Seguimos denunciando la grave situación que vive el Departamento de
la Guajira y mas de 300 mil indígenas Wayuu. Aca un nota en el Periodico
El Tiempo de Bogota. Se vino el paro el lunes 11 de agosto, desde las 6
de la mañana. Solidaridad con el pueblo y la nación de los Wayuu.
La Guajira no muere de hambre, muere de abandono
Pobladores dicen que la sequía no es un asunto solo de hoy. Se suman el hambre y los muertos.
Por: LIZETH SALAMANCA / 8 de agosto de 2014
Foto: Juan Diego Buitrago / EL TIEMPO
Sus palabras traducen el escenario que la rodea: pastizales secos que se extienden como un colchón amarillo pálido, árboles y matorrales reducidos a chamizos, un suelo árido y resquebrajado, el fogonazo de 40 grados centígrados que azotan el ambiente, la imposibilidad de encontrar siquiera una charca de agua; pozos, caños y ríos colonizados por el polvo…todo, absolutamente todo en esta zona da la sensación de que en cualquier momento la tierra va a empezar a arder. (Vea imágenes de la sequía que afecta a La Guajira)
Un panorama agreste y desolador que refleja lo que muchas voces repiten como eco en la región: aquí hace meses que no cae una sola gota de agua.
Pero Matilde continúa firme en su sentencia. La experiencia de la población wayúu le dice eso: que el fenómeno del niño es cosa de hace años, que ese niño ya es un anciano.
Foto: Juan Diego Buitrago / EL TIEMPO
"Desde hace mucho tiempo este pueblo ha padecido de la falta de lluvia, lo que pasa es que ahora quieren disfrazar nuestros verdaderos problemas con la sequía, como si nuestra comunidad no hubiera tenido que aprender a sobrevivir con unas cuantas gotas de agua por décadas", dice esta mujer de cuerpo menudo, ojos negros y piel curtida, la misma que hace dos años se metió de lleno en el trabajo social y se convirtió en líder comunitaria de 147 rancherías de las 500 que pueden llegar a existir en los alrededores del casco urbano de Riohacha, según sus propios cálculos.
"Aquí, toda la vida ha habido sequía, ha habido hambre y se han muerto los niños, pero nadie se había atrevido a hablar. Si hay preocupación por las estadísticas de los últimos meses, lo que había de ahí para atrás era catastrófico", añade Matilde.
Y no. No es la escasez de lluvia lo que amenaza a La Guajira. Es el abandono estatal, la corrupción que no ha permitido que lleguen los recursos, la falta de inversión social, el hambre y la creciente mortalidad infantil (las cifras oficiales señalan que, entre 2008 y 2013 murieron 4.112 niños en el departamento por desnutrición y enfermedades de la infancia que pudieron prevenirse). Así lo señala Juan Bonivento, un indígena de la ranchería Malawaika, ubicada a una hora del casco urbano de Riohacha, donde algunos de sus pobladores aseguran que ya son seis los niños que han muerto este año por desnutrición y enfermedades respiratorias o intestinales.
Basta una mirada a la docena de pequeños que merodean en la escena para confirmar que el riesgo está latente: pelo de dos colores por la carencia de nutrientes, ojos hundidos, estómagos abultados, huesitos forrados en la piel, vidas que parecen languidecer. Y sin embargo, una sonrisa tímida se esboza en sus rostros. Es la vida misma que se resiste a morir.
Foto: Juan Diego Buitrago / EL TIEMPO
El hambre y la pobreza no dan tregua
Cifras del último tamizaje realizado por el Instituto Colombiano de Bienestar Familiar (ICBF) revelan que en La Guajira, hay 2.223 niños menores de 5 años con problemas de desnutrición, de los cuales 525 se encuentran en estado de desnutrición severa.
La ranchería Malawaika no es más que un desierto coronado por casas de bajareque y cercas de guafa, donde residen cerca de 30 familias.
En los patios permanecen desperdigadas latas de sardinas que fueron consumidas hace meses, bolsas vacías de agua, tabletas de ibuprofeno que aliviaron algún dolor y vestigios de fogatas cuyo carbón hace días nadie atiza.
