domingo, 2 de mayo de 2010

Costa Rica: Miedo a la libertad Por: Luis Paulino Vargas Solís

¿Cómo entender el agudo malestar y las explosiones de odio que la homosexualidad suscita? En días recientes hemos visto cruzarse dos expresiones de tal cosa, provenientes de fuentes que, por lo demás, habría que considerar como antípodas.

En Suramérica, Evo Morales hablando de las “desviaciones” que produce en los hombres el consumo de carne de pollo presuntamente inyectado con hormonas femeninas. En Costa Rica, Juan José Vargas prometiendo una cura para esta “enfermedad”. Allá un líder indigenista y socialista. Aquí un predicador católico conservador. Para el primero es una patología creada por medios químicos. Para el otro es una enfermedad que debe recibir medicación y terapia.

De común hay una imagen distorsionada, alimentada por el estereotipo y la ignorancia y basada en la idea de un patrón de normalidad: la raza humana está naturalmente organizada en dos géneros, cada uno de los cuales tiene inclinaciones sexuales que naturalmente lo inclinan hacia el otro género. Quizá en este punto aparezca algún disenso alrededor del asunto de si esa inclinación sexual debe limitarse a objetivos de reproducción de la especie, o si se considera legítimo el disfrute sexual por sí mismo. Puesto que hace muchos años que lo vengo escuchando, razonablemente puedo presumir que el señor Vargas aboga por lo primero. Ignoro qué piensa el señor Morales al respecto, aunque a la luz de la evidencia disponible prefiero ser cauto, no vaya a ser que el líder indigenista y socialista nos sorprenda con otra sentencia que, de ser pronunciada en un consejo del Opus Dei, suscitaría cálidos aplausos.
Que los siquiatras hayan decidido (con terrible y criminal tardanza) sacar a la homosexualidad de la lista de las enfermedades mentales, no es cosa que inmute a las inflamadas huestes de la homofobia. Muy azorados andan a la búsqueda de justificaciones. A estos efectos, la fuente favorita es la Biblia. Por ejemplo, que Dios creó un hombre y una mujer y les ordenó reproducirse. La abrumadora evidencia científica que indica que eso no es más que una historia mítica gestada en el seno de un pueblo de pastores hace varios miles de años, les tiene sin cuidado. Sin la menor duda no es cierto que el mundo fue creado hace 4,5 miles de años (más bien se formó hace 4,5 miles de millones de años), y sin duda la raza humana no proviene de dos personajes llamados Eva y Adán que repentinamente aparecieron en un hermoso jardín. Por supuesto, hay muchas otras citas bíblicas a las que se recurre. Imposible abundar aquí en detalles al respecto, excepto para hacer ver que, en todos los casos, el planteamiento adquiere formas absolutamente dogmáticas, inmunes a cualquier debate racional. Ello se manifiesta en el hecho de que las referencias bíblicas son interpretadas literalmente, sin la más mínima investigación ni interpelación crítica en relación con las condiciones culturales e históricas en que surgieron.
A veces se intenta recurrir al argumento biológico, si bien aquí emergen planteamientos francamente contradictorios. Hay quienes aducen que lo único biológicamente normal es la heterosexualidad, lo cual supone, implícitamente, que la homosexualidad ha de ser algo así como un capricho pecaminoso (pareciera que este es el punto de vista del predicador Vargas). Pero otros más bien intentan encontrar alguna “malformación” genética que explique el problema. Esto último en todo caso suscita la duda: y de ser cierto que existe esa base biológica ¿qué les autoriza –como no sean sus perjuicios- a considerarla una malformación en vez de verla como un simple rasgo biológico diferenciador?
Con frecuencia se enfatiza el argumento de la “inadaptación” de las personas homosexuales: que si son promiscuas, viciosas, desordenadas, con tendencias suicidas. En resumen, unos monstruitos extraterrestres, o, como mínimo, un virus social que descompone la plácida y armoniosa existencia que, de otra forma, podrían gozar las personas “normales”. La conclusión de todo esto –ya dije que por aquí anda el señor Vargas- es la de que ese “vicio” tan perverso a fin de cuentas produce seres humanoides, cuyos gravísimos problemas de personalidad aconsejan, urgentemente, una “cura” (y agradezcamos que no nos sugieran una “solución final” que limpie y suprima toda esa carroña).

Personas homosexuales hay –incluida gente que me es muy amada- que son ejemplo de equilibrio y ecuanimidad. Pero, por otra parte, y visto que a todo esto el raciocinio y la ciencia no son invitados bien recibidos, por supuesto que a estos señores no se le ocurre entrar a considerar lo que significa para una persona vivir en un ambiente social dominado por el prejuicio y la ignorancia y cargado de odios. En ese contexto, mantener un pleno equilibrio síquico y emocional no deja de ser toda una hazaña. Pero entonces debería admitirse que la enfermedad no está en la persona homosexual, sino en el odio que envenena a la sociedad a su alrededor.

Mas acontece que, en todo caso, la homosexualidad ha existido en todas las épocas y culturas, incluida la sociedad pastoril del Antiguo Testamento. O mejor debo decir que las prácticas homoeróticas desde siempre han existido, visto que, en realidad, homosexualidad es un concepto muy reciente que designa la forma cultural específica que este fenómeno tan humano asume en la época actual. Es algo similar a lo que acontece con el concepto burgués de familia patriarcal que inspira las cruzadas de moralización e intolerancia del fundamentalismo religioso; es tan solo una construcción moderna, sumamente reciente. Pero, en fin, sucede que las prácticas homoeróticas han sido desde que el homo sapiens sapiens camina por el planeta (aunque no me extrañaría que también lo practicaran las subespecies de homo sapiens ya extinguidas). Cosa interesante es constatar que ha habido culturas donde fue vivido con respeto y sin traumas.
En fin, el caso es que la homosexualidad –o, mejor dicho, su visibilización,- suscita una especie de carrera desbocada en busca de pretextos y justificaciones sobre cuya base sostener el estado de apartheid, la discriminación, la violencia, la indignidad, el atropello. Interesante constatar la adhesión obsesiva a lo uniforme y homogéneo; el terror cerval y el odio enfermizo que suscita lo diverso. Parafraseando a Erick Fromm, acaso será el miedo –pero en este caso el pánico- a la libertad.

fuente, vìa:
http://www.argenpress.info/2010/04/costa-rica-miedo-la-libertad.html

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