jueves, 3 de marzo de 2011

Sociedad: ¿Qué fue la URSS? (2)

En esta segunda nota sobre la URSS critico la tesis que sostiene que fue un régimen proletario burocrático (o un Estado obrero burocratizado), y doy las razones por las cuales pienso que se debería caracterizar a la Unión Soviética como un tipo de régimen burocrático, no obrero y no capitalista, que fue el resultado de una transición al socialismo bloqueada.
Tesis Estado obrero burocrático
La idea de que la URSS fue un régimen proletario, pero burocrático, fue desarrollada por Trotsky y el movimiento trotskista. El planteo de Trotsky es bastante complejo, y aquí solo presento un esbozo del mismo.
Trotsky comienza distinguiendo entre la dictadura del proletariado, o Estado obrero, y el socialismo, en el sentido que lo hacía el marxismo clásico, y por lo tanto rechaza la tesis de Stalin, de que la URSS había entrado en la fase del socialismo. En la medida en que en la URSS existía un poderoso Estado represivo, y tensiones y diferencias sociales, afirmaba Trotsky, no podía hablarse de socialismo. A partir de aquí, presenta un análisis del surgimiento de la burocracia sustentado en las categorías marxistas. Se inspira en la idea -de Marx y Engels en La ideología alemana- de que el desarrollo de las fuerzas productivas es una premisa necesaria para eliminar a las clases sociales, porque de lo contrario solo se generalizaría la indigencia, y volvería todo lo anterior. Pero ese desarrollo estaba ausente en los comienzos del régimen soviético. Encerrado en sus fronteras, y con una economía atrasada, se generaron así las condiciones para que el Estado, controlado por una casta. se apropiara de la parte del león de lo producido (Trotsky, 1973). De aquí también que el socialismo en un solo país fuera inconcebible; era necesario superar el desarrollo capitalista, y esto solo podía ocurrir en una escala internacional.
Por otra parte Trotsky recuerda que ya Marx había previsto que bajo el régimen de la dictadura del proletariado, e incluso en la primera fase del comunismo, seguirían en pie las normas de distribución burguesas (a cada cual según su trabajo). Por lo tanto, en una sociedad de escasez y penuria extrema, como era la soviética en la década de 1920, hay tensiones y disputas por la riqueza disponible, lo que genera las condiciones para que la burocracia adquiera un papel creciente, en tanto árbitro y agente distribuidor de la riqueza (Trotsky, 1973). A partir de esta función, y montada sobre las relaciones de producción estatizada, pero también sobre las relaciones de distribución burguesas, la burocracia pudo apropiarse del excedente. Y para defender esta apropiación eliminó la democracia obrera, reprimió a las tendencias revolucionarias (también en la Internacional Comunista) y armó un formidable aparato de represión contra la propia clase obrera. Sin embargo, sostiene Trotsky, a pesar de ese rol políticamente contrarrevolucionario, la burocracia tenia una función dual, ya que por un lado defendía y consolidaba normas de distribución burguesas, pero por otra parte no podía sostenerse sin defender el fundamento social de la URSS, que era la industria nacionalizada. En consecuencia la burocracia tenía un “carácter burgués” (Trotsky, 1937), pero jugaba un rol progresivo en la medida en que conservaba las relaciones de propiedad estatales. Por eso también consideraba que el aparato stalinista, a pesar de sus ataques a la clase obrera, “mantiene un significado progresivo como guardián de las conquistas sociales de la revolución” (Trotsky, 1933). Y en el Programa de Transición contempló la posibilidad de que frente a intentos restauracionistas del ala “de derecha” de la burocracia, los trotskistas podrían realizar una alianza táctica con el ala stalinista, para defender la propiedad estatal.
Por otra parte Trotsky preveía que era muy probable que se acentuaran las tendencias pro capitalistas de la burocracia, o por lo menos de alas significativas de ella; y hacia el final de su vida, planteó que la burocracia explotaba a la clase obrera (véase Trotsky, 1939). Sin embargo, en el Programa de Transición (de la Cuarta Internacional, de 1938) puso el acento en la eliminación de los “privilegios” y de la “aristocracia soviética con sus grados y condecoraciones”, y no menciona que haya una relación de explotación. En ningún escrito encontramos desarrollada, ni sistematizada, la idea de “explotación”. En este punto precisemos que los seguidores de Trotsky, o por lo menos muchos de ellos, consideraron sin embargo que la burocracia soviética tenía un carácter de clase proletario. “La burocracia soviética es obviamente todavía una burocracia obrera”, escribía Mandel a fines de los 80 (Mandel, 1988, p. 171, nota). Nahuel Moreno, un dirigente trotskista argentino importante, también participaba de esta idea (el tema tiene consecuencias sobre la caracterización de las burocracias sindicales en países capitalistas, pero no lo podemos tratar aquí).
