Es sorprendente que en Panamá, la mayor parte de lo que podría llamarse
“izquierda” repite los mitos históricos creados por la burguesía para
justificar la “venta del Istmo” (palabras de Belisario Porras) ocurrida
el 3 de Noviembre de 1903: llamar “independencia” a la separación de
Colombia por las tropas norteamericanas; la instalación de un gobierno
títere integrado por los agentes de la Panama Railroad Company,
proclamando una “nueva república” que no era más que un “protectorado”
(es decir colonia); la creación de la Zona del Canal en la cual Estados
Unidos mandaba “como si fueran soberanos”, por efecto del Tratado Hay –
Bunau Varilla firmado 15 días después.
Los
hechos son tan abrumadores que basta calentar los sesos un poco para
darse uno cuenta de las mil mentiras de que está plagada la leyenda
dorada que repiten los medios de comunicación y los programas de estudio
de nuestras escuelas. De la misma manera que la “izquierda” panameña
carece de un proyecto político propio, incluso de un proyecto de país
propio, carece de una interpretación propia de la historia nacional.
Los
mismos prejuicios que llevan a muchos “izquierdistas” del patio a
repetir los inveterados prejuicios conservadores sobre el matrimonio
homosexual, o la despenalización del aborto, o la cuota electoral
femenina, parecen operar en la mente de quienes repiten como papagayos
los mitos históricos de la burguesía antinacional. ¿Habrá en ello cierto
determinismo geográfico o climático que amodorra las conciencias?
Porque la verdad está a la vista y sólo hay que leer un poquito.
Parte
de tanta confusión se debe a la obra de los reformistas de izquierda
(Ricaurte Soler o Diógenes de la Rosa o los teóricos del Partido
Comunista) quienes creían que la lucha contra la presencia imperialista
en Panamá debía ser fruto de un gran frente policlasista, en que los
sectores populares y obreros marchaban de la mano de una inexistente
“burguesía progresista o nacional”. Había que disfrazar de “patriotas” a
los comerciantes que nos vendieron por unas monedas. Era la
interpretación criolla de la teoría stalinista de la “revolución por
etapas”.
La evidencia documental salta por todos lados: desde los
escritos de la época, como de Porras y Pérez y Soto, hasta trabajos
recientes como el de Ovidio Díaz, pasando por historiadores
profesionales. Pero, por sobre todos los demás, destaca el panameño
Oscar Terán, quien en 1934-35, publicó su libro “Del Tratado Herrán-Hay
al Tratado-Bunau Varilla, historia crítica del atraco yanqui mal llamado
en Colombia “La pérdida de Panamá” y en Panamá “nuestra independencia
de Colombia””. Allí está todo, con abrumadoras y fehacientes evidencias
fácticas. De modo que la ignorancia en esta materia es inexcusable.
Los especuladores de Wall Street y el Canal de Panamá
Oscar
Terán dedica todo el primer tomo de esta obra, más de 400 páginas a
probar con documentos lo que se insiste en negar: los actores centrales
de los hechos de 1903 son un grupo de especuladores norteamericanos y
franceses con fuertes intereses en la Compañía Universal del Canal de
Panamá, luego Compañía Nueva del Canal, con estrechos vínculos con la
Compañía del Ferrocarril de Panamá.
Evidencia recopilada por el
abogado Oscar Terán de manera directa, ya que vivió los acontecimientos
como político del Partido Conservador y miembro de la Cámara de
Representantes de Colombia. Además de documentos extraídos del compendio
denominado The Story of Panama, compilado en Washington a partir de
diversos procesos judiciales que involucraron a Teodoro Roosevelt y al
periodista Pulitzer, e incluso una serie de audiencias del Senado contra
el ex presidente del Gran Garrote.
Los jueces del imperio
registraron interrogatorios tanto a funcionarios y especuladores
norteamericanos, como a los supuestos “próceres” panameños, que
constituyen reales confesiones de los hechos.
Tratando de resumir
en pocas líneas el asunto, la llamada “Compañía Francesa del Canal” (en
sus dos momentos, “universal” y “nueva”) estuvo hermanada con la
Compañía del Ferrocarril, de capital norteamericano. Un convenio de
1867, en su artículo 6, entre el gobierno colombiano y la Panama
Railroad Co., le había otorgado a ésta el monopolio del tránsito entre
ambos mares, lo que incluía la posibilidad de un canal. Para compensar
este “derecho”, en 1881, la Compañía Universal del Canal, dirigida por
Fernando de Lesseps, compró 68,887 acciones de la compañía del
ferrocarril por 20 millones de dólares de la época, pese a lo cual la
empresa siguió controlada por gerentes norteamericanos.
