lunes, 1 de noviembre de 2010

Ciencia: Maltrato la violencia de todos los días. Verónica Guerrero Mothelet. El origen de las conductas violentas en los humanos ha sido un tema importante de investigación en filosofía, sociología, biología, psicología y psiquiatría. En fechas más recientes, se han sumado a este esfuerzo la neurobiología y la neurofisiología, que buscan en el cerebro las claves para estudiar y prevenir la violencia.

Cuando pensamos en violencia, por lo general la asociamos con la rudeza, la brutalidad y el crimen de los que nos informan los medios. Sin embargo, muchas veces pasamos por alto otros tipos de violencia, más cercanos y cotidianos. Y aunque aquellos extremos sean un motivo real de preocupación, que incluso puede estar afectando nuestra vida y actividades diarias, estas otras formas de violencia son igualmente perjudiciales, al grado de situarse como uno de los posibles factores que desencadenan la violencia mayor.
De acuerdo con la Organización Mundial de la Salud (OMS), "la violencia es una de las principales causas de muerte, a nivel mundial, para las personas de entre 15 y 44 años". A la violencia se le atribuyen, en promedio, el 14% de las defunciones de varones y el 7% de mujeres. Y por cada persona fallecida como resultado de la violencia extrema, existen muchas otras que padecen consecuencias derivadas de violencia física o psicológica en forma de abuso, maltrato o intimidación infantil, violencia doméstica y de género, acoso laboral y discriminación social.
El origen de las conductas violentas en los humanos ha sido un tema importante de investigación en filosofía, sociología, biología, psicología y psiquiatría. En fechas más recientes, se han sumado a este esfuerzo la neurobiología y la neurofisiología, que buscan en el cerebro las claves para estudiar y prevenir la violencia. Con ayuda de estas disciplinas, junto con novedosas herramientas que permiten obtener imágenes cerebrales, se han conseguido avances, pero todavía hay muchas incógnitas sobre este fenómeno. Una de ellas es si la violencia es inherente a los humanos, o se adquiere culturalmente.
Así, por ejemplo, en el siglo XVIII, Jean-Jacques Rousseau afirmaba que el hombre es bueno por naturaleza y que la "civilización artificial" es la que lo corrompe. Por el contrario, pensadores como Thomas Hobbes, Sigmund Freud y el premio Nobel de Medicina Konrad Lorenz han sostenido que el humano es naturalmente agresivo y egoísta, y esto sólo se contiene con la cultura. Esta controversia aún no ha podido zanjarse, pero muchas evidencias apuntan a que, como siempre, parece existir la doble influencia de la naturaleza y el medio (ver "¿Agresivos por naturaleza?", ¿Cómo ves? No. 17).
Para bien y para mal La doctora Feggy Ostrosky, directora del Laboratorio de Neuropsicología y Psicofisiología de la Facultad de Psicología de la UNAM (FPSI-UNAM), y experta en las bases biológicas de la violencia humana, señala que "nacemos con una predisposición a la agresión, para posteriormente aprender cuándo podemos y debemos expresar o inhibir estas tendencias". Agrega que la perspectiva biológica nos indica que "la agresión es inherente al ser humano como medio de supervivencia"; un comportamiento con fines de adaptación, seleccionado durante la evolución.
Las bases biológicas de la conducta agresiva están reguladas por ciertas estructuras cerebrales y por los mensajeros neuronales: las hormonas y los neurotransmisores. Feggy Ostrosky precisa que estos mensajeros no producen por sí mismos la conducta agresiva, por lo que aquí entra la importancia del aprendizaje social en la modulación o en la manifestación de esta conducta.
La agresividad no necesariamente es violencia. En palabras de la doctora Ostrosky, la agresión incluso puede ser positiva, cuando se trata de una "reacción espontánea y breve para protegernos de algún peligro que nos acecha". En este sentido, la agresión "positiva" cumple con una importante función biológica y evolutiva. Por el contrario, la agresión negativa, o violencia, según la define la OMS, es "el uso intencional de la fuerza física o del poder, en los hechos o como amenaza, en contra de uno mismo, de otra persona o de un grupo o comunidad, y que tiene como resultado una alta probabilidad de producir, lesiones, muerte, daño psicológico, problemas en el desarrollo o privaciones".