Con respecto a la naturaleza del Estado soviético, continuaba siendo, a los ojos de Trotsky, un Estado proletario. Afirmaba que “… el régimen que preserva la propiedad expropiada y nacionalizada a los imperialistas es, independientemente de las formas políticas, la dictadura del proletariado” (Trtosky, 1937). Por este motivo, al mismo tiempo que sostenía que la burocracia era un órgano burgués, introducido en el Estado obrero, planteaba que la clase obrera era “la clase dominante”. Esto lo llevó a sostener que la dominación del proletariado se ejercía a través de una casta cuya carácter de clase era burgués. Trotsky no veía contradicción en esta tesis. Explicaba que en la historia se habían dado estos casos; por ejemplo, la monarquía semi feudal prusiana había llevado adelante un programa en beneficio de la burguesía (ídem).
A su vez, frente a los que planteaban que la burocracia era una clase social, Trotsky respondía que en la medida en que no fuera propietaria de los medios de producción, no podía conformar una clase. También rechazó la idea de que la URSS no fuera un régimen ni obrero ni capitalista, con el argumento de que era imposible que hubiera una tercera posibilidad. Aunque, también hacia el final de su vida, sostuvo que si la clase obrera soviética se demostraba incapaz “de tomar en sus manos la dirección de la sociedad”, podría desarrollarse “una nueva clase explotadora a partir de la burocracia fascista bonapartista” (Trotsky, 1971, p. 10). En ese caso, afirmaba, “habría que considerar en retrospectiva que la URSS no habría sido un régimen transicional al socialismo” (ídem; énfasis agregado). Preveía que si se produjese una derrota de proporciones, podría surgir una sociedad de explotación “no obrera, no burguesa, o colectivismo burocrático” (ídem, p. 38).
Desde el punto de vista del método de análisis, Trotsky siempre enfatizó que en tanto no se aboliera la estatización, no se había producido un cambio cualitativo en la naturaleza del régimen social iniciado con la revolución de Octubre de 1917.
Necesidad de revisar esta caracterización
Para desarrollar la crítica a esta concepción, partamos del problema que dejó planteado Trotsky: si la clase obrera soviética se demostraba incapaz de tomar en sus manos la dirección de la sociedad, podía desarrollarse una burocracia explotadora (“fascista bonapartista”), y en ese caso habría también que reconsiderar, en retropectiva, la caracterización de la URSS que el mismo Trotsky defendía en los treinta. Hasta donde alcanza mi conocimiento, el movimiento trotskista de conjunto jamás reflexionó sobre esta cuestión; pero merece examinarse. Es que Trotsky aquí deja abierta la posibilidad teórica de que hubiera una burocracia explotadora (distinta de la clase capitalista), en un régimen distinto de la dictadura del proletariado. Por otra parte, aplica un criterio político para esa re-evaluación en retrospectiva, a saber, que la clase trabajadora se mostrara capaz, o no, “de tomar la dirección de la sociedad” después de la guerra. Y abre la posibilidad de que hubiera un régimen social que debería definirse utilizando una doble negación, “no obrero y no capitalista”, planteando con ello una nueva categoría, “colectivismo burocrático”, para designar esa eventual explotación burocrática. Con esto destaco -frente a algunos que son “más papistas que el Papa”- que en Trotsky encontramos, en estos últimos escritos, un esfuerzo por captar la complejidad de un proceso que, cada vez más, no se dejaba encasillar en las categorías habituales.
Pero además es importante preguntarnos qué sucedió en la URSS durante y después de la guerra, con la clase obrera y el poder político. Durante la guerra, porque cuando se produjo la invasión de Hitler a la URSS, las tropas nazis fueron saludadas como “liberadoras” por los primeros pueblos soviéticos que encontraron. Este hecho es histórico, y llevó a que el régimen de Stalin acusara a pueblos enteros de colaboracionistas con los nazis, anulara sus repúblicas socialistas autónomas (o regiones), y deportara a cientos de miles de personas, entre 1943 y 1945, hacia regiones remotas de Asia. Es significativo que en el trotskismo, casi no se hablara de cómo podía encajar esa actitud de pueblos soviéticos ante los ocupantes nazis, con la caracterización de la URSS como “Estado obrero”.
Por otra parte, y con respecto a la situación posterior a la guerra, el régimen permaneció, por lo menos, tan ajeno al control de los trabajadores como al momento en que Trotsky escribía sobre la URSS. Sin embargo en el trotskismo la caracterización de la URSS se mantuvo invariable. Incluso la Cuarta Internacional consideró que la burocracia soviética había cumplido -aunque con métodos burocráticos- un rol históricamente progresivo en Europa del Este, al extender las estatizaciones, y con ellas, los “Estados obreros burocráticos”. Se consideraba entonces que estos países estaban, de alguna manera, en transición al socialismo.
