Más allá del fundamento
ético y religioso con que se reviste la demanda de la Iglesia, lo
concreto es que tal discurso constituye una maniobra política que obliga
a los distintos actores a pronunciarse. En primer lugar, se trata de
una interpelación directa al primer mandatario, a quien corresponde
otorgar los indultos solicitados y establecer sus límites y condiciones.
Es claro que una demanda de esta naturaleza resulta incómoda para La
Moneda, pues cualquier respuesta posible entraña un costo político.
La
demanda de la Iglesia no emerge de la nada sino que ha sido ambientada
desde hace meses por figuras ligadas a la dictadura militar, incluido el
hermano del actual presidente, y por círculos castrenses en retiro con
claras simpatías en sectores fundamentalistas católicos. Los poderes
fácticos que operan tanto dentro como fuera de la Iglesia Católica
exigen un pronunciamiento claro del gobierno que represente un giro en
torno a la política sobre Derechos Humanos.
Es
evidente que aceptar sin más las presiones de estos grupos de poder
significaría no sólo negar su propio discurso frente al tema sino
desconocer convenios internacionales, violentar el espíritu de la ley y
borrar mucho de lo obrado hasta aquí por los gobiernos
concertacionistas. A esto habría que agregar el enorme desprestigio
internacional que recaería sobre el primer gobierno de derecha y la
afrenta a la sensibilidad mayoritaria de la sociedad chilena actual.
Por
otra parte, cerrar la puerta a los indultos solicitados representaría
para el actual gobierno indisponerse con aquellos sectores ligados a la
“familia militar” que aunque minoritarios poseen grados de influencia en
la derecha dura que apoyó la candidatura Piñera. Si consideramos que la
solicitud de indulto viene firmada por las más altas autoridades de la
Iglesia chilena, podemos imaginar el calibre político del tema en
cuestión y lo que significaría negarse de plano a atender a lo
solicitado.
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