"No hay con qué cocinar", explica María Carmita, una mujer con porte de matrona que intenta relatar entre español y lengua nativa las peripecias que hace su comunidad para poder comer.
Un resumen de su exposición dirá que sobreviven tejiendo mochilas para vender en Riohacha; que si les va bien se las pagan a 30 mil pesos; que con eso logran comprar unas libras de arroz, lentejas, pasta, agua en bolsa, manteca y maíz para la chicha y para alimentar las gallinas; dirá que si no hay plata no se come nada, dirá que sin comer nada pueden pasar los días…
Muy cerca de ella está María Angélica. Tiene 17 años y la mirada clavada en un tanque de cemento que construyó la comunidad para reservar agua hace algunos años. "Mi abuelo murió hace ocho días esperando el agua. Solo hasta ahora llegó el carrotanque", dice, y rápidamente, como para evitar el mal sabor de la tragedia, pasa a explicar que cada familia se puede hacer a dos pimpinas (galones) de agua que ahorran hasta su máxima expresión para cocinar, lavar la ropa y calmar la sed, todo mientras vuelve a pasar el carrotanque.
"Si tuviéramos micro acueducto o pozos profundos no perderíamos tanto", añade María Angélica.
Su expresión se endurece, ella sabe que la plata está enterrada. Hace una semana, la Contraloría de la República inició una investigación porque encontró, tras una inspección en la región, pozos profundos, reservorios de agua, tanques de almacenamiento y microacueductos que fueron financiados con recursos públicos y que quedaron a mitad de camino, inservibles para esta crisis.
Lo que se necesita es atención
Entre tanto, a 40 minutos de ese lugar, por una carretera polvorienta en la que se ve pasar a mujeres cargando bolsas de agua desde quién sabe dónde o cabras que rebuscan algo de hierba fresca entre los montículos de basura, se encuentra la comunidad indígena Jarijinamina.
Allí vive Amalia Flórez, una mujer wayuu, madre de siete hijos y 'ama de llaves' de uno de los pocos colegios que hay en la zona y que atiende a 300 estudiantes aruhacos, arijunas, afro y wayúu.
No es gratuito que sepa de todos los problemas que afectan a la población infantil. "Más que la sed es la situación precaria en la que vivimos. Hay niños que llegan sin haber probado bocado porque en sus rancherías no hay comida, niños que caminan hasta una hora para venir a estudiar, niños que mueren de enfermedades -comenta Flórez-, hasta mis propios hijos han tenido episodios graves de diarrea, parasitismo, fiebre y salpullidos. Lo que pasa es que en algunas comunidades no los alcanzan a llevar al hospital y en estos territorios no hay cobertura de salud", dice.
A sus pies, Carlos Eduardo, su hijo de 3 años, comparte un paquete de galletas con una perra flaca. Un gesto que refleja que 'compartir' no es una palabra vacía para los wayúu.
La sequía por su parte le ha pasado cuenta de cobro a su mamá: de 600 gallinas ponedoras que tenía ya solo le quedan 30. También se le han muerto unas 20 ovejas en los últimos meses y con ellas una forma de obtener ingresos.
"Todo esto demuestra que la población de La Guajira no necesita bolsas de agua. Necesita atención integral, vías de acceso, sistemas de salud, servicios públicos de energía y agua potable, planes de nutrición, educación y proyectos productivos sostenibles y fuentes de trabajo que mejoren la calidad de vida de las comunidades a largo plazo", señala Matilde.
Todavía no se cansa de enviar derechos de petición a las autoridades o de hacer plantones y convocar marchas. Al menos, dice, la población logró que el país vuelque su atención hacia La Guajira, donde la mortalidad infantil no es una tragedia nueva y la sequía ya está vieja.
LIZETH SALAMANCA
Huella Social
http://www.eltiempo.com/colombia/otras-ciudades/el-estado-tiene-olvidado-a-la-guajira/14357839
vía:
http://www.kaosenlared.net/component/k2/93615-colombia-la-guajira-no-muere-de-hambre,-muere-de-abandono
Foto: Juan Diego Buitrago / EL TIEMPO
Ranchería cerca a Riohacha, donde se puede ver el impacto de la sequía que azota la región.
