lunes, 22 de noviembre de 2010

Cultura : Oda al hierro . A r n o l d o K r a u s . ¿Por qué demonios no existe la palabra testiga?, ¿acaso porque algún desconocido decidió que Dios debería ser hombre y no mujer?

¿Por qué demonios no existe la palabra testiga?, ¿acaso porque algún desconocido decidió que Dios debería ser hombre y no mujer? La Torre Eiffel es testigo mudo de miles, de cientos de miles y de millones de ojos que posan en ella no sólo su mirada sino algunas porciones de su alma. La Torre Eiffel, testigo inmortal de incontables pasos, de rostros niños, de caras viejas, de historias de amor y de desamor, de anhelos y de sueños tejidos con las agujas de los tiempos presenciará el fin de la historia y el fin del mundo. Y lo hará como testiga de esos caminares, en cada kilogramo de sus siete toneladas de hierro y en las tintas de Carmen Parra.
Eiffel
Las inmensas y fuertes piernas de hierro de la edificación son inamovibles. Suceda lo que suceda, la Tierra nunca logrará moverla. El hierro, al igual que la historia y que el arte, es para siempre. Como la Torre Eiffel, cuya inmensa memoria se aloja en otro mundo y en cuya obra han quedado grabadas, también para siempre, miles, cientos de miles, y millones de palabras. La Torre Eiffel es uno de los hitos del mundo y de los quehaceres de la artista mientras caminaba a su lado.
En la Oda a Eiffel, que no es otra cosa sino la misma Parra convertida en arte, la artista aprehende el hierro por medio de la pintura para darle voz a su imaginario y a algunas porciones del bestiario que lleva por dentro, y que necesita exteriorizar para que dialoguen entre sí y con las leyendas acumuladas en torno a la Torre. Los toros y los rinocerontes del bronce parisino se convierten en los toros y en los rinocerontes de las tintas parrianas. Unos de metal y de tiempo, otras de pinturas y pasiones, unos que observan y que son compañeros de las largas noches de la Torre, otras sensibles, femeninas y prudentes. Todos, maestros del arte de aguardar. Los de metal esperan la noche: saben que el día traerá miradas y voces; los de tinta aguardan como lo hacen los amantes: con pasión, con inquietud, con deseo. Unos y otros son testimonio de las madejas que se hilvanan cuando las miradas del mundo y de la creación se entrecruzan. Ya lo dijo Pablo Picasso: “Las pinturas son mentiras que cuentan la verdad”.
Aunque ninguno habla comparten el mismo lenguaje. Los testimonios de la Torre Eiffel y del bestiario que habita en el alma de Parra hablan como lo hacen las obras de arte: cuando se les imagina, cuando se les piensa, cuando se escribe la palabra testigo o testiga. ¿Quién es el testigo que cavila en silencio: quién mira o quién es mirado?
Parra, en la Oda a Eiffel sugiere que la voz es de los dos y que las miradas son un ir y venir que se sabe que empezó algún día pero que se ignora cuando finalizará. Quizá, por eso, sea mejor pensar que tanto el que ve como el que recibe los ojos es idéntico. Quizá, por lo mismo, en la construcción de su torre, Carmen se repite y se repite. Como lo hace el tiempo, como lo cuenta la vida, como lo vive el hierro inmortal y como lo saben los toros y rinocerontes parisinos que deambulan, perpetuamente, en las calles parisinas de Parra.
Fuente, vìa :
http://www.revistadelauniversidad.unam.mx/4808/kraus/48kraus.html

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