De todas maneras dentro del trotskismo hubo excepciones, siendo la más significativa la de Natalia Sedova Trotsky (viuda de Trotsky), quien renunció a la Cuarta Internacional, en 1951. En su carta de renuncia, Natalia Sedova sostuvo que la revolución ya había sido destruida por el stalinismo; que en la Unión Soviética se había consolidado una aristocracia tiránica y privilegiada; y que esto constituía el desenlace del curso hacia la derecha, que había descrito Trotsky. También planteó que el rol del stalinismo en Europa del Este no había sido progresista y revolucionario, sino reaccionario, ya que había ahogado en sangre a los pueblos que se levantaron a la caída del nazismo. Lo central, en la consideración de Sedova, era que el poder de los trabajadores había sido completamente liquidado, y por lo tanto la URSS no podía identificarse con un estado obrero (ver Sedova Trotsky, 1951). Aquí la estatización no es condición suficiente para definir la existencia del poder obrero estatal, ni para afirmar que estemos frente a una sociedad en transición al socialismo.
Sin embargo, fue la manera en que cayó la URSS la que puso de la forma más clara la necesidad de repensar la caracterización. Es que ante los acontecimientos de fines de los 80 y principios de los 90 los pronósticos y categorías que manejaban los trotskistas estallaron por los aires. En este punto presento mi experiencia personal, ya que hasta 1990 milité en el trotskismo (mi ruptura se produjo en buena medida a raíz de estas cuestiones).
Cuando a fines de los años 80 los trotskistas comenzaron a introducir en la URSS y Europa del Este los escritos de Trotsky, estaban convencidos de que los trabajadores, apenas los leyeran, se sentirían identificados con ellos. Por aquellos tiempos (fines de los 80, principios de los 90) reinaba el mayor de los optimismos en las filas de casi todas las organizaciones que se reclamaban de la tradición de la Cuarta Internacional. “Se restablece la conexión histórica con el movimiento obrero soviético”; “los trabajadores soviéticos van a defender las conquistas de la Revolución de Octubre”; “es imposible que vuelva el capitalismo a menos que la burguesía mundial aplaste a los trabajadores en una guerra civil abierta”; “las dos Alemania no se podrán unificar, a menos que haya una guerra a escala europea entre los Estados”, fueron algunas de las tantas afirmaciones que se hicieron por aquellos días. Todo coronado con la idea de “llegó la hora del trotskismo”, porque “el proceso revolucionario en la URSS indica que las masas trabajadoras retoman el curso de su acción histórica, independiente de la burocracia”. ¿Cómo podía ser que las masas trabajadoras no defendieran a “su” régimen de las fuerzas que buscaban la restauración capitalista? Incluso había grupos que estaban esperanzados en que la fracción “centrista” de la burocracia defendiera las “bases sociales” de la URSS.
Sin embargo, nada de esto sucedió. La burocracia de conjunto viró hacia el capitalismo, no hubo guerra civil (obreros contra restauracionistas) en la URSS, las Alemania se unificaron sin conflictos armados mundiales… Por supuesto, lo más inesperado fue la reacción de los propios trabajadores soviéticos ante las caracterizaciones de la Cuarta Internacional. Recuerdo que a comienzos de 1990 compañeros trotskistas me decían que el punto que más conflicto generaba en las reuniones con los trabajadores era la caracterización del régimen como “obrero”. “¿Qué tiene que ver esto con nosotros?”, era la pregunta infaltable. Personalmente participé en discusiones -aunque en Budapest- con activistas que se consideraban a sí mismos “socialistas”, y no podían admitir que se tratara a esos regímenes de “proletarios” (por más que adjuntáramos el adjetivo “burocrático”). En cuanto a la salida política, lo más a la izquierda que llegaban era a concebir un socialismo “a lo Suecia” aplicado en el Este. El sentimiento era generalizado. La cuestión también se combinaba con la discusión sobre el carácter de clase de la burocracia gobernante, ya que no había manera de convencer a los trabajadores de que la dirigencia soviética era “proletaria”, como afirmaban muchos dirigentes de la Cuarta Internacional.
Naturalmente, este pensamiento generalizado en la clase trabajadora se reflejó en la manera en que avanzaron las privatizaciones, junto al estímulo al capital privado. La resistencia fue mínima, a pesar de lo que quieren hacer creer algunos, que ven “revoluciones obreras en ascenso” a cada paso. Apenas hubo entrega de los “vouchers” (o bonos) a los trabajadores, como último tributo formal a la propiedad “socialista”. Pero era una cortina para disimular que las empresas estaban cayendo en manos privadas. Nadie se engañaba, en el fondo. Desde los últimos años del régimen había empresas que estaban siendo privatizadas (bajo la cubierta de las cooperativas), sin que el proceso encontrara alguna resistencia apreciable de parte de la clase obrera. Además, después de 1990 se abrían nuevos emprendimientos, con libertad para la contratación de mano de obra. La “amarga verdad” era que los trabajadores no identificaban a la industria nacionalizada con el poder obrero. Hubo guerras, pero nacionalistas (como en la ex Yugoslavia); no hubo guerra de clases en el Centro y Este de Europa por imponer, o impedir, el avance del capitalismo. La tesis de que la URSS era un Estado proletario, aunque burocrático, no resistió la prueba de los acontecimientos. Algo fallaba, y de manera esencial.