"En La Guajira no hay 'fenómeno del niño'. Aquí ese niño ya es un
anciano", asevera la voz firme de Matilde López, líder de la comunidad
Wayuú, mientras el viento ondea en su manta roja y forma remolinos sobre
sus hilos de colores.Sus palabras traducen el escenario que la rodea: pastizales secos que se extienden como un colchón amarillo pálido, árboles y matorrales reducidos a chamizos, un suelo árido y resquebrajado, el fogonazo de 40 grados centígrados que azotan el ambiente, la imposibilidad de encontrar siquiera una charca de agua; pozos, caños y ríos colonizados por el polvo…todo, absolutamente todo en esta zona da la sensación de que en cualquier momento la tierra va a empezar a arder. (Vea imágenes de la sequía que afecta a La Guajira)
Un panorama agreste y desolador que refleja lo que muchas voces repiten como eco en la región: aquí hace meses que no cae una sola gota de agua.
Pero Matilde continúa firme en su sentencia. La experiencia de la población wayúu le dice eso: que el fenómeno del niño es cosa de hace años, que ese niño ya es un anciano.
Foto: Juan Diego Buitrago / EL TIEMPO
"Desde hace mucho tiempo este pueblo ha padecido de la falta de lluvia, lo que pasa es que ahora quieren disfrazar nuestros verdaderos problemas con la sequía, como si nuestra comunidad no hubiera tenido que aprender a sobrevivir con unas cuantas gotas de agua por décadas", dice esta mujer de cuerpo menudo, ojos negros y piel curtida, la misma que hace dos años se metió de lleno en el trabajo social y se convirtió en líder comunitaria de 147 rancherías de las 500 que pueden llegar a existir en los alrededores del casco urbano de Riohacha, según sus propios cálculos.
"Aquí, toda la vida ha habido sequía, ha habido hambre y se han muerto los niños, pero nadie se había atrevido a hablar. Si hay preocupación por las estadísticas de los últimos meses, lo que había de ahí para atrás era catastrófico", añade Matilde.
Y no. No es la escasez de lluvia lo que amenaza a La Guajira. Es el abandono estatal, la corrupción que no ha permitido que lleguen los recursos, la falta de inversión social, el hambre y la creciente mortalidad infantil (las cifras oficiales señalan que, entre 2008 y 2013 murieron 4.112 niños en el departamento por desnutrición y enfermedades de la infancia que pudieron prevenirse). Así lo señala Juan Bonivento, un indígena de la ranchería Malawaika, ubicada a una hora del casco urbano de Riohacha, donde algunos de sus pobladores aseguran que ya son seis los niños que han muerto este año por desnutrición y enfermedades respiratorias o intestinales.
Basta una mirada a la docena de pequeños que merodean en la escena para confirmar que el riesgo está latente: pelo de dos colores por la carencia de nutrientes, ojos hundidos, estómagos abultados, huesitos forrados en la piel, vidas que parecen languidecer. Y sin embargo, una sonrisa tímida se esboza en sus rostros. Es la vida misma que se resiste a morir.
Foto: Juan Diego Buitrago / EL TIEMPO
El hambre y la pobreza no dan tregua
Cifras del último tamizaje realizado por el Instituto Colombiano de Bienestar Familiar (ICBF) revelan que en La Guajira, hay 2.223 niños menores de 5 años con problemas de desnutrición, de los cuales 525 se encuentran en estado de desnutrición severa.
La ranchería Malawaika no es más que un desierto coronado por casas de bajareque y cercas de guafa, donde residen cerca de 30 familias.
En los patios permanecen desperdigadas latas de sardinas que fueron consumidas hace meses, bolsas vacías de agua, tabletas de ibuprofeno que aliviaron algún dolor y vestigios de fogatas cuyo carbón hace días nadie atiza.
