Venezuela. ¿A dónde va a parar esto? Es una pregunta recurrente en las calles venezolanas. La mayoría de la población palpa los efectos cotidianos del descalabro económico: la inflación más alta del hemisferio occidental y una de las más altas del mundo, 56.2 por ciento en 2013, así como un alto índice de escasez de productos de primera necesidad, sobre todo fuera de la capital.
Las perspectivas son aún más sombrías,
pues con un déficit fiscal cercano al 15 por ciento y menguadas reservas
internacionales, el gobierno realizó dos devaluaciones monetarias en lo
que va del año y anuncia más medidas de ajuste, como aumentos
sustanciales en los precios de los alimentos y de la gasolina.
Ese malestar social que bulle desde
abajo se ha reflejado, aunque distorsionadamente, en la evolución del
último mes de protestas. Lo que arrancó en febrero como una campaña de
corte provocador por parte de algunas decenas de activistas de derecha,
ligados al partido Voluntad Popular, que clamaban por “la salida” de
Maduro, en un par de semanas escaló a una protesta masiva en virtud de
la nerviosa represión del gobierno.
El 12 de febrero, día en que se
realizaron una serie de marchas que reunieron a miles de personas en las
principales ciudades del país para exigir la liberación de los
estudiantes detenidos en las jornadas previas, el Servicio Bolivariano
de Inteligencia Nacional (Sebin) y los cuerpos parapoliciales del
Partido Socialista Unido de Venezuela (PSUV) asesinaron a tres personas
en Caracas, y balearon a decenas más. Éste fue el detonante de una
protesta de enormes proporciones, que abarcó desde cacerolazos en zonas
populares y marchas multitudinarias hasta el levantamiento de barricadas
en las zonas residenciales de clase media.
Las amenazas de Maduro de limitar el
derecho a la protesta, las acciones de los grupos parapoliciales, las
restricciones al derecho a la información (los medios de radio y
televisión se abstienen de brindar información en directo sobre las
protestas), así como los asesinatos de manifestantes por parte de la
Guardia Nacional Bolivariana, han atizado el malestar general.
Desde comienzos de marzo las protestas
han menguado, desgastadas por la incapacidad de su dirigencia visible de
brindar objetivos concretos a las movilizaciones o realizar exigencias
en materia económica y social. Los activistas de “la salida”, vinculados
al ala más derechista de la Mesa de la Unidad Democrática (MUD) y sus
agentes en el movimiento estudiantil, al percibir el aislamiento apelan a
métodos criminales para sostener su campaña provocadora.
Aproximadamente la mitad de la treintena de víctimas mortales de la
violencia política del último mes cayeron por la acción de alambres
tendidos como trampas para motociclistas, accidentes de tránsito
relacionados con las barricadas o disparos efectuados contra vecinos
desde ellas.
Las ciudades andinas de Mérida y San
Cristóbal, en las que el problema de la escasez es mayor, permanecen
prácticamente sitiadas por ese sector derechista, cuya propaganda es
cada vez más venenosa. Por ejemplo, en las últimas semanas adoptaron
como emblema la bandera de la Guerra a Muerte decretada por Bolívar
durante el proceso independentista, otorgándole connotaciones
semifascistas. La mayoría de la MUD, encabezada por Capriles, se
encuentra en crisis, casi en la parálisis.
El gobierno, por su parte, acompaña su
arremetida contra las libertades democráticas con una profundización del
ajuste. Mediante la figura de unas “Conferencias de paz” con los
sectores más importantes de la burguesía, agrupados en Fedecámaras,
Maduro acordó mayores concesiones a los empresarios. No solo ha
implementado aumentos superiores al cien por ciento en los precios de
algunos alimentos, también elevó del 40 al 60 por ciento las retenciones
de divisas por parte de los exportadores privados, un importante
incentivo dada la gran disparidad entre el tipo de cambio oficial y el
no oficial. Los exportadores, incluyendo grandes empresas como Polar y
transnacionales como Nestlé, correspondieron con un manifiesto de apoyo
al gobierno. Con un nuevo endeudamiento con China, Maduro también
intenta ganar tiempo.
El supuesto “golpe suave”, denunciado
por el gobierno en febrero para llamar a las bases chavistas a cerrar
filas, ya fue desestimado por el propio presidente Maduro, quien aseguró
que éste había sido “derrotado”. En realidad en ningún momento hubo un
golpe en curso. Las recientes declaraciones del secretario de Estado
yanqui, John Kerry, en las que alegaba que los gobiernos
latinoamericanos no han mostrado interés en mediar en la crisis
venezolana, revelan la relativa debilidad del imperialismo, aunque su
injerencia por la vía del financiamiento de organizaciones de derecha es
una forma de agresión no desdeñable.
De cualquier forma, es significativo que
en el momento más álgido de la crisis Maduro haya nombrado
unilateralmente un embajador ante Washington y algunos días antes haya
llegado a un acuerdo multimillonario con la petrolera Repsol. Maduro
recibió incluso un espaldarazo de Chevron, la principal transnacional
petrolera con operaciones en Venezuela, menos de una semana antes del
inicio de las protestas.
La clase trabajadora, que ha
protagonizado casi la mitad de las más de 15 mil protestas sociales de
los últimos tres años, aún no se ha hecho sentir con voz propia en la
coyuntura. El Partido Socialismo y Libertad y la Corriente Clasista,
Unitaria, Revolucionaria y Autónoma (C-cura), encabezada por Orlando
Chirino y José Bodas, convocaron para el 21 de marzo a un Encuentro
Sindical y Popular en Caracas, junto con la Unión Nacional de
Trabajadores, que representa a un sector de la disidencia sindical del
chavismo, así como otras organizaciones de base que se han incorporado a
la convocatoria, con miras a acordar acciones para enfrentar el ajuste y
exigir que la crisis la paguen quienes la generaron, la alta burocracia
y los empresarios, así como defender las libertades democráticas y
salirle al paso a la violencia de “la salida” propugnada por un sector
de la derecha.
Ante la implosión del proyecto
nacionalista denominado “socialismo del siglo XXI”, que nunca se propuso
realmente salir de las márgenes de un capitalismo semicolonial y
dependiente, se abre la posibilidad de reagrupar fuerzas en el
movimiento obrero y popular, y fortalecer una alternativa política
verdaderamente socialista.
El autor, militante del Partido
Socialismo y Libertad, publicó originalmente este artículo en
laclase.info. Se reproduce y actualiza con su autorización expresa.
http://desinformemonos.org
http://desinformemonos.org/2014/03/venezuela-a-donde-va-a-parar-todo/
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