domingo, 9 de mayo de 2010

Grecia y la dystopía capitalista Por: Oscar Taffetani (APE)

El arquitecto Konstantinos Doxiadis (1913-1975), alcanzó a publicar, pocos años antes de su muerte, un libro singular, titulado Entre dystopía y utopía. Allí desarrolla la tesis de la ciudad universal (o Ecumenópolis), que vendría a ser el resultado de conurbaciones y extensiones sin límite de las grandes urbes. Los párrafos iniciales de ese libro nos transportan a un escenario que por una u otra causa nos resulta familiar.

“Una tarde -cuenta Doxiadis- estaba sentado ante la ventana de mi despacho contemplando la ciudad de Atenas, que se extiende en todas las direcciones. El sol poniéndose, a mi derecha, mostraba la ciudad en pleno relieve. Los muros que encaraban el Poniente se veían nítidos. Los que miraban al Levante, confusos. Las estrechas calles parecían precipicios, llenas de autos y de gente. Todo estaba cubierto por una nube cuya parte más oscura flotaba sobre el olivar en donde Platón había dado sus lecciones y la parte más clara en la lejanía, por encima del mar, a mi izquierda. Ésta es la ciudad de Atenas, me dije, una de las muchas ciudades del mundo que no nos satisfacen en ningún aspecto, una de las ciudades que el hombre ha construido y animado, y que continúa construyendo, si bien ya está fuera de su control…

“Los últimos rayos del sol caían sobre la Acrópolis, que ocupaba el centro de la escena. Este gran proyector natural, dejando la ciudad moderna en la penumbra, me ayudó a volver hacia el pasado y recordar la belleza de la Atenas clásica, aquella pequeña ciudad de cincuenta mil habitantes construida en la vertiente norte de la Acrópolis, que fue origen de la democracia y de la cultura occidental. Esta Atenas del pasado es ahora una caracola vacía, tan bella como una que encontremos en la playa, pero tan muerta como la mente que la creó…

“La noche iba avanzando, muchas de las luces se habían apagado, pero yo estaba sentado pensando que la ciudad que estamos construyendo hoy es peor que la ciudad de ayer. En este sentido es, sin más, un mal lugar, una dystopía. ¿Por qué construirla, entonces?”

Dejemos allí la pregunta de Doxiadis (tal vez un poco ingenua, incluso para la época) y tratemos de explorar la dystopía del presente, en una ciudad de Atenas que incluyendo el conurbano llega a los cinco millones de habitantes; una ciudad que esta semana ha sido el escenario de protestas populares y de una violenta represión.

Del Plan Marshall al Plan Merkel

En 1946, un telegrama del Foreign Office británico a Washington, advirtiendo que la situación en Grecia se les escapaba de las manos y que ese país europeo, cuna de la democracia occidental, marchaba raudamente hacia el comunismo, desencadenó un programa de ayuda económica y financiera sin precedentes, luego conocido como Plan Marshall.

En cuatro años, los EEUU aportaron en el marco del plan más de 13 mil millones de dólares (lo que no era poco, si pensamos que las monedas de Europa estaban totalmente depreciadas. Cada dólar costaba, en Hungría, once millones de pengös). Claro que, en aquel naciente mundo bipolar donde había comenzado la Guerra Fría, el salvataje económico occidental estaba condicionado a una completa subordinación política y militar de los países que lo solicitaban.

El politólogo norteamericano (de origen griego) James Petras ha publicado recientemente un ilustrativo artículo titulado “La maldición de tres generaciones de Papandreus” (Al-Jazeerah, 22/3/10).

Allí, la primera traición de la saga habría sido la de Giorgios Papandreu, líder de la resistencia antinazi que en 1946 desarmó a las milicias populares (casi dos millones de hombres) y pactó la reconstrucción de Grecia en los términos en que lo proponían Inglaterra y los EEUU, colaborando luego con varias dictaduras militares de su país, en el oscuro ciclo 1967-1974.

La segunda traición -señala Petras- fue la de Andreas Papandreu, un socialdemócrata que subió en el ‘81 con el 60% de los votos y la promesa de socializar la economía, aunque lo único que hizo, además de mantener las bases militares y los pactos con Washington, fue socializar (estatizar) la deuda de las empresas privadas.

Giorgios Papandreu Junior, elegido en octubre de 2009 en el marco de la mayor crisis desatada en Grecia desde los años ’30, prometió a sus votantes “recrear el Estado de Bienestar, dando prioridad a la inversión pública en salud, educación y reducción de la pobreza”. Luego, siguiendo la regla de los Papandreu (esto es una ironía de Petras), descubrió que había una deuda externa gigantesca, dijo que había que honrar los compromisos a toda costa y propuso una reducción de los salarios y las jubilaciones, un recorte de los planes sociales y un aumento de los impuestos al consumo.

El previsible estallido popular que produjo el ajuste pudo verse por las pantallas de la televisión mundial, el último Primero de Mayo. También pudo verse la represión, con las mismas características que tuvo en la Argentina del 19 y 20 de diciembre de 2001. Sólo que Grecia es parte de la Unión Europea. Sólo que el défault griego, si ocurre, causará la caída de títulos, la devaluación del euro y quiebras en cadena a lo largo y lo ancho de Europa, incluso en sus economías centrales.

Por eso, copiando el modelo estadounidense (que no es otra cosa que el modelo del capitalismo universal) esta Europa que lidera la Alemania de Angela Merkel concedió al instante un préstamo de socorro, luego un segundo préstamo y ya está trabajando, contra reloj, en el mayor plan de asistencia financiera del que tenga noticias el viejo continente.

Tal como sucedió en los Estados Unidos, en la última crisis, el Estado acudirá en auxilio de esos mismos bancos e instituciones financieras que causaron el desastre. Y las pequeñas economías que han sido víctimas de esas políticas, se verán aún más perjudicadas por el encarecimiento del crédito y la caída de la inversión.

El Primero de Mayo pasado, en la Acrópolis de Atenas, bajo las ruinas del Partenón, militantes de un pequeño partido comunista colgaron una pancarta en donde se leía, escrito en dos o tres idiomas: “Pueblos de Europa, levántense”

Libros por escribir, canciones por cantar

¿Qué hubiera dicho el arquitecto Doxiadis ante este nuevo claroscuro (paradojal, patético) de su querida Atenas? Como bien escribió en su libro, la ciudad del pasado “es ahora una caracola vacía, tan bella como una que encontremos en la playa, pero tan muerta como la mente que la creó”.

Así también el Estado, para esa Atenas multitudinaria que se desbordó el Primero de Mayo, no es más que una caracola vacía, un montón de piedras roídas por el tiempo, sobre la que se proyecta cada noche el holograma de la democracia y la igualdad.

Lo importante, lo verdaderamente importante, está afuera, al otro lado de los muros, en la calle, en el hálito, en el jadeo, en la respiración agitada -o calma- del pueblo. Un viejo, un niño, una madre, eso es lo importante. Un joven trabajador, un campesino recién llegado, un sin papeles recién expulsado, un desocupado, un artista, un luchador. Ésa es la moneda no devaluable, nunca depreciable, del pueblo.

Calcando y copiando sus propias recetas, al Norte y al Sur, al Este y al Oeste, un poder sin nombre y sin número se descarga sobre la humanidad. Es la dystopía, el modelo perverso, la negación de la vida. A ese poder resisten, con insospechados recursos, los pueblos. Y su mejor libro aún no ha sido escrito. Y su mejor canción aún no ha sido cantada.

fuente, vìa:
http://www.argenpress.info/2010/05/grecia-y-la-dystopia-capitalista.html

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