El
empobrecimiento relativo de los grupos medios y las clases trabajadoras,
en un contexto de enfebrecida presión consumista y agresiva
sofisticación de los sistemas financieros, incentivó el endeudamiento a
fin de sostener el crecimiento del consumo y, con este, el de la
economía en su conjunto. Cuando en 2007 se precipita la crisis
hipotecaria, lo que luego se produjo, en varias etapas sucesivas, fue el
estrepitoso desmoronamiento de un edificio de especulación cuya base
era el crecimiento en espiral de las deudas privadas.
El
ciclo del endeudamiento privado choca así con pared. En el caso de
Estados Unidos, ello se manifiesta en la aún inconclusa crisis
inmobiliaria. Muchas familias continúan perdiendo su vivienda y, sin
duda, pasará mucho tiempo antes que los precios de los inmuebles
recuperen sus niveles previos a la crisis. Ello pone un freno al
endeudamiento y obliga a un ajuste en los presupuestos familiares que,
muy probablemente, se extenderá por varios años. Esto, a su vez,
compromete la sostenibilidad del crecimiento de la economía
estadounidense, justo porque, con mucha diferencia, su principal soporte
del lado de la demanda es el consumo de las familias.
El
enorme endeudamiento asumido por los bancos –que condujo al sistema
financiero a una situación de colapso- posiblemente se ha alivianado
mediante un mecanismo perverso: la socialización masiva de pérdidas,
gracias a los creativos mecanismos puestos en marcha por diversos
organismos del Estado durante los últimos dos años (compra masiva de
activos tóxicos por la Reserva Federal, los paquetes de rescate
financiero, la garantía estatal de deuda, etc.). De ahí que los grandes
bancos –responsables directos del desastre- hayan pasado, como por
ensalmo, de las pérdidas catastróficas a las ganancias más
espectaculares. En cambio, el ajuste presupuestario de las familias
queda librado a sus propias posibilidades, y se ve dificultado por los
altos niveles de desempleo que persistirán todavía por mucho tiempo.
Todo ello tendrá implicaciones de mediano y largo plazo.
Entretanto,
en Estados Unidos como en Europa, los desequilibrios fiscales se
agudizaron de forma extraordinaria y, con ello, la deuda pública
literalmente ha explotado. Ello es fruto de varios factores combinados:
la caída de los ingresos fiscales resultantes de la recesión; el costo
inmenso del rescate de los sistemas financieros; las políticas fiscales
excepcionalmente expansivas necesarias para frenar la debacle económica.
Vemos así ejecutarse un movimiento de traslación desde la deuda privada
hacia la pública. Es decir, el sostenimiento del sistema parece
depender crucialmente de la deuda. En un ayer muy reciente, el
endeudamiento privado descontrolado. Hoy la bola de nieve de la deuda
pública.
Pero conforme esta crece, aparecen
tensiones que fácilmente se desbordan por los puntos más vulnerables. Es
lo que estamos observando en Europa. Empieza en Grecia y, en cosa de
días, la bola de demolición (la famosa metáfora de Soros a raíz de las
crisis financieras de 1997-1998) golpea a España, Portugal e Irlanda. De
momento frenaron el colapso, pero recurriendo a mecanismos que tienen
toda la apariencia de ser una simple posposición del problema. Lo tiran
para adelante, pero posiblemente no mucho.
La
Unión Europea y el Fondo Monetario Internacional conciertan, primero, un
paquete conjunto (unos $ 140 mil millones) para el “rescate” de Grecia
y, en seguida, proponen un súper-paquete de casi $ 1 000 millones, como
respaldo para cualquiera otra economía que pudieran verse amenazada.
El recuento de los daños se resume entonces en lo siguiente:
hace muy poco frenaron la debacle de los sistemas financieros y las
economías mediante deuda pública. Ahora enfrentan la crisis de la deuda
pública mediante…más deuda pública. Es paradójico y no demasiado
prometedor.
Por otra parte, la negociación que
conduce a este acuerdo implica condiciones extremadamente severas para
los países que se suponen están siendo salvados. No se diga Grecia;
véase el caso español. El tipo de recorte fiscal que deben aplicar es
tan brutal que garantiza, casi con total seguridad, el retorno a la
recesión, de la cual España daba algunas débiles y vacilantes señales de
estar saliendo. Empujada otra vez cuesta abajo, ¿qué posibilidades
reales tendrá España de cumplir con sus deudas y no ser arrastrada a la
bancarrota?
La amenaza que representaría una
moratoria de pagos por parte de los españoles ya es asunto
suficientemente grave. Pero el panorama se vuelve mucho más incierto al
observar que economías más grandes que la española –Italia e incluso
Gran Bretaña- están bajo amenaza.
¿Pero acaso
Estados Unidos es muy distinto? Sus niveles de déficit fiscal se acercan
a los peores casos europeos y el ritmo de crecimiento de su deuda
federal es vertiginoso. Tiene la ventaja de que su moneda nacional es al
mismo tiempo la divisa universal, lo cual facilita –lo ha hecho por
mucho tiempo- que el resto del mundo financie sus excesos. Disponen de
dos alternativas adicionales para manejar la deuda: el crecimiento
económico y la inflación. Lo primero empequeñecería la deuda
relativamente al tamaño de su producción nacional. Lo segundo tiene un
efecto de “licuación”; cada dólar de deuda pagado implicará menos bienes
y servicios sacrificados.
Y, sin embargo,
todas estas son apuestas muy inseguras. Que el resto del mundo –y en
especial la China- quieran seguir financiando al infinito la deuda
estadounidense es cosa harto incierta, lo cual proyecta sombras de duda
sobre la estabilidad y solidez del dólar (peor para la economía mundial,
ahora que ya no queda duda posible acerca de la vulnerabilidad del
euro). Incluso bajo las hipótesis más optimistas el crecimiento
económico de la economía estadounidense –como comenté anteriormente-
difícilmente recuperará en los próximos años los niveles del período
inmediato anterior a la crisis. La alternativa inflacionaria podría ser
más eficaz pero constituye una salida peligrosa, un arma de doble filo.
En
lo inmediato, el fantasma de la recesión parece reinstalarse con
firmeza en Europa, lo que recortará los índices de crecimiento económico
mundial, incluyendo Estados Unidos. No es descabellado pensar que la
crisis europea de la deuda dará en próximos meses nuevos y peligrosos
bandazos, en cuyo caso no debería descartarse que el “contagio” alcance a
la deuda estadounidense.
fuente, vìa:
http://www.argenpress.info/2010/05/la-crisis-economica-entra-en-una-nueva.html
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