No cabe duda de que los
infantes representan una mercancía muy apetecible. Sea para su
explotación laboral o sexual, sea para ser vendidos por piezas, como si
fueran automóviles, o incluso para ser incorporados amorosamente al seno
de una familia
Todo depende de las circunstancias. Recientemente, tal vez porque
cerca estuve de que fuera mi caso, me ha dado por leer algunos informes e
interesarme por seguir noticias sobre los muchos niños robados por los
regímenes dictatoriales y salvajes de la junta militar argentina, del
gobierno de Augusto Pinochet –ambas respaldadas por los gringos decentey cristiana.
en defensa de la libertad– y de la maestra de ambas: la longeva dictadura de Francisco Franco y Bahamonde,
caudillo de España por la gracia de Dios, con la connivencia del Vaticano y de la jerarquía eclesiástica española, y hasta de las llamadas democracias occidentales.
En sus primeros momentos, tales dictaduras, seguramente con el valor de la omnipotencia y la sensación de que los vencidos no se recuperarían nunca, cometieron las peores atrocidades con quienes eran considerados enemigos del régimen o simples ciudadanos a quien alguno de los capos vencedores tenían interés personal en perjudicar. Entre ellas se incluyó, con la reserva del caso, la apropiación de niños y niñas cuyos progenitores, por una razón o por otra, no estaban en condiciones de defenderse.
Niños nacidos en prisión que fueron declarados oficialmente muertos, hijos de padres muertos a manos de sus vencedores, o simplemente encarcelados con la expectativa de permanecer mucho tiempo así. Los mecanismos y los recursos fueron diversos, pero coincide casi siempre el abuso oficial y la intervención eclesiástica –mediante una
corta feria, claro está– para borrar huellas e impedir a los secuestrados saber con el tiempo su verdadero origen o el nombre de los padres y parientes que lograron sobrevivir a la barbarie, de manera que no pudieran dar con ellos cuando las circunstancias pasasen a ser menos adversas.
Más casos se han sabido de éstos en Chile y Argentina, dado que las respectivas dictaduras duraron menos, aunque para matar también se vieron muy eficientes.
Dicho así, de manera rápida, tal vez parezca que no estoy plenamente imbuido de la magnitud de tales tragedias, pero lo cierto es que resultan ser de suma gravedad y no parecen ser crímenes que hayan merecido especial atención, ni para castigo de los culpables ni para coadyuvar al descubrimiento de los entuertos. Hay todavía quien dice que, también en este caso, conviene olvidar la historia…
vía, fuente:
http://www.jornada.unam.mx/2014/05/24/opinion/015a1pol
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