Además del miedo, que nos obliga a enfrentar la conocida disyuntiva de huir o atacar, el enojo es una emoción que dispara nuestra agresión. Enojarse de vez en cuando es totalmente natural; cierta cantidad de enojo es necesaria para la supervivencia, y bien canalizada nos puede impulsar a actuar asertivamente para resolver un problema. No obstante, el enojo crónico es perjudicial y a veces oculta otras emociones. Si el enojo pasa de ser un sentimiento ocasional a formar parte de la personalidad, puede convertirse en hostilidad. Igualmente, cuando no logramos "sacar" o expresar nuestro enojo de manera saludable por medio de la comunicación, y preferimos ocultarlo o tratar de suprimirlo, puede transformarse en agresión pasiva, esto es, una conducta donde los sentimientos de agresión no se expresan abiertamente, sino a través del resentimiento, la testarudez y el culpar a otros para evitar la propia responsabilidad.
Hay que subrayar la importancia de que el enojo se exprese de manera saludable, pues si es extremo e incontrolado puede desencadenar ira. Y esta emoción excesiva fácilmente conduce a la violencia.
En su libro, Mentes asesinas, la violencia en tu cerebro, Feggy Ostrosky señala que si bien es una cuestión muy compleja, la violencia puede clasificarse como primaria cuando existe cierta predisposición genética; o secundaria, cuando intervienen otros factores como trastornos de la personalidad, daños por golpes en la cabeza, depresión, el abuso del alcohol o las drogas, también las frustraciones cotidianas, la privación del sueño, el calor excesivo y, por supuesto, el maltrato crónico. Al mismo tiempo, la violencia puede ejercerse además de manera física, psicológica, una forma más sutil, pero igualmente dañina, en ámbitos como la escuela, el trabajo y el hogar.
Acoso escolar
Aunque las balaceras y los asesinatos masivos ocurridos en las escuelas de Estados Unidos, y en menor grado en las mexicanas, son motivo de alarma y exigen medidas de prevención y control de la violencia, existen otras actividades en las que participan niños y adolescentes que también implican un grado de violencia que debe ser atendido, no sólo por sus consecuencias inmediatas, sino por su posible función como indicador de una mayor violencia en el futuro. Entre estos factores de riesgo para desarrollar o sufrir conductas violentas está el llamado bullying, o acoso escolar, generalmente entre condiscípulos.
De acuerdo con un estudio reciente del Instituto Nacional de Evaluación Educativa, cuando menos 10% de los alumnos de primaria y secundaria en México son víctimas de acoso escolar. Tan sólo en las escuelas primarias, 24.2% de los estudiantes respondió en una encuesta que sufría las burlas constantes de sus compañeros y 17% afirmó haber sido lastimado físicamente por otros alumnos. Para los estudiantes de secundaria las cosas no son mucho mejores, pues 13.1% señaló que ha sido hostigado por sus iguales. Como esta situación tiene dos caras, 8.8% de los niños de primaria y 5.6% de los alumnos de secundaria confesaron haber incurrido en algún acto de violencia.
El término bullying (del inglés bully, que significa "hostigador" o "matón"), que implica acoso, maltrato físico, psicológico o emocional así como intimidación, principalmente entre escolares, surgió "en los países escandinavos; curiosamente aquellos que identificamos con un alto grado de desarrollo social y económico", señala la maestra en psicología Milagros Figueroa Campos, investigadora de Psicología Educativa y Desarrollo, de la FPSI-UNAM. Refiere que fue al investigar las causas del suicidio de un chico en Suecia que se descubrió que éste había sido víctima de agresión sistemática durante largo tiempo por parte de sus compañeros. A raíz de esa trágica situación, comenzó el interés por estudiar este fenómeno.
