Señala la Constitución de la Organización Mundial de la Salud (OMS) que
la
salud es un estado de completo bienestar físico, mental y social, y no solamente la ausencia de afecciones o enfermedades.
El completo bienestar físico es no tener ninguna enfermedad que
limite el normal funcionamiento biológico de nuestro organismo. El
mental es ser capaces de enfrentarnos a los retos de la vida. Y el
social es gozar de una plena integración como persona en los colectivos
que forman nuestra sociedad.
¿Qué es y en qué consiste el normal funcionamiento de nuestro
organismo? ¿Qué quiere decir normal y en qué circunstancias? ¿Lo normal
es lo mismo para una persona que vive en Noruega (más alto índice de
desarrollo humano-IDH: 0.971) que para otra que vive en Níger (más bajo
IDH: 0.340)? ¿Cómo establecemos así lo normal? ¿Por el promedio entre
países? No, porque dentro de éstos hay grandes diferencias. ¿Por estados
o su equivalente en cada país? Tampoco, pues también hay varias
diferencias internas, como también las hay en ciudades con barrios ricos
y paupérrimos.
¿Se pueden imaginar siquiera semejanzas del IDH en la delegación
Benito Juárez del Distrito Federal con 0.950, mayor que el del promedio
de países de la OCDE (Organización para la Cooperación y Desarrollo
Económicos), y el de Metatlónoc, Guerrero, con 0.430, incluso menor al
del conjunto de países subsaharianos? En Chihuahua y en Oaxaca se
encuentran municipios que corresponden a los 10 más altos lugares en IDH
en México y también los correspondientes a los 10 más bajos niveles de
IDH.
¿Cómo establecemos el normal funcionamiento de los organismos humanos
si éste depende de las condiciones alimenticias y de otros muchos
factores que tienen que ver con la vida cotidiana y con sus
repercusiones en la salud? Pondré dos ejemplos que he estudiado: Japón y
Hungría en relación con el cáncer de pulmón supuestamente por fumar.
Japón tiene uno de los más altos índices de esperanza de vida, fuma 52.8
por ciento de la población adulta masculina y murieron de cáncer
pulmonar 39.2 por cada 100 mil personas. En Hungría, donde los hombres
fuman menos que en Japón (44 por ciento), murieron de cáncer pulmonar
78.1 por cada 100 mil habitantes, el doble que en Japón. ¿A qué se debe
esto? Hay varias explicaciones que no puedo desarrollar en tan breve
espacio. Lo que sí quiero decir es que lo normal en el funcionamiento
del organismo humano no es sencillo de establecer, ni siquiera para los
geniosde la OMS.
¿Si me hago exámenes de laboratorio cada año y todo me sale dentro de los rangos de
normalidad, entonces estoy sano? Depende. El cuerpo humano se deteriora, por más cremas y vitaminas que se usen para la piel, se haga o no deporte, se fume o no se fume, etcétera. En otros términos, a los 70 años de edad no es fácil afirmar que se cuente con un completo bienestar físico. Alguien dijo, sabiamente, que si después de los 50 no te duele nada es que estás muerto. Y así es. ¿Cuántos deportistas siguen siendo estrellas después de los 40, que no sea anunciando productos o como entrenadores? Y se supone que los deportistas son sanos, mientras no sufran lesiones en las rodillas, en la cadera o en la columna vertebral.
Lo anterior lo traigo a la reflexión porque está en boga la implantación de políticas contra los
no sanos, y el argumento es que le cuestan muy caros al sector salud de cada país. Primero los fumadores, ahora los gordos y ya empezaron con los ancianos en relación con sus jubilaciones. El planteamiento, que sólo se insinúa en lugar de decirlo tal cual, es que sólo los sanos y jóvenes son bien vistos por el sector salud (le significan menos costos). Y la paradoja es que con tales políticas en favor de la salud la gente vive más años y, quiéranlo o no, cuestan y costarán más al sector salud y a la economía pública en su conjunto, primero porque no existe el elíxir de la eterna juventud y los viejos se enferman aunque hayan sido sanos anteriormente, y segundo porque hay que pagarles pensión y ésta es costosa globalmente aunque la Suprema Corte de Justicia de la Nación la haya reducido irresponsablemente (
hágase la voluntad de Dios en los bueyes de mi compadre).
