Todo es información. Las revelaciones de Wikileaks
y la seductora Dalila corroboran esa verdad de oro. La más famosa
filistea de todos los tiempos logró la misión más complicada de la
historia: descifrar el código de Dios.
Según refiere la Biblia, la hermosa Dalila logró conocer el
secreto que a Sansón le había confiado la divinidad para proteger a su
pueblo. Lo sucedido entonces todos lo sabemos: ocurrió, sin hipérbole,
la lucha de la carne contra el espíritu y la victoria de esta última.
Dalila, personaje que parece más extraído de Las mil y una noches que de la Biblia,
ha sido al parecer la principal fuente de inspiración del trabajo de
espionaje de nuestros días. Sólo así entiendo el énfasis que los
servicios de inteligencia estadunidenses pusieron en el botox de Muhamar
Kadafi, o en las francachelas del primer ministro Silvio Berlusconi tan
propenso al Silicon Valley según parece por los documentos de la
diplomacia estadunidense dados a conocer por Wikileaks y por la prensa de Italia.
Pero a diferencia de Dalila que llevó con éxito su misión, los
resultados de los servicios de espionaje de Estados Unidos dejan mucho
que desear si nos atenemos al hecho de que miles de documentos
clasificados fueron filtrados de sus bases de datos. Ni siquiera fue un
trabajo de Spy versus Spy, a la manera de la revista Mad. Tampoco producto de una trama increíble imaginada por John Le Carré sino algo más cercano a la hacker Lizbeth Sallander que pone de cabeza a los servicios secretos suecos en la estupenda trilogía Millenium, escrita por el sueco Stieg Larsson.
Si alguien anticipó el tsunami informativo provocado por Wikileaks fue Larsson, quien renovó desde la tradición de la novela a ese género que ya no nos ofrece novedades con tanta frecuencia.
Si nos atenemos a hechos como los atentados contra las Torres Gemelas o las revelaciones de Wikileaks
podríamos pensar que el imperio más poderoso de la historia tiene en la
actualidad pies de barro en materia de inteligencia. Después del 11 de
septiembre de 2001, uno esperaría un mejor blindaje de la información secreta del vecino del norte, pero no es así. Ahora sabemos que es verdad lo que Las mil y una noches sentencian en uno de sus cuentos: que secreto confiado es secreto revelado y que el universo se sostiene sólo por un secreto.
Así como la red de Internet ha relativizado el concepto de soberanía, Wikileaks
nos ha mostrado que en el mundo global de la era cibernética resulta
casi imposible vivir y actuar bajo la sombra del anonimato, pues todo
sistema de encriptamiento de datos implementado por un hombre puede ser
descifrado por otro. O mejor aún: que personajes como Dalila o Lizbeth
Sallander no sólo podrán poner de cabeza a los poderes terrenales sino
al reino mismo de la divinidad. El fuego que Prometeo robó a Zeus para
regalarlo a los hombres seguirá haciendo arder a no pocas buenas
conciencias. Todo secreto es un privilegio del poder. Revelarlo, otro
aún mayor por su poder liberador. Con Wikileaks y la web ya
vivimos bajo el signo de Prometeo. Alumbrarnos con el fuego robado a
Zeus es nuestro privilegio. Nuestro riesgo incendiarnos con él. La
detención de Julian Assange es el principio del incendio.
Fuente, vìa :
http://www.jornada.unam.mx/2010/12/08/index.php?section=opinion&article=a05a1cul
http://www.jornada.unam.mx/2010/12/08/index.php?section=opinion&article=a05a1cul
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