Así, explica la maestra Figueroa, quien ejerce esta forma de acoso "es alguien que tiene mayor poder", físico o psicológico, "con características de autoritarismo, violencia aprendida desde la familia o el entorno, que se impone como un líder negativo", hostigando a otros compañeros, y a menudo incitando a los demás para que hagan lo mismo. Señala que existen diferencias de género. Entre los varones, los actos de acoso y maltrato pueden ir de las burlas y las amenazas al robo o la agresión física; mientras que entre mujeres se valen de rumores, chismes y exclusión. "Aunque ahora ya hay también golpes entre las chicas. ¿Podemos verlo como natural?", dice Milagros Figueroa.
Esta conducta puede durar largo tiempo, y la víctima no sale fácilmente de este círculo. De hecho, agrega Figueroa, las víctimas también tienen cierto perfil psicológico: son chicos generalmente aislados, tímidos; a lo mejor tienen alguna característica que los hace diferentes. "Y se sienten intimidados por las amenazas, lo que los paraliza y bloquea". Añade que algunos estudios muestran que, conforme van creciendo en la adolescencia, disminuye esta conducta, "de manera que, en preparatoria, ya no encontramos el bullying físico, aunque sí podemos encontrar el psicológico". Y señala que "actualmente existe otra forma de hostigamiento, el cyberbullying, o acoso cibernético, que también tiene sus variaciones". Por ejemplo, describe que en Inglaterra distinguen algo que se llama el happy-slapping, que consiste en enviar mensajes de correos electrónicos anónimos o con pseudónimo a una víctima, o bien, mandar mensajes ofensivos, agresivos, injurias o amenazas a través del celular. O golpear a un compañero mientras otro lo filma con el celular para subirlo a Internet. O robarse las identidades en Facebook y poner cosas en su nombre...
Milagros Figueroa señala que resulta difícil especificar las causas de estos comportamientos. Precisa que algunas teorías psicológicas indican que un hostigador es una persona que nació y ha crecido en un ambiente violento, donde aprende que cuando quiere algo tiene que tomarlo o pelear por él. Esta habituación en el ámbito familiar va a ser internalizada por el individuo, de manera que cuando sale a otros ambientes y quiere algo, repetirá ese comportamiento.
Esta situación tiene consecuencias graves en las víctimas, que la familia debe detectar: bajo rendimiento escolar, un estado persistente de ansiedad generalizada, con cambios físicos o emocionales. "Por ejemplo, los domingos por la tarde comienzan a sentirse mal, o no pueden dormir, se vuelven retraídos, o tienen pesadillas", explica. Agrega que, cuando se trata de maltrato físico, pueden observarse moretones, marcas, raspones, golpes, que el niño quizá atribuya a otras circunstancias, como caídas. Pero los papás deben platicar con él, sin interrogarlo, y estar muy atentos a sus cambios de humor, molestias físicas, o a un profundo rechazo a la escuela.
La maestra Figueroa refiere que, al margen de que también haya casos de acoso o maltrato escolar de profesores a alumnos, cuando es entre compañeros, muchos estudios indican que los maestros son a menudo los últimos en enterarse, y una vez que lo hacen, carecen de estrategias para intervenir. "El bullying no es nada nuevo; probablemente todos hemos vivido en algún sentido la situación, incluso hay lugares donde se acepta como algo 'natural'. Pero no debe ser así".
Cartolandia, un programa esperanzador
El laboratorio de la doctora Feggy Ostrosky en la UNAM reúne a 40 estudiantes de licenciatura y posgrado, dedicados principalmente al estudio de las bases neurofisiológicas de la violencia, con el propósito de diseñar estrategias de prevención. Sus investigaciones sobre el origen multifactorial de la conducta antisocial la llevaron a proponer un programa para la población infantil de un barrio del Estado de México, donde la situación socioeconómica es tan grave, que se conoce por el sobrenombre de "Cartolandia". Un lugar con un nivel tan alto de marginación corre el riesgo de convertirse en semillero de violencia; por ello, el equipo de la doctora Ostrosky planea prevenir la criminalidad desde la infancia. Para generar una respuesta positiva en los pequeños de tres años, el programa se centra en modificar y mejorar las habilidades de crianza de sus madres. Así, ellas aprenden a rechazar la violencia intrafamiliar, a estimular las capacidades cognitivas de sus hijos y a crear vínculos sanos de apego con ellos, pues son éstos los que definirán en su vida adulta sus relaciones con los demás. Como parte del proyecto planean examinar el cerebro de los niños para conocer y medir el estado de desarrollo de sus lóbulos frontales, áreas donde se asientan la inteligencia, la facultad de razonar y el control de las emociones.
