“Una tarde -cuenta
Doxiadis- estaba sentado ante la ventana de mi despacho contemplando la
ciudad de Atenas, que se extiende en todas las direcciones. El sol
poniéndose, a mi derecha, mostraba la ciudad en pleno relieve. Los muros
que encaraban el Poniente se veían nítidos. Los que miraban al Levante,
confusos. Las estrechas calles parecían precipicios, llenas de autos y
de gente. Todo estaba cubierto por una nube cuya parte más oscura
flotaba sobre el olivar en donde Platón había dado sus lecciones y la
parte más clara en la lejanía, por encima del mar, a mi izquierda. Ésta
es la ciudad de Atenas, me dije, una de las muchas ciudades del mundo
que no nos satisfacen en ningún aspecto, una de las ciudades que el
hombre ha construido y animado, y que continúa construyendo, si bien ya
está fuera de su control…
“Los últimos rayos
del sol caían sobre la Acrópolis, que ocupaba el centro de la escena.
Este gran proyector natural, dejando la ciudad moderna en la penumbra,
me ayudó a volver hacia el pasado y recordar la belleza de la Atenas
clásica, aquella pequeña ciudad de cincuenta mil habitantes construida
en la vertiente norte de la Acrópolis, que fue origen de la democracia y
de la cultura occidental. Esta Atenas del pasado es ahora una caracola
vacía, tan bella como una que encontremos en la playa, pero tan muerta
como la mente que la creó…
“La noche iba
avanzando, muchas de las luces se habían apagado, pero yo estaba sentado
pensando que la ciudad que estamos construyendo hoy es peor que la
ciudad de ayer. En este sentido es, sin más, un mal lugar, una dystopía.
¿Por qué construirla, entonces?”
Dejemos allí
la pregunta de Doxiadis (tal vez un poco ingenua, incluso para la época)
y tratemos de explorar la dystopía del presente, en una ciudad de
Atenas que incluyendo el conurbano llega a los cinco millones de
habitantes; una ciudad que esta semana ha sido el escenario de protestas
populares y de una violenta represión.
Del
Plan Marshall al Plan Merkel
En 1946, un
telegrama del Foreign Office británico a Washington, advirtiendo que la
situación en Grecia se les escapaba de las manos y que ese país europeo,
cuna de la democracia occidental, marchaba raudamente hacia el
comunismo, desencadenó un programa de ayuda económica y financiera sin
precedentes, luego conocido como Plan Marshall.
En
cuatro años, los EEUU aportaron en el marco del plan más de 13 mil
millones de dólares (lo que no era poco, si pensamos que las monedas de
Europa estaban totalmente depreciadas. Cada dólar costaba, en Hungría,
once millones de pengös). Claro que, en aquel naciente mundo bipolar
donde había comenzado la Guerra Fría, el salvataje económico occidental
estaba condicionado a una completa subordinación política y militar de
los países que lo solicitaban.
El politólogo
norteamericano (de origen griego) James Petras ha publicado
recientemente un ilustrativo artículo titulado “La maldición de tres
generaciones de Papandreus” (Al-Jazeerah, 22/3/10).
Allí,
la primera traición de la saga habría sido la de Giorgios Papandreu,
líder de la resistencia antinazi que en 1946 desarmó a las milicias
populares (casi dos millones de hombres) y pactó la reconstrucción de
Grecia en los términos en que lo proponían Inglaterra y los EEUU,
colaborando luego con varias dictaduras militares de su país, en el
oscuro ciclo 1967-1974.
La segunda traición
-señala Petras- fue la de Andreas Papandreu, un socialdemócrata que
subió en el ‘81 con el 60% de los votos y la promesa de socializar la
economía, aunque lo único que hizo, además de mantener las bases
militares y los pactos con Washington, fue socializar (estatizar) la
deuda de las empresas privadas.
Giorgios
Papandreu Junior, elegido en octubre de 2009 en el marco de la mayor
crisis desatada en Grecia desde los años ’30, prometió a sus votantes
“recrear el Estado de Bienestar, dando prioridad a la inversión pública
en salud, educación y reducción de la pobreza”. Luego, siguiendo la
regla de los Papandreu (esto es una ironía de Petras), descubrió que
había una deuda externa gigantesca, dijo que había que honrar los
compromisos a toda costa y propuso una reducción de los salarios y las
jubilaciones, un recorte de los planes sociales y un aumento de los
impuestos al consumo.
El previsible estallido
popular que produjo el ajuste pudo verse por las pantallas de la
televisión mundial, el último Primero de Mayo. También pudo verse la
represión, con las mismas características que tuvo en la Argentina del
19 y 20 de diciembre de 2001. Sólo que Grecia es parte de la Unión
Europea. Sólo que el défault griego, si ocurre, causará la caída de
títulos, la devaluación del euro y quiebras en cadena a lo largo y lo
ancho de Europa, incluso en sus economías centrales.
Por
eso, copiando el modelo estadounidense (que no es otra cosa que el
modelo del capitalismo universal) esta Europa que lidera la Alemania de
Angela Merkel concedió al instante un préstamo de socorro, luego un
segundo préstamo y ya está trabajando, contra reloj, en el mayor plan de
asistencia financiera del que tenga noticias el viejo continente.
Tal
como sucedió en los Estados Unidos, en la última crisis, el Estado
acudirá en auxilio de esos mismos bancos e instituciones financieras que
causaron el desastre. Y las pequeñas economías que han sido víctimas de
esas políticas, se verán aún más perjudicadas por el encarecimiento del
crédito y la caída de la inversión.
El
Primero de Mayo pasado, en la Acrópolis de Atenas, bajo las ruinas del
Partenón, militantes de un pequeño partido comunista colgaron una
pancarta en donde se leía, escrito en dos o tres idiomas: “Pueblos de
Europa, levántense”
Libros por escribir,
canciones por cantar
¿Qué hubiera dicho el
arquitecto Doxiadis ante este nuevo claroscuro (paradojal, patético) de
su querida Atenas? Como bien escribió en su libro, la ciudad del pasado
“es ahora una caracola vacía, tan bella como una que encontremos en la
playa, pero tan muerta como la mente que la creó”.
Así
también el Estado, para esa Atenas multitudinaria que se desbordó el
Primero de Mayo, no es más que una caracola vacía, un montón de piedras
roídas por el tiempo, sobre la que se proyecta cada noche el holograma
de la democracia y la igualdad.
Lo importante,
lo verdaderamente importante, está afuera, al otro lado de los muros, en
la calle, en el hálito, en el jadeo, en la respiración agitada -o
calma- del pueblo. Un viejo, un niño, una madre, eso es lo importante.
Un joven trabajador, un campesino recién llegado, un sin papeles recién
expulsado, un desocupado, un artista, un luchador. Ésa es la moneda no
devaluable, nunca depreciable, del pueblo.
fuente, vìa:
http://www.argenpress.info/2010/05/grecia-y-la-dystopia-capitalista.html
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