Parte del
fracaso del la empresa francesa, que cerró operaciones en diciembre de
1888, se debió a sobreprecios especulativos que cobraron suplidoras y
subcontratistas, y desvíos de dineros de los propios gerentes de la
obra. Luego del escándalo en Francia, y el juicio contra sus
administradores, se creó en 1894 la Compañía Nueva del Canal, que debía
juntar el capital para terminar la obra, para lo cual obtuvo una
prórroga que finalizaba en octubre de 1904.
Pero en realidad la
Compañía Nueva actuó con dolo, pues nunca pretendió terminar la obra
sino revenderla al gobierno de los Estados Unidos. Es más, la mayor
parte del capital constitutivo no eran más que papeles y cuentas por
cobrar de los mismos especuladores franceses (accionistas carcelarios o
del Panóptico) que habían llevado a la quiebra la empresa original
(Compañía Universal). Los únicos que pusieron capital real fueron
pequeños ahorristas franceses que, al igual que en la primera empresa,
serían estafados junto al estado colombiano (que poseía 5 millones de
dólares de las acciones y que tenía derecho de cobrar la garantía si la
obra no se terminaba, depositada en un banco londinense).
Para
vender sus “derechos” la Compañía Nueva contrató (1894) al influyente
abogado neoyorkino William Nelson Cromwell, representante de importantes
sectores financieros de Wall Street, accionista y abogado de la Panama
Railroad Co. y por ello también miembro de la Junta Directiva y abogado
de la compañía francesa del canal.
Cromwell es el cerebro detrás
de todos los hechos: convencer a las autoridades yanquis (Ejecutivo y
Senado) de optar por el canal panameño, desechando la ruta de Nicaragua
(preferida hasta ese momento), manipular y sobornar al gobierno y los
negociadores colombianos de firmar un tratado que cediera la soberanía
del canal a Estados Unidos (el Tratado Herrán- Hay) y, cuando este
tratado fue rechazado por la opinión pública en Colombia y Panamá,
montar la secesión del Istmo a partir de sus subalternos en la Compañía
del Ferrocarril (entre ellos los “próceres” José A. Arango y Manuel
Amador Guerrero).
Parte del asunto fue el “Plan de
Americanización del Canal”, por el cual un grupo de especuladores
norteamericanos, dirigidos por Cromwell, crearon una sociedad anónima en
New Jersey, en 1899, denominada Panama Canal Company of America,
modificada meses después por la Internacional Canal Co., que con un
capital efectivo de 5 millones de dólares compró a través de un banco
francés gran parte de las acciones de la Compañía Nueva que estaban en
manos de pequeños tenedores que las vendieron a precios ínfimos por
creer su inversión perdida.
Parte de los inversionistas
norteamericanos eran poderosos empresarios, como el banquero Edwards
Simmons, para quien trabajaba Cromwell, pero también participaron
personas como Douglas Robinson, cuñado de Teodoro Roosevelt, y Charles
P. Taft, hermano del secretario de guerra William Taft y futuro
presidente de Estados Unidos, lo cual dio al asunto un tufillo de
corrupción, que es lo que denunció el periodista Pulitzer en su diario
The World.
El negocio fue redondo pues estos especuladores
yanquis, junto a algunos socios franceses (como Bunau Varilla) tuvieron
su parte de los 40 millones de dólares pagados por el gobierno de
Roosevelt por los derechos de la Compañía Nueva del Canal.
Para
entender fácilmente las intríngulis del negociado recomendamos el
Capítulo 11 (¿Quén obtuvo el dinero?) del libro de Ovidio Díaz Espino El
país creado por Wall Street. Historia no contada de Panamá, de
Editorial Planeta, de fácil adquisición en muchas librerías del país.
William
N. Cromwell fue el principal beneficiario de todo el negociado: como
accionista del canal francés, como accionista de la compañía del
ferrocarril y, para colmo, como cónsul y agente fiscal de Panamá en
Nueva York por muchos años después de la separación, lo que le permitió
manejar a su antojo parte de los diez millones pagados a la república
ideada por él y que se quedaron en Estados Unidos bajo el eufemismo de
“Fondo de la Posteridad”.