La violencia trabaja en tu contra
Una variante adulta del bullying —si puede llamarse así— es el acoso laboral (mobbing). Según lo define la Organización Internacional del Trabajo, es el daño directo o indirecto que una o varias personas pueden ocasionar a otra, hablando estrictamente de trabajadores, generalmente con la finalidad de hacerla sentir menos, o incluso eliminarla del trabajo, forzándola a renunciar, explica el doctor Jesús Felipe Uribe Prado, investigador de la Coordinación de Psicología del Trabajo de la FPSI-UNAM.
Agrega que en algunos casos documentados la gente no identifica por qué es acosada; simplemente vive cierta violencia, e incluso existen organizaciones en donde esto parece "normal". "Muchos hemos conocido a algún jefe autoritario que grita, manda, somete, insulta", y no se le puede cuestionar. "Hay organizaciones en donde el estilo de liderazgo se ejerce de esta manera y, por tanto, la gente no identifica que se trata de violencia". No obstante son violencia laboral todo tipo de comportamientos que intentan disminuir la autoestima y que, sobre todo, están orientados a la eliminación "voluntaria" del trabajador mediante acoso, agresión verbal o física, hostigamiento, trabajo excesivo, falta de respeto a sus derechos laborales fundamentales, como horarios o tiempo extra, o bien con amenazas constantes de perder el trabajo. Por lo general todo ello se hace de manera clandestina u oculta.
Acerca de las causas de esta conducta, el especialista indica que existen varios enfoques, que no siempre coinciden. "Por ejemplo, uno de ellos se centra en la personalidad de la gente, y plantea que así como hay personas autoritarias, también existe una personalidad sumisa. Es una corriente polémica, porque algunos especialistas afirman que aunque se tenga una personalidad de víctima, nadie tiene derecho a violentarnos". Sin embargo, otros estudios sugieren que en realidad son las organizaciones las que fomentan esta situación, porque no le dan importancia al ser humano como sujeto.
De la misma forma, existen culturas más violentas que otras. En opinión del doctor Uribe, las sociedades autoritarias, como la mexicana, suelen ser lugares donde se presentan más situaciones de acoso que no son identificadas como tales. Con todo, un factor comprobado es la situación económica, tanto de los trabajadores como de las empresas y del país, o el contexto, "porque en épocas de crisis, lo importante es conservar el empleo a como dé lugar".
No obstante, advierte que el problema del acoso laboral es complejo, porque se da mayoritariamente por cuestiones de poder: de un jefe sobre sus subordinados, aunque también puede presentarse el acoso de los subordinados a los jefes. "Por ejemplo, nos imponen a un jefe, y como no nos gusta, también le podemos hacer la vida de cuadritos. Entonces, así como hay acoso laboral descendente, también hay ascendente. Y, desde luego, horizontal", generado por una competencia feroz entre compañeros, que desafortunadamente muchas veces incluso es premiada.
Como estos comportamientos suelen ser bastante velados, resulta difícil identificarlos. Pero los principales síntomas en la víctima de acoso laboral incluyen respuestas psicosomáticas en las que el estrés desempeña un papel fundamental: dolores de cabeza, intestinales o musculares y, en consecuencia, deficiencias en el organismo, debilidad y fatiga, lo que puede tener un impacto en forma de hipertensión y problemas físicos en general. El psiquiatra James Randolph Hillard, de la Universidad Estatal de Michigan ha expuesto, a partir de sus investigaciones, que los daños ocasionados por el acoso laboral pueden provocar depresión mayor, e incluso paranoia, sin contar con que se ha reportado su asociación con un mayor riesgo de suicidio.
