Hay países con los que el periodista tiene
que redoblar los esfuerzos para captar la atención del lector. Y no
tiene nada que ver con la gravedad de las violaciones de derechos
humanos relatados, con el número de personas afectadas o con la
impunidad de la que gozan los crímenes. Está más condicionado por las
relaciones históricas, internacionales, económicas y políticas. Bielorrusia, Kirguistán o Yemen
son tres ejemplos de países por los que la ciudadanía española, en
general, no muestra un especial interés. Guatemala también es uno de
ellos. Pero resulta más sorprendente la falta de atención informativa si
tenemos en cuenta que estamos hablando de un país donde sólo en 2010
fueron asesinadas más de 700 mujeres y donde se cometió un genocidio contra los mayas que acabó con la vida de más de 200.000 personas y la desaparición de unas 45.000 durante los 36 años de Guerra Civil
que arrasó el país. Cifras muy superiores a las de otras dictaduras de
América Latina, cifras tan desorbitadas que terminan quedándose en eso,
cifras, ante la compleja tarea que supone concebir cómo se puede borrar
de la faz de la vida al 3% de la población, es decir, a un cuarto de
millón de personas en un país con sólo 8 millones a finales de la década
de los 80.
Guatemala se ha convertido en uno de los
más tristes ejemplos de que la declaración por parte de los actores
armados del fin del conflicto armado no es sinónimo de paz. Quince años
después del fin de la guerra civil, el Estado guatemalteco sigue sin
saber hacer frente a la violencia sistémica que asola su territorio cada
vez más empobrecido y más endeudado con las instituciones financieras
internacionales, mientras el hambre sigue provocando muertes
en un país exportador de alimentos. Y la violencia mantiene regiones
fuera del control y protección del Estado, entre ellos, el cuerpo y la
vida de las mujeres, campo de batalla del machismo y del patriarcado: en 2010 se interpusieron 46.000 denuncias por violencia de género.
Mercedes Hernández, presidenta de la Asociación de Mujeres de Guatemala,
llama para avisar de que llegara tarde. Apenas se retrasa unos minutos
en nuestro encuentro en Plaza Mayor, Madrid. Viene de una localidad
cercana, Parla, donde ha impartido un taller para la prevención de la violencia machista
con profesionales vinculados con esta lacra. Lleva días de jornadas de
trabajo interminables pero su discurso, certero y afianzado por el
conocimiento personal, emocional y legal del tema, no se resiente un
ápice.
Mercedes es la voz más incansable contra el
feminicidio guatemalteco en el panorama español. Junto a un grupo de
compatriotas, y desde su casa que también es sede de la organización y
primer hogar en España de muchas de las mujeres a las que ayudan, lleva
años luchando contra el muro de la indiferencia que hasta hace apenas
unos meses suponía hablar de Guatemala, mujer y violencia.
Y, todo lo contrario a lo que podríamos denominar ‘de repente’, el
arriesgado trabajo de décadas de las activistas guatemaltecas que
documentaron las torturas, violaciones, mutilaciones, feticidios,
desapariciones y asesinatos de unas 100.000 mujeres durante el
genocidio, encontró eco en los tribunales españoles. El juez Santiago
Pedraz admitía a trámite la ampliación de la querella presentada por Women´s Link Worldwide
en la que pedían la investigación de los crímenes de género como una de
las vías empleadas para el genocidio: el exterminio no sólo físico,
sino también de su estructura social y de su capacidad para la
retransmisión de la cultura maya. Una causa superviviente de cuando la Justicia Internacional era una de las señas de identidad más vanguardistas
de España y la Audiencia Nacional se convirtió en un símbolo de
esperanza para los defensores de derechos humanos de todo el mundo. La
misma Audiencia Nacional a donde marcharon el viernes, Día Internacional
contra la violencia machista, un grupo de guatemaltecas y de conocidas
de la Asociación de Mujeres de Guatemala, en silencio, vestidas de luto.