Estatización y Estado obrero
Tal vez la falla fundamental del enfoque trotskista sobre la URSS consiste en haber identificado mecánicamente la existencia de la estatización (utilizo los términos estatización y nacionalización como sinónimos) de los medios de producción con una relación de producción socialista, o proletaria. Se pensaba que la estatización generalizada era socialista porque impedía el desarrollo del capitalismo. Sin embargo, la realidad es que impedir que prospere el capitalismo no equivale mecánicamente a impulsar la transformación de la sociedad en dirección socialista. Recordemos al respecto que el objetivo del socialismo es que los productores directos administren los medios de producción, y se eliminen las formas burguesas de división del trabajo, en particular la división entre trabajo manual e intelectual. Y la nacionalización de los medios de producción, en sí misma, no genera impulso alguno hacia la socialización. Solo adquiere un sentido socialista si es un momento en el desarrollo hacia el socialismo; en otras palabras, encierra la posibilidad de iniciar el tránsito al socialismo, pero por sí misma no decide la evolución ulterior. Por este motivo un Estado obrero no se puede definir como tal a partir de la mera existencia de la estatización de los medios de producción.
Es cierto que el Estado soviético mantuvo durante décadas la estatización, impidiendo la vuelta al capitalismo. Sin embargo, no solo mantenía la estatización, sino también luchaba -en oposición a los trabajadores y las corrientes críticas de izquierda- por impedir el avance hacia la socialización. Y sobre esta base se erigió un sistema de extracción del excedente generado por los productores directos. De manera que la URSS, bajo el régimen burocrático, no estaba en transición al socialismo. No existía impulso económico alguno que llevara a la socialización, y el poder político bloqueaba cualquier tipo de transición. Pero un Estado que impide la transición, no puede ser considerado un Estado proletario (o una dictadura proletaria), cuyo contenido se define precisamente por el hecho de que impulsa la transición al socialismo. Si bien Trotsky tenía razón al afirmar, en polémica con sus críticos, que la política es “economía concentrada”, sin embargo pasó por alto que esa “economía concentrada” no se limitaba a la relación de producción estatizada, ya que también incluía la política estatal destinada a bloquear el avance hacia la gestión colectiva.
Estas consideraciones también permiten responder otro de los argumentos de Trotsky, la posibilidad de que en la URSS la burocracia hubiera sustituido a la clase obrera, a la manera de lo sucedido en Alemania en el siglo XIX. Esta tesis sería aplicable al caso soviético si el poder estatal hubiera, de alguna manera, favorecido el desarrollo y profundización de las relaciones socialistas. Pero no es lo que sucedió. Más en general, puede decirse que no existe automatismo económico que genere la socialización, y por lo tanto es imposible que haya transición al socialismo por fuera de la aplicación de un programa que conscientemente se plantee esa meta.
Cambio cualitativo y transición bloqueada
Otro de los argumentos favoritos de Trotsky, frente a los que sostenían que la URSS ya no era, en los años 30, un Estado proletario, consistía en señalar que no se había producido un cambio cualitativo en las relaciones de propiedad. Pero desde el abordaje que estamos proponiendo, en cambio, sí se advierte que hubo un cambio de tipo cualitativo, en el sentido del retraimiento de la actividad de los trabajadores, y el avance de la burocracia, que estabiliza una relación de explotación. Ya en sus últimos años de vida Lenin anotaba con preocupación la manera en que se había desarrollado la burocracia (por ejemplo, en enero de 1923 escribía que el aparato estatal “representa en su mayor parte una supervivencia del antiguo aparato”), y en ocasión de la discusión sobre los sindicatos y la NEP, había caracterizado al Estado como “proletario, con deformaciones burocráticas”.
