(APe).- Si usted viene de Buenos Aires a Rosario por la autopista,
encontrará los anuncios que prometen el primer mundo a escasos metros.
Siempre en esa dirección, observará a mano derecha el monumental City Center, propiedad del empresario Cristóbal López, amigo de la administración nacional, cuya grandiosidad –dicen sus publicistas- no tiene nada que envidiarle a los mejores de Las Vegas.
Artistas populares han llegado hasta allí donde hay un hotel de lujo y un centro de convenciones no menos espectacular. Pero esa es una parte de lo que ve el pasajero que arriba a la ex ciudad industrial, obrera, portuaria y ferroviaria.
Porque también observará por encima de las cañas y entre los límites de una escuela provincial, las decenas de ranchos más que modestos que parecen caerse en las cunetas que separan el territorio agreste del gris de la autovía.
En ese límite que junta a dos realidades diferentes y también complementarias, está la frontera que limita Rosario con Villa Gobernador Gálvez, una de las más grandes de la provincia de Santa Fe.
Allí las necesidades básicas nunca bajan de la tercera parte de la población al mismo tiempo que el consumo de drogas va sepultando vidas jóvenes que ni siquiera llegan a intentar un futuro parecido a lo que alguna vez soñaron.
Desde esa ciudad, cabecera de frigoríficos emblemáticos como Paladini o el Swift, surgió la extraña figura de Pedro González, varias veces intendente y diputado nacional, menemista cerril y hoy subido al palco que proclama al jefe de la bancada de diputados kirchnerista, Agustín Rossi, como candidato a gobernador de Santa Fe.
La figura de González creció en forma paralela al desarrollo de la pobreza, la privatización de las costas y el aumento del narcotráfico.
En semejante escenario, cuando miles de desesperados fueron usados al servicio de mezquinos intereses que empujaban sus necesidades reales y ocuparon el parque Indoamericano de Villa Soldati, un grupo de familias hizo lo propio en Villa Gobernador Gálvez.
El actual intendente, Jorge Murabito, no tuvo ningún reparo en señalar a González como el verdadero autor intelectual de esas tomas de tierra y corte de la vieja ruta 21 que duraron algunas horas.
Tuvieron que firmar un acta en el que las autoridades municipales se comprometen a ceder un terreno para que puedan levantar sus casas después de un censo de necesidades que se hará al respecto.
Murabito y González firmaron, se dieron la mano y las necesidades siguen de la misma manera que continúan los negocios que mueven sumas obscenas mientras que las necesidades se multiplican allí abajo, en los alrededores del casino del señor Cristóbal.
En la provincia de Santa Fe, según dichos de los propios funcionarios actuales de la llamada administración socialista, hay cien mil familias que no tienen una vivienda digna.
Queda claro que tanto en Villa Gobernador Gálvez como en Rosario, lo que más rápido se construye son los monumentales edificios para los más ricos.
Mientras tanto, los que son más, parecen estar atrapados entre las eternas promesas y la cínica manipulación de aquellos que después de distintos escarceos hacen las paces y siguen como si nada hubiera pasado.
Como dirían las voces anónimas en las ruletas de Don Cristóbal, no va más.
Siempre en esa dirección, observará a mano derecha el monumental City Center, propiedad del empresario Cristóbal López, amigo de la administración nacional, cuya grandiosidad –dicen sus publicistas- no tiene nada que envidiarle a los mejores de Las Vegas.
Artistas populares han llegado hasta allí donde hay un hotel de lujo y un centro de convenciones no menos espectacular. Pero esa es una parte de lo que ve el pasajero que arriba a la ex ciudad industrial, obrera, portuaria y ferroviaria.
Porque también observará por encima de las cañas y entre los límites de una escuela provincial, las decenas de ranchos más que modestos que parecen caerse en las cunetas que separan el territorio agreste del gris de la autovía.
En ese límite que junta a dos realidades diferentes y también complementarias, está la frontera que limita Rosario con Villa Gobernador Gálvez, una de las más grandes de la provincia de Santa Fe.
Allí las necesidades básicas nunca bajan de la tercera parte de la población al mismo tiempo que el consumo de drogas va sepultando vidas jóvenes que ni siquiera llegan a intentar un futuro parecido a lo que alguna vez soñaron.
Desde esa ciudad, cabecera de frigoríficos emblemáticos como Paladini o el Swift, surgió la extraña figura de Pedro González, varias veces intendente y diputado nacional, menemista cerril y hoy subido al palco que proclama al jefe de la bancada de diputados kirchnerista, Agustín Rossi, como candidato a gobernador de Santa Fe.
La figura de González creció en forma paralela al desarrollo de la pobreza, la privatización de las costas y el aumento del narcotráfico.
En semejante escenario, cuando miles de desesperados fueron usados al servicio de mezquinos intereses que empujaban sus necesidades reales y ocuparon el parque Indoamericano de Villa Soldati, un grupo de familias hizo lo propio en Villa Gobernador Gálvez.
El actual intendente, Jorge Murabito, no tuvo ningún reparo en señalar a González como el verdadero autor intelectual de esas tomas de tierra y corte de la vieja ruta 21 que duraron algunas horas.
Tuvieron que firmar un acta en el que las autoridades municipales se comprometen a ceder un terreno para que puedan levantar sus casas después de un censo de necesidades que se hará al respecto.
Murabito y González firmaron, se dieron la mano y las necesidades siguen de la misma manera que continúan los negocios que mueven sumas obscenas mientras que las necesidades se multiplican allí abajo, en los alrededores del casino del señor Cristóbal.
En la provincia de Santa Fe, según dichos de los propios funcionarios actuales de la llamada administración socialista, hay cien mil familias que no tienen una vivienda digna.
Queda claro que tanto en Villa Gobernador Gálvez como en Rosario, lo que más rápido se construye son los monumentales edificios para los más ricos.
Mientras tanto, los que son más, parecen estar atrapados entre las eternas promesas y la cínica manipulación de aquellos que después de distintos escarceos hacen las paces y siguen como si nada hubiera pasado.
Como dirían las voces anónimas en las ruletas de Don Cristóbal, no va más.
Fuente, vìa :
One of the things that I love the most is the variety of hotels in Buenos Aires, they are great in every way possible!
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