La confesión de Cromwell
Pero
además Cromwell cobró 800 mil dólares a los franceses por sus servicios
abogadiles, los cuales lo consideraron demasiado, forzando un juicio en
el que éste tuvo que argumentar el alto precio de su factura. Terán
reproduce el argumento (confesión) de Cromwell (Págs. 31 y 32):
“…
en más de treinta años de activa y dilatada carrera profesional, la
firma de “Sullivan y Cromwell” se había creado íntimas relaciones,
susceptibles de ser aprovechadas ventajosamente, con hombre colocados en
posiciones de poder e influencia en todos círculos y en todas partes de
los Estados Unidos; y que no solo se hallaban los socios de la firma en
pie de estrechas e íntimas relaciones… sino que habían llegado a
conocer y a poder sobornar por la influencia a un número considerable de
hombres públicos figurantes en la política, en los círculos financieros
y en la prensa. Y todos estos prestigios y relaciones fueron de
utilidad grande y a veces decisiva y un enorme auxiliar en el descargo
de sus deberes profesionales para con el asunto de Panamá… Ni sería
posible ni quizás conveniente detallar y enumerar los modos y maneras
innumerables con que fueron aprovechados en dicho asunto nuestra
posición influyente y nuestro poder… la que contribuyó substancialmente
al resultado obtenido y la que nos permitió, durante los críticos
trances que atravesó este gran negociado, apartar lo que en varias
ocasiones pareció el golpe de gracia de la empresa de Panamá, y cambiar
en victorias decisivas los casos más desesperados”.
A confesión de parte… relevo de pruebas.
Los hombres de Cromwell en Panamá
Más adelante (Pág. 340) continúa Cromwell:
“Siendo
como era yo abogado general de la Compañía del Ferrocarril lo mismo que
de la del Canal, había mantenido durante diez años estrechas relaciones
profesionales con personas de influencia en el Istmo. Aprovechéme de su
interés y celo, para suscitar o sacar de la nada (to crate) la
actividad de esas personas en apoyo del Tratado, la que se fue
manifestando por peticiones a Bogotá y por otros medios a su alcance. Yo
tenía a esos señores constantemente informados del estado de las cosas y
ellos, por su parte, me tenían perfectamente enterado de la situación
en el Istmo; yo me mantenía en la más cerrada intimidad con ellos y
ellos a su vez contaban conmigo y se fiaban a mi dirección” (Tomado de
The Story of Panama, pág. 281).
¿Quiénes eran esos? Todos
empleados de confianza de la Compañía del Ferrocarril, actores centrales
de los hechos del 3 de noviembre de 1903: J.R. Shaler, superintendente
general; H. G. Prescott, superintendente auxiliar; J. R. Beers, agente
de fletes del puerto de La Boca; José Agustín Arango, abogado residente;
Manuel Amador Guerrero, médico a sueldo del ferrocarril; Pablo
Arosemena, abogado consultor; Juan A. Henríquez, abogado en Colón,
aunque estos dos últimos, tal vez por liberales, sólo fueron sumados el
propio día 3 de Noviembre, como consta más adelante.
¿Por qué se separó a Panamá de Colombia?
Simple.
Para que el negociado se concretara, es decir, la venta de las acciones
del canal francés al gobierno de los Estados Unidos, Colombia debía
refrendar un tratado aceptando. Oscar Terán prueba enjundiosamente cómo
Cromwell movió todos los hilos, cómo manipuló a los negociadores
colombianos, a sus cónsules y embajadores en Norteamérica, cómo redactó y
les hizo firmar los primeros Memorandos que acabaron con la firma del
Tratado Herrán-Hay, en enero de 1903, también de su autoría.
El
problema es que el tratado violaba tanto la Constitución política de
Colombia, que señalaba que un gobierno extranjero no podía poseer
propiedades inmobiliarias en su territorio, como el propio Convenio
Salgar-Wyse (1878) que impedía a la Compañía Francesa traspasar el Canal
a un gobierno extranjero.
Desde el principio estuvo claro (1894)
que Estados Unidos exigía un canal completamente controlado por su
gobierno, y la propia letra del tratado creaba lo que era la llamada
Zona del Canal, bajo jurisdicción norteamericana. Por ello, mal puede
ningún historiador panameño argüir que los “próceres” fueron
sorprendidos por los resultados del Tratado Hay-Bunau Varilla, que
sustituyó al Herrán Hay luego de la separación (18 de Noviembre de
1903).
