda pública las deudas privadas de
banqueros.
El desgaste del PRI era muy grande. Fue, sin duda, el principal
factor que detonó la transición y la derrota de su candidato, Francisco
Labastida Ochoa, en 2000. Pero la realidad es que los medios se habían
abierto un poco más. La gente esperaba un cambio y el PAN tenía a un
candidato dicharachero y popular, que aprovechó perfectamente esa ansia
de cambio. Zedillo no tuvo ningún reparo pues, en verdad, nunca tuvo en
mente ser presidente (no fue el candidato original en 1994 y llegó de
rebote) ni tenía aspiraciones transexenales, como las tuvieron Salinas y
Luis Echeverría.
De este modo, las elecciones de 2000 constituyeron una esperanza
que se materializó en el triunfo del PAN; y más tarde, en una oscura
decepción: gobiernos maniqueos, mediocres e ineficaces que, con 12 años
de desgaste encima y un país dividido e inseguro, permitirán muy
probablemente el regreso del PRI a la Presidencia de México.
* Doctor en economía y maestro en administración pública;
coordinador de la especialidad en microfinanzas de la Facultad de
Economía de la Universidad Nacional Autónoma de México
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