EN LOS AÑOS de la dictadura militar, el coronel ®
Oscar Coddou Vivanco fue designado, por Augusto Pinochet, Director
Ejecutivo de INACAP (en ese entonces, filial CORFO).
Con
su enorme mostacho blanco al estilo coronel del ejército británico de
Su Majestad el rey Jorge VI , monarca del Reino Unido -o United Kingdom,
para los cipayos que aman la lengua inglesa más que la materna-, ese
militar chileno (Coddou Vivanco) había sido designado por la
Organización de las Naciones Unidas, y por el gobierno de Jorge
Alessandri, como observador internacional en la durísima guerra
indo-pakistaní que se produjo durante la conflictiva década de los años
’60.
Bien, pues…Coddou Vivanco, una vez que
sirvió –años más tarde, y ya bajo la batuta de su compadre Pinochet-
como agregado militar en nuestra embajada en Madrid, no tuvo empacho
alguno para afirmar que después de la muerte de Francisco Franco, el año
1974, España había comenzado a caminar las sendas de la perdición
marxista y del embrollo hippie.
En fin, la
forma (y el por qué) de la abrupta salida de Coddou Vivanco de la
embajada chilena en Madrid, en el año 1977, es harina de otro costal,
aunque siempre se rumoreó de ‘cuernos’ colocados a un marido diplomático
(que no era chileno) por una mujercita encandilada por los azules
ojos de nuestro oficial pelotillehuense. Castizo el hombre…e
irresponsable. Pero, era el padrino de Marco Antonio Pinochet Hiriart, y
ello bastaba para que doña Lucía lo defendiese a ultranza y sin
ambages. Don Augusto lo perdonó, nombrándolo luego Director Ejecutivo de
INACAP. Allí le conocí.
“Soy araucano”,
recuerdo que afirmó el coronel la primera vez que se reunió con el
personal que trabajaba en aquel instituto. En estricto rigor, no mentía,
pues realmente había nacido en la sureña provincia que conoció las
acciones realizadas por Lautaro, Caupolicán, Pelantaro y Angamenón.
Pero, su cabello rubio (en ese entonces ya encanecido) y sus ojos
azules, señalaban sin discusión el origen europeo que marcaba su
linaje.
En aquellos años, en plena
dictadura militar ultraderechista, escuchar a un exponente de la llamada
‘clase alta’ chilena, rubio, de ojos azules, con apellidos europeos,
terrateniente, y para mayor abundamiento coronel de ejército…decir: “soy
araucano puro”, más que un mal chiste, era, sin duda, una burlesca
alusión a una de nuestras principales etnias originarias.
Lo
relatado en las líneas anteriores es un ejemplo más, un botón de
muestra solamente, de la verdadera opinión que manifiesta una parte de
la actual sociedad chilena respecto de sus propias raíces. La
europeización alcanzó en nuestro país, hasta mediados del siglo veinte,
una profundidad aterradora que por cierto no era responsabilidad de las
naciones del viejo continente sino, ¡cómo dudarlo!, de las clases
privilegiadas que se adueñaron de Chile y lo gobernaron en beneficio
personal, pero a objeto de asegurar la preeminencia del linaje
extranjero, no tuvieron empacho en descuajeringar la patria en grandes y
pequeños trozos vendidos al mejor postor, el que generalmente provenía
del hemisferio norte.
De ahí en más, el pueblo
fue arrastrado a renegar de sus propias raíces, para lo cual el
expediente utilizado por la burguesía dominante no fue otro que festinar
–minimizándolas caricaturescamente- las culturas originarias, tal cual
si ellas hubiesen sido quienes arribaron tardíamente a nuestro
continente tras la saga de los conquistadores ‘evangelizadores y
cristianos’ que usaban la espada, el cepo, la horca y la “ley
monárquica’ para exterminar cualquier indicio, resto o señal de
verdadera civilización nativa.
En un rápido
recorrido geográfico –viajando por Chile de norte a sur- los pueblos
originarios (lo que queda de ellos) se suceden vertiginosamente, dando
cuenta de que su estadía en estos territorios supera en más de doce mil
años al asentamiento europeo. Pero, nuestro sistema educativo se ha
encargado de omitir ese ‘detalle’, soslayando intencionalmente la
calidad de los asientos culturales establecidos en algunos sitios de
nuestro país, así como desechando enseñar a nuestros alumnos y alumnas
que a partir del año 1541 se desencadenó una masacre sostenida y
programada, que bien puede calificarse como genocidio.
Por
ello, quizá, a nuestros estudiantes se les omite la enseñanza de
pueblos como los aymará, los quechuas, atacameños, changos, diaguitas,
la cultura chinchorro, los rapa-nui, los promaucaes, chiquillanes,
picunche, mapuche, pehuenche, puelche, cuncos, huilliche, chonos,
tehuelche o patagones, yaganes o yámanas, onas o selk’nam, los hausch o
manenken, y los alacalufes o kawéshkar. ¿Estos pueblos constituyen
nuestras raíces? Por supuesto, pues algunos de ellos ya habitaban Chile
hace más de diez mil años, como lo ha demostrado el trabajo arqueológico
que los científicos realizan en el sitio llamado Monteverde, cercano a
Puerto Montt.
