¿Dónde quedó el proyecto que en 2006 movilizó a una enorme
ciudadanía? ¿Dónde la lucha por los despojados de este país? ¿Habría que
decir que la culpa de su situación se debe a que –como lo señaló
Lorenzo Meyer en la entrevista que Proceso le hizo en su número 1758–
nuestra élite de poder “fue tan temerosa, tan mezquina, tan poquita
cosa, que se espantó”?
No lo creo. Si el PRD es esa triste cosa que hoy sirve de comparsa al
PAN y no alcanzó ni siquiera a mantener su proyecto de nación, se debe a
que los perredistas salieron al campo político con mentalidad
perdedora. No sólo cometieron, durante las elecciones de 2006, los
suficientes errores para perder, sino que una vez que los cometieron y
aceptaron la guerra sucia –recordemos que AMLO decidió ir a las urnas
con ella y sólo tomó la avenida Reforma cuando perdió–, una buena parte
de la izquierda terminó por aceptar también que “López Obrador era un
peligro para México” –el aggiornamiento de Jesús Ortega es su rostro
más claro.
Por lo tanto, la culpa de su debacle no la tienen las élites, sino la
propia izquierda y su mentalidad colonizada, su mentalidad –para
retomar la hipótesis que el propio Meyer esgrimió en la entrevista
citada de que México fue una “colonización de explotación”– de
explotados y siervos. La culpa no es de esa minoría que tiene el dinero y
los medios a su servicio, sino de una izquierda que, a pesar de sus
bravatas –siempre hechas a destiempo– y de sus derechos democráticos,
conserva en su ethos el estigma de la Colonia y continúa aceptando que
en México –vuelvo a Meyer– haya “dos tipos de seres humanos: los
poquitos que tienen el derecho a mandar, los capaces de entender las
complejidades de la vida política, y el resto [representado por las
actitudes, las desuniones de la izquierda y sus mezquinos oportunismos]
que son los siervos”.
Si las élites existen y gobiernan no es porque sean poderosas, sino
porque, como lo demostró Gandhi, hay una mayoría dispuesta a aceptar que
esa élite tiene razón; que esa mayoría y sus proyectos incluyentes son
inferiores a la “grandeza” de las élites que “gobiernan”.
¿Habrá entonces que resignarse a ver una izquierda arrasada y servil
que estúpidamente camina a su desaparición, a su engullimiento en la
crisis de los sistemas políticos en donde la distinción entre izquierdas
y derechas es un simple asunto de semántica que sirve de comparsa a las
élites económicas? ¿Habrá que aceptar que el padecimiento de la
izquierda es un asunto de determinismo étnico irresoluble, tan
irresoluble como el diagnóstico que de ese ethos hicieron Samuel Ramos y
Octavio Paz en El perfil del hombre y la cultura en México y en El
laberinto de la soledad?
Yo no lo acepto. Debajo de la forma idiota con la que después de 2006
la izquierda se ha comportado, el proyecto está allí, aunque soterrado.
Mientras la izquierda cupular y los medios se han dedicado a mostrar su
desdibujamiento, López Obrador ha mantenido en la gente –es decir, allí
donde realmente habita la vida política– su proyecto de nación. Debajo
de esa cosa ridícula que se ha dado en llamar el “gobierno legítimo”, de
graves errores de los que tiene que cuidarse –AMLO necesita a su lado
asesores con una profunda visión ética e integradora– y de los medios
que han decidido ignorarlo, López Obrador, con una voluntad semejante a
la de Juárez durante el segundo imperio, ha recorrido el país con su
proyecto a cuestas.
Si la izquierda quiere salir de la trampa en la que ella misma se
metió y volver a darle una salida a la nación, deberá volver a
cohesionarse alrededor de esa figura y de su proyecto –un proyecto que
deberá afinarse en el tiempo que resta para ganarse la confianza de los
empresarios honestos, romper los monopolios, volverse hacia el zapatismo
y otras causas populares, crear una lúcida política social que pueda
limitar al crimen organizado y refundar el sindicalismo, espantosamente
corrompido desde su nacimiento–; eso exige una fuerte dosis de humildad y
de sentido ético.
Lo que el PRD ha olvidado es que para crear la justicia social no se
necesita ni estar al día, es decir, aggiornado, ni crear planteamientos
ingeniosos. Exige, como lo han hecho López Obrador y el zapatismo –hay
que retomar mucho de lo que esta otra lucha negada ha dado a la nación–
un profundo sentido común y esas cosas sencillas que se llaman unidad,
clarividencia, energía y desinterés. Sin ellas, tanto la izquierda como
el país irán a su absoluta ruina en 2012.
Además opino que hay que respetar los Acuerdos de San Andrés, liberar
a todos los zapatistas presos, derruir el Costco-CM del Casino de la
Selva, esclarecer los crímenes de las asesinadas de Juárez, sacar a la
Minera San Xavier del Cerro de San Pedro, liberar todos los presos de la
APPO y hacer que Ulises Ruiz salga de Oaxaca.
fuente, vìa :http://proceso.com.mx/rv/modHome/detalleExclusiva/81737
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