Allí dejaron la mitad de las 100.000 hojas que el otoño fue dejando en
las calles madrileñas y en las que escribieron los nombres de las
mujeres violadas y asesinadas durante el genocidio, los de las
activistas y defensoras que siguen luchando en el país centroamericano,
así como una gran cantidad de “XX” por quienes fueron asesinadas y no
han sido identificadas o nunca se supo de su asesinato. Las otras
50.000 ya habían sido depositadas antes en la embajada porque “es
Guatemala la que debe actuar y extraditar a los responsables del
genocidio y de todas estas violaciones”, explica Mercedes.
Feminicidio, feticidio, generocidio,
justicia, son sólo algunos de los términos recogidos en cada una de las
pancartas que portaban. La explicación, “visibilizar que todos los
crímenes misóginos tuvieron como resultado estas diferentes formas de
exterminio. Pero, se nombren como se nombren, en su epicentro hay
políticas de odio hacia las mujeres”.
Una marcha fúnebre para exigir la
protección integral de las supervivientes de estas violencias y para las
activistas que siguen jugándose la vida cada día por denunciar el
feminicidio del pasado y del presente. Mercedes Hernández es una de las
que tuvo que salir muchas veces de su país “ninguna de manera
voluntaria, nunca he tenido intención de radicarme en otro país. Siempre
ha sido por un peligro por mis militancias o por denunciar un acto
violento. En nuestra asociación tenemos mujeres refugiadas por lo que
han visto o escuchado. En Guatemala no hay enemigo pequeño. Ante la
menor amenaza tienes que poner a salvo a tu vida”.
Mercedes es reacia a hablar sobre sí misma,
es concisa en las respuestas sobre su vida, al contrario de cuando
hablamos sobre la situación de la mujer en Guatemala y el trabajo de su
asociación. Pero, poco a poco, va desgranando una trayectoria vital que
no es suya sólo, sino que es también el retrato de la barbarie que
destrozó la vida de millones de personas y que se cebó con especial
crueldad con las mujeres y las niñas.
Periodismo Humano. Naces en 1978 en
la región del Quiché, una de las zonas más castigadas por el conflicto y
justo antes de que se desencadenen los peores años del genocidio. ¿Cuál
era la situación de tu familia?
Mercedes Hernández. Mi
padre era trabajador de acueductos y salud en el ámbito rural y tenía
mucho miedo de que lo matara el Ejército como parte de los asesinatos de
líderes y trabajadores comunitarios que se estaban dando. Así que envió
a mi madre a estudiar para que tuviera una manera de ganarse la vida
para mantenernos a mí y a mi hermana si lo mataban. Así que mi madre
pasa todo mi embarazo en una escuela de enfermería donde no había dicho
que estaba casada porque sólo aceptaban a ’señoritas’, es decir, mujeres
solteras, vírgenes y puras.Cuando su embarazo se hace visible intentan
expulsarla, pero gracias a una revuelta de apoyo de otras mujeres y a
que estaba casada puede seguir formándose. Pero a los dos días del parto
tuvo que incorporarse inmediatamente a los estudios y mi padre hacerse
cargo de mí, meterme en un morral y llevarme con él a trabajar.
P. ¿Cuáles son tus primeros recuerdos de la guerra?
M. H. No sé si son los
primeros pero sí recuerdo cuando mi madre volvió y tenía que irse a
trabajar como enfermera durante días, el dolor y el miedo a que no
volviera. Sabíamos que podía pasar, como cuando era mi padre el que
viajaba.
P. ¿Cómo explicarías qué supone ser niño y vivir con ese miedo?
M. H. Ese aprendizaje lo
llevas desde el vientre de tu madre. Creo que cuando vives en un
contexto de guerra, aprendes a temblar de miedo por las separaciones
antes de nacer. Pero también estás absorbiendo la valentía de la gente
que está afrontando esa guerra diariamente y poniendo todo el empeño
porque tu infancia sea tan feliz como la de cualquier niño.
Pero sí que hay escenas sumamente duras de
recordar. Por ejemplo, cuando vivíamos en Santa Cruz del Quiché y las
luces de los helicópteros se filtraban por las ventanas y hacían que la
noche se convirtiera en día. Sabías que te estaban vigilando mientras
estabas con toda la familia debajo de la cama por si había algun
tiroteo. Esas escenas son imborrables de la memoria de cualquier
criatura porque tienen un doble vínculo: aprendes que, incluso en esos
momentos felices de juego antes de dormir que crean tus padres, hay un
componente de miedo.
