Se ha escrito
mucho hasta ahora y hay mucho más para decir y hacer respecto al crimen
ecológico y sus consecuencias para nosotros y las próximas generaciones,
pero lo que nos interesa ver aquí es que podemos analizar este suceso
como ejemplo (excepcional por su muy buena difusión en los medios
corporativos, dada la magnitud de sus dimensiones) del poder y la
impunidad de las grandes corporaciones que hoy manejan el planeta.
Hablamos
generalmente de neoliberalismo para nombrar al capitalismo de nuevo
cuño que a partir de los años 70 y 80 del siglo pasado maneja el mundo.
Siempre he pensado que el nombre más adecuado que podemos darle es el de
neocapitalismo corporativo, ya que una de sus más destacadas
características (además de la propuesta de libertad absoluta para el
capital, maximización de ganancias y la depredación de todos los
recursos mundiales) es la concentración del poder global en un grupo de
grandes compañías (cuyo número no pasa de 300) de capital anónimo.
Lo
más difícil de percibir, por su carácter de semisecreto y por el
anonimato de los capitales, es quienes son los que realmente manejan las
riendas del planeta, y como es el entretejido de interrelaciones
existente entre este grupo de corporaciones, que constituye una red de
intereses compartidos y de acciones comunes.
Posiblemente
podamos colaborar en desentrañar algo de esa compleja red, estudiando
este ejemplo concreto. La BP es una de las mayores compañías del planeta
(puesto octavo según la revista americana Forbes y la tercera empresa
más importante dedicada al petróleo y gas después de ExxonMobil y Royal
Dutch Shell. Tiene diseminados por el mundo la friolera de unos 100.000
empleados. Hasta 1976 era la representante de los intereses económicos
de la Corona Británica, a partir de ese año pasó a convertirse en otra
corporación de capital anónimo, aunque manteniendo estrechos vínculos
con el gobierno de Su Majestad. BP es una de las principales firmas en
las que invierten muchos fondos de pensión británicos y es una empresa
emblemática de la industria británica.
Cualquier
pensaría, con la imagen de la seriedad británica por delante, que esta
empresa sería más sensata y responsable en su trabajo que el resto de
sus empresas hermanas, pero este es uno de los mitos que primero ha
caído, con el conocimiento público de los detalles de este accidente.
Aparentemente, no sólo la BP nunca estuvo en condiciones de afrontar un
accidente de este tipo -accidente previsible dadas las complejidades
tecnológicas de la extracción del petróleo a profundidad en el lecho
marítimo- sino que además en este caso el ahorro de costos en las
instalaciones y tecnología usada fueron parte de las razones del suceso.
La Halliburton (otra de las grandes corporaciones involucradas) habría
instalado además allí una válvula de contención que también colapsó,
aparentemente por no ser adecuada, y que fuera colocada en ese lugar por
ser más barata. La prensa internacional ha afirmado también que las
demás compañías petroleras funcionan en las mismas condiciones de
descuido, siguiendo el precepto de máxima ganancia a mínimos costos (aún
a costa de la seguridad de todos y de la vida de sus empleados).
Públicamente
la BP defendió muy bien sus intereses
1) En
sus declaraciones, la BP intentó confundir al público desde el
principio, Tony Hayward, su presidente ejecutivo, en una entrevista
concedida al diario inglés The Guardian realizada alrededor de veinte
días después del accidente, cuando ya empezaba a percibirse la magnitud
del desastre, decía “…el golfo en cuestión es un gran océano y la
cantidad de petróleo derramado es relativamente pequeña…la compañía no
sabe cuándo podrá controlar el derrame…”
2) Desde el primer
momento, BP minimizó las cifras de la cantidad de crudo que estaba
derramándose, hasta que científicos norteamericanos mostraron que el
volumen real era por lo menos cuatro o cinco veces mayor que el que la
petrolera anunciaba. En promedio sus anuncios hablan de llegar hasta
25.000 barriles recogidos y /o quemados por día, mientras los
científicos afirman que el volumen de petróleo que se está derramando es
del orden de los 100.000 barriles diarios.