Sin embargo, en los años posteriores lo que eran “deformaciones” adquirieron características orgánicas, y el aparato estatal se enfrentó, con represión abierta, a las fuerzas que pugnaban por la socialización. En especial, entre el período de la colectivización forzosa y la terminación del llamado Tercer Proceso de Moscú, en 1938, ocurrieron cambios tan profundos, que generaron un abismo social entre los productores directos y la burocracia. Se trató de una catástrofe humana, de proporciones colosales, que implicaron la ruptura de la alianza de los campesinos con el régimen; la muerte de millones de personas; la eliminación de la vanguardia revolucionaria y crítica; la extensión del terror entre la clase trabajadora (por cualquier falta menor en el trabajo, o discrepancia, se podía terminar en un campo de trabajo forzado); y el consiguiente reforzamiento de la burocracia como un grupo explotador. Para tener una aproximación a lo sucedido, digamos que cálculos realizados luego de la caída de la URSS, utilizando la apertura de los archivos del régimen, y estadísticas censales, dan como resultado que entre 1930 y 1936 habría habido en la Unión Soviética 8,6 millones de muertes no explicadas, que se deben atribuir a la colectivización, al hambre y la industrialización forzada; de ellas, 2,8 millones corresponderían solo a la colectivización. Por otra parte, 1,1 millones serían las muertes por el Gran Terror de 1936-1937 (Rosefielde, 1996). En aquellos años se eliminaron dirigentes y militantes del partido, de los sindicatos, los soviets, el ejército, y líderes en todo tipo de actividades del arte y la ciencia. Según el informe Kruschov al XX Congreso del PCUS, de los 139 titulares y suplentes del Comité Central elegidos en 1934 (esto es, ya bajo completo dominio del aparato stalinista), 98 fueron ejecutados, principalmente entre 1937-8; en tanto, 1108 delegados de los 1966 delegados al XVII Congreso fueron detenidos bajo la acusación de crímenes contrarrevolucionarios. Estos cataclismos, esta represión sistemática, no fueron solo para consolidar “privilegios”. Por eso los trotskistas que se preguntan cuándo se produjeron los cambios cualitativos, tienen en estos acontecimientos la respuesta. El cambio del carácter de clase del Estado (dejó de ser proletario) se produjo a través de una violenta y masiva represión, desatada contra la clase obrera y su vanguardia revolucionaria y crítica. No hubo una caída pacífica de la dictadura del proletariado; aunque esa caída no dio paso directamente a un régimen capitalista, sino a una transición bloqueada.
Un régimen social burocrático, no capitalista y no proletario
En base a lo explicado hasta aquí, puede entenderse por qué coincido con la idea de que la URSS fue un régimen de tipo burocrático, que no puede ser considerado obrero, pero tampoco capitalista. Esto suscita la objeción de cómo es posible que un régimen no sea ni obrero, ni capitalista. Mi respuesta es que sí, que pueden existir regímenes que no se dejan encasillar en las categorías habituales, en particular cuando se trata de sociedades en transición, ya sea porque combinan de forma compleja diversos modos de producción, o porque dan lugar a nuevas combinaciones. Es por este motivo también que la primera aproximación al fenómeno a través de la doble negación, “no obrero y no capitalista”, es válida, y ya ha sido utilizada en el marxismo. Por ejemplo, Engels aborda el colonato, que se extendió en los territorios del Imperio Romano en disolución, sin encasillarlo en “esclavismo” o “feudalismo”. Los colonos, explica, no eran esclavos, pero tampoco campesinos libres, ni siervos feudales (Engels, 1975). De esta manera intentaba dar cuenta de un fenómeno novedoso, que solo al cabo de muchos años daría feudalismo. También Marx, cuando analiza las formas precapitalistas, distingue entre las primitivas comunidades de los romanos, los germanos y las comunidades de la India, según el grado de disolución de los nexos privados, y el grado en que había desaparecido la propiedad común de la tierra, y se había desarrollado la propiedad privada. Todas ellas contuvieron formas híbridas, en diferentes grados de evolución (Marx, 1989). La Unión Soviética, tal como resultó de una transición bloqueada, tampoco puede definirse como “obrera”, ni como “capitalista”.
¿Explotación o “privilegios”?
La discusión sobre si la URSS era un régimen proletario, o una formación burocrática específica, enlaza con el tema de si había explotación, o solo “privilegios burocráticos”. Hemos visto que en sus últimos escritos Trotsky plantea la posibilidad de que la burocracia explotara a la clase obrera -“de forma no orgánica”,  sin ahondar en qué significaba esto- pero en el Programa de la Cuarta Internacional, no hizo mención al tema, y el peso está puesto en los “privilegios” de la burocracia. Sin embargo la diferencia entre “privilegios” y “explotación” no es menor. Lo vemos con un ejemplo. Supongamos una cooperativa, en la que un grupo de trabajadores (digamos el 5%) goza de 5 minutos más de descanso, en las pausas diarias, que el resto, sin causa que lo justifique. Podemos decir que esos trabajadores gozan de un “privilegio”, pero no explotan a sus compañeros. Si en cambio esos trabajadores pasan a gestionar la empresa, y producto de esa “gestión”, se apropian de un ingreso ocho o nueve veces mayor que el resto de los trabajadores; y si además, para defender sus puestos, se arman y reprimen a quienes los cuestionan, ya no hablaremos de “privilegios”, sino de una extracción sistemática de excedente. En algún punto de la evolución entre la primera y la segunda situación se ha producido un cambio cualitativo, y lo que era una diferencia “de cantidad” dentro de la misma clase de los productores, pasó a ser una diferencia cualitativa entre los que trabajan, y el grupo que se apropia del plustrabajo de los primeros. Observemos que legalmente la propiedad de los medios de producción puede seguir siendo colectiva, pero ahora hay explotación, y existen dos grupos socialmente están diferenciados, si bien esa diferencia no se deriva de la relación de propiedad legal.
