martes, 8 de marzo de 2011

Cine : Ay, Oscarito... Luis Tovar

Ay, Oscarito...
“Siguiendo todos los pronósticos, la cinta El discurso del rey se convirtió en la gran ganadora de la entrega número 83 de los premios de la Academia, llevándose las preseas a Mejor Película, Mejor Director para Tom Hooper, Mejor Guión Original [para David Seidler] y Mejor Actor para Colin Firth.” La cita proviene de la página 9 del suplemento ¡Hey! Del periódico Milenio del pasado lunes 28 de febrero, está firmada por Omar Ramos y sus cuarenta y siete palabras son ejemplo duramente superable de la predictibilidad y el anquilosamiento que desde hace ya un buen rato le corroe, no estaría mal que sin remedio, los tuétanos tanto a la entrega del cinematográfico Oscar, como a la manera en que dicho evento es manejado/publicitado/difundido/promocionado/consumido/utilizado/ aprovechado lo mismo por sus perpetradores que por los corifeos de aquéllos –condición ésta, la de corifeo, de la que muy bien puede no ser consciente el interfecto.
Jamás habrá cansancio en este espacio para volver a insistir, como desgraciadamente tiene que hacerse cada año, con que no se trata de “la” Academia, como si se tratara de la única, de la más relevante o de la única o la más atendible, que concede algún trofeo cinematográfico. Hay infinidad de academias cinematográficas, y de la que aquí se está hablando corresponde única y exclusivamente al cine estadunidense que, lógica y consecuentemente, premia al cine de dicha nacionalidad –con el añadido de alguna película para ellos extranjera, como por otro lado suele suceder en infinidad de festivales y premiaciones académicas de otras nacionalidades.
Da urticaria que siga diciéndose “la Academia”, “las estatuillas”, “la gran ganadora”, así como el resto de los clichés aparentemente insalvables, con el desparpajo haragán de quien ya lo da por hecho todo: de qué va el asunto, con qué términos hay que nombrarlo, cuál es la (supuesta) importancia que implica, etecé. La mejor –es decir, la peor– muestra del servilismo mediático-idiosincrásico al respecto sigue siendo, un año sí y otro lo mismo, la esperanza como de mascota fiel que busca sus palmaditas en el lomo, de que “ahora sí” una película mexicana obtenga el Oscar a la Mejor Película Extranjera.
Tiene razón el reportero Ramos: se siguieron todos los pronósticos, pero muchos más de los que se refieren ahí en su asaz predecible nota. No sólo era la cosa más fácil del mundo anticiparse y decir que El discurso del rey sería “la gran ganadora”, que Tom Hooper obtendría por ella el premio al Mejor Director, o que su protagonista, Colin Firth, sería reconocido con el Oscar al Mejor Actor, o que Natalie Portman se llevaría a casa el correspondiente a Mejor Actriz por su protagónico en El cisne negro; también era tan sencillo como una hoja de papel bond saber que la ceremonia de entrega sería “dolorosamente aburrida, lenta, necia, y animada por [una] pareja dispareja...”, para decirlo con las precisas palabras de Roger Ebert, añejo crítico de cine a quien, por cierto, durante años se le ha indigestado el numerito –padecimiento en el cual Ebert y este sumaverbos hemos coincidido de manera reiterada–, lo cual ya es mucho decir para alguien que, como él, en términos profesionales vive precisamente de ese cine y, por lo tanto, pendiente de ese premio ...como no debería vivir nadie que no fuese estadunidense, por lo menos no al grado en que suele suceder urbi et orbi.
Por lo demás, y para decirlo tan breve y conciso como sea posible, El discurso del rey no es sino una película del montón, apenas mediocre narrativamente hablando, suficiente y nada más en términos formales, prescindible, olvidable, sólo que provista de todo aquello que tanto gusta a “la” hollywoodense academia con minúsculas: corrección política –es decir, anuencia y alineamiento con una luenga y bastante cuestionable serie de “valores” y “verdades” occidentales, entre las cuales la menor no es el belicismo en el que reposa la trama entera–; preciosismo esteticista –fíjese aunque sea poquito en los encuadres y los colores que siempre acompañan a Firth–; exaltación del líder-autoridad; ramplona cursilería tipo Mi pie izquierdo –así como hubo un “mira al tullido, ¡sí puede escribir!”, ahora hubo un “mira al tartamudo, ¡sí puede hablar!”–, más un etcétera que conviene obviar.
Dan ganas de preguntarle a los miembros de “la” academia, y a sus corifeos todos: ¿de veras esto es lo mejor que tienen? ¿Esto, y el plus pobrísimo del desempeño limitado y bonitista de la limitada y bonitista Natalie Portman haciendo su Club de la pelea pero con plumas y patas de gallo? Ay, Oscarito.....
Fuente, vìa :
http://www.jornada.unam.mx/2011/03/06/sem-tovar.html

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