P. ¿Y cuándo empieza tu activismo?
M. H. Es parte de mi vida
desde siempre, pero el inicio lo marca cuando la aldea de mis abuelos es
masacrada. Nuestro núcleo familiar sobrevive pero matan a muchos
allegados, muchas personas muy cercanas fueron quemadas vivas… Fue
durante un ataque guerrillero, pero al día siguiente el Ejército
respondió atacando a la misma comunidad despiadadamente. Se ensañaron.
Aquello nos permitió ver las dos caras de una misma moneda, sobrevivir a
un ataque y tener que salir huyendo por el segundo para salvar nuestras
vidas, abandonar nuestra casa e irnos a la capital sin dinero ni
pertenencias. Mis padres lograron rescatar a otras niñas y llevarlas a
vivir con nosotros a la ciudad.
P. ¿Cuántos años tenías?
M. H. Tenía entonces cuatro años.
P. ¿Y qué hacéis como refugiados en la ciudad?
M. H. Una comunidad
menonita les dejó una caravana a mis padres para vivir porque no
teníamos dinero para una casa. Ellos tenían que ir a trabajar y dejarnos
allí, así que inventaban muchas historias para hacernos la vida más
fácil durante aquel encierro. A menudo nos hacían creen que era una nave
espacial de la no que podíamos salir para que no nos adentráramos en el
mundo exterior. Tenía que ser terrible para ellos despedirse por las
mañanas y dejarnos allí solas.
Cuando pudieron construir una nueva casa lo
tuvieron que hacer con la madera que lograron rescatar de en la la que
vivíamos cuando masacraron la aldea. Así que eran tablones con los
agujeros de las balas, y muchos años después seguíamos viendo cómo
entraba la luz por ellos y nos recordaban lo que habíamos vivido.
P. Y llega el momento de estudiar y decidir a qué dedicar tu vida.
M. H. En la universidad
estudié Derecho porque había vivido muchas injusticias y no me resignaba
a la pobreza que veía a mi alrededor. Había escuchado demasiadas veces
los discursos del mundo militar y de la izquierda. Pero mi gente más
cercana siempre han sido muy de izquierdas, progresistas, y fueron esas
las ideas que calaron en mí. A la vez estudié citología, soy
citotecnóloga, y a través de esta carrera entro en un contacto muy
directo con el cuerpo de las mujeres, y de ahí con los derechos sexuales
y reproductivos. Por aquel entonces ya había leído algunos libros que
me trajeron de Europa sobre feminismos y ahí es cuando decido que mi
activismo será por las mujeres y feminista. Di muchas charlas en la
escuela primaria, con mujeres en el área achí y en Ciudad de Guatemala
desarrollando tertulias más intelectuales sobre estos temas.
P. Has perdido muchas compañeras por las distintas formas de violencia machista.
M. H. Han asesinado a
muchas mujeres de mi entorno por su activismo; otras, incluso de mi
propia familia, han perdido la vida por la violencia de género… Una de
las usuarias de nuestra organización a la que le habíamos facilitado el
viaje a España, fue asesinada cuando estaba a punto de venir, Mindy Rodas…
P. ¿Cuál es el proceso de convertir tanto dolor en una opción de vida constructiva?
M. H. Al principio tiene
un componente religioso, el de pensar que ésta es una vida de
sufrimiento que tendrá un final y recompensa. Pero cuando te empiezas a
plantear que no tienes tiempo para esperar… De esa reflexión y del
conocimiento de que ha habido otras mujeres en la historia con
experiencias vitales muy dolorosas que han hecho de su vida y de la
resiliencia su sello de identidad… tomas esta decisión. Además, haber
salido de Guatemala y haber conocido otros países me ha permitido
comprobar que el sufrimiento de las mujeres por el machismo y el
patriarcado existe en todas partes, y que, aún así, hay mujeres que
aman, sonríen y que están felices con la lucha que desarrollan.