Pues bien, con las adecuaciones correspondientes, el ejemplo ayuda a comprender el carácter de la URSS, donde la situación se asemejaba -por lo menos desde los años 30- al segundo escenario. La burocracia explotaba sistemáticamente a la clase obrera, a pesar de que no existía la propiedad privada de los medios de producción, porque lo hacía a través del Estado. Pero entonces no hay manera de considerar a ese Estado como “proletario”, ni a la burocracia como parte de la clase obrera. Por este motivo, y siguiendo una larga tradición de autores de izquierda, nos inclinamos por considerar a la Unión Soviética como una forma de sociedad burocrática, en la cual los productores directos eran explotados a partir del dominio del Estado por la burocracia.
Sin embargo, cuando afirmamos esto, se nos responde que no estamos dando una definición precisa de clase. “¿Estamos ante relaciones de producción capitalistas, o socialistas?” se nos pregunta. La respuesta es que no son capitalistas, pero tampoco socialistas. En la URSS los medios de producción eran “de todos”, legalmente, pero sobre esta base se levantó un régimen de explotación. La relación de explotación por lo tanto está definida por la oposición Estado burocrático (que se apropia del excedente) / trabajadores directos (que producen el excedente). Afirmar que de esta manera la relación de explotación no está definida, no tiene sentido. Recordemos que incluso Marx contempló la existencia de explotación a través del Estado, en las llamadas formaciones asiáticas. En El Capital sostiene que en las entidades comunitarias primitivas, donde prevalecía el sistema de tributos, es “el Estado que percibe tributos el que es propietario, y por ende vendedor del producto” (Marx, 1999, p. 417, t. 3). También afirma que en esta sociedad el Estado (por ejemplo el déspota oriental) es el principal propietario del plusproducto. El excedente era apropiado colectivamente por la burocracia, y los campesinos poseían la tierra solo en la medida en que eran miembros de la comunidad. Pues bien, el régimen soviético tiene alguna semejanza con esto, en el sentido que a pesar de que la apropiación del excedente no es privada (en las sociedades divididas en clases típicas, esclavismo, feudalismo, capitalismo, la apropiación es privada), la misma existe, y hay explotación.
Lógicamente, si se acuerda en que éste era el contenido del régimen, buscar cuál es la forma de expresar ese contenido se convierte en una cuestión de importancia secundaria. Hemos visto que Trotsky adelantó la expresión “colectivismo burocrático”; otros hablaron de “Estado burocrático”, o “régimen burocrático”. Si estamos de acuerdo en el contenido, no veo problemas en adoptar alguna de estas expresiones, o similar.
Interludio: el análisis de Christian Rakovsky
Son muchos los autores que plantearon que la URSS era una formación burocrática específica. En lo personal, he sido muy influenciado por la lectura de Füredi (1986). Pero en este “interludio” quiero presentar el análisis de Rakovsky, quien en una fecha tan temprana como 1928 advertía que se estaba produciendo un cambio en el régimen social en la URSS. Rakovsky fue un revolucionario búlgaro, presidente del Soviet de Ucrania en 1918, líder de la República Soviética de Ucrania, embajador por la Unión Soviética en Inglaterra y Francia, y militante de la Oposición de Izquierda, en la década de 1920 y 1930.
La primera cuestión a destacar es que Rakovsky planteaba que la posibilidad de que la clase obrera pudiera conservar su rol dirigente en el Estado, dependía de su nivel de “actividad”, y alertaba que ya para entonces (1928) se asistía al declive “del espíritu de actividad de las clases trabajadoras”; que había una creciente indiferencia de los trabajadores hacia el destino de la Unión Soviética y pasividad ante los abusos crecientes de la burocracia. Agregaba que “… lo que constituye el mayor peligro es precisamente la pasividad de las masas (una pasividad aún mayor entre las masas comunistas que entre las masas no comunistas) hacia las manifestaciones sin precedentes de despotismo que han surgido”. Más adelante, explicaba la forma en que surgía la burocracia. Sostenía que cuando la clase obrera toma el poder, una de sus partes se convierte en agente de ese poder. Por lo tanto surge la burocracia. Dado que en un Estado socialista la acumulación capitalista está prohibida para los miembros del partido dirigente, la diferenciación comienza por una diferencia de funciones, y luego se convierte en una diferencia social. Los comunistas que disponen de muchos más bienes que los trabajadores, agregaba Rakovsky, están separados por un abismo de las masas. Las funciones han cambiado tanto a los dirigentes, antiguos revolucionarios comunistas, que “no solo objetivamente, sino también subjetivamente han dejado de ser parte de la misma clase trabajadora”. Si esto ya ocurría en 1928, qué decir de la situación una década más tarde, después de la colectivización y los grandes Procesos de Moscú. El mismo Rakovsky cayó víctima de las purgas stalinistas, y fue fusilado en 1941.
