jueves, 3 de marzo de 2011

Sociedad : El Estado Mundial y los pibes . Por Oscar Taffetani

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(APe).- A fines del siglo pasado, un sociólogo alemán radicado en México (Heinz Dieterich Steffan) lanzó la teoría de que se había constituido el Estado Mundial, aunque muy pocos se atrevían a reconocerlo. “En lo económico -decía Steffan- sus órganos ejecutivos son el FMI y el Banco Mundial. En lo militar, la OTAN. En lo político, los miembros con derecho a veto del Consejo de Seguridad de la ONU. Este Estado Mundial cuenta con un gabinete ejecutivo, que es el G-7. Y ya tiene un poder judicial, que es la Corte Internacional de La Haya”.

Aunque incisiva y seductora, aquella teoría de Steffan podia ser refutada advirtiendo el surgimiento de los nuevos bloques internacionales (sin ir más lejos, el de los países latinoamericanos) y también el pasaje, tempestuoso, de la bipolaridad de la Guerra Fría a la multipolaridad, con nuevos centros hegemónicos, que regiría al comenzar el siglo XXI.

Sin embargo, ese Estado Mundial que imaginó Steffan sí nos sirve, perfectamente, para reflejar ese mundo viejo que inexorablemente se extingue y que en sus manotazos y estertores sigue derramando sangre de inocentes: la de los pobres, la de los excluidos, la de los jóvenes, en todo el planeta.

El gran pensador italiano -y comunista- Antonio Gramsci, al analizar la tormentosa transición del Novecento en Europa, pudo expresarlo con palabras certeras: “Eso que llaman ola de materialismo -dijo-- está ligado a una crisis de autoridad. Si las clases dominantes han perdido el consenso, entonces ya no son más clases dirigentes, sino apenas clases dominantes, que dependen del poder coercitivo para mantenerse; lo que significa que las grandes masas ya están fuera de las ideologías tradicionales y no creen en aquello en lo que antes creían. Por eso la crisis radica, justamente, en el hecho de que lo viejo no termina de morir y lo nuevo no termina de nacer”.
Khadafi: su otoño sangriento

El Estado Mundial (para seguir con el chiste alemán de Steffan) aprendió muy bien la lección de la primera Guerra del Golfo, aquella en la que Saddam Hussein incendió los pozos petroleros kuwaitíes y una negra humareda de oro negro perdido  -contaban los montañistas- llegaba a verse desde las cumbres del Himalaya. Para la segunda Guerra del Golfo, una década después, a nuestro ogro le llevó sólo un año poner los pozos iraquíes de nuevo en producción, para amortizar con esas divisas el costo de una guerra genocida, que al margen de los marines caídos “en cumplimiento del deber”, le viene costando a Iraq más de un millón de muertos civiles (porque lo más importante -ya lo dijimos- es ese oro negro del mundo viejo que no termina de morir, antes que la sangre roja, indeleblemente humana, de ese mundo que no termina de nacer).

En el caso de Libia, el mundo viejo actuó más rápidamente todavía que con Iraq, asegurándose que los consejos y tribus rebeldes controlaran los yacimientos, los oleoductos y los puertos de exportación de petróleo antes de proseguir su marcha antidictatorial hacia Trípoli. Para el momento en que Saif-al-Islam-al-Khadafi, en representación de su padre, amenazó a Occidente con que “olvídense del petróleo y olvídense del gas”, el Estado Mundial ya sabía que el suministro de petróleo y de gas, aunque se hundiera el régimen, estaba garantizado.

Pero tal vez la más grave amenaza lanzada contra Khadafi, contra Libia y contra el género humano  (aquí nos permitimos usar esa categoría como la usó alguna vez el Che) salió por boca de la Secretaria de Estado norteamericana, Hillary Clinton. "En los próximos años --dijo ante el Comité de Relaciones Exteriores de la Cámara baja, asegurándose de que la escuchara el mundo-- Libia podría convertirse en una democracia pacífica; o bien podría enfrentarse a una larga guerra civil…"

Traduciendo las palabras de Clinton a un lenguaje más humano, debe entenderse así: “Dado que ya el petróleo de Libia está asegurado, tienen que decidir los mismos libios si quieren ofrendar un millón de muertos
-como ya hizo Iraq- o bien aceptar nuestras reglas”.


Actualidad de Gramsci

Lo que pudo parecer pintoresco, realmaravilloso y garciamarquesco de Khadafi, allá por los ’60 y ’70 --por ejemplo, cuando anunció que asistiría a la cumbre de los No Alineados de Belgrado montado en su caballo blanco-- a la vuelta de los años, frente a su quiebra intelectual y a su traición, se vuelve trágico. Da pena. Y da furia.

