El pasado jueves hubo
una huelga de conductores de autobuses en Río de Janeiro: la ciudad
quedó paralizada. La huelga fue decidida por un grupo de poco más de 300
empleados, contrariando la decisión del sindicato de la categoría. La
población fue sorprendida: el anuncio del paro se hizo la tarde del día
anterior. El tránsito se volvió un nudo que no se desató hasta tarde en
la noche.
Dos cosas llaman la atención. Primera: que un grupo tan reducido de
conductores (la categoría cuenta con unos 40 mil empleados
sindicalizados en la ciudad) haya logrado paralizar la red de
transportes. Y segunda: la violencia empleada por los piqueteros, porque
al menos 467 autobuses fueron destruidos.Desde enero, movimientos sociales que reivindican viviendas ocupan, con contundencia, edificios –tanto públicos como privados– abandonados, principalmente en San Pablo. Ocurre que a veces se trata efectivamente de construcciones abandonadas, y otras no. A la hora de expulsar a los invasores, la policía militarizada emplea violencia desmesurada. Lo misterioso a determinar es quién decide las ocupaciones (el gobierno Dilma Rousseff construyó y entregó 4 millones de viviendas populares en menos de cuatro años) y quién determina el grado de violencia a ser empleado por la policía.
Hace tres años se empezó a implantar en Río de Janeiro una nueva línea de acción para retomar los cerros –las favelas– copados y controlados por el narcotráfico. Se crearon las Unidades de Policía Pacificadora, las UPP; misión, expulsar a los narcos, recuperar para el Estado el control de esas comunidades, y devolver a los moradores requisitos básicos de ciudadanía: escuelas, puesto de salud, asistencia social. Pasado el tiempo, todo o casi todo quedó en la ocupación militarizada de las favelas. Con algunas pocas excepciones en la zona sur de la ciudad, donde están los llamados
barrios nobles–de los ricos–, la llamada
ciudadaníano llegó jamás. Las escuelas continúan siendo precarias, los puestos de salud no tienen cómo atender la demanda, las condiciones de higiene se mantienen pésimas. Resultado: la población de las favelas dejó de ver en los policías una solución, y llegó a la conclusión de que se trata de dos tipos de bandidos, los uniformados y los de civil. Ahora, los narcos tratan de recuperar terreno y se enfrentan de manera cada vez más osada a los policías. Y la población volvió a los tiempos de horror.
Pues el PCC sigue activo y poderoso, como siempre, y extendió sus acciones a otros estados brasileños. Comanda sus negocios desde las celdas de penitenciarias que, se supone, son de máxima seguridad, y donde estaría aislado. Es fácil imaginar la red de cómplices que le permite seguir controlando todo a sangre y fuego.
El escenario se reproduce, en menor escala, por casi todo el país. Si a ese panorama se suman las manifestaciones callejeras que, en junio y julio del año pasado, llevaron a millones de personas a paralizar las principales ciudades brasileñas, tenemos dos tipos nítidos de tensión y violencia.
Falta poco más de un mes para que comience el Mundial de futbol, que tendrá 12 sedes en Brasil, y falta poco menos de cinco meses para que 140 millones de brasileños decidan con su voto, quién presidirá el país entre 2015 y 2019. Los grandes conglomerados de comunicación destacan, con énfasis cada vez mayor, tanto la violencia urbana como la irritación generalizada que se extiende por el país. Además, son unánimes en sus críticas al gobierno de Rousseff y el Partido de los Trabajadores (PT), insistiendo de manera enfermiza en disparar señales de alarma que luego resultan infundadas o exageradas.
Ahora mismo, el pasado jueves, todos –todos– los diarios difundieron previsiones catastróficas emitidas por esa sacrosanta y misteriosa entidad llamada
mercado financiero. Los datos de la inflación oficial, que serían divulgados al día siguiente, comprobarían que los precios escaparon a todo y cualquier control.
El viernes, los datos oficiales indicaron exactamente lo contrario: en abril, la inflación retrocedió significativamente. El noticiario de ayer, sábado, apenas mencionó el tema.
Algo raro pasa en un cuando 300 empleados paralizan los buses de una ciudad de 5 millones de habitantes, cuando los diarios alardean lo que no existe, cuando la violencia criminal brota como brotan los hongos en el bosque después de la lluvia.
Algo muy raro.
Vía:
http://www.jornada.unam.mx/2014/05/11/opinion/015a1pol
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