La burocracia, ¿una clase social?
Una importante cuestión que se ha discutido entre los partidarios de caracterizar a la URSS como una formación burocrática, es si la burocracia constituía una clase social. Esta debate se combinó, en algunos autores, con las perspectivas históricas de la URSS. Con respecto a este aspecto, algunos autores pensaron que el capitalismo y la URSS evolucionaban hacia una nueva forma social, en que prevalecerían los tecnócratas estatales y directores de empresas, y que la burocracia sería una nueva clase, a nivel mundial. Por ejemplo Bruno Rizzi, que fue militante trotskista, sostuvo en los treinta que la URSS y Alemania (bajo el nazismo) eran regímenes nuevos, no obreros y no capitalistas, y que esto abría una nueva forma de evolución histórica (ver Rizzi, 1980). Esta idea estuvo viva durante mucho tiempo, bajo diferentes formulaciones. La caída de los regímenes “socialistas”, el viraje al capitalismo, y la mundialización del capital (caracterizada por la propiedad privada) de los últimos años, explican que esta perspectiva perdiera actualidad.
Pero el debate más importante es acerca de si la burocracia soviética constituyó una clase. Djilas (1958), Sweezy (1979), Voslensky (1981), entre otros, sostuvieron que si bien no se podía asimilar a la clase capitalista, la burocracia llegó a conformar una clase social. Füredi (1986), en cambio, plantea que no puede caracterizarse como una clase. Si bien en lo personal tiendo a coincidir con Füredi, de nuevo lo importante es ponerse de acuerdo en qué queremos significar cuando hablamos de “clase”. Esta cuestión, hasta donde alcanza mi conocimiento, no está del todo resuelto en el marxismo, a pesar de su centralidad en la teoría de Marx. En cualquier caso, si se entiende que la existencia de explotación en beneficio de algún grupo social es condición suficiente para determinar la existencia de una “clase”, deberíamos concluir que la burocracia soviética conformó una clase social. De la misma manera, deberíamos considerar a la burocracia del modo de producción asiático como una clase social. El enfoque alternativo, en cambio, dice que no es suficiente la existencia de la explotación para hablar de clase social, ya que es necesario tomar en consideración la existencia, o no, de la propiedad (eventualmente la posesión) de los medios de producción y/o de la fuerza de trabajo. Por este motivo es que tal vez Marx no haya hablado de conflicto de clases, o enfrentamientos de clase, cuando se refirió al modo de producción asiático, aunque pensaba que existía explotación. De todas maneras, y al margen de lo que escribió Marx sobre ese antiguo modo de producción, lo importante es preguntarse cuál es la relevancia de que existieran, o no, relaciones de propiedad en la URSS. La respuesta que se puede dar a esta cuestión tiene que ver con el modo de acceso de la burocracia al excedente, y la inestabilidad que derivaba de ello. Como ya hemos señalado en la discusión sobre la tesis del capitalismo de Estado, el burócrata accedía al control de los medios de producción a partir de su lugar político en el partido y el Estado; su permanencia estaba condicionada a ese hecho, así como el acceso de su descendencia a esa posición. Sobre esto escribía Isaac Deutscher, a mediados de la década de 1960:
“… de lo que carece esta llamada nueva clase es de propiedad. Sus miembros no poseen ni medios de producción ni tierra… no pueden ahorrar, invertir ni acumular riqueza en la forma duradera y expansiva de bienes industriales o cuantiosos valores financieros. No pueden legar riqueza a sus descendientes, es decir, no pueden perpetuarse como clase. (…) La propiedad siempre ha sido la base de cualquier supremacía de clase. (…) … la dominación burocrática no se apoya en nada que sea más estable que un estado de equilibrio político. Esta es -a la larga- un fundamento de dominación política más frágil que cualquier estructura establecida de relaciones de propiedad, consagrada por la ley, la religión y la tradición” (Deutscher, 1973, pp. 60-61).
También Kerblay y Lavigne (1985) señalaban que los apparatchiks no poseían ningún bien público propio, y las ventajas que disfrutaban estaban atadas a sus funciones, y por lo tanto eran precarias. Es importante destacar que la reproducción social de esta dirigencia operaba centralmente a través del acceso de sus hijos a los institutos prestigiosos que abrían la posibilidad de ascender en la jerarquía. El capitalista, en cambio, posee poder económico propio, al margen de que ocupe o no un puesto político, y en tanto conserve la propiedad de los medios de producción, sus herederos tienen asegurada la pertenencia a la clase dominante. La posición del burócrata soviético era distinta; sus hijos solo podían pertenecer a la nomenklatura en tanto tuvieran éxito en la carrera política. Esto explica que hacia el final del régimen aparecían formas de apropiación privada mediante las cuales los burócratas de la más alta jerarquía trataban de asegurar su posición como clase. Por este motivo es que nos inclinamos a coincidir con los autores que sostienen que, si bien vivía de la explotación, la burocracia no llegó a conformarse como una clase social. En cualquier caso, si en oposición a este enfoque hubiera acuerdo en que basta la existencia de explotación para definir a una clase, podría aceptarse, pero siempre debería tenerse presente esta diferencia con la situación de las clases explotadoras que se basan en la propiedad privada.