P. ¿Cuáles son los ámbitos de actuación de la Asociación de Mujeres de Guatemala?
M. H. Hemos trabajado
intensamente la denuncia y visibilización de lo que ocurre en Guatemala.
A pesar de que ser una organización joven, hemos servido de altavoz a
las organizaciones feministas de allí, al sufrimiento y dolor que se ha
ensañado contra las mujeres… Y, por supuesto, el reconocimiento
constante de quienes son nuestra inspiración, las mujeres que siguen
allí. Servimos de enlace para las mujeres que necesitan refugiarse aquí,
en el sentido amplio que hemos comentado.
Pero también ayudamos a las que están en
España, a todos los tipos de refugiadas que la doctrina jurídica no
nombra como las refugiadas económicas, las medioambientales -la minería
ha dejado a muchas mujeres sin sus tierras y enfermas-… Además mostramos
unos conflictos armados no reconocidos oficialmente en Centroamérica y
que no están contemplados en el Derecho Internacional, pero en los que
hay facciones armadas luchando y que utilizan múltiples formas de
violencia contra las mujeres.
Estamos comprometidas con la presencia
social de las mujeres, con su inclusión en los ámbitos de representación
política y en todos los espacios en los que tienen que ser reconocidas
como ciudadanas de pleno derecho y no como ciudadanas de segunda
categoría, que es como se ha tomado normalmente a las mujeres emigradas.
Luchar por una ciudadanía global y plena de las mujeres que han
decidido hacer de este país su lugar de habitación y su hogar. Tenemos
que trabajar en el empoderamiento y en combatir las lacras sociales que
las tienen sometidas y violentadas en su país y aquí.
P. ¿Quiénes han sido vuestros mejores aliados en España?
M. H. Las redes de
solidaridad que hemos podido tejer con mujeres latinoamericanas que
están aquí. Compartimos la causa común de no poder vivir donde están
nuestras raíces y las personas a las que amamos. También las
organizaciones extranjería, de asilo y refugio, que nos han tendido la
mano. Y algunos medios de comunicación comprometidos que empezaron a
generar una corriente de opinión sobre lo que está pasando en nuestro
país y para que no permanezca en la invisibilidad el genocidio maya.
P. ¿Cómo habéis vivido el proceso judicial de ampliación de la querella con los crímenes de género?
M. H. No podemos más que
alegrarnos por el hecho de que estos enemigos de la humanidad vayan a
ser juzgados por unos crímenes que todos los Estados tienen la
obligación de perseguir, especialmente tratándose de la parte oscura del
genocidio, el capítulo no contado de todas esas mujeres asesinadas.
Crímenes ejemplarizantes que siempre tienen componentes sexuales,
cometidos sobre sus cuerpos con el objetivo de dirimir la derrota del
enemigo.
Esta ampliación supone, además, visibilizar
el trabajo de más de 30 años de nuestras compañeras que han
reconstruido esa memoria história que ninguna Comisión de la Verdad
había contado, que han generado informes sobre la cosmovisión de cada
una de estas etnias y cómo recibieron esa violencia, de la configuración
de nuevas identidades a partir de estos crímenes sobre sus cuerpos… El
hecho de que otras organizaciones del exterior se hayan hecho eco de
estas causas y hayan decidido apoyar la querella de otra gran mujer,
Rigoberta Menchú, que había abierto la del genocidio en la Audiencia
Nacional hace ya diez años, es otra gran noticia. Y que finalmente la
Justicia española se dedique a juzgar estos delitos por razones de
género, algo inaudito en la historia de la jurisdicción universal y que
abre nuevos caminos en la palicación de la mirada de género en la
Justicia.
P. También impartís cursos para
evitar la violencia machista a distintos colectivos. ¿Cuáles son los
muros que más os cuesta derribar con los receptores?