Este aspecto, el de la soberanía, fue el que generó la
principal repulsa de los colombianos y panameños honestos hacia el
tratado, incluyendo algunos que meses después se cambiaron de bando.
Aunque el gobierno colombiano, encabezado por Marroquín y su gabinete
estaba dispuesto a ceder este aspecto.
Hubo otro aspecto lesivo,
también repudiado por la opinión pública acá, y que congeló el tratado
por parte de las autoridades colombianas: el dinero. El Tratado Herrán
Hay propuso pagar: 40 millones de dólares a los accionistas de la
Compañía Nueva, 10 millones de adelanto al estado colombiano y 250 mil
de anualidad.
La anualidad se consideró una burla, pues ya la
compañía del ferrocarril pagaba esa cifra en impuestos anuales (se
habían pedio 600 mil) y los diez millones se consideraron pocos (se
pidieron 25 millones).
Cuando el gobierno norteamericano se negó a
dar ni un centavo más a Colombia, el gobierno de Bogotá trató de
obtener una compensación de la Compañía Nueva del Canal, exigiendo el
pago de 15 millones de dólares de su parte, por las obligaciones
incumplidas y por las acciones compradas por el estado colombiano. Y ahí
ardió Troya.
Cromwell y sus socios no pretendían ceder ningún
pedazo de sus 40 millones al gobierno colombiano. Entonces, y sólo
entonces, empezó a operar el “Plan B” (en una fecha no precisa entre
marzo y mayo de 1903), separar a Panamá de Colombia, nombrar un gobierno
títere que ratificara el tratado como lo querían el gobierno de EE UU y
los accionistas de la Compañía Nueva.
El pueblo panameño, convidado de piedra de la separación
Los
más inteligentes defensores de los hechos del 3 de Noviembre, no tratan
de negar la existencia de Cromwell y sus intereses, sería tapar el Sol
con la uña, sino que lo matizan diciendo que los panameños nos queríamos
independizar de Colombia y que, ante los hechos consumados, los gringos
se aprovecharon. Esta otra falacia, llamada “versión ecléctica” por el
historiador Carlos Gasteazoro, es fehacientemente desmentida por Oscar
Terán.
El segundo tomo de la obra Terán se prueba cómo los
supuestos próceres tenían comunicaciones directas con Cromwell,
inclusive se desmiente (usando sus propias cartas y documentos) cómo
Amador Guerrero sí fue atendido por Cromwell en Nueva York, en
septiembre de 1903, luego que el tratado fuera rechazado por el Senado
colombiano el 12 de agosto.
Pero la parte más ilustrativa la dan
los propios próceres en sus declaraciones juradas ante un juez
norteamericano en Panamá, con motivo del juicio de Roosevelt contra
Pulitzer por calumnia. Tomás Arias admite (Págs. 52-53):
“P.- ¿Fue conocido de la población en general el movimiento revolucionario antes del 3 de Noviembre?
R.- ¿Quiere Ud. decir, en todo el Istmo o en la ciudad de Panamá?
P. - En todo el Istmo.
R.- No.
P. - ¿Pero sí lo sería en la ciudad de Panamá antes del 3 de Noviembre?
R.- Tampoco; de toda la ciudad, tampoco. No podíamos hacerlo conocer de todos. Sólo unos pocos tuvieron ese conocimiento.
P.- ¿Sólo unos pocos?
R. – Sí
P.- ¿Y esos pocos el día 3 de Noviembre?
R.-
No, unos días antes enteramos a algunos más. Al principio sólo éramos
siete u ocho y después entraron algunos más, pues nos interesaba hacer
ver que el movimiento era popular.
…………………………..
P.- ¿Y encontró Ud. entre los panameños a quienes habló sobre el caso, alguno que no entrara voluntariamente en él?
R.-
Nunca hablamos a ninguno que sospecháramos fuera leal a Colombia. Por
supuesto, nosotros conocíamos las opiniones de las gentes y nunca nos
acercamos a los que podían constituir un obstáculo contra el plan.
P.- Así, pues, el movimiento, por parte de la población de la ciudad de Panamá, fue espontáneo?