3) La compañía usó
sistemáticamente un dispersante conocido como Codexit, en la fuente del
derrame, para evitar que el petróleo saliera a la superficie. Con ello
no sólo ocultaba la magnitud del derrame, convirtiéndolo en mucho más
agresivo contra el sistema ecológico marino al dispersarlo, ya que se
mantiene a profundidad y no forma una mancha homogénea al emulsionarse
en el agua, sino que además estaba ahorrando mucho dinero en la
contratación de barcos pesqueros para recoger la mancha de crudo.
4)
De la misma manera, toda la capacidad comunicacional de la BP fue
dirigida hacia resaltar los “avances” que iba logrando para controlar el
desastre. Algunos de sus propios ejecutivos declararon que la empresa
mostró que “comunicacionalmente estaba preparada para enfrentar los
hechos”.
En forma más oculta, la compañía ha
sido protegida por sus relaciones con los factores de poder, cuya punta
visible del iceberg la constituyen, sólo en los EE.UU. y según la
revista Newsweek, el actual director de la CIA, Leon Panetta; el enviado
de Obama a Medio Oriente, George Mitchell; el actual Ministro de Salud
Pública, Tom Daschle, y la ex administradora de la EPA, Christine Todd
Whitman, siendo éstos sólo algunos de los personajes influyentes que
mantienen vínculos con la empresa en ese país.
Desde
la época de Reagan el gobierno norteamericano comenzó a regalar a las
petroleras una legislación que les permitió bajar costos gracias a
menores exigencias en su política de seguridad y medio ambiente. El
punto culminante de esta tendencia política lo llevó a la práctica
George W. Bush en el 2000, en cuya administración se le puso un techo
legal de 75 millones de dólares a las indemnizaciones que las empresas
del sector deben pagar ante eventuales catástrofes ecológicas. Ante
semejante desatino, la política de BP habría sido simple: para qué
gastar fortunas en seguridad si una catástrofe cuesta centavos en
indemnizaciones.
En el terreno financiero, si
bien las acciones de BP fueron sufriendo una fuerte caída en la medida
que el desastre continuaba (que las llevó en principio a casi la mitad
del valor que tenían antes del accidente), las presiones de los
inversores en las bolsas para evitar esa caída, y en los últimos tiempos
algunos anuncios tales como que esas acciones (que en algún momento
perdieron unos 100,000 millones de dólares en valor de mercado) han
logrado nuevo apoyo y están en ascenso, por rumores de que la compañía
es un objetivo de compra y que se ha acercado a algunos fondos soberanos
con ofertas de una participación, como formas de protegerse contra
ofertas hostiles. En este mismo orden, la petrolera dijo en estos días
que esperaba recaudar 10.000 millones de dólares en ventas de activos
este año, como parte de su plan para financiar un fondo de limpieza de
20.000 millones de dólares que estableció bajo presión de las
autoridades de Estados Unidos. El Royal Bank of Scotland elevó la acción
de BP a "comprar" desde "mantener", diciendo que el mercado ya había
descontado una opinión pesimista sobre el derrame. El diario Times
reportó que Gran Bretaña estaba diseñando planes de contingencia por si
BP colapsaba, pero no dio detalles. En definitiva, el capital se
defiende bien a sí mismo.
En lo que respecta al
poder político, si bien Barak Obama ha realizado múltiples
declaraciones respecto a la tragedia ecológica que está afectando las
costas de varios estados norteamericanos, y ha declarado la emergencia
nacional, preguntando incluso que traseros debía patear frente a esta
tragedia; la acción de su parte con respecto a BP no ha ido mucho más
allá de las declaraciones. Su única consecuencia real ha sido el
levantamiento del límite de 75 millones de dólares impuesto durante el
gobierno de su antecesor para la indemnización de daños ecológicos y el
acuerdo con BP de que constituirían el fondo de 20.000 millones de
dólares del que hablábamos antes. Aún esta medida, debió tomarla con
presiones en contra por parte del Senado norteamericano, algunos de
cuyos integrantes advirtieron al presidente que debía tener mucho
cuidado de no afectar a la empresa petrolera. Esto es una muestra
evidente de hasta que punto los gobiernos de las grandes potencias
desarrolladas son absolutamente dependientes de los intereses de las
grandes corporaciones. Lo que era transparente durante el gobierno de
George W. Bush, en el que los propios integrantes del gobierno (Cheney,
Rice, etc.) eran representantes directos de las grandes corporaciones,
sigue haciéndose evidente en un gobierno demócrata cuya diferencia real
con el anterior no es más que de fachada. Al respecto, hace poco tiempo
el presidente alemán debió renunciar, entre otras razones por unas
declaraciones “demasiado” sinceras respecto a que las tropas alemanas en
Afganistán “estaban defendiendo los intereses de las compañías
alemanas”.
