El mismo hecho que un viejo obeso esté
obligado, por el consumo que se despierta angustioso durante la “noche
de paz, noche de amor”, a tamaño trabajo de cargar con regalos de niños
de todo el orbe, es abusivo.
De partida, desear que el viejo se
acuerde de uno es una patudez, habiendo tanto viejo olvidado a su
suerte, en un país de pensiones miserables, hijos ingratos, y trabajo
ancianil.
Eso respecto a los viejos buenos, porque con todo respeto, no me gustaría que se acordara de mí Paul Schäfer, Onofre Jarpa, Sergio Diez, Karadima, Pinochet, y un larguísimo etcétera de viejos culiaos.
Quizás lo único bueno de este viejo es que sea rojo. Lamentablemente, eso, no es nada más que una coincidencia.
Pero fuera de bromas ¿Quién no tiene un recuerdo amargo relacionado con este arrebato de la imaginación mercantil?
A mí me dijeron que no existía porque no podían comprarme el Nenuco Burbujitas.
Me sentí estafada, pasada por tonta, manipulada durante esos nueve años
que con esfuerzo tragué esos guisos horribles, fui al atribulante
colegio de monjas argentinas, religiosamente todos los días del año,
solamente para que el viejito se acordara de mí.
No era por interés, era por lealtad. Después de todo, era tan parecido a Dios,
ubicuo y omnipotente, que todo lo sabía y que todo lo veía cuando,
producto de la modernidad, surcaba el cielo montado en helicóptero. Así
llegaba a la Pascua del Soldado, cuando incluso saltaba en paracaídas para caer justo entre nosotros, repartiendo una madeja de medias horas y coyaks.
Ya me pareció raro entonces, cuando
directamente proporcional a la verticalidad del mando, retribuía con
regalos de una calidad según el rango de tu padre. La cuestión no era
por mérito propio, sino que por nepótica jerarquía.
Y eso, obviamente, se replica en el ejército de estólidos que plagan el planeta.
Una metáfora del capitalismo salvaje que
se libera con frenesí durante una época que se supone cargada de buena
voluntad para con el prójimo, a la luz de la estrella navideña,
inspirados por la grandeza del invisible poder de un recién nacido en
condiciones paupérrimas.
Y resulta que se potencia todo lo
contrario. Que se atiborra con regalos, muchas veces inmerecidos e
inservibles, suntuosos o solo para aparentar y sacarle pica al vecino, a
niños que poco entienden de solidaridad o afecto, porque educados bajo
el régimen voraz, no han conocido más que cosas.
Por último, sea el viejito pascuero el ufo navideño o el mismísimo Jesús, si le regalan un cachorrito, cuídelo, respételo, ámelo y manténgalo feliz sin abandonarlo en un potrero cuando crezca.
Son mis sinceros deseos para esta navidad.
Por Karen Hermosilla Tobar
El Ciudadano N°93, segunda quincena diciembre 2010
Vìa:
http://www.elciudadano.cl/2010/12/24/el-viejo/
http://www.elciudadano.cl/2010/12/24/el-viejo/
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