"No hay con qué cocinar", explica María Carmita, una mujer con porte de matrona que intenta relatar entre español y lengua nativa las peripecias que hace su comunidad para poder comer.
Un resumen de su exposición dirá que sobreviven tejiendo mochilas para vender en Riohacha; que si les va bien se las pagan a 30 mil pesos; que con eso logran comprar unas libras de arroz, lentejas, pasta, agua en bolsa, manteca y maíz para la chicha y para alimentar las gallinas; dirá que si no hay plata no se come nada, dirá que sin comer nada pueden pasar los días…
Muy cerca de ella está María Angélica. Tiene 17 años y la mirada clavada en un tanque de cemento que construyó la comunidad para reservar agua hace algunos años. "Mi abuelo murió hace ocho días esperando el agua. Solo hasta ahora llegó el carrotanque", dice, y rápidamente, como para evitar el mal sabor de la tragedia, pasa a explicar que cada familia se puede hacer a dos pimpinas (galones) de agua que ahorran hasta su máxima expresión para cocinar, lavar la ropa y calmar la sed, todo mientras vuelve a pasar el carrotanque.
"Si tuviéramos micro acueducto o pozos profundos no perderíamos tanto", añade María Angélica.
Su expresión se endurece, ella sabe que la plata está enterrada. Hace una semana, la Contraloría de la República inició una investigación porque encontró, tras una inspección en la región, pozos profundos, reservorios de agua, tanques de almacenamiento y microacueductos que fueron financiados con recursos públicos y que quedaron a mitad de camino, inservibles para esta crisis.
Lo que se necesita es atención
Entre tanto, a 40 minutos de ese lugar, por una carretera polvorienta en la que se ve pasar a mujeres cargando bolsas de agua desde quién sabe dónde o cabras que rebuscan algo de hierba fresca entre los montículos de basura, se encuentra la comunidad indígena Jarijinamina.
Allí vive Amalia Flórez, una mujer wayuu, madre de siete hijos y 'ama de llaves' de uno de los pocos colegios que hay en la zona y que atiende a 300 estudiantes aruhacos, arijunas, afro y wayúu.
No es gratuito que sepa de todos los problemas que afectan a la población infantil. "Más que la sed es la situación precaria en la que vivimos. Hay niños que llegan sin haber probado bocado porque en sus rancherías no hay comida, niños que caminan hasta una hora para venir a estudiar, niños que mueren de enfermedades -comenta Flórez-, hasta mis propios hijos han tenido episodios graves de diarrea, parasitismo, fiebre y salpullidos. Lo que pasa es que en algunas comunidades no los alcanzan a llevar al hospital y en estos territorios no hay cobertura de salud", dice.
A sus pies, Carlos Eduardo, su hijo de 3 años, comparte un paquete de galletas con una perra flaca. Un gesto que refleja que 'compartir' no es una palabra vacía para los wayúu.
La sequía por su parte le ha pasado cuenta de cobro a su mamá: de 600 gallinas ponedoras que tenía ya solo le quedan 30. También se le han muerto unas 20 ovejas en los últimos meses y con ellas una forma de obtener ingresos.
"Todo esto demuestra que la población de La Guajira no necesita bolsas de agua. Necesita atención integral, vías de acceso, sistemas de salud, servicios públicos de energía y agua potable, planes de nutrición, educación y proyectos productivos sostenibles y fuentes de trabajo que mejoren la calidad de vida de las comunidades a largo plazo", señala Matilde.
Todavía no se cansa de enviar derechos de petición a las autoridades o de hacer plantones y convocar marchas. Al menos, dice, la población logró que el país vuelque su atención hacia La Guajira, donde la mortalidad infantil no es una tragedia nueva y la sequía ya está vieja.
LIZETH SALAMANCA
Huella Social
http://www.eltiempo.com/colombia/otras-ciudades/el-estado-tiene-olvidado-a-la-guajira/14357839
vía:
http://www.kaosenlared.net/component/k2/93615-colombia-la-guajira-no-muere-de-hambre,-muere-de-abandono
No hay comentarios:
Publicar un comentario