En Estados Unidos
los enfermos en un hospital son percibidos como meras maquinarias que
pasan por una banda industrial, y los médicos son los técnicos. Decenas
de millones, incluyendo los indocumentados que carecen de seguro médico,
ni siquiera tienen acceso pleno a esto, lo cual es “obsceno, da asco
que la sociedad haya llegado a eso”, opinó el reconocido patólogo
mexicano Francisco González Crussí, quien lleva viviendo en el país
vecino 50 de sus 72 años.
Antes, “el médico era una especie de
hombre sabio, que no sólo curaba las enfermedades, sino aconsejaba,
tenía una visión de la vida, del porqué estamos aquí y de cómo
consolarnos cuando sufrimos. Ahora es el técnico que compone la
maquinaria descompuesta”, siguió el doctor, radicado en Chicago.
El cambio está relacionado con el modo de percibir el cuerpo (su libro La fábrica del cuerpo, editado por Cuadernos de Quirón, trata
sobre el tema). “Ha habido un tremendo avance tecnológico”, y en los
países industrializados se concibe al cuerpo “como mera maquinaria, un
reloj con sus ruedecillas y sus engranajes. Pero el ser humano es más
que el cuerpo. La sique o, como antes se decía, el alma; ahora no es más
que resultado de reacciones bioquímicas que pasan por el cerebro. Ya no
hay emociones, amor, nomás estados bioquímicos”. Por tanto, sale
sobrando el hombre sabio. Basta tener un técnico.
“Claro que hay
diferencias individuales” (entre los médicos), pero “no tienen la
formación humanística para hacerlo bien. En Estados Unidos es peor”
porque se le pide al estudiante de medicina que curse tantas materias
que demandan tanto tiempo, que cuando sí tienen clases relacionadas con
la ética biomédica, con algo que les dé una visión humanística, “son
cursos fáciles, los maestros son barcos.
“Para responder a
su función como médico les basta saber aquello que considera al hombre
como pura máquina. Así los han formado. ¿Cómo va a cambiar esto? No sé.
Va a cambiar, porque ahora los médicos se están dando cuenta de que la
gente espera algo más de ellos.”
Las aseguradoras han jugado un
papel en el deterioro del papel del profesional: “Si un médico a la
vieja usanza dice que para entender a un paciente ‘mejor me voy a sentar
a platicar con él para ver cómo le va en su vida’, ese tiempo, según
las aseguradoras, es ‘no rembolsable’”.
Para González, el cuerpo,
“en efecto, en gran medida es máquina. Mientras más lo estudiamos, más
comprendemos lo intrincado que es, y en mayor medida podemos intervenir y
modificarlo, hasta el punto de que ya se puede meter un gen. El cuerpo
es máquina hasta el punto en que podemos intervenir en su construcción.
Eso sí que es nuevo.
“Pero somos más que la pura máquina. Somos
nuestra historia, nuestros recuerdos, las emociones, la visión del
futuro, que no están en ningún lado de la máquina. La idea no es mía:
somos más que nosotros, y la humanidad sólo se alcanza viviendo en
sociedad.”
La muerte, ayer y hoy
El
médico, que ha dedicado estos seis años de jubilado a su otra pasión,
la literatura, impartirá el martes 8, a las 12 horas, una conferencia en
la Facultad de Filosofía y Letras de la Universidad Nacional Autónoma
de México (UNAM), titulada Consideraciones en torno a la muerte, dentro del coloquio Retóricas de la enfermedad, organizado por esa casa de estudios y la Cuadernos de Quirón.
Anunció
que hablará sobre “cómo ha cambiado la percepción de la muerte en el
curso del tiempo y con distintas sociedades”, desde el punto de vista
Occidental, además de “los aspectos universales”.
Hoy, la muerte
se enfrenta de un modo muy distinto: “Antes, uno estaba rodeado de la
familia, era la buena muerte después de una vida rica y uno podía decir
algunas palabras de sabiduría para los que quedan vivos. En cambio, hoy
no puede uno decir ni palabra porque está uno entubado, con electrodos.
Hay alguien que le llama ‘la extremaunción tecnológica’, es el nuevo
estilo de muerte”.
El público, dijo el autor de The Day of the Dead (Harcourt Brace, 1993), no debe esperar respuestas finales ni aspectos religiosos.
La
mayor parte de la obra escrita de González Crussí es, naturalmente,
sobre el cuerpo y la enfermedad. Publicó su primera colección de
ensayos, Notas de un anatomista, que ha sido traducido “como a 10 idiomas”, cuando tenía más de 50 años.
De la Obrera a Chicago
Francisco
González nació en la colonia Obrera y vivió ahí los primeros 25 años de
su vida: “Mi madre era viuda y pasó las de Caín para mantenernos a mí y
a mi hermana”. Cuando llegó la hora de elegir carrera le gustaba mucho
la literatura y la filosofía, pero pensó, “¿qué voy a hacer como
filósofo?, ¿cómo la voy a ayudar? La otra cosa que siempre me pareció
muy bonita era la medicina (con la imagen del médico como hombre sabio,
medio filósofo), y no me arrepiento”.
Se casó con una mexicana que vivía a dos cuadras de su casa, en la Obrera. Se fueron a Estados Unidos.
“Veía
que todos los mejores médicos de México venían con entrenamiento de
Estados Unidos. De los que más admiraba yo, uno todavía está vivo, el
doctor (Ruy) Pérez Tamayo. No fue mi profesor, pero cuando lo veía en
las conferencias me deslumbraba: joven y elocuente, traía una visión
dinámica de la patología, más experimental. Había traído todo eso de
Estados Unidos. Y dije, ‘me voy a Estados Unidos’”.
En ese tiempo,
siguió, “la antorcha de la patología había pasado de Alemania a Estados
Unidos. Allá fui con objeto de especializarme en patología y regresar a
trabajar. Pero no era fácil: no había empleo”, así que decidió quedarse
un año “mientras conseguía una buena chamba. Pero la vida se complica,
el regreso se hace más difícil a medida que los años pasan”.
Toda
su carrera la hizo en un hospital pediátrico. Fue jefe del servicio de
patología del Children’s Memorial Hospital, en Chicago.
Respecto
de si cree que las emociones se plasman en el cuerpo, opinó: “Estoy
convencido de que así es. Antes decían que eso del corazón roto era pura
metáfora, pero hoy se ha visto que una gran decepción, la pérdida de un
ser querido o un gran terror puede lesionarlo. Hay estudios que
muestran una parte del corazón contraída y que nomás la otra parte
late”, y “se ven pequeñas zonas de muerte del órgano.
“Así como el
cuerpo se modifica con las emociones negativas, creo que también con
las positivas: la felicidad, el amor, la amistad, aumentan la vitalidad.
Pero de eso no conozco estudios científicos.”
–O sea que nuestra intuición colectiva es sabia.
–Así es, pero por supuesto que la última palabra la tienen los científicos, que lo comprueban de forma contundente y para todos.
fuente, vìa :
http://www.jornada.unam.mx/2008/04/05/index.php?section=ciencias&article=a02n1cie
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