Dinámica del régimen
Si bien en estas notas nos centramos en la caracterización del régimen soviético, concluimos con algunas consideraciones sobre su dinámica. Como hemos señalado en la nota anterior, en la Unión Soviética la propiedad estatizada se combinaba con otras formas económicas, de naturaleza híbrida (el caso de las cooperativas agrarias), que daban lugar a acumulación de riqueza que no podía convertirse en capital. Inmersa en un mundo capitalista, la URSS y otros regímenes similares no tenían posibilidad alguna de desarrollar una forma de producción “burocrática” en el largo plazo. El desarrollo extensivo, y el fracaso de pasar a un crecimiento intensivo, sustentado en la tecnología y la productividad del trabajo, impulsaron de manera creciente a estimular las formas proto o pre capitalistas, que parasitaban en los intersticios de la economía estatizada. Por este motivo, el bloqueo de la transición al socialismo, a partir del triunfo de la burocracia, no llevó a una sociedad estática. Lentamente se fueron preparando las condiciones para la restauración del capitalismo. En este respecto tenía razón Trotsky, cuando negaba viabilidad histórica a la burocracia.
Digamos por último que en tanto en la URSS existía un régimen de explotación, una revolución de los trabajadores con contenido o programa socialista, no podía tener solo un carácter político. No se trataba solo de eliminar privilegios, y restaurar los mecanismos de dominio democrático de los productores. La revolución debería tener un contenido social, consistente en acabar con las relaciones de producción burocráticas (esto es, de explotación) y abrir el camino hacia una reorganización socialista. Sin embargo, dada la ausencia de algún programa de este tipo que fuera asumido por la población, la crisis final del régimen y la caída de la burocracia solo podía dar como resultado la restauración del capitalismo; como sucedió en los años 90.
Bibliografía citada:
Deutscher, I. (1973): La revolución inconclusa, Buenos Aires, Abraxas.
Djilas, M. (1958): La Nueva Clase, Buenos Aires, Sudamericana.
Engels, F. (1975): El origen de la familia, la propiedad privada y el Estado, Obras Escogidas, t. 2, Madrid, Akal.
Füredi, F. (1986): The Soviet Union Dmystified. A materialist analyis, Londres, Junius.
Kerblay, B. y M. Lavigne (1985): Les Soviétiques des annés 80, Paris, Armand Colin.
Mandel, E. (1988): “Producción de mercancías y burocracia en Marx y Engels”, en AA.VV., Repensar a Marx, Madrid, Editorial Revolución, pp. 145-192.
Marx, K. (1999): El Capital, Madrid, Siglo XXI.
Marx, K. (1989): “Formas que preceden a la producción capitalista”, en Elementos Fundamentales para la Crítica de la Economía Política (Grundrisse) 1857-1858, t. 1, pp. 433-479 México, Siglo XXI.
Rakovsky, C. (1928): “The ‘Professional Dangers’ of Power”, en www.marxists.org.archive/rakovsky/1928//08/pordanger.htm.
Rizzi, B. (1980): La burocratización del mundo, Barcelona, Península.
Rosefielde, S. (1996): “Stalinism in Post-Communist Perspective: New Evidence on Killings, Forced Labour and Economic Growth in the 1930s”, Europe-Asia Studies, vol. 48, pp. 959-987.
Sedova Trotsky, N. (1951): “Resignation from the Fourth International”, en www.marxists.org.archive/sedova-natalia/1951/05/09.htm.
Sweezy, P. (1979): “¿Transición al socialismo o transición socialista?”, AAVV, Acerca de la naturaleza social de la Unión Soviética, México, Universidad Autónoma de Puebla, pp. 167-169.
Trotsky, L. (1973): La revolución traicionada, Buenos Aires, Yunque.
Trotsky, L. (1971): In Defense of Marxism, Londres, New Park Publications.
Trotsky, L. (1937): “Not a Workers and Not a Bourgeois State?” en www.marxists.org/archive/trotsky/works/index.htm.
Trotsky, L. (1939): “The Bonapartist Philosophy of the State”, en www.marxists.org/archive/trotsky/works/index.htm.
Voslensky, M. (1981): La Nomenklatura. Los privilegiados en la URSS, Buenos Aires, Abril.

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¿Qué fue la URSS? (2)

Post tomado de :
http://rolandoastarita.wordpress.com/2011/03/01/%C2%BFque-fue-la-urss-2/

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