Con lo anterior, es posible
barruntar que al menos el 30% de la actual población chilena desciende,
en uno u otro grado, de alguna de esas etnias. Y si a ese guarismo
agregamos los representantes directos de ellas, el porcentaje se eleva
de manera considerable. Sin embargo, tal base voluminosa que constituye
el verdadero pueblo chileno, ha sido sometida por un puñado
familisterial cuyos componentes fundacionales arribaron a Chile decenios
-y tal vez siglos- atrás, desde lejanos y hambrientos pueblos donde sus
propias autoridades (‘divinas’ en muchos casos) les atenazaban y
castigaban con dureza extrema por no pertenecer a una determinada clase
social, o por carecer de fortunas que los soberbios mandantes pudiesen
respetar.
Esos ‘cuicos y pelajeanos’, como bien
los llamó Diego Portales, desembarcaron en nuestras costas con el
hambre estragando sus huesos…pero aquí, pasado un tiempo y luego de
comprobar que el pacifismo era una de las principales características de
los nativos, por la voz de las armas -y de legislaciones amañadas-
impusieron su propio particular interés, explotando y aherrojando a la
mayoría de los habitantes, así como haciendo tabla rasa de aquel
bienestar general y justicia en todo su ámbito que ellos mismos habían
reclamado a viva voz en sus naciones de origen.
Los
encumbrados dominadores del país, muchos de los cuales habían sido
carne de cárcel y huesos de horca en sus respectivas patrias, como
buenos delincuentes que en realidad eran, aprendieron rápidamente
aquella parte de la historia nacional que les serviría para aumentar su
dominio. Descubrieron que los pueblos originarios de esta lejana tierra,
así como también los chilenos que descendían de esas etnias y del
mestizaje, siempre habían estado sometidos a fuerzas extranjeras, más
cultas y/o más fuertes bélicamente.
Primero,
Chile dependió del Imperio Inca; después dependió de los españoles
conquistadores, y así sucesivamente fue dominado por el imperio inglés,
el norteamericano, y suma y sigue hasta hoy, que dependemos no ya de una
sola nación extranjera, sino de varias, de todas aquellas que tienen
cuentas alegres y riendas en organizaciones como el FMI y el Banco
Mundial.
Peor aun, pareciera que hoy somos
dependientes no ya de naciones y ejércitos invasores, sino que de
empresas transnacionales y de corporaciones cuyos propietarios ni
siquiera conocen una sola de nuestras ciudades. Pero, al interior del
país este sistema sin Dios ni patria cuenta con los familisterios
locales que representan a los nuevos conquistadores de lenguas foráneas.
Esos representantes de predadores transnacionales, son quienes ahora
imponen al pueblo las costumbres, hábitos, consumo y valores, todos
ellos venidos del extranjero, favorables a los extranjeros y defensores a
ultranza de lo que sea extranjero para sojuzgar lo nuestro en beneficio
de los poderosos de siempre.
Gabriel Salazar,
Premio Nacional de Historia, en una exposición que realizó hace algunos
días en la ciudad de Rancagua, ante decenas de profesores y de
estudiantes universitarios recordó que en las proximidades de la
revolución de 1891, un observador extranjero que estudiaba los tipos
sociales chilenos, concluyó lo siguiente: “En Chile existen dos
estereotipos, los de clase alta, sin color propio, que imitan todo lo
europeo en su ropa, en su modo de hablar, en sus casas, en su sistema
educativo. Y los de clase baja, ‘el roto chileno’, con lenguaje propio,
con ropas elaboradas por sus mujeres, con comidas y bebidas de su diseño
y fabricación”.
Es decir, afirma Gabriel
Salazar, los primeros son incultos porque sólo consumen cultura, y los
segundos son cultos porque construyen cultura. Además, en Chile, los
primeros pertenecen a los gobernantes y los segundos a los gobernados.
Se introducen entonces los conceptos de cultura-objeto y cultura-sujeto,
de la clase alta imitadora y de la clase baja productora,
respectivamente.
¿Qué somos, mayoritariamente?
¿Objetos o sujetos? ¿Imitadores o productores? Entendiendo aunque sea
sólo una pequeña parte de todo este asunto, es posible comprender el por
qué de las aprensiones que las clases privilegiadas tienen respecto a
enseñar Historia en la educación pública, pues tal como reza la
Cantata Santa María –magistralmente escrita por el profesor Luis Advis-
“es peligroso pensar, amigo”…y eso mismo opinan los chilenitos que
desean tener el olor de otra nacionalidad, pues son conscientes de que
la educación de fuste, la educación verdadera sin tabúes ni cortapisas,
los deja mal parados y podría restituir Chile a sus verdaderos anclajes.
Vìa :
http://www.kaosenlared.net/noticia/chileno-quien-eres-realmente-tu
http://www.kaosenlared.net/noticia/chileno-quien-eres-realmente-tu
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