Al margen de lo anterior, el doctor Uribe especifica que no todos los problemas laborales significan acoso. Existe una lista con cerca de 15 comportamientos que pueden ser utilizados para el acoso laboral, y van de la discriminación, el demérito profesional y la violencia verbal o física, hasta el acoso sexual.
Influencia múltiple
Como se mencionó, sea primaria o secundaria, la violencia es un fenómeno multifactorial, pues en ella influyen diversos elementos biológicos y psicológicos, pero también sociales, y puede comenzar desde la infancia. Por esta razón existe preocupación por la forma en que los medios electrónicos manejan la violencia, desde la televisión hasta los videojuegos e Internet. En cuanto a la televisión, el debate lleva ya 40 años sin resolverse, y para algunos especialistas, como el psicoanalista Enrique Guinsberg, "la televisión es sólo un reflejo de la violencia social y estructural", que incluye el sistema económico y, en última instancia, provoca que los individuos asimilen esta conducta como "un camino necesario". Asimismo, algunos expertos afirman que los videojuegos incrementan la violencia entre los jóvenes, aunque tampoco se ha encontrado una relación concluyente. Lo que sí hallaron investigadores como Lawrence Kutner y Cheryl Olson, de la Universidad de Harvard, fue que ciertos patrones de videojuegos se asocian más con problemas conductuales, como el acoso escolar, que con crímenes violentos.
Maltrato o violencia de pareja
Una fuente semioculta de violencia se produce en el último lugar donde debería esperarse: en los noviazgos y otras relaciones de pareja. Quien te quiere jamás debe maltratarte. Las relaciones saludables implican respeto, confianza y consideración hacia la otra persona. Quien ejerce violencia física, psicológica o sexual tiene graves problemas y necesita ayuda profesional.
A continuación encontrarás algunas señales de que puedes estar manteniendo una relación violenta. Debes estar atento(a) si tu pareja:
•Te provoca daños físicos • de cualquier forma, desde empujones y sacudidas, hasta cachetadas, patadas o puñetazos.
• Intenta controlar tu vida; por ejemplo, cómo vistes, a quién frecuentas y qué dices.
• Te obliga a un acercamiento sexual que no deseas o que te incomoda. Es una señal de alarma de que tu relación no se basa en el respeto mutuo.
• Con frecuencia te humilla, o te hace sentir que no vales nada; te desacredita aunque dice que te quiere.
• Te amenaza con hacerte daño si terminas la relación.
• Deforma la realidad para hacerte sentir que eres tú quien tiene la culpa de su comportamiento.
• Te exige que le informes siempre adónde vas.
• Manifiesta celos y se enfada constantemente cuando quieres pasar tiempo con tus amigos.
• Utliza frases como: "Si me quisieras de verdad, harías…", que no son más que un chantaje emocional de alguien que sólo busca conseguir lo que desea. Por último, si sientes que algo no está bien, es probable que así sea.
Neurotransmisores y hormonas
Empeora la cuestión que, a menudo, los factores sociales provocan un impacto duradero o permanente en la biología. Por ejemplo, un estudio realizado por un grupo de científicos encabezado por Terrie Moffitt, de la Universidad de Wisconsin-Madison, encontró una asociación entre la violencia, el maltrato infantil y la participación de un gen que regula la producción de una enzima conocida como monoamino oxidasa A, o MAO-A. Investigaciones anteriores habían mostrado que una variación de ese gen, cuya actividad reduce la producción de la enzima MAO-A, generaba un aumento de la conducta violenta. Esta enzima se encarga de degradar neurotransmisores como la dopamina y la serotonina, sustancias que tienen funciones muy relevantes para nuestras emociones y estados anímicos: la dopamina participa en el sistema de recompensa cerebral y su producción genera sentimientos de placer; la serotonina, entre otras funciones, se involucra en la regulación de las emociones y también afecta el sistema endocrino, que produce las hormonas, y cuando se altera puede provocar conductas impulsivas y agresivas.
