El miedo, el que obliga a callar, el que
genera silencio, el que erradica de las mentes la esperanza de cambiar
la sociedad que habitamos, es la mejor política para defender un sistema
como el que institucionaliza esta democracia, que pretende hacernos
creer que todo está hecho, que el mundo es como es y no hay que
desgastarse en tratar de cambiarlo.
Esa es la lógica del Estado dominante,
infundiendo el mismo miedo que instauró la dictadura y que consolidó la
Concertación durante sus veinte años. El miedo, el argumento de los
fantasmas que podían regresar y que no permitieron actuar en
concordancia con la ética, con el deber ser, con lo que se debía hacer
sino sólo “en la medida de lo posible”. Y lo posible se mantuvo en un
rango reducido, cada vez más reducido: No ha habido Justicia, casi no ha
habido castigo para los culpables, y hoy la impunidad se instala en
desfachateces como la de Carabineros, que mantiene trabajando en la
institución a Walter Ramírez Inostroza, el cabo asesino de Matías Catrileo
mientras se sigue persiguiendo al pueblo Mapuche o a cualquiera que se
permita cuestionar lo establecido. ¿No da para sospechas? ¿O por lo
menos para dudas?
El miedo se vuelve silencio, como arma
de represión que impone una mirada de desconfianza en contra de quien
alce su voz, y mucho más sus acciones en contra de las injusticias que
nos parecen cada día más normales o, por lo menos, parte de una realidad
que hay que aceptar, casi con resignación, porque “siempre ha sido
así”.
Es lo mismo que el Estado hace con los
anarquistas, que en su mayoría han actuado generando espacios de
discusión y pensamiento, recuperando lugares abandonados (casas okupas),
y ahora son criminalizados también en un espectáculo que raya en el
absurdo. Porque ya han sido condenados aunque hasta ahora no ha habido
pruebas que lo demuestre, sólo un programa de televisión que usa el
material videográfico de la misma policía, que muestra personas
conversando. Gran acto de sedición la conversación, porque se torna
peligrosa para un Estado represivo como el que nos gobierna, porque
genera pensamiento, porque hace que las personas se contagien de
esperanza y se vuelquen a espacios de encuentro que permiten imaginar un
mundo distinto e invita a actuar en colectivo.
Y los medios de comunicación, haciendo
el juego al argumento policíaco antes de que la “Justicia” haga su
trabajo. Los acusados son culpables a menos que prueben lo contrario y
no al revés, como sucede en un ‘estado de derecho’, el mismo al que
aluden cuando piden silencio: “Una huelga de hambre no es válida en un
estado de derecho”, decía el Presidente de este Chile aséptico.
Cualquiera que se atreva a cuestionar,
cualquiera que parezca distinto y que logre hacer que su voz se escuche,
se convierte en un enemigo de este ‘gran hermano’ que todo lo vigila
desde el panóptico, al modo de la “seguridad democrática” de Uribe en Colombia, que es el referente para la derecha chilena.
Se busca al enemigo interno o si no se le construye para justificar la expansión global del Acta Patriótica post 11 de septiembre estadounidense, le toca a Saif Khan, el pakistaní de nuestra portada, condenado por el ministro Hinzpeter,
otra vez, antes de que la Justicia haga su trabajo, hablando como el
todopoderoso, sin respetar la separación de poderes del Estado, y sin
siquiera permitirle el beneficio de la duda a un ser humano con
derechos. Pero eso no es cuestionado. Eso es lo normal. Imponer el
miedo, valerse de él, jugar con el rigor y la clemencia como expone El Zohar
(“Biblia” de los cabalistas), hacer que los ciudadanos y ciudadanas
agachen la cabeza, o la volteen, sumándose por omisión, casi de manera
cómplice, a la instauración de un sistema que discrimina a quienes se
atreven a cuestionarlo.
Al cierre de esta edición ya han sido rescatados la totalidad de los mineros en medio de un reality show que sirvió de cortina de humo para pasar desapercibida la modificación legislativa al Royalty minero: invariabilidad tributaria a la explotación de recursos no renovables, hasta el año 2023.
No se confunda, nuestro país se perpetúa como un paraíso fiscal. Definitivamente algunos no están trabajando para Chile.
¿POR QUÉ EL CIUDADANO AHORA VALE 500 PESOS?
El alza de precio de El Ciudadano
se debe por una parte, a la ausencia de una política estatal, de éste y
los anteriores gobiernos, por fomentar la diversidad de opiniones en la
prensa nacional. La publicidad de los organismos públicos se destina a
los grandes medios.
Han propiciado la concentración de la
propiedad de los medios de comunicación que representan una mirada única
de la realidad y que responde a intereses económicos y políticos de la
clase dominante.
Por otra parte, se debe a que las
grandes empresas que gastan millones de dólares en publicidad, no son
capaces de aparecer en un medio crítico del actuar de las grandes
corporaciones, aún cuando son miles y cada vez más, quienes leen El
Ciudadano.
Desde hoy pedimos a nuestros lectores 100 pesos más en cada quincena, para continuar comunicando las noticias que importan.
Por Equipo Editorial
El Ciudadano N°89, octubre 2010
Fuente, vìa :
http://www.elciudadano.cl/2010/11/02/la-seguridad-y-el-miedo-como-politica-de-estado/
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