Se nos cae a pedazos la humanidad, como lepra del
alma. Nos corroe la codicia, el afán de riquezas, de confort en
desmesura. Nos invade el egoísmo; vivimos sin solidaridad, sin
principios, sin ética...
Ya
no somos pueblo ni apenas familia; solo individuos ansiosos de
bienestar y de éxito. Nos mueve la vanidad. Adoramos el lujo y el
dinero. Apostamos por la competencia y hasta por la violencia si ésta
nos lleva al triunfo. Hemos retrocedido a los tiempos más oscuros.
Vivimos
en un mundo tecnificado. Estamos orgullosos de nuestro saber, de
nuestro desarrollo técnico. Pero seguimos adorando al ancestral dios de
los ejércitos que nos da la fuerza necesaria para derramar sangre
ajena... Solo que ahora no exige nuestros prepucios como ofrenda sino
nuestra alma entera.
Razón
tenía Jesús de Nazaret cuando dijo “bienaventurados los pobres”, porque
ser rico es apostar por la miseria, pues miserias del alma son la
codicia, la usurpación, la violencia... bases comunes de la riqueza y de
la pobreza, ya que no es posible enriquecerse en desmesura sin que otro
empobrezca.
A esta
civilización cristiana de la cual somos parte le llegó el mensaje
evangélico según lo transmitieron y lo transmiten quienes desde una
posición contraria al mismo, instalados en el poder y en el confort que
procuran las riquezas, se arrogan mediante hábiles falacias la autoridad
de hacerlo. Toda la tradición profética que culmina en el humilde
Nazareno acabó siendo secuestrada y adulterada por los poderes
terrenales. A nadie extrañe pues que de entonces acá sea la codicia el
principio que nos rige y el crimen la principal herramienta de quienes
nos gobiernan.
La
entereza del alma es el distintivo claro de la condición humana en su
más pura esencia. Por ella apostaron todos los grandes maestros de la
historia. A partir de ella evolucionamos desde estados primitivos en los
que imperaba la ley de la selva hasta relaciones de convivencia basadas
en la colaboración y el apoyo mutuo. Los pueblos crecieron humanamente
cuando tuvieron como principio rector la dignidad humana, pero se
entregaron a la destrucción y al crimen cuando la ambición y la codicia
se hicieron con el mando.
A
la vista de como evoluciona el pensamiento colectivo en los países que
lideran hoy el mundo y del poder que tienen sus gobiernos para
controlarlo, no cabe esperar un resurgir de la dignidad humana en el
panorama político mundial durante mucho tiempo. El más irracional de los
egoísmos impregna hasta los tuétanos el alma de todas las capas
sociales. Apenas quedan espíritus libres entre las multitudes sometidas,
ni aun en los estamentos de los que cabe esperar una mayor libertad de
pensamiento. ¿Quien y cómo va a enderezar el rumbo de esta humanidad que
naufraga por momentos en la mayor de las vorágines?
No
cabe esperar milagros. Pasó ya el tiempo de convertir el agua en vino y
de alimentar multitudes con tres panes y un par de peces. Hoy el agua
es ya un bien escaso y cada vez lo será más, y el pan está en manos de
quienes lo acaparan para negociar con él y enriquecerse. Van en aumento
día a día los miles de seres humanos que mueren de sed y de hambre en
nuestro mundo tecnificado, controlado y dominado por la ambición y la
codicia. Cuesta imaginar que pueda darse un cambio... Pero es razonable
esperarlo, porque la humanidad es un todo y ningún organismo puede
devorarse a sí mismo por completo.
Quienes
aman el poder por encima de todo seguirán asesinando, exterminando
pueblos enteros, destruyendo la naturaleza y las fuentes de vida en el
planeta Tierra, pero no podrán destruir por completo a quienes se les
opongan. Y es que la dignidad es inherente a la naturaleza humana.
Los
grandes maestros surgieron en momentos históricos quizá tan malos como
el presente, por lo menos en el mundo que los circundaba. Y no obstante
su ejemplo y enseñanzas han guiado el pensamiento de miles y miles de
otros seres humanos que han vivido y viven conforme a sus ideales. No
parece que los haya, porque apenas se les ve, pero son legiones.
Difícilmente
se va a dar una mutación de la especie tan absoluta que destruya por
completo la dignidad humana. Pero cuidado, no nos confiemos y
permanezcamos vigilantes, no fuese a contagiarnos esa miseria moral que
por doquier impera, esa lepra perniciosa que hace añicos el alma.
Vìa :
http://www.kaosenlared.net/noticia/lepra-del-alma
http://www.kaosenlared.net/noticia/lepra-del-alma
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