El estudio, realizado por el equipo de Moffitt en 2002, indicó que 85% de los adultos que presentaban esa forma particular del gen había desarrollado rasgos antisociales, como la propensión a cometer crímenes violentos, pero sólo si habían sufrido maltrato grave durante su infancia. Curiosamente, esta variación parece afectar a los varones de manera desproporcionada, pues se ubica en el cromosoma X. Los hombres sólo tienen un cromosoma X, en comparación con las mujeres, que tienen dos, y por ello están más predispuestos a sufrir los efectos de la variante mencionada de este gen, ya que son muy bajas las probabilidades de tener esa variante en ambos cromosomas.
Por otra parte, se han asociado algunas hormonas con las conductas violentas. Las hormonas son moléculas producidas por las glándulas del organismo y afectan todos los sistemas, incluido el nervioso, como sucede con la adrenalina y la noradrenalina, relacionadas con las conductas de "atacar o huir". Con todo, la hormona más asociada con la violencia es la testosterona, que es principalmente masculina, pero que también tienen las mujeres en cierto grado. Algunos estudios han vinculado un alto nivel de testosterona con temperamentos dominantes, agresivos y, en ciertos casos, violentos. Sin embargo, en fecha reciente se ha debatido esta relación, ya que existen evidencias que sugieren que la testosterona puede ser tanto causa como resultado de la violencia; es decir, no se sabe si la testosterona produce la violencia, o si el aumento de testosterona en un individuo es, más bien, un efecto del entorno violento de esa persona.
Círculo vicioso
Como podemos advertir, los factores que promueven la violencia están tan entrelazados, que resulta muy difícil disociarlos. A veces esta relación es muy clara, como sucede al observar las consecuencias físicas del maltrato, o de algunos accidentes que han dañado, por ejemplo, la corteza prefrontal del cerebro, una región directamente relacionada con la regulación de emociones y la inhibición de conductas inapropiadas, que es esencial para nuestro comportamiento social.
La ciencia ha descubierto que el maltrato, el abuso y toda la violencia que no deja "huellas" visibles, provocan cambios, no solamente psicológicos, sino también a nivel fisiológico, e incluso epigenético; esto es, en la forma como se expresan nuestros genes (ver ¿Cómo ves? No. 133). Así, durante los últimos 10 años se han acumulado evidencias de que los individuos que fueron maltratados en su infancia son menos sanos en la edad adulta, pues no sólo pueden padecer enfermedades mentales, también obesidad, afecciones cardiacas y trastornos inmunológicos.
En una investigación del neurocientífico Michael Meaney y sus colegas de la Universidad McGill, en Montreal, se encontraron evidencias que apoyan la idea de que la influencia epigenética es un importante mecanismo mediante el cual el ambiente provoca un cambio conductual de largo plazo. El equipo de Meaney extrajo ADN del hipocampo de 12 hombres adultos que habían sufrido abuso infantil y que, finalmente, se suicidaron. Encontraron que ese ADN presentaba cambios epigenéticos que provocaron que esos hombres fueran menos capaces de modificar su respuesta al estrés cotidiano.
Además con frecuencia algunos de estos daños crean un círculo vicioso, en el que quien primero fue víctima más tarde puede convertirse en agresor. Investigaciones de Martín Teicher, profesor de psiquiatría de la Universidad de Harvard, han indicado que cuando un niño sufre abuso o maltrato severo, la cascada de eventos neurobiológicos y hormonales que le produce el estrés sufrido alteran la estructura neuronal de su cerebro en desarrollo.
Otra vía de reproducir la violencia, aun sin que exista maltrato infantil, es permitir o disculpar esta conducta agresiva en la familia y el medio. Desafortunadamente, existen familias que no sólo no castigan, sino alientan conductas negativas como el acoso escolar, sin pensar en las consecuencias, señala la psicóloga Milagros Figueroa. Y son principalmente los padres quienes tienen la responsabilidad de establecer límites y discutir con sus hijos sobre valores éticos. Refiere que hay medios para contrarrestar conductas violentas en la infancia; el primero es descartar algún trastorno en el desarrollo, pues la violencia en etapas tempranas algunas veces es síntoma de otros problemas.
