Foto: Agencia UNO
No creo que a los comunistas nacionales les acomode defender la dinastía de Kim Il-Sung (El Presidente Eterno), Kim Jong-Il (el Querido Líder) y Kim Jong-Un (El Brillante Camarada). El Brillante Camarada, aunque dicen que se educó en Europa como un príncipe, tiene una cara harto intranquilizadora. El veinteañero heredó un país con juguetes nucleares. Para qué repetir los pocos datos que se tienen de Corea del Norte: un ejército de 1.200.000 hombres, escandalosos niveles de hambre –en torno al 40% de la población-, campos de prisioneros, ausencia de partidos políticos y un Estado totalitario. Todo esto podría ser falso, pero no hay modo de saberlo. Como no pueden entrar extranjeros y circular libremente, se conoce poquísimo de lo que ocurre adentro. No hay internet, no hay prensa, las frecuencias de radio y los dos canales de televisión existentes están en manos del gobierno.
“Ustedes, los extranjeros, creen que nosotros vivimos en el error y en la mentira, que todo lo que creemos es falso o equivocado. Nosotros creemos lo mismo de ustedes, ¿Por qué habrían ustedes de tener más razón?”, le dijo una oficial norcoreana a los marinos de un barco espía capturado. A ningún comunista chileno estas cosas le parecen aceptables. Sus militantes de la CONFECH se han codeado y recogido el apoyo de muchísimos estudiantes de occidente. Este año fue grandioso para el Partido Comunista. Fue el único partido político que pudo sacar banderas durante las marchas. Para dolor de los revolucionarios, paralelamente negociaba soluciones. Tiene jóvenes carismáticos que han generado complicidades y amistades con los de centro izquierda. La Camila Vallejo acaba de ser elegida por el diario The Guardian como el personaje del año. Si en la foto cupieran dos, el otro sería Giorgio Jackson. Apostaría que, entre otras muchas cosas, los votantes valoraron su frescor.
Nada más distinto de lo que irradian sus principales dirigentes. A ellos los mueve el cálculo menor a la hora de las alianzas, mientras en las complicidades construidas por sus jóvenes prima el proyecto común. No hay que despreciar, sin embargo, el tejemaneje de sus macucos. Tironi lo describió bien en una columna mercurial: el lobby de hoy contempla un amigo comunista. Sus mandamases pasaron a formar parte del negocio del poder real. Las ataduras que los constriñen resultan cada vez más absurdas, y peor todavía cuando se la cuelgan a sus herederos, como collares de plomo. A estas alturas del siglo XXI, no tiene sentido defender a Stalin, a Kim Jong-Il, a Chávez o a Fidel Castro, salvo que en alguno de estos casos, un nunca admirable pragmatismo lo justifique.
Para los veteranos Fidel es más complicado. Fue un compañero de ruta, un buen amigo, un tipo con el que compartieron la mesa muchas veces. Fue (¿o es?) ellos mismos en La Habana. Están obligados a tragarse sus abusos, errores, caprichos y fracasos. Pero esos jóvenes comunistas del movimiento estudiantil distan mares completos de los burócratas del aparato cubano. Sus amigos en la isla, muy probablemente, serían contestatarios, si confiamos en que a esa edad las convicciones todavía son más fuertes que sus oficinas administrativas. Muchas veces, durante la transición, imaginé un PC vanguardista, transgresor, y moderno. Más popular que folclórico, más relampagueante que disciplinado, con más papas fritas que caldillo de congrio. Una izquierda que pusiera rocanrol cuando La Concertación se dormía en los salones.
Eran divagaciones absurdas, porque la historia no se cambia de un plumazo y ese partido cargaba dolores y frustraciones inconmensurables. Acordémonos que junto con el fin de la dictadura pinochetista, cayó el muro de Berlín y la Unión Soviética. Los muertos propios parecían penar por causas desvencijadas. No hubo renovación entre sus dirigentes. Los líderes universitarios que originó la Jota -Roco, Mlynarz…-, fueron repelidos. En la iglesia comunista no se podía meter bulla, porque estaban velando el pasado. Dan lo mismo los temores y preocupaciones del twittero Hinzpeter. Que siga peleando, mejor, con los fiscales.
El partido de Víctor Jara es mucho más que un poncho negro y el representante de un pueblo entristecido. No tiene para qué partir su nueva etapa encadenado a proyectos podridos y aberrantes. Tiene buenas piezas en el tablero del juego que comienza. Difícil concebir que un nuevo pacto progresista prescinda de ellos. Compañeros, se acabó la Guerra Fría: ya no hay dictadura que valga. No sigan quemando neuronas en la hoguera de las vanidades. A lo hecho, pecho, y a otra cosa, mariposa. No sea que pase la vieja…

Vìa :
http://www.theclinic.cl/2011/12/22/editorial-2/