No voy a discutir aquí lo que ya he demostrado: que los costos
por la atención de enfermedades supuestamente asociadas al tabaquismo
carecen de fundamento científico. Es más, aceptémoslo aunque sea como
hipótesis. Finalmente, sólo 16 de cada cien mexicanos fuman; en cambio
70 de cada 100 connacionales, según la Secretaría de Salud, son obesos. Y
si damos por buenas las cifras de esta secretaría, resulta que los
fumadores le cuestan alrededor de 45 mil millones de pesos en tanto que
las enfermedades asociadas a la obesidad representan un gasto anual de
190 mil millones de pesos (cuatro veces más).
Pero aquí no terminan las cifras gigantescas de los costos por no ser sanos. La malnutrición le cuesta al país 250 mil millones de pesos (casi seis veces más que los fumadores). Si el presupuesto del sector salud, según Córdova, es de 380 mil millones de pesos, ya hay un problema de inconsistencia: 45 mil millones (fumadores) más 190 mil millones (obesos) más 250 mil millones por malnutrición, nos da un total de 485 mil millones de pesos. ¿Y cuánto cuestan los demás que carecen de completo bienestar físico, es decir de los que tienen otras afecciones y enfermedades no atribuibles al tabaco ni a la obesidad ni a la malnutrición?
Si los fumadores deberán de pagar 10 pesos más por cajetilla, ¿cuánto deberán pagar las personas por todos los productos que engordan a la gente? ¿Y cuál será el impuesto para los malnutridos que, por sufrir esta penuria, afectan a la productividad, ven deterioradas sus funciones cognitivas y aumentan los costos de su atención médica perpetuando la pobreza, según las autoridades del ramo?
Pareciera que estoy exagerando, pero en Alemania el diputado derechista Wanderwitz ya propuso que quienes tienen sobrepeso y que, por lo tanto, llevan voluntariamente una vida insana, paguen un impuesto extra para compensar los gastos de salud que generan.
Esta es la tendencia. Y atrás de ella está una política de ultraderecha que nos recuerda al nazismo y su preocupación por el desarrollo de seres humanos sanos y sin taras y, de ser posible, blancos y rubios, altos y delgados.
¿Qué más absurdos veremos entre nuestros brillantes senadores, diputados y especies similares? ¿Por qué no, mejor, ceden la mitad de sus sueldos al sector salud? Para lo que hacen… y peor todavía, para lo que piensan. ¿Piensan?
Pero aquí no terminan las cifras gigantescas de los costos por no ser sanos. La malnutrición le cuesta al país 250 mil millones de pesos (casi seis veces más que los fumadores). Si el presupuesto del sector salud, según Córdova, es de 380 mil millones de pesos, ya hay un problema de inconsistencia: 45 mil millones (fumadores) más 190 mil millones (obesos) más 250 mil millones por malnutrición, nos da un total de 485 mil millones de pesos. ¿Y cuánto cuestan los demás que carecen de completo bienestar físico, es decir de los que tienen otras afecciones y enfermedades no atribuibles al tabaco ni a la obesidad ni a la malnutrición?
Si los fumadores deberán de pagar 10 pesos más por cajetilla, ¿cuánto deberán pagar las personas por todos los productos que engordan a la gente? ¿Y cuál será el impuesto para los malnutridos que, por sufrir esta penuria, afectan a la productividad, ven deterioradas sus funciones cognitivas y aumentan los costos de su atención médica perpetuando la pobreza, según las autoridades del ramo?
Pareciera que estoy exagerando, pero en Alemania el diputado derechista Wanderwitz ya propuso que quienes tienen sobrepeso y que, por lo tanto, llevan voluntariamente una vida insana, paguen un impuesto extra para compensar los gastos de salud que generan.
Esta es la tendencia. Y atrás de ella está una política de ultraderecha que nos recuerda al nazismo y su preocupación por el desarrollo de seres humanos sanos y sin taras y, de ser posible, blancos y rubios, altos y delgados.
¿Qué más absurdos veremos entre nuestros brillantes senadores, diputados y especies similares? ¿Por qué no, mejor, ceden la mitad de sus sueldos al sector salud? Para lo que hacen… y peor todavía, para lo que piensan. ¿Piensan?
fuente, vìa :
http://www.jornada.unam.mx/2010/07/29/index.php?section=opinion&article=020a1pol
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