Asimismo, subraya que no funciona intentar combatir violencia con violencia, porque "lo único que se logra es escalar esta violencia y aceptarla como algo natural y hasta positivo". Es mejor trabajar con una cultura de "cero tolerancia", entendida como no tolerar la violencia de ninguna forma y en ningún grado. Actuar en cuanto se detecta un problema de este tipo. Muchos investigadores afirman que si vivimos en un mundo donde la violencia es la cultura, debemos empezar a trabajar en una cultura de la convivencia; por ejemplo, aprovechando las redes sociales, que así como sirven para acosar, también nos pueden servir para promover una cultura del respeto y aceptación de las diferencias. Igualmente, la violencia puede prevenirse en las escuelas con apoyo de los planes de estudio y favoreciendo un clima de cortesía sin promover la competencia negativa, sino la positiva, para ser todos mejores, pero no a costa de los demás.
Sobre todo, insiste Figueroa: "Hay que hablar con los niños, establecer acuerdos y, cuando la situación es muy difícil, acudir a una terapia psicológica. Que aprendan, reflexionen y trabajen sus habilidades sociales". No podemos aislar a las personas, "sino más bien enseñarlas, reeducarlas, para que puedan insertarse de nuevo en su grupo de iguales", afirma Milagros Figueroa.
Más información
  • Ostrosky, Feggy, Mentes asesinas. La violencia en tu cerebro, Quo, México, 2008.
  • Hirigoyen, Marie-France, El acoso moral: el maltrato psicológico en la vida cotidiana, Ed. Paidós, Barcelona, 1999.
  • Hirigoyen, Marie-France, El acoso moral en el trabajo: distinguir lo verdadero de lo falso, Ed. Paidós, Barcelona, 2001.
¿Animales morales?
De lo anterior podemos concluir que el debate inicial sobre nuestra "bondad" o "maldad" inherente sólo se resuelve tomando en cuenta tanto factores biológicos como la influencia del medio, lo que permite que el problema de la violencia pueda corregirse desde varios frentes. Además, la evolución también ha seleccionado características que atenúan la agresión desbocada.
En investigaciones antropológicas, sociológicas y biológicas se ha encontrado que existen en nosotros muchos mecanismos que nos llevan, como especie, a preferir la cooperación sobre la competencia, a resolver pacíficamente los conflictos y a canalizar el impulso de agresión. Dos de ellos son la hormona oxitocina y las neuronas espejo. La primera es una molécula que se produce en forma natural dentro del área hipotalámica del cerebro y regula varios procesos físicos y psicológicos. En los mamíferos, induce el parto y la lactancia, por lo que tiene una función esencial en el vínculo materno, pero también influye en las emociones, suspendiendo la desconfianza natural de los individuos. En lo que toca a las neuronas "espejo", éstas se activan cuando una persona realiza un acto intencional, pero igualmente cuando observa que alguien más efectúa la misma acción. Los investigadores suponen que estas neuronas nos ayudan a predecir las emociones e intenciones de los demás, promoviendo la empatía.
Además, la ciencia también ha encontrado que los humanos podemos tener respuestas "morales" incluso desde los primeros meses de vida. Así, la doctora Feggy Ostrosky refiere que, a partir de la investigación realizada durante los últimos 20 años para comprender cómo manejamos los conceptos del bien y del mal, han surgido resultados experimentales que muestran que tanto las características físicas del cerebro como los estímulos afectivos experimentados durante la infancia, influyen en el pensamiento, las emociones y los conceptos de "moralidad". De igual forma, estudios realizados por Paul Bloom, profesor de ciencias cognitivas de la Universidad de Yale, lo han llevado a pensar que los bebés ya poseen fundamentos morales, pues tienen capacidad y voluntad de juzgar las acciones de otros, respondiendo de manera instintiva frente a actos de altruismo o de maldad. En su opinión, igual que la violencia, también la moral es una síntesis de lo biológico y lo cultural; de lo innato, lo descubierto y lo inventado.
Verónica Guerrero, periodista y divulgadora de la ciencia, colabora en ¿Cómo ves? y otras áreas de la Dirección General de Divulgación de la Ciencia, y como corresponsal ocasional para la revista Nature Biotechnology.
Fuente, vìa :
http://www.comoves.unam.mx/articulo_143_01.html

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