R.- ¿Espontáneo? No.”
Como
bien confiesa Tomás Arias, la conspiración separatista se redujo en
Panamá a un puñado de personas allegadas a la Compañía del Ferrocarril,
sus familiares cercanos, a algunos potentados como los hermanos Ricardo y
Tomás Arias, y Federico Boyd, y el dueño de La Estrella de Panamá (Star
and Herald) José Gabriel Duque (de nacionalidad norteamericana). Los
demás eran funcionarios de la compañía o miembros de ejército
norteamericano.
Los liberales, que la historia oficial pretende
poner como actores plebeyos de la “gesta”, en realidad fueron los
mayores oponentes al tratado hasta el último momento. Por supuesto, los
más radicales habían sido obligados a callar: Victoriano Lorenzo,
convenientemente fusilado el 15 de mayo de 1903, cuando empezó a operar
el plan de la separación; Belisario Porras exiliado en Nicaragua; la
imprenta de su periódico El Lápiz, destruida meses antes.
Los
liberales que acercaron al movimiento fueron los más moderados y
venales, con vínculos profesionales con los conspiradores y, aún así,
fueron informados la propia mañana del 3 de Noviembre (ver páginas 20-
203 del libro de Terán, tomo II).
José A. Arango admite:
“A
don Carlos A. Mendoza y don Juan Antonio Henríquez con quines
conferencié en nombre de la Junta Patriótica, les dí el encargo de
preparar el acta de independencia y todo otro documento necesario para
regularizar el procedimiento que en breve (ese mismo día) pondríamos en
ejecución, lo cual debían hacer en asocio del doctor Eusebio A..
Morales, a quien ligeramente había tratado yo sobre el particular,
dejando a su muy amigo don Federico Boyd que le explicara en sus
detalles nuestro propósito… Don Eduardo Icaza, también conjurado, quedó
encargado de entenderse con el General Domingo Díaz, vecino suyo…”.
Esto
es corroborado por el propio Carlos A. Mendoza y por Pablo Arosemena.
Este último dice: “Tuve conocimiento de la labor política que tenía por
objeto alcanzar la independencia del Istmo de Panamá -…- en la mañana
del 3 de Noviembre…”.
El supuesto “pueblo” que se presenta a la
Plaza de Francia, donde estaba ubicado el cuartel del ejército, en la
tarde del 3 de Noviembre, eran los bomberos convocados convenientemente
por su jefe, José Gabriel Duque. Nada fue “espontáneo”, como dijera
Tomás Arias.
No hubo en los sucesos ninguna sublevación popular.
Ni balas. Se dispararon billetes de dólar con que se mataron muchas
conciencias. Los sobornados no sólo fueron “panameños” (varios de los
próceres son oriundos de otras partes de Colombia), sino los propios
gobernantes en Bogotá, el primer entre ellos Marroquín y el general
Reyes.
Los actores armados que hicieron frente a las tropas
colombianas llegadas esa madrugada al puerto de Cristóbal, en Colón,
fueron las tropas norteamericanas del acorazado Dixie, fondeado ahí, a
las que se sumó la llegada del Nashville la tarde del 5 de Noviembre,
consolidando la “independencia”. Hasta diez acorazados y miles de
soldados yanquis invadieron Panamá en los días subsiguientes.
Roosevelt
reconoció la “nueva república”, hija suya y de sus “amoríos” con
Cromwell, el 6 de Noviembre, cuando más de la mitad de la población del
Istmo ni siquiera se había enterado de lo que pasaba, como señala Oscar
Terán, y cuando en Bogotá ni se sabía nada, gracias a que las tropas del
Norte habían corta el cable del telégrafo.
Para otros detalles
remitimos a nuestros trabajos: La verdadera historia de la separación de
1903 (ARTICSA, 2004) y La separación de Panamá de Colombia, una
historia desconocida, un debate inconcluso (Ediotorial Portobelo, 2010).
Fuente, vìa, tomado de :
http://www.argenpress.info/2010/11/historia-del-atraco-yanqui.html
domingo, 7 de noviembre de 2010
Panamà : Historia del atraco yanqui Por: Olmedo Beluche. Los hechos son tan abrumadores que basta calentar los sesos un poco para darse uno cuenta de las mil mentiras de que está plagada la leyenda dorada que repiten los medios de comunicación y los programas de estudio de nuestras escuelas.
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