M. H. Al trabajar en
España hay múltiples barreras: de clase, porque hay una mirada
occidental e imperialista, de un país que hasta hace poco formaba parte
de ese tercio rico del mundo; otra de género, muy difícil de flanquear
con los hombres trabajadores de Justicia y fuerzas del Estado; muchas de
nosotras somos además de mujeres jóvenes, y ésa es otra barrera.. Y
también la que tiene que ver con el reconocimiento, esa xenofobia por la
que, muchas veces, habiendo mujeres sumamente cualificadas en nuestra
organización, se prescinde de la formación que ofrecemos por ser
guatemaltecas. Entonces hay que hacer una nueva lucha para convencerles
de que tenemos igual o mejor currículum que cualquier otra organización
española.
La construcción de esta masculinidad
patriarcal que suma a esa doble jornada de trabajo, la de ganarnos el
reconocimiento de esos hombres que no nos consideran interlocutoras
válidas.
P. ¿Cómo ha afectado la crisis a la organización?
M. H. En todo y en nada.
Venimos de unos países donde nuestras vidas, nuestras familias y
entornos han atravesado múltiples crisis. Y en concreto ésta nos afecta
pero no nos asusta, es una más. No nos coge desprevenidas porque ya
hemos vivido la movilidad laboral descendente o pasar necesidades y que
las tenga que suplir nuestro entorno porque no estamos criados en este
individualismo tan radical de los países ricos. Venimos de países donde
hemos tenido que aprender a generar redes por pura supervivencia…
Ahora bien, sí hay una parte fundamental de
todo esto que no creo que haya tenido que ver con la crisis, porque la
crisis es para unos sí y para otros no. Y es que con lo que no
pensábamos encontrarnos es que tuviésemos tantas palmaditas en la
espalda. Hemos estado con autoridades de muy alto nivel, de ministerios,
de instituciones de la mujer y de las personas migrantes… Y hemos
recibido cientos de ofrecimientos que nunca se han concretado en nada.
Con lo cual pensamos que las mujeres, y especialmente las migrantes
centroamericanas, que no son mayoría en España, no interesan. Que no
interesa que en Guatemala se asesinen a más de 1200 mujeres cada año,
que a raíz del golpe de Estado en Honduras se hayan incrementado los
feminicidios en más de un 160% o el altísimo número de niñas raptadas en
Haití para el tráfico de personas, la trata y los matrimonios serviles …
Hemos recibido muchas alabanzas, pero compromisos reales ninguno.
Mientras, los 100.000 nombres escritos en
las hojas caídas de los árboles vuelan por nuestras calles representando
“el ansia porque este largo otoño llegue a su fin y que florezcan la
Verdad, la Reparación y la Justicia”.
Ellas: el camino hacia la Justicia
Coincidiendo con el Día Internacional contra la violencia machista, la Asociación de Mujeres de Guatemala hizo público un comunicado [pdf] del que destacamos los siguientes dos puntos.
http://periodismohumano.com/mujer/generocidio-en-guatemala.html
Coincidiendo con el Día Internacional contra la violencia machista, la Asociación de Mujeres de Guatemala hizo público un comunicado [pdf] del que destacamos los siguientes dos puntos.
- Exigimos el reconocimiento de la existencia e implementación de una política feminicida empleada de manera masiva y sistemática como arma genocida y etnocida, durante el conflicto armado interno que asoló Guatemala.
- Reiteramos nuestra exigencia de esclarecimiento de la verdad y de investigación, captura, juicio y condena a los ex jefes de Estado, Efraín Ríos Montt, Oscar Humberto Mejía Víctores, Fernando Romeo Lucas García y Ángel Aníbal Guevara Rodríguez; así como de Donaldo Álvarez Ruiz, ex ministro de Gobernación; de Germán Chupina Barahona, ex director de la Policía Nacional; de Pedro García Arredondo, ex jefe del ‘Comando Seis’ de la Policía Nacional y de Benedicto Lucas García, ex jefe del Estado Mayor del Ejército, denunciados por los delitos de genocidio, tortura y terrorismo de Estado, crímenes que incluyen la quema de la Embajada de España en Guatemala, ante la Audiencia Nacional de España, por la Premio Nobel de la Paz Rigoberta Menchú Tum, el 02 diciembre de 1999.
http://periodismohumano.com/mujer/generocidio-en-guatemala.html
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