La última pieza del rompecabezas es
como los grandes medios corporativos han manejado toda la información
respecto del problema. Si bien ha habido un despliegue de información
(algunos dirían que bastante menor del que corresponde a la magnitud de
los hechos) es curioso como se ha ocultado en la mayor parte de las
noticias (manipulación por invisibilidad) la verdadera responsabilidad
de la BP y de la Halliburton, su socia en el desastre. Se ha preferido
destacar la espectacularidad del suceso, o la reseña de las
declaraciones políticas, antes que los verdaderos parámetros del
problema.
La impunidad
¿Qué
nos muestra todo este panorama? Sobre todo la impunidad de que gozan
las grandes corporaciones. Si el responsable de este monstruoso desastre
hubiera sido, pongamos por caso, un pequeño o mediano país, (sobre todo
alguno de esos que intentan actuar soberanamente) es muy posible que a
más de 70 días de haberse producido la fuga de hidrocarburos, ya
llegando a costas norteamericanas y que no sólo no estuviera controlada
por parte de quienes eran responsables, sino que además no existiera un
plazo confiable para lograr la solución, y se hubiera mentido y
manipulado públicamente sobre sus acciones y motivos; ya ese país
hubiera sido invadido por alguna fuerza militar de los Estados Unidos,
de la OTAN, o de cualquier otra coalición de los países centrales, en
nombre de la defensa de la ecología, de la defensa de la humanidad, de
la defensa de la libertad, etc.
Pero como vemos
en este caso, el costo mayor para la BP consiste sobre todo en crear un
fondo de 20.000 millones de dólares (cifra bastante inferior a sus
declaradas ganancias anuales), en seguir realizando esfuerzos baratos e
infructuosos por detener el flujo de petróleo, y hace pocos días en el
“alejamiento” de su presidente Tony Hayward (sí, el mismo de las
graciosas declaraciones que transcribimos al principio) de la conducción
del problema, hacia “otras tareas”, ya que ni siquiera ha sido
despedido. O sea, no existe responsabilidad frente a nadie, no solo por
maximizar ganancias hasta el límite de crear perjuicio a millones de
seres humanos, sino además por alterar de tal manera el sistema
ecológico, que no existe aún la menor evaluación real de sus últimas
consecuencias para toda la humanidad a mediano y largo plazo.
Es
desenmascarando esta impunidad, cuando se percibe el entramado del
poder oculto en la red corporativa mundial. La compañías petroleras
supuestamente rivales, las corporaciones mediáticas internacionales, los
poderes financieros, los poderes políticos de las naciones centrales,
todos han aunado sus esfuerzos en la protección a rajatabla de uno de
sus integrantes, que en este caso metió la pata en forma mayor. Este es
el verdadero poder que maneja el mundo, el que hace posible que así
sucedan las cosas.
Y lo más escalofriante es
que este poder es anónimo. En la época de la aristocracia era muy fácil
señalar a los reyes, emperadores, zares, y a sus adláteres cercanos como
quienes manejaban el poder (La Primera Guerra Mundial comenzó a partir
del asesinato del archiduque Francisco Fernando de Austria y su esposa,
en Sarajevo el 28 de junio de 1914). Igualmente, en el capitalismo
industrial existieron siempre los reyes de la industria, los zares de la
producción, que construían una nueva aristocracia siempre reflejada en
individuos destacados. Pero el neocapitalismo corporativo no tiene más
que “altos ejecutivos” que manejan las corporaciones, pero que no son
sus dueños, son sólo representantes provisionales (que pueden ser
cambiados como peones de ajedrez, tal como el presidente de BP) del
verdadero poder oculto en el incógnito corporativo. Aún en casos
excepcionales, como el de Microsoft y Bill Gates, el fundador y director
de la gran corporación ha pasado a cuarteles de invierno, porque hace
mucho tiempo que no es el dueño (accionista principal) de la compañía.
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