El Zorro de Sirte (así dejaba que lo llamaran) propuso en algún momento la creación de “Israeltina”, imaginario estado binacional donde los palestinos renunciaran al derecho de recuperar su tierra y tener un Estado. Acto seguido, hizo salir de Libia a la mitad de los refigiados palestinos, sugiriendo que ellos debían buscar (sic) su Tierra Prometida.

De los 13 pactos políticos, financieros y comerciales que Libia firmó con el FMI, el Banco Mundial, los Estados Unidos, China y las multinacionales petroleras, entre 1995 y 2010, tal vez el más vergonzoso haya sido el que firmó con Egipto, para controlar el flujo de palestinos en la Franja de Gaza.

Alguna vez --podemos recordarlo en las revistas de nuestra juventud-- Libia fue el país que un 1º de septiembre de 1973 recuperó el 51% de los activos petroleros y propuso a las potencias occidentales un “nuevo trato”, que fuera más justo para el pueblo libio y que le posibilitara tener alimentos, salud, educación y un futuro distinto.

Tres décadas y dos años después, en una entrevista personal con el sociólogo británico Anthony Giddens (teórico de una posmoderna Tercera Vía), el coronel Khadafi dijo estar dispuesto a enmendar ciertos pasajes de su Libro Verde, ese libro con el que habían adoctrinado a generaciones enteras de jóvenes libios.

“La libertad --escribió Giddens en su reportaje-- sólo puede construirse si existe autonomía económica individual. Las necesidades materiales de la vida --ropa, alimentos, una vivienda y medios de transporte-- deben estar en manos de cada familia. Por eso, en Libia, al menos hasta hace poco, no estaba autorizado que nadie alquilase una casa”.

“El Líder -continúa Giddens-- hizo muchas observaciones inteligentes y perspicaces. Se remitía constantemente a las ideas de su Libro Verde, pero dejó claro que quiere adaptarlas y actualizarlas. (…) En conjunción con el hijo de Khadafi, Saif, estudiante de doctorado en la London School of Economics, el Foreign Office británico desempeñó un papel importante en la reincorporación de Libia al mundo”.

Los extractos no necesitan comentario. Y ahora es el Foreign Office
--acotamos-- el que le sugiere a Khadafi que se olvide de la Tercera Vía, de la Segunda y hasta de la Primera. Y le aconseja que deje que las tribus de su patria abracen los ideales de la Revolución Francesa, ya que es una revolución de probado éxito en Europa, hace 222 años.

La Jamahiriya (revolución árabe socialista) logró levantar los estándares de salud y educación del pueblo libio a niveles importantes, dentro de los países del norte de Africa. En la evaluación de los ODM (Objetivos del Milenio) de 2004, Libia tenía un promedio de esperanza de vida al nacer, para los varones, de 70,8 años para los varones y 75,4 para las mujeres (mientras Egipto tenía 66,7 y 71, respectivamente; y Sudáfrica tenía 45,1 y 50,7). Los datos son reveladores.   

Sin embargo, la Jamahiriya del coronel Khadafi no revirtió en cuatro décadas, ni en tres, ni en dos, ese absurdo desbalance que hace que hoy Libia deba importar el 75% de los alimentos que consume. Y el abandono de la Jamahiriya y el recetario neoliberal, en los últimos veinte años, causó aún peores efectos: 30% de desempleados --especialmente, los jóvenes--; 18% de analfabetos --especialmente, los jóvenes-- y un 33% de extrema pobreza, que golpea fundamentalmente, como en todo el mundo árabe, a los jóvenes. O mejor, como decimos aquí: a los pibes.

Cuando terminaba el siglo XX, en un aniversario de la Revolución Libia, Muammar-el-Khadafi dijo por la emisora oficial que el país debía renunciar al “comportamiento revolucionario”. Nadie supo a quién le hablaba el Líder. Probablemente, al Imperio. O al Estado Mundial. Vaya uno a saber.

Encorvado sobre la tabla de su celda, Antonio Gramsci escribe en un cuaderno que las masas ya están fuera de las ideologías tradicionales, y que no creen en eso en lo que antes creían. Escribe también, Gramsci, que la crisis radica justamente en el hecho de que hay algo viejo que no termina de morir y algo nuevo que no termina de nacer.
Fuente, vìa :
http://www.pelotadetrapo.org.ar/agencia/index.php?option=com_content&view=article&id=5194:el-estado-mundial-y-los-pibes&catid=35:noticia-del-dia&Itemid=106

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